BULGARIA
Pinturas del Monasterio de Rila |
Monasterio de Rila |
Pero, además, pudimos descubrir una tierra rica en historia,
que recibe muy amablemente al visitante que hasta ella se acerca, y, sobre
todo, algo que yo valoro cada día más: un lugar libre del turismo de masas, que
puedes recorrer tranquilamente, disfrutando de la autenticidad, que, por
desgracia, tanto escasea ya en muchos sitios. Y no es que quiera colaborar a
romper esta burbuja mágica, pero éste es uno de los "frascos" de fantasía que hay que abrir. Muchos os preguntaréis (y de hecho me han preguntado) “¿Bulgaria? ¿Hay algo ahí?”. Respuesta
afirmativa. Hay mucho. Aparte del monasterio más espectacular que he visto (y
han sido muchos), no dejéis de seguir leyendo para conocer un poco más sobre
esta zona de Europa oriental que tanto tiene que mostrarnos.
Monasterio de Rila |
Yo nací en el 75, y crecí en una ciudad industrial, gris y
contaminada (nada que ver con lo que es hoy), y los 80 marcaron mi infancia y
juventud. El mundo ha cambiado rápido desde entonces, y la tecnología y el
desarrollo han hecho nuestras urbes más limpias y verdes. Ya poco queda de ese
pasado fabril que llenaba nuestros cielos de humo y nuestras calles de
suciedad. En aquella época era lógico mostrar poco gusto por ese entorno. Y
cuando empecé a viajar, Inglaterra, con ese perfil tan parecido al de Bilbao,
lejos de captar mi interés, me traía recuerdos nefastos de ese ambiente en el
que crecí. Pero la nostalgia aparece con la edad, y, asombrosamente, ahora
añoro esas estructuras de hierro y acero que tanta contaminación, pero tanto
progreso a la vez, trajeron a mi ciudad. Y me gusta visitar lugares que me
recuerden a ese pasado, y todo lo que tenga que ver con esa década prodigiosa,
que, aunque un poco hortera a ojos actuales, fue tremendamente original e
imaginativa. Ah, y ahora aprecio más las viejas ciudades industriales con sus
edificios de ladrillo rojo y barrios obreros de Inglaterra 😊
Monasterio de Rila |
Y Bulgaria, no tanto por su arquitectura, que también, sino más bien por la forma de vida de sus habitantes, son los años 80 en pleno siglo XXI. La gente va en chándal a todas partes, suenan C.C Catch y Modern Talking como hits superventas en la radio (incluso se anunciaban conciertos) y todo lo que te rodea en general parece sacado de la “Guerra Fría”, desde los uniformes de los policías, hasta los comercios o la forma de vestir de la gente. Bueno, vayamos al grano, que me pongo nostálgico…
Antes de sacar nuestro billete de avión, había varias
cuestiones sobre el país que nos preocupaban un poco. La seguridad, la posible
corrupción policial, y el idioma. Íbamos a alquilar un coche, y no se trataba
de sufrir, sino de disfrutar del lugar que visitas. Afortunadamente, nuestra
experiencia fue de lo más positiva en todos los aspectos. Eso sí, hay que
matizar que conducen un poco a lo loco, pero es cuestión de adaptarse a su
comportamiento. De verdad, no es estresante si te haces a la idea de que un
carril son tres, y de que es normal que te pasen por la derecha, a 140 kms por
hora utilizando todo el ancho del arcén. No os asustéis por esto, ya que os
hacéis enseguida a ello. En cuanto al tema de la delincuencia, ningún problema.
Mucho más seguro que los países occidentales. Y el idioma búlgaro, como sabéis,
tiene caracteres cirílicos, lo que a priori, podría dificultar el movimiento
por carretera, pero aplicando la lógica (sí, ésa que cada vez descuidamos más),
superaréis cualquier dilema. Yo nunca he usado un GPS y nos fue bien.
Normalmente, los nombres de las poblaciones suelen empezar por la misma letra
que en nuestro vocabulario, y simplemente con un mapa de papel llegaréis a
cualquier punto. Está bien señalizado. Un truco (aunque suene a obviedad): os
ponéis con el mapa en el sentido de la carretera, y ante la duda en un cruce,
miráis en el mapa hacia donde se encuentra vuestra meta, y ni siquiera hace
falta mirar el cartel. Si vuestro destino está a la derecha (ya no hablo de
Norte, Sur, Este u Oeste), pues volantazo a la derecha, y a correr 😊
Fácil, ¿no? Así salimos de más de un aprieto y resultó.
Bueno, arranquemos motor, y en marcha…
Tras hacer todas las gestiones [cambio moneda, recogida
coche (145 euros 5 días con seguro a todo riesgo), etc…] enfilamos por la E79
dirección Kulata hacia Rila. La entrada a carretera fue un poco chocante… un accidente
entre un coche y un autobús, perros muertos en la cuneta, y un tráfico denso
que se complicaba por obras, nos daban una primera imagen de la actividad
viaria búlgara que con el paso del tiempo fue volviéndose más amable. La salida
de Sofía siempre es un poco más complicada, pero una vez lejos de la capital,
la conducción se vuelve más tranquila y relajada.
Iglesia de Boyana |
Llegamos al monasterio al atardecer, con poca luz, lo que no
impidió que quedáramos asombrados ante nuestra primera visión de este
impresionante complejo. Un vuelo de bajo coste con Easyjet nos había llevado
hasta Bulgaria, pero si hubiéramos pagado mucho más por el billete, habría
valido la pena el esfuerzo económico sólo por poder estar admirando durante unos minutos, esta
belleza perdida en las montañas. Al igual que Boyana, se
edifica en el siglo X, cuando un ermitaño decide retirarse a las Montañas Rila,
situadas a algo más de 100 kilómetros de Sofía, y decide acoger a numerosos
monjes y estudiantes, que erigirían este esplendoroso monasterio tras la muerte
de Iván de Rila, de quién se dice que dormía en el hueco de un tronco de árbol
con forma de ataúd. El lugar se convirtió en un centro de enseñanza fundamental
en el periodo medieval búlgaro, y todo un símbolo social, cultural y religioso
frente a la invasión otomana que tuvo lugar entre los siglos XVIII y XIX. Esta
amenaza le confiere ese aspecto de fortificación cuando se observa desde el exterior.
Aparte de la iglesia central, pintada por dentro y por fuera con bellísimas
escenas religiosas (algunas donde aparecen diablos son especialmente
escalofriantes), hay varias alas del complejo que se componen de habitaciones
(300) donde todavía hoy descansan los monjes ortodoxos que rezan y cuidan del
monasterio. Verles pasear por allí con sus trajes negros y sus largas barbas te
traslada a otra época en la que no parecía existir más que la religión y la
guerra.
Monasterio de Rila |
Monasterio de Rila |
Y eso es lo que hicimos nosotros durante un buen rato,
aprovechando que, anocheciendo ya, apenas deambulaba gente por el empedrado del
patio. Habíamos oído que alojaban huéspedes dentro del monasterio, de modo que
preguntamos a un monje por esta opción. No le entendimos muy bien el motivo,
pero nos dijo que no se podía. Tal vez ya no se permite dormir en las celdas, a
lo mejor no había plazas o quizá había debíamos dormir separados, el caso es
que nos dirigió muy amablemente hacia el Hotel Tzarev Vrah, que se encuentra
pegado al monasterio. Es una opción ideal, ya que pernoctar allí te permite
estar al lado del complejo, y poder verlo a la mañana siguiente antes de que
lleguen los turistas. Por 22 euros nos dieron una habitación triple muy cómoda,
y con excelentes vistas. Y pudimos disfrutar de una deliciosa cena por 13 euros
(los 2).
Monasterio de Rila |
La mañana amanecía soleada y aprovechamos para tomar más instantáneas del monasterio. Ya sé que no se mueve, pero le hice un montón de fotos, aun teniéndolo cuatro veces desde cada ángulo. Es tan bonito que no podía dejar de “dispararle”. Tomamos nuestro cafecito (0.50 céntimos) escribiendo postales al sol en una terraza, y después de comprar algunos recuerdos, pusimos rumbo a Sandanski, pasando por Blagoevgrad. El camino está salpicado de viñedos y paneles de miel. Así llegamos a la ciudad que vio nacer a Espartaco, el famoso esclavo que puso en jaque al todopoderoso imperio romano (aunque el nombre del pueblo se lo debe a un rebelde que liberó a los búlgaros del yugo otomano).
Ruinas romanas en Sandanski |
La ciudad, debido a su cercanía a Grecia, tiene un gran
ambiente en sus calles, llenas de turistas provenientes del país helénico. Es
una visita muy interesante, ya que tiene atractivos suficientes para pasar una
jornada más que entretenida. Gastronomía, vino, museo arqueológico, restos
romanos, iglesias, zonas verdes… todo ello en una población rodeada de aguas
termales que atraen a miles de personas que buscan relax o curación para todo
tipo de enfermedades.
Melnik |
Melnik |
Monasterio de Rozhen |
La siguiente etapa iba a ser una de las más largas del
viaje. El camino hasta Bachkovo atravesaba puertos y zonas montañosas, en las
que se encuentran (para nuestra sorpresa), la que dicen que es la mejor escuela
de esquí de Europa. En Pamporovo se veía nieve, aunque la temporada ya hubiera
pasado. Había todavía hoteles abiertos, así que cogimos uno para pasar la noche
(Hotel Snezhanka – 40 euros). A pesar de la fama de la estación, las cartas de
los restaurantes (por lo menos en nuestro hotel) sólo estaban en cirílico. No
recuerdo si pedimos “al pito pito gorgorito”, pero la elección no fue mala:
sopa de carne y otra de pollo, salchichas con brócoli, agua, coca-cola y 2
cafés. Todo por 10 euros. Mientras cenábamos comenzamos a planear la visita a
Kanzalak, donde se encuentran las tumbas tracias más importantes del país,
declaradas Patrimonio de la Unesco. Era algo que ansiaba ver, pero por
desgracia, no pudo ser. En la próxima entrada os contaré la impotencia y la
rabia que me entró al no poder penetrar en las entrañas de este increíble
templo tracio…
ESPARTACO, EL ESCLAVO QUE DESAFIÓ A ROMA
Cuando las legiones romanas aplastaban revueltas a lo largo
y ancho de toda Europa, cuando los estandartes del imperio ondeaban desde el
Océano Atlántico hasta el Mar Caspio, y desde el Mar del Norte hasta el
Mediterráneo, cuando el poder de la República sometía a pueblos como el egipcio, el
griego o el cartaginés o cuando Roma construía enormes polis más allá del mundo
conocido, un esclavo hacía temblar los cimientos del imperio desde el corazón
del mismo…
El soldado Espartaco fue fiel a sus nuevos señores hasta
que, probablemente, éstos le obligaron a ir contra su pueblo. Es entonces
cuando se sublevó y desertó, algo que los romanos no iban a permitir bajo
ningún concepto. Perseguían al traidor hasta atraparlo, y dependiendo de su
físico o habilidad, su destino era la muerte o la esclavitud. Gracias a las
dotes guerreras de Espartaco, fue vendido a un comerciante de esclavos, quien,
a su vez, lo convirtió en un gladiador. En aquella época, estos luchadores de
circo, como los boxeadores de hoy en día, gozaban de un seguimiento y una
admiración popular que les permitía sentirse como auténticos privilegiados
dentro de su cautiverio, porque sí, a pesar de estar magníficamente alimentados
y cuidados con las más altas de las atenciones, no dejaban de ser prisioneros
del sistema romano. Luchaban por dinero, y aunque estas batallas eran muy
separadas en el tiempo (tal vez un par de ellas al año), sus vidas seguían en
manos de otros hombres, que podrían disponer de ellas cuando y como quisieran.
Para muchos de ellos, que venían de una vida pobre y sin futuro, aquella
profesión era casi un privilegio. Se jugaban la vida unas pocas veces al año para
entretener al público que abarrotaba los circos, pero antes de llegar a aquella
arena, la ponían en peligro a diario en su día a día. ¿Merecía la pena
abandonar los placeres gastronómicos y carnales para vivir en una libertad
inmersa en la inmundicia? Bien pensado, a lo mejor pocos hubieran elegido el
cambio, incluso aunque Roma les hubiera abierto la puerta del estadio y les
hubiera dejado marchar sin oposición.
Pero otros anhelaban esa libertad, aunque fuera en la
mendicidad, a toda costa. La mujer de Espartaco había sido vendida como esclava
también, y el estar cerca de tu familia hacía que renunciar a todos los lujos
de la vida de gladiador mereciera la pena. Cansado de que otros decidieran por
él, convenció a otros esclavos para que le siguieran en la revuelta, y el año
73 a.C, junto con otros 70 compañeros, se sublevó y escapó de sus captores. Con
un galo llamado Crixo a su lado, lograron hacerse con armas y escaparse de
Roma. La rebelión no buscaba acabar con la República Romana, sino simplemente
huir para regresar a casa.
Pero la hazaña de Espartaco animó a otros esclavos a unirse
a su nuevo héroe. Refugiados en las faldas del Vesubio, repelieron a las tropas
romanas, que sufrieron una derrota estrepitosa en las inmediaciones del volcán.
Dirigiéndose hacia el sur de Italia, el ejército de liberados iba aumentando en
efectivos y en fuerza. La marcha parecía imparable. Por el camino consiguieron
mejores armas (las que se hacían de los romanos derrotados), y fabricaban
muchas más con el hierro de los grilletes de los esclavos liberados. A pesar de
las contundentes victorias sobre la legión, en Roma no parecían estar muy
preocupados por lo que ellos consideraban un simple motín con fecha de
caducidad. Pero lo cierto es que los 75 esclavos que salieron de Roma, se
convirtieron en un ejército de más de 120.000 almas, que ansiaban, ya no sólo
libertad, sino venganza.
Espoleados por los triunfos, el desordenado grupo de
esclavos que se había convertido en todo un ejército regular (incluso disponían
de caballería), abandonaron su primera idea de regresar a sus hogares, para
plantar cara a sus antiguos opresores. Llegados a los Alpes, fuera ya de la
amenaza de Roma, los seguidores de Espartaco decidieron dar la vuelta para
seguir asediando y saqueando las ciudades del imperio de la Antigua Roma.
Espartaco no era partidario de esa decisión, pero se vio obligado a seguir a
sus hombres. Las murallas de la capital
romana eran inexpugnables, de modo que renunciaron al asalto. En cambio,
numerosos pueblos seguían cayendo bajo sus espadas. A veces de forma muy
violenta (Espartaco se oponía a las violaciones que a veces perpetraban algunos
de sus hombres), el acero esclavo seguía castigando la prepotencia romana.
En aquella época, los mejores ejércitos de Roma estaban
desplegados en Hispania (Península Ibérica) y Cilicia (Turquía), donde se
fogueaban con la dura resistencia que estos pueblos estaban ofreciendo ante el
imparable avance romano. De este modo, los esclavos, mejor entrenados para la
lucha, y, sobre todo, mucho más motivados, lograban derrotar una y otra vez a
unas legiones débiles, física y mentalmente. En un tiempo en el que el 30% de la
población de Roma era esclava, se corría el riesgo de que una sublevación como
la que encabezó Espartaco pudiera hacer temblar el orden férreo que había
impuesto Roma. Pero nadie se imaginaba, ni remotamente, que algo así pudiera
producirse, y, sobre todo, en caso de surgir, que alcanzara el tamaño que tomó.
Espartaco |
Mientras, entre las tropas de los esclavos empezaban a
surgir las primeras desavenencias importantes. Crixo, la mano derecha de Espartaco,
discutía las órdenes de su líder. Sus intenciones para con el imperio romano no
coincidían con las de su amigo. A diferencia de éste, que se contentaba con
castigar a los romanos lo máximo posible y liberar esclavos, el galo, más
atrevido, pretendía tomar Roma, y derribar definitivamente a la República. Con
30000 seguidores, abandonó el campamento y se encaminó hacia el norte para
cumplir su objetivo. De esta forma, el ejército de Espartaco se debilitaba
enormemente, lo que aprovechó el general romano para tomar posiciones. A pesar
de este contratiempo, Espartaco se resistía a rendirse. Por su parte, Criso
(Crixus), fue derrotado antes de llegar a su destino, Roma.
Craso era conocido por manejar a sus tropas con mano férrea
y firme, y un ejemplo de la disciplina que imponía a sus legiones, fue la
puesta en marcha del decimatio. En
uno de los choques contra los rebeldes, varios de sus hombres huyeron de la
batalla atemorizados. En respuesta a ese acto de cobardía, el general ejecutó a
uno de cada diez legionarios (sin importar si los elegidos habían sido los que
habían retrocedido en la batalla), para dar una lección a sus hombres. El
castigo logró su propósito, y los soldados romanos lucharon mejor en las
siguientes refriegas.
Espartaco, empujado hacia el mar, intentó una salida
desesperada. Negoció con los piratas berberiscos que dominaban las aguas del
Mediterráneo, para que les transportaran en sus barcos hasta Grecia,
probablemente. Con el acuerdo cerrado, Espartaco y los suyos se dirigieron hasta
el punto de encuentro pactado, pero los piratas no se presentaron, les habían
traicionado. Incapaz de superar la gran muralla que había levantado Craso para
evitar que los esclavos escaparan, se veía atrapado entre esa gran pared que le
cortaba el camino, y el mar. No quedaba más opción que negociar. Envió a un
emisario para hablar con Craso, que declinó la oferta de Espartaco. El
ambicioso general ansiaba gloria para poder escalar en la vida política de
Roma, y derrotar a Espartaco supondría el espaldarazo definitivo que le empujara al
asiento que tanto deseaba. Pero en la capital eran impacientes, y creían que su
discípulo estaba tardando demasiado tiempo en lograr su objetivo.
Pompeyo, un afamado y condecorado general muy
valorado por el Senado, era reclamado para acabar con la revuelta de los
esclavos. El político abandonó su campaña en Hispania para eliminar a Espartaco de una vez
por todas. A pesar de que el tracio ya estaba acorralado y sin opciones,
Pompeyo, al que se le conocía por su oportunismo a la hora de asignarse
méritos, volvía de nuevo a presentarse para aprovecharse del trabajo de otro, y
sumar así más reconocimiento a su ya dilatada carrera profesional al frente de
los ejércitos romanos.
Escultura de Espartaco |
Pompeyo llegó justo a tiempo para matar a unos 5000 esclavos
dispersos que habían logrado sobrevivir. Aquella matanza le otorgó un injusto
mérito que era propiedad de Craso.
En el año 71 a. C, al tercer año de la Revuelta Servil, Espartaco dio fin a sus días, con una muerte
horrible, pero siendo un hombre libre.