miércoles, 29 de agosto de 2018

ISRAEL: Desierto del Néguev. - Los orígenes del conflicto árabe-israelí



ISRAEL - Desierto del Néguev

Junio 2018

Carretera solitaria en el desierto del Néguev

Hay varias formas de enfocar un viaje a Israel y varios modos de valorarlo. Tierra Santa ha sido, históricamente, el origen de los conflictos y las discusiones más enquistadas de la Humanidad. Cada religión, siempre en nombre de Dios, ha puesto esta pequeña porción de terreno como excusa para imponer sus creencias sobre las del resto de credos. Y por desgracia, hoy día, este suelo sigue temblando por las luchas entre pueblos, como hace miles de años. Mi interés en este destino era puramente histórico, aunque sus ecos del pasado llamaran al turismo religioso. Volvieron a latir tímidamente en mí unas experiencias espirituales olvidadas, a las que di una segunda oportunidad. Me dejé seducir por ese aura religiosa que impregna aquella tierra sagrada para tantas confesiones y que es la meta de millones de creyentes que llegan hasta allí en masa para conectar con Dios. Para la mayoría de ellos, estos lugares santos representan el final del camino terrenal hacia el cielo. A mí, debo reconocer, que la aventura (religiosa) me decepcionó.



Hablar de religión y de la situación política del país hebreo es invocar a la discusión. Respetando todas las creencias religiosas y afinidades hacia uno u otro pueblo, me limitaré a narrar lo que no deja de ser una experiencia PERSONAL y unas sensaciones que viví en esta tierra reclamada por judíos, cristianos y musulmanes, entre otros.

Íbice
Como no podía ser casi de otra manera, comenzábamos esta “peregrinación” en el aeropuerto Ben-Gurión de Tel Aviv, donde aterrizábamos de madrugada. Con la llegada programada a las 04.00h no íbamos a sacar provecho al hotel, así que nos recostamos 3 horitas en los sillones del “revenido” aeropuerto de la capital, y esperamos a que abriera la oficina de Thrifty para recoger nuestro coche (12 días, 218 euros). Cambiamos dinero y no perdimos un segundo para coger la carretera que llevaba hacia el sur. Un paisaje de campos que recuerdan a Castilla nos dirige hacia el árido desierto del Néguev, una zona que tenía especialmente interés por conocer. Atravesamos la ciudad más importante de la región, Beer Shiva, que aloja una de las universidades más prestigiosas del país. Cerca de allí está Dimona, el lugar donde, dicen, Israel protege y desarrolla su armamento nuclear.


Íbex (Íbice)


La primera parada en una solitaria y apartada área de servicio nos sirve para avituallarnos y para ver la realidad de los precios del país. Sin duda, el más caro de los que hemos visitado, a la altura, o superando incluso a los nórdicos. Según pudimos corroborar luego con gente que vive allí, el valor de los bienes no ha dejado de subir en los últimos años. Es una de las cosas (hubo muchas) que nos sorprendió del país (otra es que casi no hay bicis normales, son todas eléctricas). Absolutamente todo (bueno, tal vez se libren los espárragos, no sé por qué 😊) tiene un precio desorbitado. Café, 3-4 euros, botella de agua grande, 2 – 2.5 euros, gasolina 1.75 litro, y la fruta (menos los plátanos, no hay nada a menos de 4 -5 euros kilo). En cuanto a los restaurantes (o cualquier puesto de comida), un simple shawarma, 7 euros. Y si encontráis un hotel por menos de 100, no miréis más, aunque no tenga desayuno y sea muy básico y antiguo. En general, no hay mucho alojamiento. Fuera de Jerusalén y Tel Aviv, donde tal vez haya pensiones y hostales (muy viejos), sólo existen grandes hoteles (y no muchos), ya que la mayoría del turismo llega en grandes grupos de viajes organizados. Tampoco hay muchos restaurantes de carretera donde parar a comer y continuar la marcha. Otra recomendación importante es llenar el tanque de gasolina si vais al Néguev, ya que las estaciones de servicio escasean en esta zona y podéis recorrer muchos kilómetros sin surtidor alguno al que engancharse.

Es evidente que el gasto militar se come mucho porcentaje de presupuesto, y eso repercute en la sociedad. Todos los jóvenes deben hacer un largo servicio militar obligatorio (los chicos 3 años, las chicas 2) y los menores de 40 años tienen que ir un mes al año para cumplir un servicio. Hay muchos miembros de seguridad del Estado. El armamento es el más sofisticado del mundo. Evidentemente, todo esto requiere mucho dinero.  

Algo que os llamará la atención es la cantidad de chicos con cara de niño que van y vienen con metralletas por la calle (si deciden llevársela a casa de permiso, no pueden despegarse de ella ni aunque salgan de fiesta o vayan a rezar). Al principio, es chocante, pero enseguida te acostumbras. Incluso muchos civiles van con la pistola por fuera o armas mucho más pesadas colgando de su cuello. Es una sociedad muy militarizada, ya que las relaciones de Israel con sus vecinos son complejas y fían su supervivencia a su poderío armamentístico.

La casa del desierto de Ben-Gurión
Pero volvamos a la carretera… Como explicaba al principio, uno de los objetivos principales del viaje era recorrer el poco visitado desierto de Néguev. Pocos turistas se adentran en él, y la verdad es que es una pena, porque aparte de los paisajes magníficos, esconde tesoros arqueológicos impresionantes, y, sobre todo, allí encontraréis la calma que echaréis de menos cuando volváis de nuevo al norte. Pero aparte de todo esto, hay un lugar concreto que es interesante visitar para que no se haga el trayecto muy pesado: la Ben-Gurión Desert Home (La casa del desierto de Ben-Gurión). En esta humilde granja de bellas casitas de madera se retiró el que se considera el padre de la nación de Israel. Ben-Gurión se trasladó hasta este pedazo de tierra yerma y hostil para el ser humano, y fundó un “kibutz” autosuficiente en el que vivió junto a su esposa hasta el día de su muerte. Por expreso deseo del líder judío, el lugar se ha mantenido intacto desde tal fecha (1973), y hoy es una especie de museo en el que se narra su vida y obra. Hay diversas salas con videos, fotos, libros y objetos de la época de Ben-Gurión, todo ello en un entorno apacible y tranquilo, sólo perturbado cuando algún grupo de niños o estudiantes llega para conocer mejor al (valga la redundancia) primer primer ministro de Israel.  Ben-Gurión, nacido en Polonia, era un amante del desierto, y no dudó en alejarse de la ciudad para domar esta tierra seca. Se suele decir que “si Israel no domina al desierto, el desierto acabará con Israel”.
Tumbas de Ben Gurión y su esposa Paula, con vistas.

Muy cerca de allí descansan los restos de David Ben Gurion y su esposa Paula. El lugar es un remanso de paz con vistas a un espectacular cañón. Un bello sendero que discurre entre preciosas paredes de roca por las que deambulan íbices, te lleva hasta una pequeña explanada donde reposa el matrimonio. El paseo y las vistas son totalmente recomendables.

Seguíamos conduciendo con nuestro Nissan Micra a través del desierto. Por cierto, algo que se me olvidaba… Por seguridad, todos los coches tienen una cajita con código (sí, como una caja fuerte) al lado del volante. Cada vez que arranquéis el coche hay que meter los cinco dígitos, así que aseguraos de memorizarlo bien, fotografiarlo, escribirlo, tatuároslo… porque si lo perdéis, no os hará gracia quedaros tirados, y menos en medio del desierto. Eso me lleva a haceros otra recomendación: no paguéis el seguro antirrobo (el de todo riesgo sí), porque es prácticamente imposible que os lo lleven (y menos un Micra 😊). 


Avdat

A pocos kilómetros de La Casa de Ben-Gurión, se sitúan los restos arqueológicos de Avdat, una antigua ciudad nabatea del siglo tercero antes de Cristo, que fue clave en el comercio en la ruta entre Gaza y Petra. Para los aficionados al cine, aquí se rodó Jesucristo Súperstar.




Mirador del Cráter Mitzpe Ramón

Petroglifo en Mitzpe Ramón
Teníamos programado pasar la primera noche en Mitzpe Ramon, el pueblo a cuyos pies se encuentra el impresionante Makhtesh Ramon, un cráter “marciano” de 40 kilómetros de largo por 8 de ancho. Desde el mirador se presentan unos escenarios realmente increíbles, cuya visión te traslada a otro planeta. La localidad (cuyo nombre se debe al primer astronauta israelí de la historia) no tiene nada que visitar, pero el cráter no os lo podéis perder. Hay un centro de visitantes con un museo donde os pueden asesorar sobre las caminatas que ofrece el lugar. Para nosotros, lo mejor, es rodear el borde hasta los miradores para deleitarse con las vistas. Son paseos cortos, pero merece la pena sentarte un ratito para reflexionar con este paisaje de fondo. Algo que pasa casi desapercibido, son unos magníficos petroglifos situados cerca del centro de visitantes. Varias rocas con grabados espectaculares de miles de años de antigüedad a los que nadie parece prestar atención. ¿Otras opciones? Pues hay alguna más, pero no creo que merezcan la pena. Si llegáis en coche, en la carretera que va hacia Eilat hay tres puntos donde podéis parar: la Carpintería (unas piedras con formas hexagonales que pasan desapercibidas), Colored Sands (arenas de colores) y una poza de agua (bastante turbia) donde va a bañarse la gente en verano. También visitamos la Ammonite Wall, una pared gigantesca con enormes amonitas fosilizadas. Esto sí es curioso de ver, aunque deberéis andar un poquito (10- 15 minutos) desde el borde de la carretera (no hay parking, es sólo un saliente con espacio para un par de coches, aunque no había nadie).

Vistas del Cráter Mitzpe Ramón

Restaurante en Mitzpe Ramón
Después de recorrer el cráter (que no lo produjo ningún meteorito, sino que es fruto de la erosión de millones de años), decidimos comer en el restaurante del centro de visitantes, ya que no había muchas opciones. Allí es donde empezamos a percibir que, en Israel, mucha gente habla castellano, debido, sobre todo, a la gran cantidad de inmigrantes judíos procedentes de Sudamérica. Y allí también descubrimos el delicioso labneh (lo escriben de varias formas), que mantendría monopolizado mi estómago durante varios días (mi compañera se decantaba más por el humus). El plato típico de Israel, tanto de judíos como de musulmanes es un queso tipo yogur (como los de untar) rociado con aceite de oliva y una mezcla de especias (que incluyen hisopo, zumaque y sésamo), que lo metes en un pan de pita y te sabe a gloria bendita. Y más, con las impagables vistas del Cráter Ramón de fondo. Lo mejor de todo es que es barato, ya que no es el típico restaurante delicatessen. Es, sin duda, el mejor sitio que podéis elegir, por precio, calidad, y, sobre todo, por vistas. Deberían cobrarte los 11 euros de la comida sólo por sentarte en la terraza.



El alojamiento de aquella noche iba a ser uno de los más raros en los que nunca hemos dormido. Por muchas explicaciones que dé, será difícil imaginárselo, así que lo mejor es que veáis la foto del sitio. A simple vista parece un refugio nuclear, pero este “huevo” nos proporcionó una plácida y tranquila noche, disfrutando del silencio, la soledad y las estrellas del desierto. El Silent Arrow (62 euros) es una magnífica opción para dormir en Mitzpe Ramon.
Silent Arrow (Mitzpe Ramón)

La mañana amanecía igual de apacible, y mientras yo apuraba unas horitas más de sueño (es que el conducir cansa 😊) mi compañera corría 15 kilómetros hasta la Alpaca Farm, una granja de alpacas a la que las guías ponen puntuación máxima. No os puedo decir si es merecida o no esa valoración, porque no la visitamos. Después de haber visto todo tipo de camélidos (llamas, alpacas, vicuñas, guanacos…) en libertad en el altiplano chileno y de montar en avestruz en Sudáfrica, creímos que la granja no nos aportaría nada nuevo. Pero si vais en familia, tal vez sea una bonita experiencia interactuar con estos graciosos animalitos.

Paseo por los miradores del Cráter Mitzpe Ramón

Tras hacer la compra en el supermercado para llenar de provisiones nuestro pequeño maletero, nos ponemos de nuevo en marcha hacia el sur. Nos llaman la atención unos remolinos de polvo que se estaban formando a lo lejos, al borde de la carretera. Es habitual que haya pequeños tornados (quizás es exagerado llamarlos así, ya que ni mucho menos tienen su tamaño ni su fuerza devastadora, pero sí su forma), así que no le dimos más importancia. Pero a medida que nos acercábamos, esos remolinos de tierra eran cada vez más anchos y ruidosos. Pero un ruido metálico… como si arrastrarán objetos pesados en sus entrañas arenosas. Y efectivamente, lo hacían… Más bien los artefactos metálicos arrastraban al remolino… ¡¡Era una columna de tanques en maniobras!! La verdad es que fue impactante ver a aquellos monstruos con cremalleras rodar por el desierto. Cuando paramos a hacer unas fotos, efectivamente, a pie de carretera, una señal te avisa del peligro de cruzarte con estas columnas de blindados. Casi como espías, hicimos alguna foto medio a escondidas, hasta que los soldados de los carros de combate nos hicieron señas. Bajamos la cámara rápidamente, pero seguían llamando nuestra atención. Cuando llegaron a nuestra altura, nos dimos cuenta de que sólo nos saludaban efusivamente. Seguimos sacándoles fotos mientras los militares avanzaban con sus vehículos entre sonrisas y algarabía. En esta zona del Néguev hay varias bases militares, así que no es raro cruzarse con convoyes del ejército. Nosotros aprovechamos la parada en el arcén para “juguetear” con un tanque que señalaba la entrada a uno de estos cuarteles. Impresionante máquina.


Tanques israelís

Antes de llegar a Eilat, había un parque nacional que habíamos metido casi de relleno. Calculando el tiempo que nos llevaría visitar la ciudad costera bañada por el Mar Rojo, buscamos otras atracciones cercanas con las que completar ese día. Lo que había leído de Timna era muy sugerente, pero lo que ofrece este parque desértico es mucho más de lo que seguramente esperáis, y de lo que (injustamente) destacan las guías. A unos 30 kilómetros al norte de Eilat se encuentra, probablemente, el área protegida más bonita y sorprendente del país. Bonita, por sus increíbles formaciones rocosas, y sorprendente porque no imaginaba que pudiera encontrar tan lejos de Egipto un legado de los faraones del Nilo tan apasionante. Y repito, me parece increíble que a esta joya no la dediquen más de media columna en todas las guías. 

Pilares de Salomón (Parque Nacional Timna)



Pilares de Salomón
Desde el momento en que aparcas en el centro de visitantes te das cuenta de que este parque es diferente al resto por la excelente organización del mismo. Creo que recibe dinero americano, y eso influye, sin duda, en su organización, que nos recuerda más a la de los parques nacionales de Estados Unidos. Si visitáis más espacios naturales protegidos en Israel, os daréis cuenta del buen hacer en Timna. Cuando accedes al recinto, un “ranger” te explica sobre un mapa el recorrido que `puedes hacer y los lugares a visitar. Con tu entrada (unos 12 euros) te dan un mapa detallado con los lugares más interesantes, y si no os apetece tomar un refresco o un café, no queda nada más que arrancar el coche y adentrarse en este maravilloso mundo egipcio perdido, para viajar al pasado y descubrir una historia fascinante que os sorprenderá, sin duda alguna. Ah, sí, antes de encender el motor, se ve un magnífico vídeo (subtitulado en español) en una sala de cine decorada al estilo egipcio antiguo, en el que un guía del parque os hará un recorrido virtual del mismo, explicando su apasionante historia. 

Pilares de Salomón
The Arches (Los Arcos) Parque Nacional Timna

Ahora sí, coged vuestra botella de agua fresca y preparaos para descubrir un lugar fascinante, totalmente diferente a todo lo que habéis visto y veréis en Israel. La conducción dentro de los límites del parque no revierte dificultad alguna, ya que está perfectamente señalizado. Este lugar alberga la mina de cobre más antigua del mundo, que ya era explotada por los egipcios allá por el milenio tres antes de Cristo. Los faraones habían oído hablar de la riqueza del enclave, y no dudaron en mandar expediciones para explotarlo. Fruto de esta ocupación, hoy día se conservan petroglifos egipcios de hace 4000 años y un templo (semiderruido) dedicado a la diosa de la fertilidad Hathor, protectora de las minas, de quien se decía, que te podía destruir si la mirabas directamente a los ojos. Es emocionante ver en un paisaje tan desolado y desierto (en el sentido humano de la palabra) un relieve de Ramsés III que representa una ofrenda del poderoso faraón a la diosa. Digo emocionante, porque te ves allí sólo, subiendo y bajando rocas y escaleras, entre inabarcables paisajes, descubriendo en paredes solitarias antiguas inscripciones egipcias a las que nadie parece darles la importancia que merecen. Puedes, incluso, adéntrate en las entrañas de las minas.

                        


Petroglifos egipcios (Parque Nacional Timna)
              
Templo de Hathor (Timna)


Los puntos más importantes del recorrido son la Spiral Hill, el Champiñón (una roca con forma de hongo), el Champiñón y medio, the Charriots (los Carros) con los petroglifos egipcios, the Arches (Arcos), espectaculares arcos naturales de roca, el Templo de Hathor (del que apenas queda la base) y Salomons Pillars (lo Pilares de Salomón), unas “puertas” de pilares de roca gigantes que te sobrecogen, y te encogen, porque allí, a sus pies, te dará la sensación de que si esas columnas tuvieran vida, te comerían de un bocado como a un gusano del desierto. Hay que acercarse y asomarse a su interior para sentirte un diminuto en un país de gigantes.


Champiñón y Medio (Timna)
Champiñón (Timna)

La Esfinge (Timna)
Al final del recorrido hay otra formación rocosa, que, con el ángulo adecuado, os mostrará una esfinge. Supuestamente es natural, pero con la relación que tiene Timna con los egipcios, la coincidencia es más que sospechosa (aunque si te acercas, te darás cuenta de que no está tallada). Y la esfinge nos lleva directamente a la zona de descanso. Un estanque rodea un edificio que alberga la tienda de recuerdos y un amplio restaurante donde podréis comer… ¡¡un rico labneh!!, como yo hice, por supuesto. Un lugar ideal para escapar del calor del desierto, y para descansar y comer. Al ser la única opción, podría pensarse que es caro, pero tampoco lo es. Y aquel día, por fortuna, apenas había gente (otra pareja de turistas) así que el almuerzo fue de lo más relajante. Antes de irnos, rellenamos un tubito con arenas de colores que hay al lado del restaurante, que los visitantes pueden llevarse de recuerdo. Y para los más místicos, un poco más allá, hay una especie de tienda de campaña, que es una recreación de una antigua que utilizaban los judíos que transportaban el arca de la alianza. Se dice que metían este poderoso objeto sagrado en este habitáculo para protegerla durante la noche. 

Paisaje desértico al sur del Néguev

Timna es una de esas agradables irrupciones que aparecen en todos los viajes. Nosotros (las horas de carretera dan para muchos juegos), solemos hacer una lista de “sorpresas” y “decepciones” en cada viaje, y me gustaría trasladar esa lista a mis entradas. Ya sé que, como todo, los gustos son muy personales, pero de esta forma proporcionamos más material para debatir, y eso es positivo. Ya adelanto, que Timna, está en la lista de la izquierda, la de las sorpresas agradables.

Por fin llegábamos a Eilat. Aunque esta turística ciudad no era el objetivo principal de llegar hasta el punto más al sur del país (que también), no podíamos dejar de pasar la oportunidad de pasear por sus playas (nunca me ha gustado tumbarme al sol) y vivir el ambiente del Benidorm de Israel, donde la gente va a veranear y a bucear en las cristalinas aguas del hermoso Mar Rojo. ¿Qué ofrece Eilat? Cosas buenas y cosas no tan buenas… aunque siempre depende del tipo de turismo que te guste. A nosotros no nos gusta pasar días tirados en la arena, así que lo de las playas, nos interesa más bien poco. Dicho esto, tengo que decir que, aunque sí seáis de poneros bañador, no os esperéis encontrar los típicos arenales del Mediterráneo español. Allí son estrechas, pequeñas y llenas de piedritas, nada de arena fina. En cuanto a los servicios, ahí sí tendréis para elegir hoteles, restaurantes, bares, etc… ambiente, el que queráis. Y calor, también. Es húmedo, y, por lo tanto, más pegajoso. Se aguanta mucho mejor el del desierto. A pesar de proliferar negocios veraniegos para todo tipo de turistas, tuvimos suerte de ir en temporada baja-media, y aunque había gente, no nos agobió como podría pensar en un principio. 

Eilat



Sin grandes monumentos que visitar (más bien ninguno), si no eres de playa, puedes acercarte al acuario para ver el espectáculo de los animales marinos. Es caro, pero dicen que merece la pena. Nosotros llegamos tarde (los horarios son muy cortos, cierran a las 16.00h) y no pudimos entrar, aunque creo que tampoco lo hubiéramos hecho. Nos conformamos con sacarle una foto al edificio futurista que se sumerge sobre el mar y sobresale del agua como si fuera una nave espacial. 

Acuario de Eilat

Hay una cosa en Eilat que no había visto en ninguna otra ciudad del mundo (y los habrá, supongo). El aeropuerto internacional está en el centro de la urbe. Y cuando digo centro, es que puedes ir andando, cruzar una calle y entrar como si fuera un centro comercial, o salir con las maletas y toparte directamente con las tiendas de la avenida principal. Es chocante ver a los aviones despegar y aterrizar, literalmente, desde el centro de la ciudad. Y más, teniendo en cuenta, que tienen todo un desierto para colocarlo (de hecho, hay otro, varios kilómetros más allá, pero que no utilizan las compañías aéreas).

Tras dar varios paseos por las playas y las avenidas de la ciudad, fuimos a buscar nuestro alojamiento, que debo decir, fue todo un acierto. El Motel Sunset Inn (42 euros) se rodea de vegetación para aislarse del cemento y del ruido de la ciudad, y crear así un apacible entorno donde descansar y relajarse, en pleno centro. 

Eilat

Si no era Eilat el objetivo, ¿por qué atravesar todo el desierto e ir hasta el punto más al sur del país? Aparte de, como he descrito, disfrutar de lugares increíbles del Néguev, esta travesía nos acercaba a uno de los desiertos más bellos del mundo: el de Wadi Rum. Hace muchos años, en nuestro viaje a Egipto, visitamos la península del Sinaí (hoy en día sería complicado por su situación inestable, debido a los conflictos armados) y a través de Aqaba (Mar Rojo) llegamos a Jordania para ver una de las maravillas del mundo, Petra, un lugar que todo el mundo debería ver antes de morir, como se suele decir. Pero es evidente que el tiempo no perdona, y no da para todo. En su día nos conformamos con ver la antigua ciudad nabatea y Amman (más bien Petra, porque la capital tiene poco interés turístico. Aún dejando maravillas como la ciudad romana de Jerash o el castillo cruzado de Kerak, volvimos más que satisfechos, pero con una gran espina clavada llamada Wadi Rum. Cada vez que veía fotos de este sublime desierto, miraba atrás y me arrepentía de no haber sacado un par de días más para pisar esas maravillosas arenas rojizas. Ese desierto propio de Marte me llamaba desde el pasado y desde la distancia una y otra vez. Y ahora, tenía la oportunidad de enmendar mi “error” y conocer aquel paisaje que tanto espacio ocupaba en mi cabeza.

Eilat

A apenas hora y media de Eilat (en la misma frontera con Jordania) estaba una de las imágenes con la que más había soñado, uno de los sitios que más me había enamorado. Pero todas esas expectativas, acumuladas e intensificadas por el ansia de tantos años, podrían venirse abajo debido, precisamente, a esa idealización de un lugar que sólo conocemos en fotos. Como puede pasar con las personas, tal vez en vivo no me ofreciera toda esa magia de la que yo le había impregnado con esas expectativas. La respuesta, la confirmación o la decepción, se encontraba a pocos metros y a pocos minutos de distancia…

Os lo contaré en la próxima entrada…



 CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ: LOS ORÍGENES



Hablar del conflicto que enfrenta a judíos y palestinos en Israel, es, tal vez, incitar a la polémica. Todos, de algún u otro modo, tenemos preferencias o simpatías hacia uno u otro bando en mayor o menor medida. Puede que haya alguien situado en un punto medio de esa frontera de guerra donde haya encontrado el equilibrio, pero, desde que tengo uso de razón, no me he topado con nadie al que esta disputa le sea indiferente. Creo que, aunque, por supuesto, todos deseemos la paz y la convivencia de ambos pueblos, hasta que ese día llegue, sólo veremos blanco o negro.



Oriente Medio, origen de las batallas más crueles de nuestra historia, es de nuevo el escenario de una lucha sin cuartel que lleva años originando muertes, pobreza y odio, y que se expande más allá de Jerusalén. Enquistado bajo Tierra Santa, el conflicto ha logrado expandirse y condicionar la política internacional, convirtiéndolo en la punta de lanza de cada uno de los “ejércitos” en lucha. La ciudad santa me recuerda a Verdún, aquella batalla en suelo francés acaecida durante la I Guerra Mundial, en la que los atrincherados soldados alemanes y aliados morían a cientos de miles sin conquistar un solo metro al enemigo. Jerusalén, como los bosques de Lorena, se enroca en una partida de ajedrez que parece destinada a acabar en unas tablas eternas.

Entrar en debate llevaría muchas horas de apasionada discusión, de modo que aquí, de lo que se trata es de contar acontecimientos, tratando de ordenarlos para que los que tengan alborotada la cabeza con esta controversia puedan resolver semejante enredo.

Los medios de comunicación, muchas veces, nos mandan información tergiversada o incompleta del conflicto, confundiendo aún más a los que vemos el problema desde la distancia. No es cuestión de discutir sobre quién dispara primero o quién hace más daño o quien ocupa más terreno (que sí que lo es, tal vez, pero no aquí). Como amante de la Historia, nada mejor que recurrir a ella para resolver, con datos del pasado, dudas del presente. Retrocedamos al origen de todo…

El terreno que se disputan judíos y árabes estaba ocupado por tribus dispersas que se adentraron desde los desiertos del Este, allá por el 3000 a. C, aproximadamente. Situado entre Egipto y el valle del Tigris y el Éufrates, donde surgieron las primeras civilizaciones, esta zona de paso fue tomada por los cananeos, que la convirtieron en su hogar. Los hebreos, que seguían llegando desde el río Jordán, se hicieron fuertes y se impusieron al resto de tribus y a los propios cananeos hacia el año 1240 a. C. Pero el nuevo hogar de los israelitas se vería amenazado por un “Pueblo del Mar”, los filisteos, contra los que lucharon para poder seguir asentados en tierras fértiles.

A lo largo de los años posteriores, con los cananeos ya desaparecidos, la independencia israelí se vio interrumpida varias veces a causa de la irrupción de pueblos expansionistas más potentes, que obligaron a los hebreos a huir de su tierra. Asirios, persas, macedonios… pero sobre todo babilonios, empujaron al pueblo israelí más allá de sus fronteras. Sin embargo, regresaron, y no sería hasta la dominación romana cuando fueron de nuevo expulsados. Sometidos por los romanos tras una revuelta, el exilio judío sería casi definitivo…

El emperador Adriano, que odiaba a los judíos, bautizó de nuevo el país con el término “Palestina”, que no es otra cosa que la traducción en latín de “Filistea”, el antiguo enemigo de los hebreos. Los que actualmente se llaman “palestinos”, de hecho, son descendientes de cristianos, judíos y otras tribus, que simplemente se convirtieron al islam (la mayoría) cuando los musulmanes invadieron Palestina en el siglo VII, derrotando al imperio bizantino, heredero de los romanos. Comparten genes. Tras 400 años asentada, la población musulmana fue creciendo hasta convertirse en mayoritaria. Angustiados por la pérdida de Tierra Santa, los cristianos decidieron emprender una serie de cruzadas a partir del siglo XI para asegurarse los lugares de peregrinación. En esa lucha sin cuartel contra los árabes, la cruz cristiana logró, durante breves periodos de tiempo, implantarse en Jerusalén, que caería más tarde a manos de Saladino. A pesar de todo, los cristianos seguían manteniendo posiciones en Israel (sobre todo en la costa), y unos pocos europeos y judíos desafiaban el dominio árabe. En el siglo XVI el imperio otomano conquistó el territorio, que permanecería bajo su dominio hasta 1917, en las postrimerías de la I Guerra Mundial, cuando los británicos impondrían su mandato. Durante la ocupación otomana del siglo XIX, numerosos judíos que eran perseguidos en Europa, anhelaban regresar a su tierra. En esa época, la diáspora judía volvió en grandes oleadas de inmigrantes hacia su patria. Compraron tierras a los árabes ricos y a las autoridades otomanas, y poco a poco se fueron asentando de nuevo, en lo que, un día, fue su hogar. Este regreso, sin embargo, no fue visto con buenos ojos por parte de la población musulmana, que notaba como su “enemigo” iba ganando terreno y poder poco a poco.


Por su parte, los británicos, en su afán por derrotar a los turcos en la I Guerra Mundial, alentaban a los países árabes a sublevarse contra los otomanos. Los árabes podían ser el mejor de los aliados para el gran imperio británico. A cambio de su apoyo, los ingleses intentaron frenar la llegada de judíos a Palestina. Sin embargo, los hebreos, no se habían olvidado de su tierra prometida. Para comprometer aún más la situación británica en Oriente Medio, los judíos, a pesar de las prohibiciones de volver a su tierra, apoyaron a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. La diáspora judía en Europa, Sudamérica y sobre todo en Estados Unidos, donde se habían afianzado como una comunidad numerosa e influyente, presionó y proporcionó medios económicos para ayudar a la victoria aliada frente al Eje. Los británicos se encontraban entre la espada y la pared, sin saber qué solución dar para satisfacer a ambas partes.

Finalizada la guerra (1945), los árabes dejaron bien claro a los británicos que no iban a permitir que los judíos les comieran un terreno que consideraban suyo, y que la convivencia no iba a resultar placentera. Arrinconados, los europeos prometieron a los árabes que la inmigración judía no iría a más. Los judíos, decepcionados, comenzaron a cometer actos terroristas contra los británicos, que culminaron con el atentado al Hotel Rey David de Jerusalén, sede del Mandato Británico de Palestina, en el que el grupo paramilitar Irgún mató a 96 personas. El acto se produjo en respuesta a la Operación Agatha, en la que los británicos arrestaron a 2500 judíos sospechosos de terrorismo. La Agencia Judía fue asaltada para confiscar documentos en lo que se conoce como el Shabat Negro, ocurrido el 29 de junio de 1946.

Agobiados, los británicos decidieron traspasar el problema a la ONU, que decidió partir el territorio en dos partes casi iguales, algo a lo que se negaron desde el primer segundo los países árabes, que amenazaron con emprender una guerra contra los judíos si aquella propuesta fructificaba. Para ellos, el Estado israelí no debía existir. Algo que, por otro lado, no pudieron impedir, a pesar de la coalición histórica formada por estos países, que se sentían amenazados por los judíos, mucho menores en número. A los iniciales asesinatos de judíos por parte de los árabes, siguió la guerra. La advertencia de la Liga Árabe no tardó en cumplirse. Al día siguiente de proclamarse el Estado de Israel (14 de mayo de 1948), Transjordania (Jordania actualmente), Irak, Siria, Líbano y Egipto, con la ayuda de voluntarios de Arabia Saudí, Libia y Yemen, lanzaron sus ejércitos contra el recién creado Israel.


Los israelís, contra todo pronóstico y tal vez subestimados por sus enemigos, lograron derrotar a los árabes, que replegaron posiciones. Los refugiados y las persecuciones se produjeron en ambas partes. Quizás no sea tan conocido el éxodo judío de los países árabes, pero se calcula que casi un millón de judíos repartidos por Oriente Medio y norte de África fueron perseguidos, asesinados, expulsados y confiscados de tierras y bienes por parte de estas naciones árabes durante las siguientes décadas posteriores al nacimiento de Israel. Los refugiados huyeron hacia Estados Unidos y hacia su nuevo país, sobre todo, que se dedicó a “recolectar” a los suyos para traerlos a su nueva patria. En operaciones encubiertas dignas de películas de Hollywood, trasladaron a miles de judíos para rescatarlos de países como Etiopía, Irak, Marruecos o Yemen.

La Guerra del Sinaí (1956), la de los Seis Días (1967) o la de Yom Kipur (1973) dieron como vencedor a Israel, que con los años recibiría un importante apoyo por parte de Estados Unidos. El “hermano” americano le proporcionaría el armamento y los aviones más modernos, gracias a los cuales  han podido superar a sus vecinos árabes, a los que arrebató el Sinaí (Egipto), el sur del Líbano, los Altos del Golán (Siria) y gran parte de Cisjordania (Jordania). Devolvió los terrenos al Líbano y Egipto, pero sigue manteniendo los que conquistó a sirios y jordanos. Hoy día, las relaciones con Egipto y Jordania parecen haberse calmado.

Ahora, los palestinos de la franja de Gaza y Cisjordania se sienten presionados y desplazados por los colonos judíos, y vigilados de cerca por las autoridades hebreas. Israel controla Cisjordania pero no así Gaza, donde hoy en día se producen los enfrentamientos más graves. Líbano y Siria siguen encendiendo las sirenas de alarma israelís. Rodeado de países árabes, Israel intenta mantener su integridad territorial apelando al orgullo del ejército hebreo… "Masada nunca volverá a caer", una promesa autoimpuesta a sangre y fuego, que recuerda la última derrota judía a manos de un ejército extranjero (romanos).


No sé que deparará el futuro, pero me temo que, tras milenios de luchas, éste no se presenta nada halagüeño. Nadie va a renunciar a Tierra Santa sin derramar hasta la última gota de sangre. Recemos (el que lo haga) por la paz.