miércoles, 30 de mayo de 2018

PORTUGAL - Elvas y Algarve (1) - Enrique el Navegante, la Era de los descubrimientos.



PORTUGAL - ELVAS Y ALGARVE
Marzo 2018
Praia da Rocha (Portimao)

La siempre caprichosa y cambiante climatología frenó nuestros planes de esta Semana Santa de 2018. La idea original era ir a Galicia, pero las previsiones meteorológicas no auguraban el tiempo deseado. La lluvia, el viento, la nieve y el granizo parecían alinearse para entorpecer nuestro camino hacia tierras celtas. Con un panorama tan desalentador en el horizonte, volvimos a mirar al mapa para ubicar otro destino más amable para los elementos. Los requisitos eran sencillos: no conocerlo, estar a tiro de coche y poder disfrutar del lugar sin que un tornado nos levantara por los aires o un alud de nieve nos impidiera regresar a casa.



Aunque había bastantes candidatos, Portugal nos hacía una señal desde el sur. Ya conocíamos el norte y Oporto, y el centro con Lisboa, de modo que las playas del Algarve eran la única franja de este pequeño, pero diverso país, que nos faltaba por visitar (exceptuando las islas). Siempre me ha llamado la atención la belleza de los arenales de esta zona bañada por el Atlántico. Había visto cientos de fotos de formas y arcos de arenisca, que, iluminados por un sol radiante, ensalzaban aún más la delicadeza y la imaginación con la que la naturaleza decidió sembrar este litoral.

Playa d Rocha (Portimao)

El atractivo paisajístico de las playas era innegable. Pero siempre teníamos el freno del turismo de masas. Miles y miles de personas tomando el sol, cientos de tumbonas, hamacas y sombrillas cubriendo la dorada arena y gritos humanos cuyos decibelios taparían, sin duda, el mágico sonido del mar. Nuestro propósito no era tumbarnos para ponernos morenos, sino apreciar el encanto y las formas increíbles de las rocas que vigilan la llegada del mar.

Por suerte, el cielo saldó su deuda con nosotros, y nos regaló unos días increíblemente azules y luminosos, pero con la temperatura exacta para que el baño se antojara atrevido para los turistas. Eso permitió que las playas se mostraran casi vírgenes ante nuestra cámara, y que disfrutáramos de ellas como preciosos cuadros de la naturaleza, y no como meros recipientes de bañistas.

Afortunadamente no habíamos reservado nada para Galicia y la ruta y los hoteles del Algarve los organizamos en media tarde. El trayecto desde Bilbao era largo, así que no demoramos tiempo en salir. De la puerta del trabajo al coche, y directos a la autopista con el maletero lleno de comida.

Extremadura nos recibía con el mejor de sus trajes, el verde intenso de la hierba con una rojiza y cálida puesta de sol que iluminaba aquella bella “alfombra” salpicada de olivos y margaritas. Estaba previsto dormir en Alburquerque (Badajoz), a donde llegaríamos ya anochecido, para ver el majestuoso Castillo de Luna, del siglo XIII, que preside el pueblo, a la mañana siguiente. La estancia en el Hotel Machaco fue muy gratificante, al igual que el ambiente del pueblo. Después de desayunar, rodeamos la fortaleza en un agradable sendero que discurre a la sombra de los árboles.
Fuerte de Nuestra Señora de Gracia (Elvas)

La frontera con Portugal quedaba a pocos kilómetros. El tiempo tan ajustado no nos permitía entretenernos mucho por el camino, pero casualmente, dos días antes, leí en un periódico (de esos de papel que ya casi nadie ojea), un reportaje muy interesante sobre una fortaleza portuguesa. El diario dedicaba un amplio artículo al Fuerte de Nuestra Señora de Gracia, una inexpugnable fortaleza del siglo XVIII, declarada Patrimonio de la Unesco, y levantada para defenderse del poderío de las armas de fuego que en aquella época empezaban a usarse. Construida en forma de estrella, sus gruesas murallas hacían de escudo frente a los posibles invasores (españoles) que intentaran conquistar tierras lusas. Un dato curioso es que sirvió de cárcel hasta 1975. Éste es el principal enclave defensivo, pero hay numerosos fuertes diseminados a lo largo de la frontera. Impactado por el tamaño (una vista aérea es espectacular) y por la historia de la fortaleza, en seguida me lancé a ubicar Elvas en el mapa. ¡¡Y hubo suerte!! ¡¡Nos pillaba de camino!! No hubo que desviarse, ya que se hallaba a tan sólo 8 kilómetros de la frontera, y en nuestra ruta hacia el sur. La visita, muy tempranera, consistió en rodear las murallas y fotografiarlas desde varios ángulos. Los horarios, en Portugal, son muy limitados, y abren (para mí, por lo menos) muy tarde y cierran muy pronto. Si a eso le añadimos que cierran para comer, pues es posible que te dejes varios lugares de interés sin visitar porque no te da tiempo a hacerlos en una misma jornada. Algunos sólo abren 5-6 horas al día (de 10.00h a 13.00h y de 15.00h a 17.00h por ejemplo). Otro consejo útil: llenad, si podéis, el depósito de combustible en España, porque la diferencia por litro puede ser hasta 30 céntimos.
Acueducto de Amoreira (Elvas)

Pero Elvas ofrece más atractivos para el visitante. Protegida entre murallas, su castillo medieval o la Fortaleza de San Mamede merecen un paseo. Sin embargo, la estructura más llamativa, es, sin duda, el Acueducto de Amoreira. Aunque los romanos fundaron la ciudad, este complejo de canales y arcos fue erigido en el siglo XVII, y con sus 8´5 kilómetros de longitud y 31 metros de altura, es el más grande de la península ibérica.

Catedral de Silves

En Silves entramos ya oficialmente en el Algarve. Allí nos aprovisionamos de comida en un supermercado, nos tomamos un café y fotografiamos el castillo de piedra rojiza y la catedral, lo más destacable de este tranquilo municipio. En Alvor, antes de llegar a Portimao, asistimos a una espectacular acrobacia de paracaidistas, que zigzagueaban en un vertiginoso descenso hacia el aeródromo, ante la atenta mirada de los curiosos. Si os gusta el paracaidismo o simplemente queréis descargar un poco de adrenalina, creo que allí podéis hacerlo.


Portimao fue el primer contacto con esas playas que tanto ansiábamos ver. Aunque la idea era ir hasta el Cabo de Sao Vicente (la punta más occidental de la región) e ir recorriendo la costa hasta Andalucía, decidimos asomarnos al mar en Portimao, ya que se nos puso muy fácil. El día estaba soleado, y tal vez las nubes ensombrecieran el paisaje al día siguiente, así que aparcamos (a la primera) y descubrimos la Praia da Rocha, que está en pleno casco urbano. Lo cierto es que no esperábamos encontrarnos con esas formaciones rocosas tan pronto, y tan cerca de una ciudad. Aquí, ya sí, se comienza a notar el turismo, con edificios y hoteles modernos, que en época de verano dan cabida a un número importante de turistas, procedentes, sobre todo, del norte y centro de Europa (ingleses que incluso compran muchas casas), que huyen de la lluvia y el frío de sus países para refugiarse en la cálida costa del Algarve.
Playa de Rocha (Portimao)

Parece ser, que, en verano, tanto el calor como la afluencia de turistas, son bastante intensos. Pero a finales de marzo – principios de abril, ninguno de los dos se dejó notar con especial intensidad. Era el clima ideal, con el ambiente ideal. Ni mucho ni poco, ni frío ni calor. Habíamos leído, que incluso, algunos viajeros habían tenido que desistir de parar en ciertas localidades porque no había sitio para aparcar el coche, y que las carreteras sufrían retenciones por el denso tráfico. Pero eso debe ser en verano. Por cierto, hay una autopista de peaje, pero la carretera nacional está muy bien, y como son distancias cortas, es una buena opción para ahorrar en peajes.

Fortaleza de Sagres

Bajamos por unas escaleras hasta una pequeña cala de arena dorada y pináculos de arenisca que asomaban por encima del mar esmeralda. El contraste de colores, con el cielo azul, era precioso.

Cabo Sao Vicente
De allí nos dirigimos hacia Sagres, donde Enrique el Navegante estableció una escuela de navegación y uno de los centros de investigación más importantes de la historia de Europa, que a la postre se mostraría fundamental en la exploración marítima y el comercio que convertiría al Reino de Portugal en una de las principales potencias de la época. Se puede visitar la fortaleza donde se ubicó este complejo académico. Cerca se encuentra el Cabo de Sao Vicente, que marca el punto más occidental del sur de Portugal. Debajo de él, un perfil de bellos acantilados que caen 80 metros hacia un Océano Atlántico, que llega hasta el continente americano. A pesar del trajín de personas que se acercan a ver el atardecer, la estampa del bello faro y las escarpadas paredes bien merecen un paseo.

Vista de los acantilados desde el Cabo Sao Vicente

De camino a Vila do Bispo, paraos en Raposeira, un pequeño pueblo a pie de carretera, donde hay una ruta de menhires. Lo cierto es que está muy mal marcado el recorrido. Sí, aparecen los típicos letreros marroncitos, pero cuando entras en el estrecho camino (sólo cabe un coche y es de doble sentido), tendréis que estar muy atentos, porque de repente, los megalitos desaparecen. No están donde marcan los letreros. Nosotros nos volvimos locos buscándolos, hasta que por fin encontramos el que más nos interesaba, el Menhir do Pradao, llamado también colmillo, por su forma. El menhir, con la luz del atardecer iluminando su roca blanca, era mágico. Merece la pena ir en busca de estos restos megalíticos, que dicen, son los más antiguos de Europa, con más de 6.500 años de antigüedad.


Menhir do Pradao, cerca de Raposeira

Ya en nuestro hotel de Vila de Bispo (Casa Mestre Guesthouse, 44 euros), cenamos en la cocina comunitaria, donde conocimos a tres jóvenes (uno canario, otro francés y una chica brasileño-alemana) que eran estudiantes de Erasmus, y que se encontraban realizando “El Sendero del Pescador”, que, reconozco, no conocía, y que debe ser algo parecido al Camino de Santiago español. Entre otras cosas, nos contaron, mientras preparaban sus pizzas, que Lisboa (donde estudiaban) se estaba poniendo imposible para vivir debido al alto precio de los alquileres de viviendas. Es un destino de moda, que atrae mucho turismo, y como pasa en otros lugares (se me ocurre Baleares, en España), los precios se adaptan al turista y no al habitante, lo que hace realmente complicado que una persona con un sueldo medio-bajo pueda llegar a fin de mes. Vila de Bispo es un pueblo tranquilo, situado en una encrucijada en la que confluyen las carreteras nacionales que van al norte y al este, lo que la hace ideal para pernoctar. Y nuestro alojamiento, era genial. Para los acuáticos, tiene hasta piscina. Muy buena relación calidad-precio.

Iglesia de Vila de Bispo


 ENRIQUE EL NAVEGANTE


 

Resulta, cuando menos, curioso, que un hombre que sólo salió a la mar tres veces en su vida (en las que recorrió pequeñas distancias), fuera el artífice del mayor desarrollo naval del siglo XIV, y el protagonista principal de la “Era de los descubrimientos”.


Enrique nació en Oporto, en 1394. Hijo de reyes, pero lejos de poder reinar, por no ser el primógenito, el hijo de Juan I de Portugal y Felipa de Lancaster, comenzó, de muy joven, a ganarse el mérito y el respeto que a cualquier príncipe de la época se le suponía. Con los musulmanes ya expulsados de casi toda la península ibérica (sólo se mantenía el Emirato de Granada), Enrique convenció a su padre para emprender una campaña militar en Ceuta, y arrebatarle la ciudad estratégica norteafricana a sus enemigos. El enclave fue tomado en 1415, y con él, una de las rutas comerciales más jugosas. Ese mismo año recibiría el título de Conde de Viseu, y sería nombrado Gran Maestre de la Orden de Cristo.


Con el apoyo de su familia y del Papa, Enrique volcó todos sus esfuerzos en la exploración naval. Rutas comerciales y nuevas tierras para el Reino de Portugal esperaban sobre el océano. Desde Lagos partían expediciones hacia áfrica. Expediciones que formaban unos magníficos barcos que los portugueses acababan de diseñar: las carabelas. A bordo de estas ágiles embarcaciones, excelentes marineros navegaban hacia un mundo desconocido. Portugal tenía el monopolio de exploración de todo el territorio más allá del Cabo Bojador, pero las historias de monstruos marinos gigantes que engullían barcos, del agua que hervía como si fuera el infierno y de enormes pozos que se tragaban el mismo mar, estremecía tanto a los marineros, que muchos se negaban a navegar una vez llegados al cabo, donde sólo esperaba el fin del mundo.


Madeira fue descubierta en 1420, las Azores en 1426, y ya en 1434, Gil Eanes comprobó que después de Bojador, no había ningún infierno, y que la mayoría de los barcos que naufragaban, lo hacían porque navegaban cerca de la costa, impactando contra las piedras del fondo de las aguas poco profundas cercanas a la orilla. En 1445, Senegal, más al sur del Cabo Bojador (Sáhara), supuso el acceso al esclavismo, que tendría su puerta de entrada a Europa a través de Lagos, donde los portugueses traían a hombres negros del África subsahariana, para ser vendidos en el primer mercado de esclavos del continente europeo. La esclavitud supuso una importante fuente de ingresos, que nadie se atrevió a discutir. A ojos europeos, la piel negra no daba rango de humano, y los propios reyes tribales no dudaban en vender a su propia gente a los portugueses.


En 1447, los lusos llegaron a Guinea, en 1455 a Gambia y en 1460 a Cabo Verde.


Enrique moría en Sagres en 1460, habiendo dejado un rico legado y unas instrucciones claras para sus sucesores: rodear África. Los Bartolomé Días, Vasco de Gama y Fernando de Magallanes se encargaron de expandir las fronteras de Portugal, convirtiéndo a la pequeña nación en una potencia mundial colonial, que rivalizaba con sus vecinos españoles por el control del mundo conocido.
Hasta aquí, los hechos históricos más o menos contrastados, y a partir de ahora, como si nos dirigieramos a bordo de nuestra calabera más allá del Cabo Bojador, el misterio.
De los descubrimientos auspiciados por Enrique no hay duda alguna. De la forma de conseguirlos, muchas. Mientras algunos historiadores sostienen que fueron los propios navegantes portugueses los que, a través de su experiencia y buen hacer en el mar, lograron llegar a tan lejanas tierras, otros eruditos defienden la teoría de la gran Escuela de Navegación que Enrique habría fundado en Sagres, donde se habría instalado en 1418, y no en 1457, como sostienen los que rechazan esta posibilidad, que se fundamentan en que, como su apodo, que se lo pusieron unos historiadores alemanes del siglo XIX, no es más que otra fantasía creada siglos más tarde, que no se apoya en ningún resto arqueológico encontrado hasta la fecha.
Los que sí creen que este edificio de sabiduría es el “padre” de las exploraciones portuguesas del siglo XIV, aseguran que allí, Enrique el Navegante, reunió a los mejores cartógrafos, astrónomos, científicos y navegantes, sin discriminarles por raza o religión. Marinos genoveses, matemáticos árabes, cartógrafos judíos (de la escuela mallorquina) … todos respondieron a la llamada de Enrique, y llegaron a Sagres con grandes conocimientos e ideas, que permitieron convertir a Portugal en una de las potencias mundiales durante los siglos XIV y XV.