Continuábamos nuestra ruta por el Algarve, con un amanecer
claro tras una noche de tormenta. Desayunamos en Salema, con una bonita playa
con rocas verdosas, y sembrada de barcas de madera, que recuerdan el pasado
costero de la villa. Ahora, como casi todas las localidades de este bonito
litoral, sus habitantes ya no viven del pescado, sino del creciente y pujante
turismo, que atrae más dinero. Salema es un ricón muy agradable para tomar algo
tranquilo. En Burgao, aparte de los apartamentos y casas modernas construidas
para los europeos del norte (sobre todo ingleses), se puede parar en Cabanhas
Velhas, en Boca de Río, un bar "chill out" que ocupa una cala escondida.
Luz, fue sin duda uno de los descubrimientos del viaje. Es
un agradable pueblo costero con una iglesia preciosa, que se situa frente a la
fortaleza costera que defendía la ciudad, hoy ocupada por el Restaurante
Fortaleza Da Luz. Aunque no vayáis a comer, podéis asomaros a la terraza, desde
donde disfrutaréis de unas maravillosas vistas de los acantilados.
Lagos |
Lagos, para nosotros, fue sin duda la estampa urbana más
bonita de este recorrido. La plaza principal, abierta al paseo marítimo, ofrece
una bella panorámica de este pueblo clave en la Era de los Descubrimientos de
Portugal. Desde aquí partían las expediciones hacia África y Oriente, y aquí se
construyó el primer centro de esclavos de Europa, que hoy, convertido en museo,
se puede visitar para conocer un poco la historia de aquel triste pasado. Lo
cierto es que la visita se hace rápido, porque no es muy grande, a pesar de sus
dos plantas. Tampoco es que contenga grandes objetos históricos, y bueno, yo
que soy muy clásico, no me convenció el sistema que están adoptando cada vez más
museos de entregarte una tablet, enchufar a un panel, y ver los objetos y su
descripción en una pantalla de litio. Es evidente, que eso lo podemos hacer
desde casa, sin ir tan lejos a jugar con una pantalla táctil. Recuerdo que en
las Galápagos tenían el mismo sistema para un pequeño museo sobre las tribus
indígenas ecuatorianas. Ojalá no vayamos hacia ese camino…
De todas formas, si decidís entrar, es conveniente comprar
una entrada conjunta con la fortaleza y la iglesia de Santo Antonio, del año
1715 (5 euros los tres lugares). Ésta última merece mucho la pena, ya que su
sencilla fachada esconde un interior exquisitamente decorado que os dejará con
la boca abierta.
Desde el centro de la ciudad se emprende una bonita caminata
costera hasta, posiblemente, tres de las playas más bonitas del Algarve: Doña
Ana, Camilo y Ponta da Piedad. Si buscáis las típicas fotos del Algarve con
doradas playas salpicadas de montículos de arenisca y puentes de roca, las
encontraréis en este conjunto de arenales próximo a Lagos.
En el recorrido urbano, podréis observar auténticas moles de cemento sin acabar, que a pesar de haber sido abandonadas hace años, todavía cuelgan de sus vallas de obra vistosas fotografías del edificio concluído, en el que se muestran las excelentes calidades de ese apartamento soñado a pie de costa, en el que pasar tus merecidas vacaciones. Por supuesto, la sobreexpotación hotelera de la zona y dudosas prácticas empresariales han provocado que estos proyectos no se finalizaran, dejando una horrorosa huella, difícil de borrar del paisaje de la ciudad.
Ferragudo |
Carvoeiro |
Antes de dirigirnos a nuestro hotel en Porches (Albergaria
Don Manuel, 45 euros), nos aceramos hasta Benagil, la playa desde donde salen
las excursiones en barca para serpentear por las decenas de cuevas que hay en
la costa. Estaba ya casi anocheciendo, pero sólo se trataba de informarse para
el día siguiente, en el que tendría lugar la excursión.
Benagil |
Amanecía soleado, y después de atiborrarnos a bollos, fruta,
y embutido (sí, reconozco que en los buffetes como más de lo que debería),
enfilamos derechos hacia Benagil, donde a diferencia de la tarde anterior, en
los alrededores ya se notaba el movimiento de gente que llegaba para los tours.
Aparte del privado (que, si no soportáis a niños gritando y a graciosos que se
dedican a llamar la atención haciendo el tonto sin mirar a las cuevas, podéis
pagar los 250 eurazos si los tenéis. Yo me planteé pagarlos aunque no tuviera
para la gasolina para volver a casa), hay dos tipos de recorridos. Uno de media
hora (15 euros), que te llevan a 8 grutas, entre ellas la de el Algar de
Benagil, famosa por su enorme agujero en el techo, y otro de 1´15h en el que
visitas entre 15 y 20 cavidades. Nuestro objetivo principal era la icónica
imagen del Algar de Benagil, así que nos valió el recorrido corto. Más que de
sobra. La empresa es Taruga Benagil Tours, y no tiene pérdida, porque salen todas
las barquitas de la pequeña playa, donde tienen una pequeña taquilla de madera.
Es curioso como una cuadrilla de chicos llevan las barcas hasta el mar, a la
antigua usanza, empujando y usando rodillos de plastico para que rueden arena
abajo.
Praia de Marinha |
Como faltaban unos minutos para la salida, decidimos
emplearlos en visitar la Praia da Marinha, para fotografíar desde arriba el
impresionante arco de dos ojos. Volvímos, y disfutamos de un agradable (si
obviamos a ciertos pasajeros) paseo en barca, en el que observamos preciosas
calas e impresionantes cuevas. La más espectácular sin duda, como decía, el
Algar de Benagil. Por desgracia, fue imposible desembarcar en esta increíble
cala por las fuertes corrientes, pero es increíblemente bella. Está a apenas
200- 300 metros de donde salímos, y si sóis buenos nadadores (muy buenos y muy
decididos), podéis intentar hacer el tramo nadando (no está prohibido, pero es
totalmente desaconsejable por lo peligroso que resulta). La recompensa a esa
valentía (o imprudencia) es encontrarte a solas en un rincón mágico. Si
necesitáis descargar adrenalina, y no sois tan hábiles nadando, esperad al
aterrizaje de la barca a la vuelta de la excursión, porque es mejor que una
atracción de feria. El motor coge fuerza, acelera, la gente que espera en la
playa se aparta, y entráis a toda potencia, “arenizando” de forma espectácular
entre gritos de excitación y emoción.
Albufeira |
El recorrido seguía (ya en nuesro coche) por la playa de
Abandeira, que, a nuestro juicio, no merece la pena. 30 kilómeros más allá
esperaba Albufeira, una mezla entre Puerto Banús y Benidorm, que al final te
acaba gustando. La playa es enorme, y los miradores desde lo alto son
excelentes. Es curioso ver como protegen a los gatos callejeros, a los que
construyen casitas y alimentan para protegerlos. El paseo por la ciudad es muy
agradable. Sobre todo, las vistas, repito.
Sao Lorenzo de Matos |
Antes de llegar a la capital del Algarve, pasamos por
Almancil para visitar la preciosa Capilla de Sao Lorenzo de Matos. Está a pie
de carretera, un poco apartada, pero el cafecito que tomamos en una tranquila
taberna del pueblo, fue de los momentos más gratificantes de todo el viaje.
Aunque la iglesia estuviera cerrada, ese momento al sol en la terraza con
vistas a la capilla fue sensacional. Allí encontramos relajación, lejos del
ajetreo de las localidades turísticas de la costa (a pesar de que en esa época
no había masificación). Si tenéis suerte de entrar, os encontraréis una
magnífica cúpula que corona una estructura cuyas paredes están forradas con los
típicos azulejos portugueses del siglo XVIII.
Palacio de Belmarço, Faro
|
Faro es injustamente olvidada por los viajeros que se
acercan hasta el Algarve. La capital de la región, que alberga un aeropuerto
internacional, para muchos es sólo la puerta de entrada a las playas del sur de
Portugal, pero quien decida conocerla, descubrirá una interesantísima ciudad, a
la que, paradójicamente, le caracteriza la tranquilidad que tal vez le falte a
sus vecinas más pequeñas y menos pobladas, pero con más turistas.
Vistas desde el campanario de la Catedral de Faro |
El casco antiguo está rodeado de murallas circulares con
tres puertas de acceso, entre las que destaca el Arco da Vila, del siglo XVIII.
Unos muros que protegen una ciudad vieja salpicada de bellas residencias
burguesas y hermosos naranjos, que dan un color especial a la ciudad. Uno de
estos edificios señoriales es el Palacio Belmarço (s. XIX-XX), cuya fachada
azul aparecerá en varias de vuestras fotos.
Catedral de Faro |
La otra visita obligada es la Catedral, donde podréis deleitaros con su interior rococó, en el que destaca un
órgamo rojo de madera, que se decora con bonitas pinturas. A pesar de haber
sido dañada por el devastador terremoto de 1755, fue reconstruida de nuevo, y
hoy se puede subir hasta la torre del campanario para obtener unas vistas desde
las alturas de la ciudad. La entrada, que da acceso, además de a la catedral, a
la torre y al claustro, donde hay un pequeño osario, vale 3.50 euros.
Nuestra Señora do Carmo |
Entre Faro y Olhao se expande la Ría Formosa, un parque
natural que alberga grandes poblaciones de aves en época de migración. Olhao es
el mayor puerto pesquero del Algarve, pero carece de interés, más allá de
alguna playa. Pero después de las que habíamos visto en el Algarve occidental, aquellas
se nos quedaban fuera de la lista. Preferímos ir hasta Praia do Barril, una
larguísima playa que nos atrajo por su excéntrico cementerio de anclas marinas.
Los viejos pescadores iban abandonándolas en la arena, y a alguien se le
ocurrió colocarlas y ordenarlas para formar un curioso “camposanto” de anclas
oxidadas, que conceden a esta esquina una visión un tanto apocalíptica de un
lugar de esparcimiento, en el que encontráreis bares y restaurantes para comer,
que ocupan viejas casas de pescadores. Para llegar, se deja el coche en un
parking y se coge un pequeño tren (igual llegáis antes andando) que atraviesa
las zonas de marismas que rodean este entorno.
Cementerio de anclas, Praia do Barril |
Habíamos leído maravillas de Tavira, pero lo cierto es que a nosotros nos decepcionó. Tal vez hace años tuviera más vida, pero actualmente ese esplendor pasado parece haberse apagado. Parecía bastante decadente y descuidada. Triste y deprimida. Pero bueno, es nuestra sensación. Lo más interesante puede ser la Plaza de la República, y un puente romano, que dicen (yo sin ser ingeniero ni historiador creo que es una chapuza) ha sido restaurado de forma magistral. Intentamos buscar un restaurante para cenar, pero, o estaban llenos, o no nos covencían. Así que paramos en un supermercado y compramos algo para cenar en nuestro apartamento del Hotel Cabanas Park Resort (65 euros) en Cabanas de Tavira, donde se han construido numerosos complejos turísticos, aprovechando la proximidad de la Ría Formosa y las playas que rodean la zona.
Tavira |
Ya acercándonos a la frontera española, hicimos una última parada en territorio portugués en el pueblo fronterizo de Castro Marim, que ofrece como principal reclamo turístico el Fuerte de San Sebastián, y el castillo fundado por los templarios, que, tras la desaparición de éstos, pasó a manos de la Orden de Cristo de Portugal, de la que os hablaré aquí abajo.
Riotinto y Aracena, en Huelva, nos esperaban de camino a
casa.
Si duda, el Algarve es una zona con preciosas playas y
bonitos pueblos para pasar unas excelentes vacaciones. Pero para los que os lo tomáis con más calma, si debéis elegir por falta de tiempo, yo sin duda
recomendaría la zona más occidental, de Faro hasta el Cabo de Sao Vicente.
Tiene las mejores playas, la mejor infraestructura y con los pueblos más
bonitos. La zona oriental es más urbana y más industrializada. Pero eso depende
de cada uno…
En 1319, el Papa Clemente V, presionado por el rey francés
Felipe el Hermoso, decide disolver la Orden del Temple que tantos éxitos y
beneficios había conseguido para la iglesia católica. Los caballeros
hospitalarios, adalides del cristianismo, habían luchado contra los musulmanes
por toda Europa y Oriente Medio para tratar de recuperar Tierra Santa. Pero su
poder se había hecho tan fuerte, que despertó el recelo de los grandes monarcas
europeos, que veían amenazada su influencia.
De esta forma, fueron perseguidos, desposeídos de sus bienes
e incluso recluídos y asesinados bajo acusaciones, no del todo claras, de
practicar sodomía y la homosexualidad, y de adorar a dioses paganos y hasta al
mismísimo diablo. Considerados herejes, se aseguraba que escupían sobre la sagrada cruz de Cristo. Evidentemente, esta campaña de desprestigio y
escándalo, era orquestada por un monarca, que, sospechosamente, debía una
cantidad de dinero enorme a estos templarios.
Pero no todos los reinos de Europa les dieron la espalda. En
Portugal, allí donde habían surgido, el Rey Dinis desconfió de los cargos que
se les imputaban, y les ofreció refugio. Con la Orden del Temple disuelta, el
monarca luso se las apañó para fundar una nueva orden que heredaría los bienes
y posesiones de los antiguos caballeros templarios. La astuta y hábil
diplomacia del rey propició el resurgimiento de los templarios bajo otro
nombre: la Orden de Cristo, que fundaría su sede en Castro Marim. Numerosos
templarios de las disueltas ordenes se cobijaron en Portugal, donde habían
liberado el Algarve de la dominación musulmana. Dinis les consideraba claves en
esta lucha religiosa, y les concedió plenos poderes y recursos para seguir
desplazando a los musulmanes, que todavía amenazaban la península desde el
norte de África y España.
Hermanada con sus vecinos españoles de Calatrava, la Orden
de Cristo, se desplazó en 1357 a Tomar, para ocupar la antigua base de los
templarios. Con el apoyo de la corona de Portugal, la cruz roja se convirtió en
su emblema, y en el de toda una nación. Con la amenaza árabe controlada, los
nuevos templarios se echarían al mar en una nueva misión de descubrimiento y exploración,
en la que la cruz de Cristo estamparía las velas de las carabelas portuguesas que
dominaron medio mundo, con el Gran Maestre Enrique el Navegante al frente de
aquella potente flota.
Durante más de dos siglos amasaron el mismo poder que sus
antecesores en Francia, pero al igual que aquellos, sucumbieron al poder de la
Inquisición, que volvía de las sombras del pasado, para cobrarse las vidas que
se había olvidado en el pequeño Reino de Portugal. A mediados del siglo XVI se
produce un cambio de política en el país que arremete contra la Orden de
Cristo, hasta convertirla en una institución plenamente monástica, en manos,
precisamente, de la iglesia que la neutralizó.