sábado, 3 de marzo de 2018

KENIA (2) - Lago Nakuru, Masái Mara - Los Masái, la tribu legendaria de África.


KENIA

Noviembre 2004






Siempre hay algo nuevo en África – Plinio El Viejo

No es mi intención llevarle la contraria al famoso filósofo romano, al que, seguramente no le faltarían razones para tal afirmación. Pero yo todavía estoy en una etapa anterior… Yo apenas he empezado a rascar el continente negro. Por eso, tal vez, ni siquiera he podido percibir todas esas cosas “frescas” que debería apreciar cada vez que vuelvo. Hasta que llegue a ese siguiente nivel en el que necesite descubrir algo original, seguiré sintiendo ese algo tan especial que me transmite esta tierra, y que no deja que te desenganches de ella. No sé a qué se refería el sabio, pero a mí, África me enamora sin necesidad de mostrarme nada nuevo. Sus encantos ancestrales, su virginidad animal y paisajística y su conexión con la naturaleza, muy alejadas de la vida moderna a la que ha llegado el hombre, lanzan un embrujo del que es difícil escapar. Y esa primera impresión se vuelve a repetir cada vez que pisas estas tierras sagradas, y es la que quiero sentir cada vez que vuelvo. No hay ciudades coloniales, ni grandes urbes modernas que te impacten con su arquitectura, y aunque sí hay paisajes estremecedores, África tampoco los necesitaría para enamorarte. No busco nada nuevo en África. Simplemente lo de siempre…


Lago Nakuru


Aberdare y el Treetops eran ya sólo un bonito recuerdo (reciente) en nuestra memoria. Volvíamos al hotel donde habíamos dejado nuestras maletas, para dirigirnos a continuación hacia el Lago Nakuru, una gran masa de agua teñida de rosa por los miles de flamencos que utilizan esta enorme charca para alimentarse y descansar. El espectáculo es soberbio. Además de estas extrañas aves zancudas, hay posibilidad de observar grandes rapaces, como águilas, en medio de un paisaje verde espectacular, habitado por una gran variedad de aves. Allí pudimos ver también a una mamá rinoceronte, con su “pequeño”. Y después de verlos tan cerca, me di cuenta de que este extraordinario animal, a pesar de su apariencia robusta y fiera, es de lo más manso. Y que incluso, tiene cara de bueno.  (algo parecido a lo que me pasa a mí, cuando frunzo el ceño sin motivo aparente para el enfado. Aunque parezca que tengo mala leche, es sólo fachada 😊) Puedo decir, que, desde aquel día, cambió mi forma de verlo, y que hoy es uno de mis animales favoritos. En esta jornada también pasamos por el Ecuador, la línea imaginaria que separa el hemisferio Norte y el Sur de nuestro planeta. Aparte de la típica foto con el letrero que indica el punto exacto del paralelo, te hacen una demostración con el agua, para que veas, que según en que lado te encuentres, ésta gira en un sentido u otro. Y con el agua también como protagonista, en este caso una bella cascada, nos bajamos del furgón a la carrera para fotografiar, en un segundo, el salto de agua, y volver en el mismo tiempo, ya que los vendedores de souvenirs no te dejan casi andar en el pequeño trayecto que te lleva hasta este bonito rincón.


Lago Nakuru

Llegamos al Lake Nakuru Hotel, nuestro alojamiento para aquella noche. Pero íbamos a tener que dormir en otro lugar, ya que nos surgió el famoso overbooking. Tuvimos que desviarnos hasta el Lago Elmentaita, para acomodarnos en una especie de hacienda mexicana, donde vivimos una noche inolvidable, contando historias de terror alrededor de una hoguera, acompañados de fondo, del mejor de los estimulantes para ponernos la piel de gallina: el de la luz del rayo y el sonido del trueno bajo una escalofriante noche de tormenta en la sabana africana. Aullidos quejosos de fieras completaban la atmósfera ideal para una noche de terror perfecta. El café caliente adornó una velada de boyscouts que nos transportó hasta nuestra infancia. Mejor dicho, que nos fabricó (por lo menos a mí), un momento de esa niñez que no recuerdo haber vivido de pequeño (de mayor, muchas 😊).
Guepardo en posición de caza, Masái Mara

Y guepardo a punto de cazar, Masái Mara
Después de desayunar, el plan del día nos llevaría al famoso Masái Mara, la mítica reserva keniata. Su nombre se lo dan el río que la atraviesa (Mara) y la tribu que lo habita (los masái). Y probablemente habréis visto más de un reportaje sobre este parque en la televisión, ya que, en él, cada año, se produce uno de los acontecimientos más espectaculares y fascinantes de la naturaleza: la gran migración de los ñus. Al comienzo del verano, millones de estos animales se dirigen desde el sur del Serengueti, en Tanzania, a los pastos más ricos del norte, en Masái Mara. Junto a ellos, una gran cantidad de cebras abren camino, y otro número incalculable de gacelas cierran la gran marcha. Tal despliegue herbívoro llama la atención de numerosos depredadores, que aprovechan la concentración de antílopes para llenar sus estómagos. Pero el premio del paraíso que espera a la multitudinaria caravana bien merece el riesgo. Al otro lado, permanecerán tres tranquilos meses pastando, hasta que llegue la hora de volver a casa, donde se prepararán para la siguiente etapa de la vida, la gestación de la nueva generación de ñus.

Felinos en Masái Mara

Así pues, nos encontrábamos en un lugar idílico para nuestros sentidos. Masái Mara es la esencia del safari, es el sueño de África. Y es una de las reservas con mayor concentración de leones, guepardos y hienas, a los que no os resultará difícil avistar. De hecho, tened mucho cuidado, ya que pueden estar agazapados detrás de un arbusto. Nosotros casi tuvimos un encuentro no deseado con un enorme león. Las reglas están claras dentro del parque: no bajarse del vehículo, o hacerlo solamente cuando y donde el guía lo indique. Pero a veces, puedes tener emergencias en la vejiga que requieren actuar con celeridad, y claro, en medio de la sabana no plantan wáteres para que los turistas alivien sus necesidades. Mi compañera bebió demasiado café aquella mañana, y como los ñus, el líquido migraba, esta vez hacia el sur, de manera inexorable. Y claro, las chicas lo tienen peor para estas cosas. No voy a decir que yo lo hiciera desde la ventana de la furgoneta, pero necesitan más intimidad. Un árbol bajo parecía el escondite ideal para no ser vista. No se intuían amenazas en las cercanías, pero Bernard, de manera muy inteligente, le impidió bajar. Efectivamente, como si hubiera olido al felino, a la vuelta de ese pequeño árbol, un enorme león, con una enorme melena, y unos enormes dientes, descansaba a la sombra, jadeando. De ahí que es recomendable ir siempre con un buen guía que conozca la zona y a los animales que la habitan.

Esperando a las sobras


La travesía por este santuario de la naturaleza comenzaba con un pequeño contratiempo… nuestra furgoneta se resentía debido a lo abrupto del terreno. Comienza a salir humo, y tenemos que parar para repararla. Mientras Bernard lo arregla (un poquito de agua, un trapo y a correr), nosotros montamos un perímetro de vigilancia. Estamos a tan sólo cuatro kilómetros de nuestro hotel, así que un apaño temporal serviría para llegar hasta él, y una vez allí se miraría mejor la avería. Tras dejar nuestro equipaje, descansamos un rato. - Roberto, me acuerdo de la anécdota, pero no estoy seguro de que se produjera aquí (corrígeme si me equivoco) … -  A mi amigo se le ocurrió pedir uno de esos cócteles con nombres tan inspiradores con los que se seduce al emocionado turista. Eso de Elephant Kick (Patada de elefante), suena muy exótico y sugerente, aunque con un poco de objetividad podrías pensar que es un poco fuerte. Bueno, Rober, eso de estar al lado de uno de Bilbao, no te hace de Bilbao ja, ja … Al principio no notó nada… - “¡¡que exagerados!!” – miraba al vaso, ya vacío, con cierta decepción. El bautizo a la mezcla ( ¿o tal vez era una cerveza?) no hacía honor a la supuesta intensidad que debería mostrar. Pero, sí, al de cinco minutos, el elefante comenzó a cocear en el estómago de mi amigo, haciendo que se retorciera de dolor entre desesperados quejidos que no encontraban consuelo (no exagero, ¿no?). La próxima, más despacito 😊.


En el safari de la tarde veríamos jirafas y hienas, sobre todo. Al regresar a nuestro alojamiento, nos desplomamos extenuados. Porque sí, aunque vayamos cómodamente sentaditos, los viajes son largos, y, sobre todo, la emoción y la tensión de ver animales, agota. Pero es un cansancio que te tira sobre tu cama con una sonrisa de oreja a oreja, y una fatiga que se vence después de unas horas de sueño, las justas para recuperar tu cuerpo y prepararlo para el safari del día siguiente. Un día que crecía en emociones a medida que pasaban las horas. Hipopótamos, cocodrilos, leones… a estas alturas no os voy a enumerar todos los animales que vimos. Lo interesante iba a ser la visita a un pueblo masái, en el que aprendimos un poco más sobre esta legendaria tribu. Si bien es cierto que hoy en día nos comunicamos con casi todos los pueblos, por muy alejados y desconectados que estén del mundo moderno, también lo es que ese conocimiento es mutuo, y ya casi ninguna tribu es ajena al turismo, al que sacan todo el partido posible. La entrada os costará 20 dólares (en 2004), y ésta os da derecho a hacer un poco el “chorra” como yo, compitiendo con los guerreros para ver quién salta más alto, y a hacerles todas las fotos que queráis (en muchos poblados te cobran un dólar por foto). El avance también ha llegado a África, y a sus pobladores más antiguos. Pero el dinero no quita autenticidad a la experiencia. Quiero pensar que emplearán la recaudación en adquirir semillas y ganado, y no en un apartamento en Nairobi. Así como he podido ver otras tribus en Sudáfrica, por ejemplo, a las que había que avisar (igual también lo hicieron a los masái) media hora antes de que llegáramos, para que les diera tiempo a ponerse sus capas de piel de león y sacar todos los artilugios de hechiceros, éstos parecían vivir tal como se mostraban (a los de Sudáfrica se les veían las zapatillas de deporte debajo de sus trajes de atrezo, y las chozas parecían un decorado). La visita es muy recomendable, y una oportunidad única de conocer las costumbres, tradiciones y modo de vida de este pueblo. Antes de regresar al Mara Sopa hicimos un picnic campestre bajo un enorme árbol, en medio de la sabana. Fue el sándwich más sabroso que he comido en mi vida. Y no lo digo por la calidad de los ingredientes (que estaban ricos), sino por el lugar tan especial donde lo digerimos. Y de un almuerzo sencillo en plena naturaleza, rodeados de vegetación y animales, a una cena copiosa y sofisticada en un restaurante urbano lleno de turistas. Aunque he de reconocer que me lo pasé genial, mi estómago disfrutó más que yo, porque se inundó de todo tipo de carne, a cual más deliciosa que la anterior.

La foto es engañosa (yo bajaba y él subía:))

Aterrizando sin problemas





    
Coronando al nuevo príncipe



Ya de vuelta en Nairobi para regresar a casa, en el Carnivore disfrutamos de una velada estupenda para despedirnos de un país magnífico, que nos enganchó a África para siempre. En medio de fogones y de un olor a carne a la brasa que alimentaba antes de hincarle el diente, hicimos toda una cata carnívora de algunos de los animales que habíamos visto de safari. No os preocupéis, ya que se consumen piezas con excedente, digamos. A veces, hay que controlar la población de algunas especies, ya que, de lo contrario, un exceso de ejemplares podría desestabilizar el ecosistema y dañar a otras especies autóctonas. En el Carnivore os servirán hasta que, literalmente, no podáis comer más. Cuando lleguéis a ese punto en el que estáis a punto de reventar, llegará el momento de bajar la banderita de la mesa, lo que indicará al camarero que deje de traer carne. El menú es variado y exótico, y a los carnívoros os parecerá el paraíso y a los vegetarianos el infierno. Gacela, cebra, avestruz, camello (no me preguntéis de donde lo sacaron), cocodrilo, búfalo… Dependiendo de la temporada, la disponibilidad varía. Creo, que nosotros, excepto cebra, probamos todas las carnes, y mi veredicto corona, contra todo pronóstico, a la de cocodrilo como la más sabrosa y tierna, y castiga a la de camello como la más dura (realmente se masticaba mal) y menos jugosa. Las albóndigas de avestruz, con ligero toque picantillo no estaban mal tampoco. Para los más clásicos, se pueden pedir, como no, platos más occidentales, como pollo, cerdo, ternera o cerdo. Una cena diferente, pero abundante y deliciosa, que puso el broche de oro a una experiencia inolvidable. Kenia fue nuestro bautismo en el mundo de los safaris, y aquella maravilla que nos hizo sentir como a los viajeros del siglo XIX que se acercaban a descubrir los tesoros del continente negro en busca de aventuras. Luego llegarían viajes parecidos, pero totalmente diferentes. En Namibia y Sudáfrica nos enfrentaríamos a la fauna salvaje sin ningún apoyo ni ninguna comodidad. Fue más aventurero y más íntimo con la naturaleza. Pero Kenia es el safari por excelencia. Si queréis disfrutar de los grandes animales africanos y de alojamientos exclusivos integrados en plena naturaleza, lejos de la civilización, sin ninguna sorpresa, éste es vuestro destino, sin duda.














LOS MASÁI



Ya no persiguen con sus lanzas a fieros leones a través de la sabana africana, ni tampoco guerrean contra otras tribus por el dominio de las tierras. Hoy día manejan teléfonos móviles, está conectados a internet y usan dinero como nosotros, pero esa contaminación del mundo moderno, no ha perforado las costumbres ancestrales de los Masái. Siguen viviendo de su ganado, siguen practicando sus rituales, y siguen educando a sus hijos en las tradiciones de la tribu.


El pueblo más legendario del continente africano ha abrazado al futuro, sin desprenderse de su pasado. Muchos jóvenes se mezclan con otros pueblos, y otros abandonan sus aldeas para emprender otro modo de vida. Pero son todavía muchos los que prefieren quedarse para crecer como auténticos guerreros masáis.


El origen de esta legendaria tribu puede estar en el encuentro entre dos pueblos. Del norte, antiguos pobladores del delta del Nilo se mezclaron con otra tribu procedente del sur, probablemente del Lago Turkana, originando así una raza con rasgos delicados y una agilidad y un físico fuera de lo común. Asentados en la mayor parte del Valle del Rift, la peste y las sequías, primero, y la colonización británica, más tarde, les obligó a recogerse en el sur de Kenia y norte de Tanzania, perdiendo más del 60% del territorio que abarcaban.

Hoy día, esta tribu cuenta con cerca de un millón de individuos, que hablan el idioma masái, aunque utilizan el suahili y el inglés con frecuencia. Pueblo seminómada, hace tiempo que dejaron de depender exclusivamente de la caza, para alimentarse de lo que da la agricultura y el ganado. De las vacas sacan la carne, la sangre y la leche, la base de su dieta, y los bovinos se convierten así mismo en una pieza de cambio fundamental a la hora de conseguir mujeres para el cabeza de familia. Tres o cuatro reses y un par de ovejas suelen ser la contrapartida por una esposa (un hombre puede tener las que quiera), que, aunque relegada a un plano secundario dentro de la comunidad, juega un papel clave en el desarrollo de la misma. Ellas se encargan de cuidar a los hijos, de ordeñar las vacas, de cocinar, de limpiar el hogar, de coger agua en el pozo, de construir y reparar las casas… y de confeccionar bellos collares y pulseras que luego venden a otras tribus o a turistas. El hombre, por su parte, vigila el ganado, lo selecciona para extraerle la sangre y la carne, caza, y básicamente, hace labores de guardia, protegiendo al poblado de amenazas externas. Unas tareas algo descompensadas😊.



Los masáis suelen vivir en aldeas compuestas de chozas hechas a base de ramas, barro y excrementos de vaca. Sólo tienen una pequeña ventana por la que entra la luz. Su tamaño no es casual, ya que, de esta manera, se evita que el calor entre con más intensidad, y con ello, consiguen que las moscas no penetren en la vivienda.

En cuanto a la religión, adoran a un único dios, Ngai, que es el encargado de traer la lluvia tan necesaria para su supervivencia. Una lluvia que riega una hierba a la que consideran igualmente sagrada. Tanto, que cuando un adulto va a pegar a un niño, si éste es capaz de lanzarse al suelo y arrancar un puñado de hojas, automáticamente será perdonado.

No les gusta hablar de la muerte, y, de hecho, “desprecian” los cadáveres, abandonándolos en la sabana para que los animales se los coman. Los enfermos son cuidados, pero consideran que, si alguien muere dentro de una cabaña, ésta quedará maldita para siempre, por lo que no son pocas las ocasiones en las que no dudan en expulsar al moribundo para que perezca lejos de aldea, y sea devorado como carroña.

Cuando se produce una discusión dentro de la tribu, el consejo de ancianos es el que se reúne para intentar solventar el problema a través del diálogo. El rey gobierna el poblado, y el sistema sucesorio, al igual que en cualquier monarquía, hace que el poder pase al hijo del monarca.

Pero quizá, las costumbres más sorprendentes para nuestra forma de pensar occidental, son las que tienen que ver con sus tradiciones conyugales. Como hemos dicho, si un hombre posee mucho ganado (así se mide la riqueza), puede permitirse tener muchas esposas. Aunque lo normal son 5, los hay que llegan a reunir a 20. Para evitar enfermedades provocadas por la consanguinidad, el matrimonio suele producirse entre comunidades diferentes. La mujer es libre de tener relaciones sexuales con cualquier hombre de la tribu, pero si éste la obliga a mantenerlas sin su consentimiento, ella puede matarle sin recibir castigo alguno por el asesinato. Si el marido es incapaz de engendrar hijos, otro hombre de la tribu puede inseminar a su mujer por él, pero nunca podrá reclamar a ese hijo. El niño será del marido estéril.

Tras el parto, el padre no podrá entrar en la cabaña hasta diez días después de que la madre dé a luz. Y durante y después del embarazo, están prohibidas las relaciones sexuales, hasta que el niño empiece a andar, margen que se debe respetar también hasta que el padre pueda volver a comer en la choza con su nueva familia.

Sin duda alguna, los masáis siguen siendo una de las tribus legendarias de África, y ellos, a pesar de la tecnología, tienen intención de seguir respetando sus costumbres ancestrales para que la esencia de este orgulloso pueblo no se pierda en el futuro.