viernes, 16 de marzo de 2018

BULGARIA (1) - Monasterio de Rila, Sandanski, Melnik. - Espartaco, el esclavo que desafió a Roma.


BULGARIA
Abril 2011



Monasterio de Rila


Pinturas del Monasterio de Rila

En Europa, como siempre digo, hay rincones tan salvajes e indómitos como en América o África, y lugares que son capaces de impactarnos con sus tradiciones, tanto como lo podría hacer alguna parte de Asia, por ejemplo. Y enclaves que, por sí solos, ya merecen poner otro sello en tu pasaporte.




Monasterio de Rila
Nuestro único objetivo en Bulgaria era ver el inolvidable Monasterio de Rila. Los cinco días de Semana Santa no permitían alargar mucho más los kilómetros para conocer otras zonas de este bello país. Pero para nosotros, era suficiente. Si este centro religioso cumplía nuestras expectativas, habría valido la pena el desplazamiento. Y ya os adelanto, que a pesar de que eran muy altas, las superó con creces.

Pero, además, pudimos descubrir una tierra rica en historia, que recibe muy amablemente al visitante que hasta ella se acerca, y, sobre todo, algo que yo valoro cada día más: un lugar libre del turismo de masas, que puedes recorrer tranquilamente, disfrutando de la autenticidad, que, por desgracia, tanto escasea ya en muchos sitios. Y no es que quiera colaborar a romper esta burbuja mágica, pero éste es uno de los "frascos" de fantasía que hay que abrir. Muchos os preguntaréis (y de hecho me han preguntado) “¿Bulgaria? ¿Hay algo ahí?”. Respuesta afirmativa. Hay mucho. Aparte del monasterio más espectacular que he visto (y han sido muchos), no dejéis de seguir leyendo para conocer un poco más sobre esta zona de Europa oriental que tanto tiene que mostrarnos.

Monasterio de Rila
Admito mi debilidad por los países del Este de Europa. A raíz de la caída del famoso “Telón de Acero”, estas naciones han podido mostrar al mundo sus joyas ocultas durante tantos años. El comunismo no permitió que estos países se asomaran al mundo, pero el aislamiento conservó esa “virginidad turística” que tanto me enamora, y permitió que, a pesar del sufrimiento que causó a muchos, hoy podamos disfrutar de lugares tan diferentes, a pocos kilómetros de nuestra casa (en caso de España).

Yo nací en el 75, y crecí en una ciudad industrial, gris y contaminada (nada que ver con lo que es hoy), y los 80 marcaron mi infancia y juventud. El mundo ha cambiado rápido desde entonces, y la tecnología y el desarrollo han hecho nuestras urbes más limpias y verdes. Ya poco queda de ese pasado fabril que llenaba nuestros cielos de humo y nuestras calles de suciedad. En aquella época era lógico mostrar poco gusto por ese entorno. Y cuando empecé a viajar, Inglaterra, con ese perfil tan parecido al de Bilbao, lejos de captar mi interés, me traía recuerdos nefastos de ese ambiente en el que crecí. Pero la nostalgia aparece con la edad, y, asombrosamente, ahora añoro esas estructuras de hierro y acero que tanta contaminación, pero tanto progreso a la vez, trajeron a mi ciudad. Y me gusta visitar lugares que me recuerden a ese pasado, y todo lo que tenga que ver con esa década prodigiosa, que, aunque un poco hortera a ojos actuales, fue tremendamente original e imaginativa. Ah, y ahora aprecio más las viejas ciudades industriales con sus edificios de ladrillo rojo y barrios obreros de Inglaterra 😊

Monasterio de Rila

Y Bulgaria, no tanto por su arquitectura, que también, sino más bien por la forma de vida de sus habitantes, son los años 80 en pleno siglo XXI. La gente va en chándal a todas partes, suenan C.C Catch y Modern Talking como hits superventas en la radio (incluso se anunciaban conciertos) y todo lo que te rodea en general parece sacado de la “Guerra Fría”, desde los uniformes de los policías, hasta los comercios o la forma de vestir de la gente. Bueno, vayamos al grano, que me pongo nostálgico…

Antes de sacar nuestro billete de avión, había varias cuestiones sobre el país que nos preocupaban un poco. La seguridad, la posible corrupción policial, y el idioma. Íbamos a alquilar un coche, y no se trataba de sufrir, sino de disfrutar del lugar que visitas. Afortunadamente, nuestra experiencia fue de lo más positiva en todos los aspectos. Eso sí, hay que matizar que conducen un poco a lo loco, pero es cuestión de adaptarse a su comportamiento. De verdad, no es estresante si te haces a la idea de que un carril son tres, y de que es normal que te pasen por la derecha, a 140 kms por hora utilizando todo el ancho del arcén. No os asustéis por esto, ya que os hacéis enseguida a ello. En cuanto al tema de la delincuencia, ningún problema. Mucho más seguro que los países occidentales. Y el idioma búlgaro, como sabéis, tiene caracteres cirílicos, lo que a priori, podría dificultar el movimiento por carretera, pero aplicando la lógica (sí, ésa que cada vez descuidamos más), superaréis cualquier dilema. Yo nunca he usado un GPS y nos fue bien. Normalmente, los nombres de las poblaciones suelen empezar por la misma letra que en nuestro vocabulario, y simplemente con un mapa de papel llegaréis a cualquier punto. Está bien señalizado. Un truco (aunque suene a obviedad): os ponéis con el mapa en el sentido de la carretera, y ante la duda en un cruce, miráis en el mapa hacia donde se encuentra vuestra meta, y ni siquiera hace falta mirar el cartel. Si vuestro destino está a la derecha (ya no hablo de Norte, Sur, Este u Oeste), pues volantazo a la derecha, y a correr 😊 Fácil, ¿no? Así salimos de más de un aprieto y resultó.





Bueno, arranquemos motor, y en marcha…

Tras hacer todas las gestiones [cambio moneda, recogida coche (145 euros 5 días con seguro a todo riesgo), etc…] enfilamos por la E79 dirección Kulata hacia Rila. La entrada a carretera fue un poco chocante… un accidente entre un coche y un autobús, perros muertos en la cuneta, y un tráfico denso que se complicaba por obras, nos daban una primera imagen de la actividad viaria búlgara que con el paso del tiempo fue volviéndose más amable. La salida de Sofía siempre es un poco más complicada, pero una vez lejos de la capital, la conducción se vuelve más tranquila y relajada.

Iglesia de Boyana
De camino a Rila, vimos la bonita Iglesia de Boyana (a los pies del Monte Vitosha), famosa por sus preciosos frescos, que se protegen tras una robusta fachada del siglo X-XI. El conjunto fue una de las primeras iglesias en incluirse en la selecta (cada vez menos) lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, en el año 1979.  

Llegamos al monasterio al atardecer, con poca luz, lo que no impidió que quedáramos asombrados ante nuestra primera visión de este impresionante complejo. Un vuelo de bajo coste con Easyjet nos había llevado hasta Bulgaria, pero si hubiéramos pagado mucho más por el billete, habría valido la pena el esfuerzo económico sólo por poder estar admirando durante unos minutos, esta belleza perdida en las montañas. Al igual que Boyana, se edifica en el siglo X, cuando un ermitaño decide retirarse a las Montañas Rila, situadas a algo más de 100 kilómetros de Sofía, y decide acoger a numerosos monjes y estudiantes, que erigirían este esplendoroso monasterio tras la muerte de Iván de Rila, de quién se dice que dormía en el hueco de un tronco de árbol con forma de ataúd. El lugar se convirtió en un centro de enseñanza fundamental en el periodo medieval búlgaro, y todo un símbolo social, cultural y religioso frente a la invasión otomana que tuvo lugar entre los siglos XVIII y XIX. Esta amenaza le confiere ese aspecto de fortificación cuando se observa desde el exterior. Aparte de la iglesia central, pintada por dentro y por fuera con bellísimas escenas religiosas (algunas donde aparecen diablos son especialmente escalofriantes), hay varias alas del complejo que se componen de habitaciones (300) donde todavía hoy descansan los monjes ortodoxos que rezan y cuidan del monasterio. Verles pasear por allí con sus trajes negros y sus largas barbas te traslada a otra época en la que no parecía existir más que la religión y la guerra.



Monasterio de Rila
Hay un museo y una biblioteca que alberga 250 manuscritos antiguos y más de 9000 libros. Cuando acabéis de ver cada icono, cada pintura, y cada pieza que decora este maravilloso ejemplo de la arquitectura ortodoxa búlgara, tomaos un descanso, sentaos en una esquinita, y dejad que la belleza y la paz de Rila llegue hasta vuestra alma, y entonces sentiréis que os encontráis en uno de esos escasos lugares mágicos que todavía son capaces de encoger vuestro corazón y relajar vuestro cuerpo. Un lugar que te aísla del mundo exterior y te recoge entre sus muros para hacerte olvidar, por un momento, todas tus aflicciones y amarguras.

Monasterio de Rila

Y eso es lo que hicimos nosotros durante un buen rato, aprovechando que, anocheciendo ya, apenas deambulaba gente por el empedrado del patio. Habíamos oído que alojaban huéspedes dentro del monasterio, de modo que preguntamos a un monje por esta opción. No le entendimos muy bien el motivo, pero nos dijo que no se podía. Tal vez ya no se permite dormir en las celdas, a lo mejor no había plazas o quizá había debíamos dormir separados, el caso es que nos dirigió muy amablemente hacia el Hotel Tzarev Vrah, que se encuentra pegado al monasterio. Es una opción ideal, ya que pernoctar allí te permite estar al lado del complejo, y poder verlo a la mañana siguiente antes de que lleguen los turistas. Por 22 euros nos dieron una habitación triple muy cómoda, y con excelentes vistas. Y pudimos disfrutar de una deliciosa cena por 13 euros (los 2).

Monasterio de Rila

La mañana amanecía soleada y aprovechamos para tomar más instantáneas del monasterio. Ya sé que no se mueve, pero le hice un montón de fotos, aun teniéndolo cuatro veces desde cada ángulo. Es tan bonito que no podía dejar de “dispararle”. Tomamos nuestro cafecito (0.50 céntimos) escribiendo postales al sol en una terraza, y después de comprar algunos recuerdos, pusimos rumbo a Sandanski, pasando por Blagoevgrad. El camino está salpicado de viñedos y paneles de miel. Así llegamos a la ciudad que vio nacer a Espartaco, el famoso esclavo que puso en jaque al todopoderoso imperio romano (aunque el nombre del pueblo se lo debe a un rebelde que liberó a los búlgaros del yugo otomano).


Ruinas romanas en  Sandanski

La ciudad, debido a su cercanía a Grecia, tiene un gran ambiente en sus calles, llenas de turistas provenientes del país helénico. Es una visita muy interesante, ya que tiene atractivos suficientes para pasar una jornada más que entretenida. Gastronomía, vino, museo arqueológico, restos romanos, iglesias, zonas verdes… todo ello en una población rodeada de aguas termales que atraen a miles de personas que buscan relax o curación para todo tipo de enfermedades.

Melnik

Melnik
Melnik era otro de nuestros objetivos. La ciudad más pequeña de Bulgaria es un diminuto grupo de casas que se protegen al abrigo de unas montañas de arenisca de color ocre y con forma de pirámide, que contrastan con el entorno verde que rodea la población. A 6 kilómetros de aquí se encuentra el Monasterio de Rozhen, enclavado en el corazón de las montañas de Pirin. Es uno de los pocos que se conservan intactos desde el medievo, y acercarse a él es hacerlo al siglo XII cuando se erigió. Las vistas son espectaculares, y el entorno, un remanso de paz. Un lugar idílico, sin duda.


Monasterio de Rozhen



La siguiente etapa iba a ser una de las más largas del viaje. El camino hasta Bachkovo atravesaba puertos y zonas montañosas, en las que se encuentran (para nuestra sorpresa), la que dicen que es la mejor escuela de esquí de Europa. En Pamporovo se veía nieve, aunque la temporada ya hubiera pasado. Había todavía hoteles abiertos, así que cogimos uno para pasar la noche (Hotel Snezhanka – 40 euros). A pesar de la fama de la estación, las cartas de los restaurantes (por lo menos en nuestro hotel) sólo estaban en cirílico. No recuerdo si pedimos “al pito pito gorgorito”, pero la elección no fue mala: sopa de carne y otra de pollo, salchichas con brócoli, agua, coca-cola y 2 cafés. Todo por 10 euros. Mientras cenábamos comenzamos a planear la visita a Kanzalak, donde se encuentran las tumbas tracias más importantes del país, declaradas Patrimonio de la Unesco. Era algo que ansiaba ver, pero por desgracia, no pudo ser. En la próxima entrada os contaré la impotencia y la rabia que me entró al no poder penetrar en las entrañas de este increíble templo tracio…


ESPARTACO, EL ESCLAVO QUE DESAFIÓ A ROMA


Cuando las legiones romanas aplastaban revueltas a lo largo y ancho de toda Europa, cuando los estandartes del imperio ondeaban desde el Océano Atlántico hasta el Mar Caspio, y desde el Mar del Norte hasta el Mediterráneo, cuando el poder de la República sometía a pueblos como el egipcio, el griego o el cartaginés o cuando Roma construía enormes polis más allá del mundo conocido, un esclavo hacía temblar los cimientos del imperio desde el corazón del mismo…


En el siglo I a.C pocos podían frenar la expansión romana. Los “salvajes” pictos de Britania, los galos o las tribus germánicas del centro de Europa sí que oponían feroz resistencia al dominio de Roma. Sus escaramuzas, ataques y resistencia habían hecho que el emperador renunciara a expandirse más allá de los Alpes. La balanza entre gasto y beneficio, tal vez no compensara el esfuerzo. En cambio, el comercio y la riqueza de las tierras del Mediterráneo suponían unos ingresos a los que era difícil renunciar. En este avance se cruzaban numerosos pueblos, que apenas podían plantar batalla al poderoso ejército romano. Y una de estas tribus que tuvo la desgracia de encontrarse con los nuevos reyes del mundo, fueron los tracios. Asentados en lo que hoy es Bulgaria, vivían en armonía hasta que las lanzas y los escudos de las legiones romanas se cruzaron en su camino. La superioridad del invasor era aplastante, y nada pudieron hacer para evitar ser sometidos como en el pasado lo hicieron por griegos o persas. Unos lucharon inútilmente, y otros, como Espartaco, decidieron unirse al enemigo, con vistas a una vida más digna. Nuestro protagonista había nacido libre, pero pobre, y la única oportunidad de salir de la miseria era formar parte del ejército romano. Expandiéndose continuamente, Roma necesitaba aumentar sus efectivos para defender las, cada día, fronteras más amplias que debía reforzar. Y la manera más barata y efectiva de hacerlo, era admitir en sus tropas auxiliares, unidades autóctonas de los territorios que conquistaba.


El soldado Espartaco fue fiel a sus nuevos señores hasta que, probablemente, éstos le obligaron a ir contra su pueblo. Es entonces cuando se sublevó y desertó, algo que los romanos no iban a permitir bajo ningún concepto. Perseguían al traidor hasta atraparlo, y dependiendo de su físico o habilidad, su destino era la muerte o la esclavitud. Gracias a las dotes guerreras de Espartaco, fue vendido a un comerciante de esclavos, quien, a su vez, lo convirtió en un gladiador. En aquella época, estos luchadores de circo, como los boxeadores de hoy en día, gozaban de un seguimiento y una admiración popular que les permitía sentirse como auténticos privilegiados dentro de su cautiverio, porque sí, a pesar de estar magníficamente alimentados y cuidados con las más altas de las atenciones, no dejaban de ser prisioneros del sistema romano. Luchaban por dinero, y aunque estas batallas eran muy separadas en el tiempo (tal vez un par de ellas al año), sus vidas seguían en manos de otros hombres, que podrían disponer de ellas cuando y como quisieran. Para muchos de ellos, que venían de una vida pobre y sin futuro, aquella profesión era casi un privilegio. Se jugaban la vida unas pocas veces al año para entretener al público que abarrotaba los circos, pero antes de llegar a aquella arena, la ponían en peligro a diario en su día a día. ¿Merecía la pena abandonar los placeres gastronómicos y carnales para vivir en una libertad inmersa en la inmundicia? Bien pensado, a lo mejor pocos hubieran elegido el cambio, incluso aunque Roma les hubiera abierto la puerta del estadio y les hubiera dejado marchar sin oposición.


Pero otros anhelaban esa libertad, aunque fuera en la mendicidad, a toda costa. La mujer de Espartaco había sido vendida como esclava también, y el estar cerca de tu familia hacía que renunciar a todos los lujos de la vida de gladiador mereciera la pena. Cansado de que otros decidieran por él, convenció a otros esclavos para que le siguieran en la revuelta, y el año 73 a.C, junto con otros 70 compañeros, se sublevó y escapó de sus captores. Con un galo llamado Crixo a su lado, lograron hacerse con armas y escaparse de Roma. La rebelión no buscaba acabar con la República Romana, sino simplemente huir para regresar a casa.


Pero la hazaña de Espartaco animó a otros esclavos a unirse a su nuevo héroe. Refugiados en las faldas del Vesubio, repelieron a las tropas romanas, que sufrieron una derrota estrepitosa en las inmediaciones del volcán. Dirigiéndose hacia el sur de Italia, el ejército de liberados iba aumentando en efectivos y en fuerza. La marcha parecía imparable. Por el camino consiguieron mejores armas (las que se hacían de los romanos derrotados), y fabricaban muchas más con el hierro de los grilletes de los esclavos liberados. A pesar de las contundentes victorias sobre la legión, en Roma no parecían estar muy preocupados por lo que ellos consideraban un simple motín con fecha de caducidad. Pero lo cierto es que los 75 esclavos que salieron de Roma, se convirtieron en un ejército de más de 120.000 almas, que ansiaban, ya no sólo libertad, sino venganza.


Espoleados por los triunfos, el desordenado grupo de esclavos que se había convertido en todo un ejército regular (incluso disponían de caballería), abandonaron su primera idea de regresar a sus hogares, para plantar cara a sus antiguos opresores. Llegados a los Alpes, fuera ya de la amenaza de Roma, los seguidores de Espartaco decidieron dar la vuelta para seguir asediando y saqueando las ciudades del imperio de la Antigua Roma. Espartaco no era partidario de esa decisión, pero se vio obligado a seguir a sus hombres.  Las murallas de la capital romana eran inexpugnables, de modo que renunciaron al asalto. En cambio, numerosos pueblos seguían cayendo bajo sus espadas. A veces de forma muy violenta (Espartaco se oponía a las violaciones que a veces perpetraban algunos de sus hombres), el acero esclavo seguía castigando la prepotencia romana.


En aquella época, los mejores ejércitos de Roma estaban desplegados en Hispania (Península Ibérica) y Cilicia (Turquía), donde se fogueaban con la dura resistencia que estos pueblos estaban ofreciendo ante el imparable avance romano. De este modo, los esclavos, mejor entrenados para la lucha, y, sobre todo, mucho más motivados, lograban derrotar una y otra vez a unas legiones débiles, física y mentalmente. En un tiempo en el que el 30% de la población de Roma era esclava, se corría el riesgo de que una sublevación como la que encabezó Espartaco pudiera hacer temblar el orden férreo que había impuesto Roma. Pero nadie se imaginaba, ni remotamente, que algo así pudiera producirse, y, sobre todo, en caso de surgir, que alcanzara el tamaño que tomó.


Espartaco
Parece ser que los esclavos intentaron llegar hasta Sicilia, pero el mar fue una barrera insalvable que no pudieron superar. Mientras, en Roma, el Senado, viendo el cariz que tomaba aquella “simple revuelta”, decidió llamar a uno de los generales más eficientes de su ejército. Craso era el hombre que necesitaban para borrar de su historia a aquel incómodo tracio que había osado desafiar a la mismísima Roma en su propia casa. Apoyado con nuevas legiones (algunas pagadas por él mismo), el diligente líder se encaminó hacia el sur para interceptar a su oponente.


Mientras, entre las tropas de los esclavos empezaban a surgir las primeras desavenencias importantes. Crixo, la mano derecha de Espartaco, discutía las órdenes de su líder. Sus intenciones para con el imperio romano no coincidían con las de su amigo. A diferencia de éste, que se contentaba con castigar a los romanos lo máximo posible y liberar esclavos, el galo, más atrevido, pretendía tomar Roma, y derribar definitivamente a la República. Con 30000 seguidores, abandonó el campamento y se encaminó hacia el norte para cumplir su objetivo. De esta forma, el ejército de Espartaco se debilitaba enormemente, lo que aprovechó el general romano para tomar posiciones. A pesar de este contratiempo, Espartaco se resistía a rendirse. Por su parte, Criso (Crixus), fue derrotado antes de llegar a su destino, Roma.


Craso era conocido por manejar a sus tropas con mano férrea y firme, y un ejemplo de la disciplina que imponía a sus legiones, fue la puesta en marcha del decimatio. En uno de los choques contra los rebeldes, varios de sus hombres huyeron de la batalla atemorizados. En respuesta a ese acto de cobardía, el general ejecutó a uno de cada diez legionarios (sin importar si los elegidos habían sido los que habían retrocedido en la batalla), para dar una lección a sus hombres. El castigo logró su propósito, y los soldados romanos lucharon mejor en las siguientes refriegas.


Espartaco, empujado hacia el mar, intentó una salida desesperada. Negoció con los piratas berberiscos que dominaban las aguas del Mediterráneo, para que les transportaran en sus barcos hasta Grecia, probablemente. Con el acuerdo cerrado, Espartaco y los suyos se dirigieron hasta el punto de encuentro pactado, pero los piratas no se presentaron, les habían traicionado. Incapaz de superar la gran muralla que había levantado Craso para evitar que los esclavos escaparan, se veía atrapado entre esa gran pared que le cortaba el camino, y el mar. No quedaba más opción que negociar. Envió a un emisario para hablar con Craso, que declinó la oferta de Espartaco. El ambicioso general ansiaba gloria para poder escalar en la vida política de Roma, y derrotar a Espartaco supondría el espaldarazo definitivo que le empujara al asiento que tanto deseaba. Pero en la capital eran impacientes, y creían que su discípulo estaba tardando demasiado tiempo en lograr su objetivo.


Pompeyo, un afamado y condecorado general muy valorado por el Senado, era reclamado para acabar con la revuelta de los esclavos. El político abandonó su campaña en Hispania para eliminar a Espartaco de una vez por todas. A pesar de que el tracio ya estaba acorralado y sin opciones, Pompeyo, al que se le conocía por su oportunismo a la hora de asignarse méritos, volvía de nuevo a presentarse para aprovecharse del trabajo de otro, y sumar así más reconocimiento a su ya dilatada carrera profesional al frente de los ejércitos romanos.


Escultura de Espartaco

Espartaco intentó romper el cerco de Craso, y a duras penas lo logró. Pero no pudo cruzar el Adriático como pretendía. Su ejército fue masacrado, y su cuerpo jamás se encontró. Craso, como escarmiento y mensaje a todos los esclavos que intentaran reproducir una revuelta como la que protagonizó el gladiador tracio, hizo prisioneros a 6000 rebeldes, y los crucificó, sembrando la calzada de la Vía Apia que unía Brindisi con Roma, con cruces de las cuales colgaban los cadáveres de los esclavos sacrificados.


Pompeyo llegó justo a tiempo para matar a unos 5000 esclavos dispersos que habían logrado sobrevivir. Aquella matanza le otorgó un injusto mérito que era propiedad de Craso.


En el año 71 a. C, al tercer año de la Revuelta Servil, Espartaco dio fin a sus días, con una muerte horrible, pero siendo un hombre libre.