domingo, 21 de enero de 2018

IRLANDA (1) - Newgrange, pasaje al otro mundo.


IRLANDA

Junio 2011




Si alguna vez dejara de sentir por Escocia, me arrojaría sin duda a los brazos de la bella Irlanda para consolar mi herido corazón. La “Isla Esmeralda” es hermosa, atrevida, hospitalaria y divertida. Con ella te reirás, te emocionarás y de ella aprenderás. Permitidme que os la presente…


A pesar de que el país celta siempre había estado en la cima de mis preferencias viajeras, algo (mi terquedad), me impedía priorizar esta visita sobre otras. Todos los viajeros venían enamorados de Irlanda… el mundo celta me apasiona… los paisajes verdes me encantan… y la historia irlandesa siempre ha llenado mis lecturas. Entonces, ¿por qué retrasar tanto un viaje, que encima, a priori, es cercano y barato? Pues el miedo a que esas grandes expectativas se desinflaran. La cercana Escocia tenía el listón tan alto, que dudaba mucho de que Irlanda fuera a impresionarme. Pero me equivocaba… Tanto, que ahora me siento culpable por serle infiel a mi querida Escocia.




Aterrizamos en Dublín, recogimos nuestro coche de alquiler y sin más tiempo que perder, enfilamos la carretera para llegar a Irlanda del Norte. Pero la primera parada, a 16 kilómetros a las afueras de la capital, iba a ser el castillo de Malahide. Este pueblo costero alberga elegantes mansiones, a las que sus dueños acuden, sobre todo, en época estival, para disfrutar de los encantos de esta agradable localidad que se asoma a un estuario. La visita al bonito castillo se realiza alrededor de unos jardines, desde los que obtendréis bellísimas fotos de esta construcción medieval propiedad de la familia Talbot durante 800 años, hasta 1975, cuando pasó a manos del Condado de Dublín.

Castillo de Malahide

En Slane, aparte de bonitas ruinas eclesiásticas, también nos topamos con otro castillo (todos los pueblos tienen su torre, por lo menos), esta vez del siglo XVIII, cuyos jardines proporcionan un aforo de hasta 100.000 personas. No es que el sitio sea tan conocido ni tan espectacular como para que vaya toda esa gente al mismo tiempo… Desde los años 80, este espacio se dedica como recinto de conciertos de música moderna. Las bandas más míticas del rock han pisado esta hierba. Pero nosotros no acudíamos allí a gritar a pecho abierto a nuestros ídolos de la guitarra… Nuestra visita se debía a otro espectáculo ancestral que nos iba a poner la carne más de gallina que la balada de rock más romántica.
Slane Farm

Newgrange era nuestro destino. Pero antes de descubrir este mágico recinto arqueológico, debíamos hacer noche en el pueblo. Habíamos reservado una habitación en la granja Slane, pero para nuestra sorpresa, estaba ya ocupada. ¡¡Todos las habitaciones ocupadas!! La madre de la chica que nos atendía había cometido un pequeño error al colocarnos el día. Nos había apuntado para la noche anterior. Muy disgustada, la mujer se ofreció a buscarnos otro alojamiento. La otra opción era dormir en el cuarto de las literas comunitario. A mi me gusta la intimidad, y no descansaría bien durmiendo con varios desconocidos al lado. No podría disfrutar de mis lecturas nocturnas, ni planear de noche el resto del viaje… Pero tuvimos suerte, y dio la casualidad de que no había nadie aquella noche, así que, en vez de 70 euros, nos saldría por 35. Y digo “saldría” porque a la mañana siguiente, cuando llegó la dueña, después de disculparse, no nos quiso cobrar nada, e incluso nos dijo, que, a la vuelta, volviéramos para que nos diera (gratis), la habitación que habíamos reservado. Así de increíbles son los irlandeses. De verdad, muy buena gente.


Como hablaré de Newgrange en la segunda parte, sólo os diré un par de datos prácticos… La entrada vale 6 euros y hay que coger un shuttle bus para acceder al túmulo. El centro de visitantes tiene una interesante exposición que merece la pena ver. Aquel día de junio sólo éramos cuatro en el turno, pero si vais el día 21 de diciembre (solsticio de invierno) creo que hay que apuntarse a listas de espera y confiar en que la suerte os acompañe para ser uno de los elegidos. Después de maravillarnos con el lugar y tras comprar unos colgantes celtas, reemprendimos la marcha hacia Irlanda del Norte.

Cómo ya sabréis, este territorio, aunque esté en Irlanda, pertenece al Reino Unido (no hablaré de política), y para pasar en coche de alquiler tendréis que pagar un pequeño suplemento. Yo tenía especial curiosidad por este territorio, al que muchos esquivan en su viaje a la isla. Está claro, que por muy triste y violento que fuera el conflicto que durante tantos años había castigado a esta bella zona, la curiosidad del que quiere saber derriba fronteras y prejuicios. Quería respirar en vivo el ambiente de una comunidad, unida físicamente, pero separada ideológicamente. Quería comprobar si esa convivencia tan compleja que se nos mostraba en los medios de comunicación, estaba realmente cargada de tanto odio. Quería tomar el pulso a esa relación entre católicos y protestantes… entre unionistas y separatistas… Pero, sobre todo, quería sentir el hechizo de La Calzada de los Gigantes, una maravilla geológica, que ya os adelanto, me arrebató la noción del tiempo.

Monasterboice (izquirda, Cruz de Muiredach)



Pero antes de pisar suelo británico, había que parar en Monasterboice. Este conjunto eclesiástico en ruinas, fundado por un discípulo de San Patricio durante el siglo V, alberga, posiblemente, las cruces celtas mejor conservadas de todo el país. En el cementerio pudimos observar, fascinados, durante varios minutos, el increíble detalle de las escenas bíblicas grabadas en los pilares de estas maravillosas cruces. El silencio y la soledad nos ayudaron a conectar mejor con los orígenes del cristianismo irlandés. Erigidas alrededor de los centros religiosos, su finalidad consistía en reconocer un lugar como lugar de culto y de rezo. Muchas hacían honor a algún abad ilustre o mecenas del monasterio, que recibían el reconocimiento de la comunidad cristiana, a través de estas ornamentadas cruces, que llegaban a alcanzar varios metros de altura. El círculo que rodea la parte superior se cree que es para ahuyentar a los demonios cuando los rayos del sol atraviesan sus huecos.

Monasterboice, Tall Cross
En Monasterboice debéis buscar la West Cross o Tall Cross. Con sus 6.5 metros es la más alta y una de las más espectaculares, aunque no está tan bien conservada como la de Muiredach o South Cross, que a pesar de ser un metro más baja, tiene una piedra que ha soportado mejor el paso del tiempo. Del siglo X, y dedicada a un famoso clérigo, es la más importante y hermosa de Irlanda. Siempre me había sentido atraído por estas magníficas cruces celtas, pero observándolas en vivo, me causaron todavía más impresión. Tanto, que me traje una réplica ( no a tamaño real, no seáis bestias) que tengo colgada en la pared del salón, rodeada de tribus (anzuelo maorí, didgeridoo y boomerang aborigen, escudo y lanza masais, atrapasueños navajo...)

Monasterboice

No puedo encontrar un mejor sitio para descansar y relajarse, que a los pies de estas magníficas cruces celtas, antes de encarar la siguiente etapa del viaje hacia Irlanda del Norte. Tomad aire, que lo que asoma va a ser apasionante…

NEWGRANGE




Hay muchos motivos para visitar Newgrange… El principal, seguramente, es encontrar pistas que os lleven hasta sus constructores y entender de esta forma, la finalidad con la que lo erigieron. El segundo, es admirar la grandiosidad de este monumento, para quedar maravillado ante las magníficas rocas que lo componen. Y el tercero no os lo va a contar nadie, ni lo leeréis en ningún sitio… el tercero es… la magia.

Magia que trae el río Boyne, que riega a su paso el valle del mismo nombre, originando un paisaje verde y fértil que llena todos tus sentidos. En el Condado de Meath (Leinster), a medio camino entre Dublín e Irlanda del Norte, se alza el yacimiento arqueológico más importante de Irlanda. Sus orígenes, aunque ya fechados en el 3000 A.C, siguen siendo todo un reto para los científicos, que todavía tratan de desentrañar los misterios que esconde Newgrange.



Esta construcción, fuera lo que fuera, y la levantara quien la levantara, ya servía a sus creadores mucho antes de que Stonehenge o la Gran Pirámide de Egipto levantaran polvo sobre nuestra tierra.  El hombre neolítico, como el moderno, miraba al cielo para que los astros guiaran sus pasos. Y como nosotros, ellos también necesitaban un reloj que les orientara en sus tareas. Muchos creen que Newgrange se realizó para este propósito. Cada 21 de diciembre, en el solsticio de invierno del hemisferio norte, el sol acude, puntual, a su cita anual, para intimar con la tumba central de Newgrange bajo una luz cálida y pausada.


En realidad, este bellísimo entorno se encuentra rodeado de túmulos (muchos en propiedades privadas), pero son tres de ellos los que conforman el triángulo mágico que nos invita a visitar este magnífico complejo. A Dowth sólo pueden acceder los arqueólogos, y Knowth debe visitarse en grupo organizado.


Sin embargo, Brú na Bóinne nos abre su estrecho pasadizo para que podamos desentrañar los misterios que esta tumba guarda. Con 90 metros de diámetro y 11 de alto, la estructura rellena de grandes piedras, está rodeada de varios menhires, y construida, en parte, con cuarzo traído de las montañas de Wicklow, a 100 kilómetros de distancia, y que pudieron transportar, probablemente, en balsas. Una cuarcita que da ese color blanco a la pared exterior, y en cuya entrada se coloca una enigmática piedra con extraños dibujos que nadie, hasta ahora, ha conseguido interpretar. Espirales, formas onduladas y líneas se mezclan en esta pesada roca que protege el acceso principal. Un acceso por el que se llega a los nichos, o más bien, al crematorio donde los investigadores sostienen que incineraban a sus muertos el pueblo que lo construyó. Una construcción que calculan, duró de 40 a 80 años.




Pero otra hipótesis enmarca estas cremaciones en posibles sacrificios humanos, ya que no se han encontrado más de cinco cuerpos juntos. Esto indicaría que nada más producirse la ofrenda humana a los dioses, retiraban los restos para dejar espacio para el siguiente ritual. Otros apuestan a que se apresuraban a arrastrar a los difuntos, porque tenían la creencia de que justo el día del solsticio de invierno, el día más corto del año, los espíritus se levantaban para dar la bienvenida a la primavera. Y hay quién piensa que la escasez de restos humanos se debe a que sólo grandes personalidades de la comunidad tenían el paso abierto para descansar en el más sagrado de los cementerios.




Por último (aunque seguro que hay y que surgirán muchas más teorías), muchos quieren ver en esa alineación perfecta, la prueba más fehaciente de que se trataba de un preciso centro astronómico en el que estudiaban las estrellas.


Fuera lo que fuera, Newgrange ha conseguido mantener la magia que sus constructores del neolítico se propusieron darle. Hoy, como entonces, acudimos a él en busca de respuestas…