IRLANDA
Junio 2011
Si alguna vez dejara de sentir por Escocia, me arrojaría sin duda a los brazos de la bella Irlanda para consolar mi herido corazón. La “Isla Esmeralda” es hermosa, atrevida, hospitalaria y divertida. Con ella te reirás, te emocionarás y de ella aprenderás. Permitidme que os la presente…
Aterrizamos en Dublín, recogimos nuestro coche de alquiler y sin más tiempo que perder, enfilamos la carretera para llegar a Irlanda del Norte. Pero la primera parada, a 16 kilómetros a las afueras de la capital, iba a ser el castillo de Malahide. Este pueblo costero alberga elegantes mansiones, a las que sus dueños acuden, sobre todo, en época estival, para disfrutar de los encantos de esta agradable localidad que se asoma a un estuario. La visita al bonito castillo se realiza alrededor de unos jardines, desde los que obtendréis bellísimas fotos de esta construcción medieval propiedad de la familia Talbot durante 800 años, hasta 1975, cuando pasó a manos del Condado de Dublín.
Castillo de Malahide |
En Slane, aparte de bonitas ruinas eclesiásticas, también
nos topamos con otro castillo (todos los pueblos tienen su torre, por lo
menos), esta vez del siglo XVIII, cuyos jardines proporcionan un aforo de hasta
100.000 personas. No es que el sitio sea tan conocido ni tan espectacular como para
que vaya toda esa gente al mismo tiempo… Desde los años 80, este espacio se
dedica como recinto de conciertos de música moderna. Las bandas más míticas del
rock han pisado esta hierba. Pero nosotros no acudíamos allí a gritar a pecho
abierto a nuestros ídolos de la guitarra… Nuestra visita se debía a otro
espectáculo ancestral que nos iba a poner la carne más de gallina que la balada
de rock más romántica.
Slane Farm |
Newgrange era nuestro destino. Pero antes de descubrir este
mágico recinto arqueológico, debíamos hacer noche en el pueblo. Habíamos
reservado una habitación en la granja Slane, pero para nuestra sorpresa, estaba
ya ocupada. ¡¡Todos las habitaciones ocupadas!! La madre de la chica que nos atendía había
cometido un pequeño error al colocarnos el día. Nos había apuntado para la
noche anterior. Muy disgustada, la mujer se ofreció a buscarnos otro
alojamiento. La otra opción era dormir en el cuarto de las literas comunitario.
A mi me gusta la intimidad, y no descansaría bien durmiendo con varios
desconocidos al lado. No podría disfrutar de mis lecturas nocturnas, ni planear de noche
el resto del viaje… Pero tuvimos suerte, y dio la casualidad de que no había
nadie aquella noche, así que, en vez de 70 euros, nos saldría por 35. Y digo “saldría”
porque a la mañana siguiente, cuando llegó la dueña, después de disculparse, no
nos quiso cobrar nada, e incluso nos dijo, que, a la vuelta, volviéramos para
que nos diera (gratis), la habitación que habíamos reservado. Así de increíbles
son los irlandeses. De verdad, muy buena gente.
Como hablaré de Newgrange en la segunda parte, sólo os diré un par de datos prácticos… La entrada vale 6 euros y hay que coger un shuttle bus para acceder al túmulo. El centro de visitantes tiene una interesante exposición que merece la pena ver. Aquel día de junio sólo éramos cuatro en el turno, pero si vais el día 21 de diciembre (solsticio de invierno) creo que hay que apuntarse a listas de espera y confiar en que la suerte os acompañe para ser uno de los elegidos. Después de maravillarnos con el lugar y tras comprar unos colgantes celtas, reemprendimos la marcha hacia Irlanda del Norte.
Cómo ya sabréis, este territorio, aunque esté en Irlanda,
pertenece al Reino Unido (no hablaré de política), y para pasar en coche de
alquiler tendréis que pagar un pequeño suplemento. Yo tenía especial curiosidad
por este territorio, al que muchos esquivan en su viaje a la isla. Está claro,
que por muy triste y violento que fuera el conflicto que durante tantos años había
castigado a esta bella zona, la curiosidad del que quiere saber derriba
fronteras y prejuicios. Quería respirar en vivo el ambiente de una comunidad,
unida físicamente, pero separada ideológicamente. Quería comprobar si esa
convivencia tan compleja que se nos mostraba en los medios de comunicación, estaba
realmente cargada de tanto odio. Quería tomar el pulso a esa relación entre
católicos y protestantes… entre unionistas y separatistas… Pero, sobre todo,
quería sentir el hechizo de La Calzada de
los Gigantes, una maravilla geológica, que ya os adelanto, me arrebató la
noción del tiempo.
Monasterboice (izquirda, Cruz de Muiredach) |
Pero antes de pisar suelo británico, había que parar en Monasterboice. Este conjunto eclesiástico en ruinas, fundado por un discípulo de San Patricio durante el siglo V, alberga, posiblemente, las cruces celtas mejor conservadas de todo el país. En el cementerio pudimos observar, fascinados, durante varios minutos, el increíble detalle de las escenas bíblicas grabadas en los pilares de estas maravillosas cruces. El silencio y la soledad nos ayudaron a conectar mejor con los orígenes del cristianismo irlandés. Erigidas alrededor de los centros religiosos, su finalidad consistía en reconocer un lugar como lugar de culto y de rezo. Muchas hacían honor a algún abad ilustre o mecenas del monasterio, que recibían el reconocimiento de la comunidad cristiana, a través de estas ornamentadas cruces, que llegaban a alcanzar varios metros de altura. El círculo que rodea la parte superior se cree que es para ahuyentar a los demonios cuando los rayos del sol atraviesan sus huecos.
Monasterboice, Tall Cross |
Monasterboice |
Hay muchos motivos para visitar Newgrange… El principal,
seguramente, es encontrar pistas que os lleven hasta sus constructores y entender
de esta forma, la finalidad con la que lo erigieron. El segundo, es admirar la
grandiosidad de este monumento, para quedar maravillado ante las magníficas
rocas que lo componen. Y el tercero no os lo va a contar nadie, ni lo leeréis
en ningún sitio… el tercero es… la magia.
Magia que trae el río Boyne, que riega a su paso el valle
del mismo nombre, originando un paisaje verde y fértil que llena todos tus
sentidos. En el Condado de Meath (Leinster), a medio camino entre Dublín e
Irlanda del Norte, se alza el yacimiento arqueológico más importante de
Irlanda. Sus orígenes, aunque ya fechados en el 3000 A.C, siguen siendo todo un
reto para los científicos, que todavía tratan de desentrañar los misterios que
esconde Newgrange.
Esta construcción, fuera lo que fuera, y la levantara quien
la levantara, ya servía a sus creadores mucho antes de que Stonehenge o la Gran
Pirámide de Egipto levantaran polvo sobre nuestra tierra. El hombre neolítico, como el moderno, miraba
al cielo para que los astros guiaran sus pasos. Y como nosotros, ellos también
necesitaban un reloj que les orientara en sus tareas. Muchos creen que
Newgrange se realizó para este propósito. Cada 21 de diciembre, en el solsticio
de invierno del hemisferio norte, el sol acude, puntual, a su cita anual, para
intimar con la tumba central de Newgrange bajo una luz cálida y pausada.
En realidad, este bellísimo entorno se encuentra rodeado de túmulos (muchos en propiedades privadas), pero son tres de ellos los que conforman el triángulo mágico que nos invita a visitar este magnífico complejo. A Dowth sólo pueden acceder los arqueólogos, y Knowth debe visitarse en grupo organizado.
Sin embargo, Brú na Bóinne nos abre su estrecho pasadizo
para que podamos desentrañar los misterios que esta tumba guarda. Con 90 metros
de diámetro y 11 de alto, la estructura rellena de grandes piedras, está
rodeada de varios menhires, y construida, en parte, con cuarzo traído de las montañas
de Wicklow, a 100 kilómetros de distancia, y que pudieron transportar,
probablemente, en balsas. Una cuarcita que da ese color blanco a la pared
exterior, y en cuya entrada se coloca una enigmática piedra con extraños
dibujos que nadie, hasta ahora, ha conseguido interpretar. Espirales, formas
onduladas y líneas se mezclan en esta pesada roca que protege el acceso
principal. Un acceso por el que se llega a los nichos, o más bien, al
crematorio donde los investigadores sostienen que incineraban a sus muertos el
pueblo que lo construyó. Una construcción que calculan, duró de 40 a 80 años.
Pero otra hipótesis enmarca estas cremaciones en posibles
sacrificios humanos, ya que no se han encontrado más de cinco cuerpos juntos.
Esto indicaría que nada más producirse la ofrenda humana a los dioses,
retiraban los restos para dejar espacio para el siguiente ritual. Otros
apuestan a que se apresuraban a arrastrar a los difuntos, porque tenían la
creencia de que justo el día del solsticio de invierno, el día más corto del
año, los espíritus se levantaban para dar la bienvenida a la primavera. Y hay
quién piensa que la escasez de restos humanos se debe a que sólo grandes
personalidades de la comunidad tenían el paso abierto para descansar en el más
sagrado de los cementerios.
Por último (aunque seguro que hay y que surgirán muchas más teorías), muchos quieren ver en esa alineación perfecta, la prueba más fehaciente de que se trataba de un preciso centro astronómico en el que estudiaban las estrellas.