KENIA
Noviembre 2004
Siempre hay algo nuevo
en África – Plinio El Viejo
No es mi intención llevarle la contraria al famoso filósofo
romano, al que, seguramente no le faltarían razones para tal afirmación. Pero
yo todavía estoy en una etapa anterior… Yo apenas he empezado a rascar el
continente negro. Por eso, tal vez, ni siquiera he podido percibir todas esas
cosas “frescas” que debería apreciar cada vez que vuelvo. Hasta que llegue a
ese siguiente nivel en el que necesite descubrir algo original, seguiré
sintiendo ese algo tan especial que me transmite esta tierra, y que no deja que
te desenganches de ella. No sé a qué se refería el sabio, pero a mí, África me
enamora sin necesidad de mostrarme nada nuevo. Sus encantos ancestrales, su virginidad
animal y paisajística y su conexión con la naturaleza, muy alejadas de la vida
moderna a la que ha llegado el hombre, lanzan un embrujo del que es difícil
escapar. Y esa primera impresión se vuelve a repetir cada vez que pisas estas
tierras sagradas, y es la que quiero sentir cada vez que vuelvo. No hay
ciudades coloniales, ni grandes urbes modernas que te impacten con su
arquitectura, y aunque sí hay paisajes estremecedores, África tampoco los
necesitaría para enamorarte. No busco nada nuevo en África. Simplemente lo de
siempre…
Lago Nakuru |
Aberdare y el Treetops eran ya sólo un bonito recuerdo (reciente) en nuestra memoria. Volvíamos al hotel donde habíamos dejado nuestras maletas, para dirigirnos a continuación hacia el Lago Nakuru, una gran masa de agua teñida de rosa por los miles de flamencos que utilizan esta enorme charca para alimentarse y descansar. El espectáculo es soberbio. Además de estas extrañas aves zancudas, hay posibilidad de observar grandes rapaces, como águilas, en medio de un paisaje verde espectacular, habitado por una gran variedad de aves. Allí pudimos ver también a una mamá rinoceronte, con su “pequeño”. Y después de verlos tan cerca, me di cuenta de que este extraordinario animal, a pesar de su apariencia robusta y fiera, es de lo más manso. Y que incluso, tiene cara de bueno. (algo parecido a lo que me pasa a mí, cuando frunzo el ceño sin motivo aparente para el enfado. Aunque parezca que tengo mala leche, es sólo fachada 😊) Puedo decir, que, desde aquel día, cambió mi forma de verlo, y que hoy es uno de mis animales favoritos. En esta jornada también pasamos por el Ecuador, la línea imaginaria que separa el hemisferio Norte y el Sur de nuestro planeta. Aparte de la típica foto con el letrero que indica el punto exacto del paralelo, te hacen una demostración con el agua, para que veas, que según en que lado te encuentres, ésta gira en un sentido u otro. Y con el agua también como protagonista, en este caso una bella cascada, nos bajamos del furgón a la carrera para fotografiar, en un segundo, el salto de agua, y volver en el mismo tiempo, ya que los vendedores de souvenirs no te dejan casi andar en el pequeño trayecto que te lleva hasta este bonito rincón.
Lago Nakuru |
Llegamos al Lake Nakuru Hotel, nuestro alojamiento para
aquella noche. Pero íbamos a tener que dormir en otro lugar, ya que nos surgió
el famoso overbooking. Tuvimos que
desviarnos hasta el Lago Elmentaita, para acomodarnos en una especie de
hacienda mexicana, donde vivimos una noche inolvidable, contando historias de
terror alrededor de una hoguera, acompañados de fondo, del mejor de los
estimulantes para ponernos la piel de gallina: el de la luz del rayo y el
sonido del trueno bajo una escalofriante noche de tormenta en la sabana
africana. Aullidos quejosos de fieras completaban la atmósfera ideal para una
noche de terror perfecta. El café caliente adornó una velada de boyscouts que nos transportó hasta
nuestra infancia. Mejor dicho, que nos fabricó (por lo menos a mí), un momento
de esa niñez que no recuerdo haber vivido de pequeño (de mayor, muchas 😊).
Guepardo en posición de caza, Masái Mara |
Y guepardo a punto de cazar, Masái Mara |
Felinos en Masái Mara |
Esperando a las sobras |
La travesía por este santuario de la naturaleza comenzaba
con un pequeño contratiempo… nuestra furgoneta se resentía debido a lo abrupto
del terreno. Comienza a salir humo, y tenemos que parar para repararla.
Mientras Bernard lo arregla (un poquito de agua, un trapo y a correr), nosotros montamos
un perímetro de vigilancia. Estamos a tan sólo cuatro kilómetros de nuestro
hotel, así que un apaño temporal serviría para llegar hasta él, y una vez allí
se miraría mejor la avería. Tras dejar nuestro equipaje, descansamos un rato. - Roberto, me acuerdo de la anécdota, pero no estoy seguro de que se produjera
aquí (corrígeme si me equivoco) … - A mi amigo se le ocurrió pedir uno de esos
cócteles con nombres tan inspiradores con los que se seduce al emocionado
turista. Eso de Elephant Kick (Patada de
elefante), suena muy exótico y sugerente, aunque con un poco de objetividad
podrías pensar que es un poco fuerte. Bueno, Rober, eso de estar al lado de uno
de Bilbao, no te hace de Bilbao ja, ja … Al principio no notó nada… - “¡¡que
exagerados!!” – miraba al vaso, ya vacío, con cierta decepción. El bautizo a la
mezcla ( ¿o tal vez era una cerveza?) no hacía honor a la supuesta intensidad que debería mostrar. Pero, sí,
al de cinco minutos, el elefante comenzó a cocear en el estómago de mi amigo,
haciendo que se retorciera de dolor entre desesperados quejidos que no
encontraban consuelo (no exagero, ¿no?). La próxima, más despacito 😊.
En el safari de la tarde veríamos jirafas y hienas, sobre
todo. Al regresar a nuestro alojamiento, nos desplomamos extenuados. Porque sí,
aunque vayamos cómodamente sentaditos, los viajes son largos, y, sobre todo, la
emoción y la tensión de ver animales, agota. Pero es un cansancio que te tira
sobre tu cama con una sonrisa de oreja a oreja, y una fatiga que se vence
después de unas horas de sueño, las justas para recuperar tu cuerpo y
prepararlo para el safari del día siguiente. Un día que crecía en emociones a
medida que pasaban las horas. Hipopótamos, cocodrilos, leones… a estas alturas
no os voy a enumerar todos los animales que vimos. Lo interesante iba a ser la
visita a un pueblo masái, en el que aprendimos un poco más sobre esta
legendaria tribu. Si bien es cierto que hoy en día nos comunicamos con casi
todos los pueblos, por muy alejados y desconectados que estén del mundo
moderno, también lo es que ese conocimiento es mutuo, y ya casi ninguna tribu
es ajena al turismo, al que sacan todo el partido posible. La entrada os
costará 20 dólares (en 2004), y ésta os da derecho a hacer un poco el “chorra”
como yo, compitiendo con los guerreros para ver quién salta más alto, y a
hacerles todas las fotos que queráis (en muchos poblados te cobran un dólar por
foto). El avance también ha llegado a África, y a sus pobladores más antiguos.
Pero el dinero no quita autenticidad a la experiencia. Quiero pensar que
emplearán la recaudación en adquirir semillas y ganado, y no en un apartamento
en Nairobi. Así como he podido ver otras tribus en Sudáfrica, por ejemplo, a
las que había que avisar (igual también lo hicieron a los masái) media hora
antes de que llegáramos, para que les diera tiempo a ponerse sus capas de piel
de león y sacar todos los artilugios de hechiceros, éstos parecían vivir tal
como se mostraban (a los de Sudáfrica se les veían las zapatillas de deporte
debajo de sus trajes de atrezo, y las chozas parecían un decorado). La visita
es muy recomendable, y una oportunidad única de conocer las costumbres,
tradiciones y modo de vida de este pueblo. Antes de regresar al Mara Sopa hicimos un picnic campestre
bajo un enorme árbol, en medio de la sabana. Fue el sándwich más sabroso que he
comido en mi vida. Y no lo digo por la calidad de los ingredientes (que estaban
ricos), sino por el lugar tan especial donde lo digerimos. Y de un almuerzo
sencillo en plena naturaleza, rodeados de vegetación y animales, a una cena copiosa
y sofisticada en un restaurante urbano lleno de turistas. Aunque he de
reconocer que me lo pasé genial, mi estómago disfrutó más que yo, porque se inundó
de todo tipo de carne, a cual más deliciosa que la anterior.
LOS MASÁI
Ya no persiguen con sus lanzas a fieros leones a través de
la sabana africana, ni tampoco guerrean contra otras tribus por el dominio de
las tierras. Hoy día manejan teléfonos móviles, está conectados a internet y
usan dinero como nosotros, pero esa contaminación del mundo moderno, no ha
perforado las costumbres ancestrales de los Masái. Siguen viviendo de su
ganado, siguen practicando sus rituales, y siguen educando a sus hijos en las
tradiciones de la tribu.
El pueblo más legendario del continente africano ha abrazado
al futuro, sin desprenderse de su pasado. Muchos jóvenes se mezclan con otros
pueblos, y otros abandonan sus aldeas para emprender otro modo de vida. Pero
son todavía muchos los que prefieren quedarse para crecer como auténticos
guerreros masáis.
El origen de esta legendaria tribu puede estar en el
encuentro entre dos pueblos. Del norte, antiguos pobladores del delta del Nilo
se mezclaron con otra tribu procedente del sur, probablemente del Lago Turkana,
originando así una raza con rasgos delicados y una agilidad y un físico fuera
de lo común. Asentados en la mayor parte del Valle del Rift, la peste y las
sequías, primero, y la colonización británica, más tarde, les obligó a
recogerse en el sur de Kenia y norte de Tanzania, perdiendo más del 60% del
territorio que abarcaban.
Hoy día, esta tribu cuenta con cerca de un millón de
individuos, que hablan el idioma masái, aunque utilizan el suahili y el inglés
con frecuencia. Pueblo seminómada, hace tiempo que dejaron de depender
exclusivamente de la caza, para alimentarse de lo que da la agricultura y el
ganado. De las vacas sacan la carne, la sangre y la leche, la base de su dieta,
y los bovinos se convierten así mismo en una pieza de cambio fundamental a la
hora de conseguir mujeres para el cabeza de familia. Tres o cuatro reses y un
par de ovejas suelen ser la contrapartida por una esposa (un hombre puede tener
las que quiera), que, aunque relegada a un plano secundario dentro de la
comunidad, juega un papel clave en el desarrollo de la misma. Ellas se encargan
de cuidar a los hijos, de ordeñar las vacas, de cocinar, de limpiar el hogar,
de coger agua en el pozo, de construir y reparar las casas… y de confeccionar
bellos collares y pulseras que luego venden a otras tribus o a turistas. El
hombre, por su parte, vigila el ganado, lo selecciona para extraerle la sangre
y la carne, caza, y básicamente, hace labores de guardia, protegiendo al
poblado de amenazas externas. Unas tareas algo descompensadas😊.
Los masáis suelen vivir en aldeas compuestas de chozas
hechas a base de ramas, barro y excrementos de vaca. Sólo tienen una pequeña
ventana por la que entra la luz. Su tamaño no es casual, ya que, de esta
manera, se evita que el calor entre con más intensidad, y con ello, consiguen
que las moscas no penetren en la vivienda.
En cuanto a la religión, adoran a un único dios, Ngai, que
es el encargado de traer la lluvia tan necesaria para su supervivencia. Una
lluvia que riega una hierba a la que consideran igualmente sagrada. Tanto, que
cuando un adulto va a pegar a un niño, si éste es capaz de lanzarse al suelo y
arrancar un puñado de hojas, automáticamente será perdonado.
No les gusta hablar de la muerte, y, de hecho, “desprecian”
los cadáveres, abandonándolos en la sabana para que los animales se los coman.
Los enfermos son cuidados, pero consideran que, si alguien muere dentro de una
cabaña, ésta quedará maldita para siempre, por lo que no son pocas las
ocasiones en las que no dudan en expulsar al moribundo para que perezca lejos
de aldea, y sea devorado como carroña.
Cuando se produce una discusión dentro de la tribu, el
consejo de ancianos es el que se reúne para intentar solventar el problema a través
del diálogo. El rey gobierna el poblado, y el sistema sucesorio, al igual que
en cualquier monarquía, hace que el poder pase al hijo del monarca.
Pero quizá, las costumbres más sorprendentes para nuestra
forma de pensar occidental, son las que tienen que ver con sus tradiciones
conyugales. Como hemos dicho, si un hombre posee mucho ganado (así se mide la
riqueza), puede permitirse tener muchas esposas. Aunque lo normal son 5, los
hay que llegan a reunir a 20. Para evitar enfermedades provocadas por la consanguinidad,
el matrimonio suele producirse entre comunidades diferentes. La mujer es libre
de tener relaciones sexuales con cualquier hombre de la tribu, pero si éste la obliga
a mantenerlas sin su consentimiento, ella puede matarle sin recibir castigo
alguno por el asesinato. Si el marido es incapaz de engendrar hijos, otro
hombre de la tribu puede inseminar a su mujer por él, pero nunca podrá reclamar
a ese hijo. El niño será del marido estéril.
Tras el parto, el padre no podrá entrar en la cabaña hasta
diez días después de que la madre dé a luz. Y durante y después del embarazo,
están prohibidas las relaciones sexuales, hasta que el niño empiece a andar,
margen que se debe respetar también hasta que el padre pueda volver a comer en
la choza con su nueva familia.
Sin duda alguna, los masáis siguen siendo una de las tribus
legendarias de África, y ellos, a pesar de la tecnología, tienen intención de
seguir respetando sus costumbres ancestrales para que la esencia de este
orgulloso pueblo no se pierda en el futuro.