El intenso color rojizo de las arenas de Wadi Rum y las increíbles formaciones rocosas que salpican este bello desierto, se combinan para dibujar un paisaje único en La Tierra, que impresiona y estremece a todo aquel que tiene la suerte de admirarlo. Y esa sensación se presenta nada más llegar a sus inmediaciones…
Después de dejar el coche de alquiler en la frontera israelí de Eilat (parking gratuito), formalizamos los papeles de entrada a Jordania. Aunque el visado es gratuito, hay que pagar una tasa de salida de Israel (26 shequels). Y dependiendo de las noches que paséis en Jordania, deberéis abonar otra cantidad de dinero en el país hebreo, si volvéis de nuevo. Para evitar este cargo, se debe pernoctar como mínimo 3 noches en el país árabe. Si solo es una, la tasa es de 90 dólares, y si son dos (nuestro caso), 15 dólares. El paso es rápido y sencillo.
Nuestra incursión a Jordania iba a ser exclusivamente para
visitar el maravilloso Wadi Rum, que como ya expliqué en la entrada del
desierto del Néguev, (http://viajerodelmisterio.blogspot.com/2018/08/israel-desierto-de-neguev-los-origenes.html) , nos había quedado colgado cuando, varios años atrás, visitamos
Petra desde el Sinaí. Si vais justos de tiempo, en una excursión de un día
completo podréis ver la parte más espectacular del Wadi Rum, que es el llamado
“desierto rojo”, y donde encontraréis todas las imágenes más típicas y famosas
del Wadi Rum. Pero sería una pena no dedicarle una jornada más para recorrer el
“desierto blanco”, menos conocido, pero igualmente cautivador.
El alojamiento en Wadi Rum se limita (aunque con numerosas
opciones) a campamentos protegidos al abrigo de las rocas, donde os relajaréis
con el silencio y la paz que sólo el desierto proporciona. La mayoría de estas
tiendas de campaña están situadas estratégicamente para disfrutar de
espectaculares vistas. Aunque cuando lleguéis, comprobaréis que no hace falta
buscar mucho para enamorarse de cada rincón del Wadi Rum.
No es difícil reservar estos alojamientos a través de
internet. Lo complicado es decidirse por uno u otro, debido a la gran oferta
que hay. Los precios son muy competitivos, y no creo que haya mucha diferencia
entre el más barato y el más caro. Cuando reservamos el nuestro, pensé que
detrás del precio (10 euros la noche, 2 personas, con desayuno incluido, sí, habéis leído bien, para dos personas, 10 euros), posiblemente se escondería una
calidad mucho peor de la que mostraban las fotos del portal de reservas, o que
una vez allí, te sacarían más dinero con alguna excusa peregrina. Pero debo
decir que no hubo sorpresas desagradables, y que fue todo un acierto. Las
vistas eran las que se veían en la publicidad, el precio también y el trato fue
inmejorable. La estancia fue inolvidable, de verdad. Así que, si no os queréis
volver locos buscando entre cientos de campamentos, el Sun Door Camp es una apuesta segura. Es de esas pocas veces en la
vida en que te da vergüenza pagar ese dinero por un alojamiento tan exclusivo
(por su ubicación). Hay camas (un poco duras para mi espalda) y mesilla dentro
de las tiendas, con una altura suficiente para estar de pie perfectamente, ya
que son enormes. Dispone de baños comunitarios amplios y limpios donde puedes
ducharte. Perfecto. La cena (10 euros) se hace en una jaima desde donde puedes
ver un cielo estrellado impresionante mientras pruebas las delicias de la
cocina jordana. Además, ellos se encargan de prepararte las excursiones por el
desierto en 4 x 4. 50 euros por día (desde el amanecer hasta el atardecer), con
comida campestre en medio del desierto incluída. Y si queréis, también os
proporcionan transporte para volver, en nuestro caso, hasta la frontera con
Israel. El precio (40 euros, 1.30h de camino) es la mitad del que os cobrará un
taxi oficial. Éstos esperan a los turistas en la frontera, y a pesar de que
cuelgan sus tarifas en un panel, resultan extremadamente caras (el mismo
trayecto 76 euros, lo que significa el doble). Así que el mejor consejo es que
pactéis el viaje con el alojamiento de Wadi Rum. Los taxis (no hay autobuses) os bajarán en
Wadi Rum Village. Decir ciudad es subirle mucho el rango, aunque sí, se puede
decir que es conjunto de casas más cercano a la entrada del desierto. Allí os
dejarán para que os recoja personal de vuestro campamento. Previamente pagaréis
una entrada al área protegida (5 dinares). Allí mismo en taquilla, tendréis la
primera visión del Wadi Rum. Los Siete
Pilares de la Sabiduría es una imponente montaña que recuerda la famosa
obra de T. E. Lawrence. Tras ese control, ya sólo os espera belleza y paz…
La primera etapa iba a destinarse al “desierto rojo”, que constituía los paisajes que nos habían llevado hasta allí. A pesar de que éramos los únicos turistas del alojamiento (había muy poca gente al ser un periodo de temporada media), nos acompañaban dos huéspedes más. Una joven polaca que trabajaba en Londres y un inglés de Manchester, jugador de rugby (amateur) que se cansó de su trabajo y decidió emprender un viaje alrededor del mundo para, tal vez, encontrarse a sí mismo. Quizá en nuestro país no sea una práctica habitual (creo que ni habitual ni esporádica. Como le digas a tus padres que te vas un año a ver mundo, te echan de casa), pero en el mundo anglosajón, los estudiantes, cuando acaban el instituto y antes de ir a la universidad, se toman un año sabático para viajar y recorrer mundo. Y es muy común que lo hagan sin mucho dinero. Así que recurren al trabajo a cambio de alojamiento y comida, pagando sólo el transporte (algunos ni eso, ya que hacen autostop). Y a pesar que es típico de estudiantes sin recursos, cada vez es más habitual entre adultos, ya asentados digamos, como nuestros amigos del Sun Door Camp. Ellos hacían y nos servían la cena, y con ellos compartimos dos magníficas veladas, hablando (con nuestro inglés a lo indio) de viajes bajo la luz de la luna y acompañados por millones de estrellas. El quinto comensal era Mohammed, el chico encargado del mantenimiento del complejo de tiendas, que nos asustaba con sus historias de lobos del Wadi Rum. Sí, a pesar del aparente vacío de aquel paisaje marciano, hay más vida de la que se aprecia en una primera y superficial mirada. Y aunque cueste mucho verlos (Mohammed sólo los ha avistado 2 veces en más de 30 años), hay depredadores escondidos tras las silenciosas dunas de arena del Wadi Rum, aparte de los feroces perros que cuidan del ganado.
El primer día íbamos a serpentear entre los montículos rocosos del precioso desierto rojo para adentrarnos en los escenarios que recorrió el gran Lawrence de Arabia en sus travesías por Oriente Medio. Me siento en la parte trasera de la "pick up" para deleitarme con el inabarcable mar de arena que se abría ante nuestros ojos. Para disfrutar mejor de él, nada mejor que hacerlo en el mismo silencio con el que te envuelve el desierto. Y con su brisa golpeándote en el rostro.
El circuito incluye atractivos suficientes para no despegar
el dedo del botón de tu cámara de fotos hasta el anochecer, cuando,
probablemente, acabarás retirándolo coincidiendo con la preciosa puesta de sol que
embellece aún más el hermoso desierto.
El manantial de Lawrence es un pequeño depósito de agua que
frecuentó el famoso explorador británico y al que acuden con sus rebaños los pastores beduinos
seminómadas que habitan este paisaje. Precisamente, tuvimos la
oportunidad de visitar un pequeño poblado para conocer cómo viven, o más bien,
cómo sobreviven. Los camellos, sin duda, son la base de su supervivencia. La siguiente parada iba a ser el refugio que el famoso arqueólogo y militar británico construyó cuando recorría estos parajes durante la guerra. Aunque apenas quedan un montón de ladrillos, vale la pena acercarse para recordar las aventuras de Lawrence de Arabia.
Casa de Lawrence de Arabia |
Las formas rocosas de las montañas os dejarán con la boca
abierta. Miréis a donde miréis, algo sublime aparecerá en vuestro objetivo. El
Cañón Khazali es un espectacular desfiladero donde hay inscripciones tamúdicas.
El pueblo Tamud habitó esta zona desde el sigo VIII a. C, y así lo dejó
reflejado en unos impresionantes dibujos, que, la mayoría de los visitantes del
Wadi Rum desconocen. Son una pequeña joya escondida en las paredes ocre de las
montañas, que deberían ser una visita imprescindible para todo aquel que
penetre en este vasto y salvaje desierto. Aunque esta antigua civilización no
fue la única que dejó huella en Wadi Rum. Enclavado en medio de una importante
ruta comercial, los nabateos construyeron templos y ciudades ya desaparecidas,
que servían de parada en su camino hacia Petra.
Después de una intensa mañana, paramos a comer en una
pequeña jaima, desde donde encaramos el sendero que nos lleva hasta la cima de
uno de las decenas de arcos de roca que siembran este paisaje de otro planeta.
De diferente tamaño, todos guardan un encanto salvaje. Pero tal vez el puente
de roca de Jebel Umm Fruth sea el más grandioso y espectacular. Se puede subir,
sí, pero con extrema precaución, ya que no hay barandillas de protección y la
altura es considerable. Un mal paso y… romperte un montón de huesos es lo mejor
que te podría pasar si te caes.
Digerido ya el desayuno, era hora de reponer energías. Bajo
la sombra de una roca con forma de arco, el guía enciende una hoguera para
prepararnos un delicioso guisado de verduras y bonito, que degustamos
observando el magnífico escenario que nos rodea. Mientras nuestro acompañante
se echa una siestita, nosotros nos recostamos también contra la pared, pero con
los ojos abiertos. No queríamos cerrarlos un minuto para no perdernos un
instante de la belleza indómita y la atmósfera tan especial que irradia el Wadi
Rum.
Tras fotografiar más arcos de roca naturales, nos cruzamos con manadas de dromedarios que se nos acercan en busca de alguna “golosina”. Llegamos a un pozo de aguas cristalinas en el que el líquido de la vida cae gota a gota a través de las hierbas que cuelgan de las paredes, para formar un estanque de agua potable al que los beduinos acuden para beber. A pesar de que pueda parecer un desierto yermo, en época de lluvias se inunda debido a las abundantes precipitaciones que se producen, dando lugar a un florecimiento espectacular. Según nos contaba el guía, esa época es la más bonita a su juicio. Yo, que buscaba el clásico desierto, no me podía imaginar situación más bella para el increíble Wadi Rum. No añoraba esas preciosas imágenes con las que nuestro amigo fantaseaba. Para mí, aquel desierto, en aquel momento, se mostraba como uno de los paisajes más hermosos que jamás hubiera visto. Y no, a pesar de todas las expectativas que había creado alrededor suyo, no me decepcionó en absoluto. Al contrario, me enamoré más de él…
LAWRENCE DE ARABIA: LA DECADENCIA DE UN HÉROE.
En verano de 1914, Europa era asolada por una guerra cruel
que estaba devastando sus fronteras. Bajo un potente y continuo fuego de
cañones y morteros, los cimientos del viejo continente se tambaleaban. En el
escenario de Oriente Medio los británicos cedían terreno ante el empuje del
Imperio Otomano, que expandía sus dominios hacia el Este. A diferencia del
conflicto que se desarrollaba en Centroeuropa, los vastos y desérticos
territorios árabes no daban opción a batallas a gran escala con numerosos y potentes
ejércitos. Tras la fallida toma de la península de Galípoli por parte de las
fuerzas aliadas, Gran Bretaña entendió que, si quería someter a los turcos, debía
cambiar de táctica.
Territorio otomano en la I Guerra Mundial |
Y aquí es donde aparece la pieza clave en el complejo
tablero de Oriente Medio. Thomas Edwards Lawrence nace en 1888 en Gales, fruto
del segundo matrimonio de su padre, un aristócrata anglo-irlandés, con una
institutriz. Su juventud se caracterizó por continuos cambios de domicilio que
le llevarían a vivir en Gales, Irlanda, Escocia, Francia e Inglaterra, donde se
asentaría definitivamente para estudiar en la Universidad de Oxford. Su pasión
por la historia medieval caracterizó sus primeros años de adolescente, cuando
visitaba las fortalezas y castillos junto a su padre y hermanos. Sin embargo,
este interés se desvaneció cuando conoció a un profesor y arqueólogo de Oxford.
Hogarth le introdujo en el apasionante universo de la arqueología y le
descubrió un mundo árabe al que no había prestado atención hasta entonces.
Gracias a su tutor se embarcó en expediciones arqueológicas a Egipto, Irak,
Siria o Palestina, donde se impregnó de la cultura árabe, de la que quedó
prendado, y donde se enamoró por primera vez de un joven ayudante árabe de 15 años.
Llegando a hablar un perfecto árabe, se presentó como
voluntario para prestar sus servicios a su majestad la Reina de Inglaterra.
Rechazado en un primer intento, consiguió entrar en los servicios secretos británicos,
a los que, por otra parte, ya pertenecía su antiguo profesor de Oxford. Destinado
en El Cairo, confeccionó mapas y recopiló información útil para sus mandos.
Pero es en 1916 cuando recibe la llamada que le cambiaría la vida, la
determinación que le convertiría en una leyenda, y seguramente la decisión que
acabó por destruirle.
Los turcos se habían declarado aliados de los alemanes, ya
que les unía una gran relación diplomática y comercial con los germanos,
quienes les habían ayudado a modernizar el país, construyendo vías férreas y
numerosas infraestructuras. Con esta decisión, los rusos, ingleses y franceses,
se toparon con un fuerte e inesperado enemigo que complicaría sus planes en
Oriente Medio. Con un potente ejército, los otomanos no tardaron en someter a
las tribus árabes, que apenas disponían de armamento y organización para hacer
frente a la amenaza invasora. Los británicos, por su parte, no podían desviar
grandes contingentes a la zona, ya que el frente europeo les exigía gran
esfuerzo y despliegue de tropas.
Los árabes, que ya llevaban 400 años bajo el yugo otomano,
pidieron ayuda a los británicos para emprender una serie de revueltas
destinadas a recuperar su tierra. A pesar de que recibían armamento, los
diferentes príncipes no se sentían preparados para luchar de tú a tú contra los
turcos. Había que crear un nuevo estilo de combate: la guerra de guerrillas.
Lawrence de Arabia fue enviado a Oriente Medio para servir
de enlace entre el ejército británico y los pueblos árabes. El joven de 28 años
sería el interlocutor perfecto. Pero su papel creció y se convirtió en un líder
nato que organizó y dirigió a las tropas árabes hacia la victoria. Ignorando
muchas veces las órdenes de sus superiores, el pálido chico rubio de ojos
azules que se había mimetizado en la cultura árabe como uno más, adoptando su
vestimenta y sus costumbres, se erigió en un adalid al que todas las tribus,
hasta entonces dispersas, siguieron. Las escaramuzas estaban comenzando a
triunfar. Poco a poco, las tácticas de Lawrence iban dando sus frutos (hoy día,
100 años después, se siguen enseñando a los militares americanos que actúan en
Irak y Afganistán). A pesar de ser atrapado por tropas turcas, que, sin
reconocerle, le torturaron y violaron, la sublevación fue un éxito y la
reconquista ya estaba casi finalizada. “La Gran Guerra” se aproximaba ya a su
fin. Los árabes, bajo una falsa esperanza de unirse de nuevo bajo un mismo
pueblo, recuperaban el territorio perdido. Pero británicos y franceses no
compartían con ellos los mismos planes. Decidieron partir Oriente Medio en
varias naciones y ponerlas bajo su mandato. Es entonces cuando Lawrence entra
en una lucha interna que corroe sus dos lealtades: la que guarda hacia los
árabes y la que dispensa a su patria.
Decepcionado por las consecuencias socio políticas de la
guerra y cansado de tanta muerte y destrucción, la pérdida de seres queridos
durante la contienda (incluidos dos hermanos), le hundió en una profunda
depresión de la que jamás saldría. Había vencido a un gran enemigo, pero otro
peor le esperaba: su conciencia.
De vuelta a Inglaterra, quiso pasar desapercibido y
retirarse a su pequeña casa de Clouds Hill (Dorset) para escribir Los Siete Pilares de la Sabiduría,
contando su experiencia en Oriente Medio. Pero Lawrence de Arabia era ya un
héroe, un mito. Sus gestas ya habían sido escritas y difundidas por todo el
mundo, y un ídolo como él no podía mantenerse al margen de la sociedad. No
obstante, él renegaba de esa fama que nunca había buscado y que nunca había
querido. Con el apoyo del futuro Primer Ministro británico Winston Churchill,
Lawrence se enroló de nuevo en la RAF (Fuerzas Aéreas) bajo pseudónimo, y con
rango de soldado raso, a pesar de su alta graduación militar (teniente
coronel). De nada le sirvió, ya que descubrieron quién era. Decidió marcharse a
la India en busca de la tranquilidad y el anonimato que no podía encontrar en
Inglaterra. Pero unas revueltas le obligaron a volver a casa.
Enrolado de nuevo en el ejército, encontró un hueco donde
respirar en un departamento que desarrollaba motores. Apasionado de la
velocidad, aquel nuevo destino le insufló un pequeño ánimo. Amigo de escritores
como John Buchan o George Bernard Shaw, pasaba sin embargo mucho tiempo
compartiendo charlas con el novelista Thomas Hardy, al que visitaba habitualmente.
Parecía que, por fin, Lawrence empezaba a disfrutar de la vida. Con planes para
arreglar su casa y emocionado con su flamante motocicleta Brough Superior, a la bautizaría como "La hija del trueno", empezaba poco a
poco a dejar atrás esa vida de indigente que dormía en su propia casa, sí, pero
bastante dejado y en un saco de dormir. Parecía estar superando el calvario que
pareció vivir a su regreso de la guerra. Pero el desengaño con el mundo, con el
sistema o con él mismo, seguía golpeándole dentro de su cerebro, recordándole
que no vivía en ese mundo ideal que había soñado y por el que tanto había
luchado.
Con 47 años ya no era un joven idealista que pudiera
cambiarlo… ¿o sí? El 13 de mayo de 1935, Lawrence volvía con su motocicleta de
enviar un telegrama en la oficina de correos de Bovington. De repente, dos chicos en bicicleta se le
cruzan en el camino, y para no atropellarles, gira bruscamente, lo que le hace
perder el equilibrio y golpearse la cabeza mortalmente. A pesar de que el
fallecimiento no es instantáneo, muere seis días después en el hospital militar de
Bovington Camp a causa de las lesiones sufridas, y tras haber permanecido todo
ese tiempo en coma. Los médicos enviados por la propia monarquía no pudieron
evitar su muerte (una muerte que originó la invención del casco de moto, que
desde entonces ha salvado miles de vidas).
Esa es la versión oficial del accidente que acabó con la
vida de una de las figuras más admiradas de nuestro tiempo. Pero enseguida
surgieron rumores de que lo que ocurrió en aquella solitaria carretera rural no
fue un accidente, sino un asesinato. ¿El motivo? El telegrama que acababa de
mandar Lawrence y la identidad de su destinatario, Henry Williamson, un hombre
que coqueteaba con la ultraderecha y el fascismo británico, y que, al parecer,
admiraba las políticas de un líder alemán que empezaba a asomar con fuerza en
el país germano: Adolf Hitler. Aquel mensaje sería la respuesta afirmativa de
Lawrence a un encuentro solicitado por Williamson para almorzar. Nadie sabe si
en aquella comida Lawrence iba a aceptar la supuesta proposición de Williamson
para organizar una reunión entre el héroe de la I Guerra Mundial y el dictador
nazi. Según los planes del diplomático, Lawrence sería el hombre perfecto para
comandar, tal vez junto a Hitler, un nuevo rumbo para Europa. Evidentemente, la
democracia británica no iba a permitir que ese proyecto, fuera el que fuera, se
llevara a cabo.
¿Empujaría, ingenuamente, la desazón, la desesperación y la
decepción de Lawrence, a un héroe que luchó por el bien y la justicia, a los
brazos del nazismo, en busca de un mundo mejor? ¿Era una simple comida de
amigos? El debate está abierto…
Años después de su desaparición, un escritor le definió como
un charlatán, un desequilibrado ególatra con tendencias sadomasoquistas y un mentiroso manipulador que sólo buscaba su
propia gloria para llegar lo más alto posible.
Se habla de que aquel trágico día, aparte de los ciclistas,
habría habido un vehículo negro que habría estorbado la trayectoria de la moto
de Lawrence. Y que un militar, aparte de los chicos de las bicis, habría sido
testigo del accidente. Pero la investigación del suceso corrió a cargo de la
inteligencia militar británica y no de la policía. Nadie mencionó aquella
extraña camioneta negra. Ninguno de los testigos contradijo la versión oficial,
y el caso se cerró, y con él, la apasionante vida de uno de los personajes más
ilustres y románticos de nuestra historia.