Continuábamos nuestra ruta por el Algarve, con un amanecer
claro tras una noche de tormenta. Desayunamos en Salema, con una bonita playa
con rocas verdosas, y sembrada de barcas de madera, que recuerdan el pasado
costero de la villa. Ahora, como casi todas las localidades de este bonito
litoral, sus habitantes ya no viven del pescado, sino del creciente y pujante
turismo, que atrae más dinero. Salema es un ricón muy agradable para tomar algo
tranquilo. En Burgao, aparte de los apartamentos y casas modernas construidas
para los europeos del norte (sobre todo ingleses), se puede parar en Cabanhas
Velhas, en Boca de Río, un bar "chill out" que ocupa una cala escondida.