domingo, 23 de septiembre de 2018

JORDANIA: Desierto de Wadi Rum. - Lawrence de Arabia, la decadencia de un héroe.




JORDANIA: EL DESIERTO DE WADI RUM.

Junio 2018







En un mundo tan poblado y ajetreado es difícil encontrar un lugar donde perderte, reflexionar y relajarte lejos del bullicio humano. Pero, por fortuna, nuestro planeta todavía conserva rincones donde aún se guarda el silencio y se cuida la soledad. Y para más placer, algunos de esos emplazamientos son capaces de inundarnos los sentidos con sus encantos, despertándonos sensaciones que creíamos olvidadas. El desierto de Wadi Rum, en Jordania, nos seduce con su belleza, nos encoge con su grandiosidad y nos enamora con sus formas y su perfume. Es, sin duda, uno de esos paisajes que todo el mundo debería visitar… aunque no a la vez 😊.













































El intenso color rojizo de las arenas de Wadi Rum y las increíbles formaciones rocosas que salpican este bello desierto, se combinan para dibujar un paisaje único en La Tierra, que impresiona y estremece a todo aquel que tiene la suerte de admirarlo. Y esa sensación se presenta nada más llegar a sus inmediaciones…




Después de dejar el coche de alquiler en la frontera israelí de Eilat (parking gratuito), formalizamos los papeles de entrada a Jordania. Aunque el visado es gratuito, hay que pagar una tasa de salida de Israel (26 shequels). Y dependiendo de las noches que paséis en Jordania, deberéis abonar otra cantidad de dinero en el país hebreo, si volvéis de nuevo. Para evitar este cargo, se debe pernoctar como mínimo 3 noches en el país árabe. Si solo es una, la tasa es de 90 dólares, y si son dos (nuestro caso), 15 dólares. El paso es rápido y sencillo.


Nuestra incursión a Jordania iba a ser exclusivamente para visitar el maravilloso Wadi Rum, que como ya expliqué en la entrada del desierto del Néguev, (http://viajerodelmisterio.blogspot.com/2018/08/israel-desierto-de-neguev-los-origenes.html) , nos había quedado colgado cuando, varios años atrás, visitamos Petra desde el Sinaí. Si vais justos de tiempo, en una excursión de un día completo podréis ver la parte más espectacular del Wadi Rum, que es el llamado “desierto rojo”, y donde encontraréis todas las imágenes más típicas y famosas del Wadi Rum. Pero sería una pena no dedicarle una jornada más para recorrer el “desierto blanco”, menos conocido, pero igualmente cautivador. 


El alojamiento en Wadi Rum se limita (aunque con numerosas opciones) a campamentos protegidos al abrigo de las rocas, donde os relajaréis con el silencio y la paz que sólo el desierto proporciona. La mayoría de estas tiendas de campaña están situadas estratégicamente para disfrutar de espectaculares vistas. Aunque cuando lleguéis, comprobaréis que no hace falta buscar mucho para enamorarse de cada rincón del Wadi Rum.


No es difícil reservar estos alojamientos a través de internet. Lo complicado es decidirse por uno u otro, debido a la gran oferta que hay. Los precios son muy competitivos, y no creo que haya mucha diferencia entre el más barato y el más caro. Cuando reservamos el nuestro, pensé que detrás del precio (10 euros la noche, 2 personas, con desayuno incluido, sí, habéis leído bien, para dos personas, 10 euros), posiblemente se escondería una calidad mucho peor de la que mostraban las fotos del portal de reservas, o que una vez allí, te sacarían más dinero con alguna excusa peregrina. Pero debo decir que no hubo sorpresas desagradables, y que fue todo un acierto. Las vistas eran las que se veían en la publicidad, el precio también y el trato fue inmejorable. La estancia fue inolvidable, de verdad. Así que, si no os queréis volver locos buscando entre cientos de campamentos, el Sun Door Camp es una apuesta segura. Es de esas pocas veces en la vida en que te da vergüenza pagar ese dinero por un alojamiento tan exclusivo (por su ubicación). Hay camas (un poco duras para mi espalda) y mesilla dentro de las tiendas, con una altura suficiente para estar de pie perfectamente, ya que son enormes. Dispone de baños comunitarios amplios y limpios donde puedes ducharte. Perfecto. La cena (10 euros) se hace en una jaima desde donde puedes ver un cielo estrellado impresionante mientras pruebas las delicias de la cocina jordana. Además, ellos se encargan de prepararte las excursiones por el desierto en 4 x 4. 50 euros por día (desde el amanecer hasta el atardecer), con comida campestre en medio del desierto incluída. Y si queréis, también os proporcionan transporte para volver, en nuestro caso, hasta la frontera con Israel. El precio (40 euros, 1.30h de camino) es la mitad del que os cobrará un taxi oficial. Éstos esperan a los turistas en la frontera, y a pesar de que cuelgan sus tarifas en un panel, resultan extremadamente caras (el mismo trayecto 76 euros, lo que significa el doble). Así que el mejor consejo es que pactéis el viaje con el alojamiento de Wadi Rum.  Los taxis (no hay autobuses) os bajarán en Wadi Rum Village. Decir ciudad es subirle mucho el rango, aunque sí, se puede decir que es conjunto de casas más cercano a la entrada del desierto. Allí os dejarán para que os recoja personal de vuestro campamento. Previamente pagaréis una entrada al área protegida (5 dinares). Allí mismo en taquilla, tendréis la primera visión del Wadi Rum. Los Siete Pilares de la Sabiduría es una imponente montaña que recuerda la famosa obra de T. E. Lawrence. Tras ese control, ya sólo os espera belleza y paz…



                            

                            











La primera etapa iba a destinarse al “desierto rojo”, que constituía los paisajes que nos habían llevado hasta allí. A pesar de que éramos los únicos turistas del alojamiento (había muy poca gente al ser un periodo de temporada media), nos acompañaban dos huéspedes más. Una joven polaca que trabajaba en Londres y un inglés de Manchester, jugador de rugby (amateur) que se cansó de su trabajo y decidió emprender un viaje alrededor del mundo para, tal vez, encontrarse a sí mismo. Quizá en nuestro país no sea una práctica habitual (creo que ni habitual ni esporádica. Como le digas a tus padres que te vas un año a ver mundo, te echan de casa), pero en el mundo anglosajón, los estudiantes, cuando acaban el instituto y antes de ir a la universidad, se toman un año sabático para viajar y recorrer mundo. Y es muy común que lo hagan sin mucho dinero. Así que recurren al trabajo a cambio de alojamiento y comida, pagando sólo el transporte (algunos ni eso, ya que hacen autostop). Y a pesar que es típico de estudiantes sin recursos, cada vez es más habitual entre adultos, ya asentados digamos, como nuestros amigos del Sun Door Camp. Ellos hacían y nos servían la cena, y con ellos compartimos dos magníficas veladas, hablando (con nuestro inglés a lo indio) de viajes bajo la luz de la luna y acompañados por millones de estrellas. El quinto comensal era Mohammed, el chico encargado del mantenimiento del complejo de tiendas, que nos asustaba con sus historias de lobos del Wadi Rum. Sí, a pesar del aparente vacío de aquel paisaje marciano, hay más vida de la que se aprecia en una primera y superficial mirada. Y aunque cueste mucho verlos (Mohammed sólo los ha avistado 2 veces en más de 30 años), hay depredadores escondidos tras las silenciosas dunas de arena del Wadi Rum, aparte de los feroces perros que cuidan del ganado.





El primer día íbamos a serpentear entre los montículos rocosos del precioso desierto rojo para adentrarnos en los escenarios que recorrió el gran Lawrence de Arabia en sus travesías por Oriente Medio. Me siento en la parte trasera de la "pick up" para deleitarme con el inabarcable mar de arena que se abría ante nuestros ojos. Para disfrutar mejor de él, nada mejor que hacerlo en el mismo silencio con el que te envuelve el desierto. Y con su brisa golpeándote en el rostro. 








El circuito incluye atractivos suficientes para no despegar el dedo del botón de tu cámara de fotos hasta el anochecer, cuando, probablemente, acabarás retirándolo coincidiendo con la preciosa puesta de sol que embellece aún más el hermoso desierto.


El manantial de Lawrence es un pequeño depósito de agua que frecuentó el famoso explorador británico y al que acuden con sus rebaños los pastores beduinos seminómadas que habitan este paisaje. Precisamente, tuvimos la oportunidad de visitar un pequeño poblado para conocer cómo viven, o más bien, cómo sobreviven. Los camellos, sin duda, son la base de su supervivencia. La siguiente parada iba a ser el refugio que el famoso arqueólogo y militar británico construyó cuando recorría estos parajes durante la guerra. Aunque apenas quedan un montón de ladrillos, vale la pena acercarse para recordar las aventuras de Lawrence de Arabia.


Casa de Lawrence de Arabia

Las formas rocosas de las montañas os dejarán con la boca abierta. Miréis a donde miréis, algo sublime aparecerá en vuestro objetivo. El Cañón Khazali es un espectacular desfiladero donde hay inscripciones tamúdicas. El pueblo Tamud habitó esta zona desde el sigo VIII a. C, y así lo dejó reflejado en unos impresionantes dibujos, que, la mayoría de los visitantes del Wadi Rum desconocen. Son una pequeña joya escondida en las paredes ocre de las montañas, que deberían ser una visita imprescindible para todo aquel que penetre en este vasto y salvaje desierto. Aunque esta antigua civilización no fue la única que dejó huella en Wadi Rum. Enclavado en medio de una importante ruta comercial, los nabateos construyeron templos y ciudades ya desaparecidas, que servían de parada en su camino hacia Petra. 


                      





Después de una intensa mañana, paramos a comer en una pequeña jaima, desde donde encaramos el sendero que nos lleva hasta la cima de uno de las decenas de arcos de roca que siembran este paisaje de otro planeta. De diferente tamaño, todos guardan un encanto salvaje. Pero tal vez el puente de roca de Jebel Umm Fruth sea el más grandioso y espectacular. Se puede subir, sí, pero con extrema precaución, ya que no hay barandillas de protección y la altura es considerable. Un mal paso y… romperte un montón de huesos es lo mejor que te podría pasar si te caes.


Tras tomar un excelente desayuno a base de humus, labneh, mermelada, queso, huevos y fruta, nos acomodamos en el 4 x 4 para afrontar una apasionante segunda jornada de aventura. De haber sabido que la caminata matutina iba a consistir en la ascensión al pico más alto de la cordillera, a ese desayuno le hubieran sobrado un par de dulces de pistacho… y algo más. En el briefing (reunión) de la excursión, nuestro guía se había limitado a decirnos que era solo una hora y media. Sí, lo era. Y sí, a pesar de que "escalar" una montaña implica ascender, no consideramos que el beduino imprimiera ese ritmo de beduino con dos turistas. “Jóvenes” y de Bilbao, era lógico suponerlos en forma. Pero esa apreciación sólo era correcta en una de las personas que aquel día tenía a su cargo. La otra (yo), iba a sufrir un poco más (solo un poco) para llegar a la cima. El desayuno mastodóntico me provocó una pesada digestión, y eso lastró (muy poco) mi marcha. Pero los flatos estomacales (bastante fuertes), no impidieron que coronara una cumbre, que nos esperaba con un magnífico regalo: el de las inolvidables vistas del Wadi Rum desde lo alto de la montaña. Algo grandioso y relajante que jamás se olvida. Allí, a solas con las vistas del desierto, nos tomamos un tiempo para deleitarnos y recrearnos con el paisaje que llegaba hasta la frontera con Arabia Saudí. Tomamos aire, respiramos profundamente y emprendimos el descenso, en el que, al igual que en la subida, no nos cruzamos a nadie.



Digerido ya el desayuno, era hora de reponer energías. Bajo la sombra de una roca con forma de arco, el guía enciende una hoguera para prepararnos un delicioso guisado de verduras y bonito, que degustamos observando el magnífico escenario que nos rodea. Mientras nuestro acompañante se echa una siestita, nosotros nos recostamos también contra la pared, pero con los ojos abiertos. No queríamos cerrarlos un minuto para no perdernos un instante de la belleza indómita y la atmósfera tan especial que irradia el Wadi Rum. 





Tras fotografiar más arcos de roca naturales, nos cruzamos con manadas de dromedarios que se nos acercan en busca de alguna “golosina”. Llegamos a un pozo de aguas cristalinas en el que el líquido de la vida cae gota a gota a través de las hierbas que cuelgan de las paredes, para formar un estanque de agua potable al que los beduinos acuden para beber. A pesar de que pueda parecer un desierto yermo, en época de lluvias se inunda debido a las abundantes precipitaciones que se producen, dando lugar a un florecimiento espectacular. Según nos contaba el guía, esa época es la más bonita a su juicio. Yo, que buscaba el clásico desierto, no me podía imaginar situación más bella para el increíble Wadi Rum. No añoraba esas preciosas imágenes con las que nuestro amigo fantaseaba. Para mí, aquel desierto, en aquel momento, se mostraba como uno de los paisajes más hermosos que jamás hubiera visto. Y no, a pesar de todas las expectativas que había creado alrededor suyo, no me decepcionó en absoluto. Al contrario, me enamoré más de él…




LAWRENCE DE ARABIA: LA DECADENCIA DE UN HÉROE.






La leyenda de Lawrence de Arabia es tan grande como su misterio. Ensalzado por unos y repudiado por otros, la controversia le persigue, dejando infinidad de dudas sobre su personalidad. Y su muerte, está tan llena de incógnitas como su vida.


En verano de 1914, Europa era asolada por una guerra cruel que estaba devastando sus fronteras. Bajo un potente y continuo fuego de cañones y morteros, los cimientos del viejo continente se tambaleaban. En el escenario de Oriente Medio los británicos cedían terreno ante el empuje del Imperio Otomano, que expandía sus dominios hacia el Este. A diferencia del conflicto que se desarrollaba en Centroeuropa, los vastos y desérticos territorios árabes no daban opción a batallas a gran escala con numerosos y potentes ejércitos. Tras la fallida toma de la península de Galípoli por parte de las fuerzas aliadas, Gran Bretaña entendió que, si quería someter a los turcos, debía cambiar de táctica.


Territorio otomano en la I Guerra Mundial


Y aquí es donde aparece la pieza clave en el complejo tablero de Oriente Medio. Thomas Edwards Lawrence nace en 1888 en Gales, fruto del segundo matrimonio de su padre, un aristócrata anglo-irlandés, con una institutriz. Su juventud se caracterizó por continuos cambios de domicilio que le llevarían a vivir en Gales, Irlanda, Escocia, Francia e Inglaterra, donde se asentaría definitivamente para estudiar en la Universidad de Oxford. Su pasión por la historia medieval caracterizó sus primeros años de adolescente, cuando visitaba las fortalezas y castillos junto a su padre y hermanos. Sin embargo, este interés se desvaneció cuando conoció a un profesor y arqueólogo de Oxford. Hogarth le introdujo en el apasionante universo de la arqueología y le descubrió un mundo árabe al que no había prestado atención hasta entonces. Gracias a su tutor se embarcó en expediciones arqueológicas a Egipto, Irak, Siria o Palestina, donde se impregnó de la cultura árabe, de la que quedó prendado, y donde se enamoró por primera vez de un joven ayudante árabe de 15 años.




Llegando a hablar un perfecto árabe, se presentó como voluntario para prestar sus servicios a su majestad la Reina de Inglaterra. Rechazado en un primer intento, consiguió entrar en los servicios secretos británicos, a los que, por otra parte, ya pertenecía su antiguo profesor de Oxford. Destinado en El Cairo, confeccionó mapas y recopiló información útil para sus mandos. Pero es en 1916 cuando recibe la llamada que le cambiaría la vida, la determinación que le convertiría en una leyenda, y seguramente la decisión que acabó por destruirle.


Los turcos se habían declarado aliados de los alemanes, ya que les unía una gran relación diplomática y comercial con los germanos, quienes les habían ayudado a modernizar el país, construyendo vías férreas y numerosas infraestructuras. Con esta decisión, los rusos, ingleses y franceses, se toparon con un fuerte e inesperado enemigo que complicaría sus planes en Oriente Medio. Con un potente ejército, los otomanos no tardaron en someter a las tribus árabes, que apenas disponían de armamento y organización para hacer frente a la amenaza invasora. Los británicos, por su parte, no podían desviar grandes contingentes a la zona, ya que el frente europeo les exigía gran esfuerzo y despliegue de tropas.


Los árabes, que ya llevaban 400 años bajo el yugo otomano, pidieron ayuda a los británicos para emprender una serie de revueltas destinadas a recuperar su tierra. A pesar de que recibían armamento, los diferentes príncipes no se sentían preparados para luchar de tú a tú contra los turcos. Había que crear un nuevo estilo de combate: la guerra de guerrillas. 




Lawrence de Arabia fue enviado a Oriente Medio para servir de enlace entre el ejército británico y los pueblos árabes. El joven de 28 años sería el interlocutor perfecto. Pero su papel creció y se convirtió en un líder nato que organizó y dirigió a las tropas árabes hacia la victoria. Ignorando muchas veces las órdenes de sus superiores, el pálido chico rubio de ojos azules que se había mimetizado en la cultura árabe como uno más, adoptando su vestimenta y sus costumbres, se erigió en un adalid al que todas las tribus, hasta entonces dispersas, siguieron. Las escaramuzas estaban comenzando a triunfar. Poco a poco, las tácticas de Lawrence iban dando sus frutos (hoy día, 100 años después, se siguen enseñando a los militares americanos que actúan en Irak y Afganistán). A pesar de ser atrapado por tropas turcas, que, sin reconocerle, le torturaron y violaron, la sublevación fue un éxito y la reconquista ya estaba casi finalizada. “La Gran Guerra” se aproximaba ya a su fin. Los árabes, bajo una falsa esperanza de unirse de nuevo bajo un mismo pueblo, recuperaban el territorio perdido. Pero británicos y franceses no compartían con ellos los mismos planes. Decidieron partir Oriente Medio en varias naciones y ponerlas bajo su mandato. Es entonces cuando Lawrence entra en una lucha interna que corroe sus dos lealtades: la que guarda hacia los árabes y la que dispensa a su patria. 




Decepcionado por las consecuencias socio políticas de la guerra y cansado de tanta muerte y destrucción, la pérdida de seres queridos durante la contienda (incluidos dos hermanos), le hundió en una profunda depresión de la que jamás saldría. Había vencido a un gran enemigo, pero otro peor le esperaba: su conciencia.


De vuelta a Inglaterra, quiso pasar desapercibido y retirarse a su pequeña casa de Clouds Hill (Dorset) para escribir Los Siete Pilares de la Sabiduría, contando su experiencia en Oriente Medio. Pero Lawrence de Arabia era ya un héroe, un mito. Sus gestas ya habían sido escritas y difundidas por todo el mundo, y un ídolo como él no podía mantenerse al margen de la sociedad. No obstante, él renegaba de esa fama que nunca había buscado y que nunca había querido. Con el apoyo del futuro Primer Ministro británico Winston Churchill, Lawrence se enroló de nuevo en la RAF (Fuerzas Aéreas) bajo pseudónimo, y con rango de soldado raso, a pesar de su alta graduación militar (teniente coronel). De nada le sirvió, ya que descubrieron quién era. Decidió marcharse a la India en busca de la tranquilidad y el anonimato que no podía encontrar en Inglaterra. Pero unas revueltas le obligaron a volver a casa.
Enrolado de nuevo en el ejército, encontró un hueco donde respirar en un departamento que desarrollaba motores. Apasionado de la velocidad, aquel nuevo destino le insufló un pequeño ánimo. Amigo de escritores como John Buchan o George Bernard Shaw, pasaba sin embargo mucho tiempo compartiendo charlas con el novelista Thomas Hardy, al que visitaba habitualmente. Parecía que, por fin, Lawrence empezaba a disfrutar de la vida. Con planes para arreglar su casa y emocionado con su flamante motocicleta Brough Superior, a la bautizaría como "La hija del trueno", empezaba poco a poco a dejar atrás esa vida de indigente que dormía en su propia casa, sí, pero bastante dejado y en un saco de dormir. Parecía estar superando el calvario que pareció vivir a su regreso de la guerra. Pero el desengaño con el mundo, con el sistema o con él mismo, seguía golpeándole dentro de su cerebro, recordándole que no vivía en ese mundo ideal que había soñado y por el que tanto había luchado.


Con 47 años ya no era un joven idealista que pudiera cambiarlo… ¿o sí? El 13 de mayo de 1935, Lawrence volvía con su motocicleta de enviar un telegrama en la oficina de correos de Bovington. De repente, dos chicos en bicicleta se le cruzan en el camino, y para no atropellarles, gira bruscamente, lo que le hace perder el equilibrio y golpearse la cabeza mortalmente. A pesar de que el fallecimiento no es instantáneo, muere seis días después en el hospital militar de Bovington Camp a causa de las lesiones sufridas, y tras haber permanecido todo ese tiempo en coma. Los médicos enviados por la propia monarquía no pudieron evitar su muerte (una muerte que originó la invención del casco de moto, que desde entonces ha salvado miles de vidas).
Esa es la versión oficial del accidente que acabó con la vida de una de las figuras más admiradas de nuestro tiempo. Pero enseguida surgieron rumores de que lo que ocurrió en aquella solitaria carretera rural no fue un accidente, sino un asesinato. ¿El motivo? El telegrama que acababa de mandar Lawrence y la identidad de su destinatario, Henry Williamson, un hombre que coqueteaba con la ultraderecha y el fascismo británico, y que, al parecer, admiraba las políticas de un líder alemán que empezaba a asomar con fuerza en el país germano: Adolf Hitler. Aquel mensaje sería la respuesta afirmativa de Lawrence a un encuentro solicitado por Williamson para almorzar. Nadie sabe si en aquella comida Lawrence iba a aceptar la supuesta proposición de Williamson para organizar una reunión entre el héroe de la I Guerra Mundial y el dictador nazi. Según los planes del diplomático, Lawrence sería el hombre perfecto para comandar, tal vez junto a Hitler, un nuevo rumbo para Europa. Evidentemente, la democracia británica no iba a permitir que ese proyecto, fuera el que fuera, se llevara a cabo.
¿Empujaría, ingenuamente, la desazón, la desesperación y la decepción de Lawrence, a un héroe que luchó por el bien y la justicia, a los brazos del nazismo, en busca de un mundo mejor? ¿Era una simple comida de amigos? El debate está abierto…
Años después de su desaparición, un escritor le definió como un charlatán, un desequilibrado ególatra con tendencias sadomasoquistas y un mentiroso manipulador que sólo buscaba su propia gloria para llegar lo más alto posible.
Se habla de que aquel trágico día, aparte de los ciclistas, habría habido un vehículo negro que habría estorbado la trayectoria de la moto de Lawrence. Y que un militar, aparte de los chicos de las bicis, habría sido testigo del accidente. Pero la investigación del suceso corrió a cargo de la inteligencia militar británica y no de la policía. Nadie mencionó aquella extraña camioneta negra. Ninguno de los testigos contradijo la versión oficial, y el caso se cerró, y con él, la apasionante vida de uno de los personajes más ilustres y románticos de nuestra historia.