lunes, 11 de marzo de 2019

CHINA: Pekín. - Zheng He, el navegante que pudo descubrir América.



CHINA: PEKÍN


Ciudad Prohibida, Pekín

Hace bastantes años (en 1999) asistí al estreno de una película que me dejó mentalmente “noqueado”. Nunca tuve, ni antes ni después de aquella noche, una sensación parecida con ningún otro film. Salí de la sala de cine sin saber si me había gustado o no Eyes Wide Shut. La obra de Stanley Kubrick me provocó varios minutos… horas… días enteros de reflexión intentando averiguar y analizar el impacto que había causado en mí aquella película. Y después de tantas cavilaciones e introspecciones, me di cuenta de que, efectivamente, el estreno del director americano protagonizado por Tom Cruise y Nicole Kidman me había seducido de una forma tan extraña, que ni yo mismo me había dado cuenta de que había caído rendido a sus encantos.



China me ha dejado una sensación parecida… aunque por desgracia, la conclusión no es tan positiva como con Eyes Wide Shut. He tardado en decidir si me ha gustado o no, y aunque la respuesta es afirmativa, la sensación de que no has disfrutado por completo de lo que el país ha de transmitirte, nos ha dejado la experiencia incompleta. Yo le encuentro interés prácticamente a todo, y ciertamente China posee paisajes y ciudades vibrantes y espectaculares. Mucha gente que ha visto las fotos nos comenta que son de las más bonitas de nuestros viajes, pero a China le falta algo… autenticidad… mostrar su historia… sus tradiciones… sus costumbres… su folclore… su identidad… a China le falta alma. Está tan concentrada en avanzar hacia el futuro que parece haber olvidado su pasado. Y eso se respira en su sociedad y en el carácter de sus escenarios. Probablemente haya aldeas remotas en las que se pueda sentir ese pasado cada vez más arrinconado y encerrado, pero lo que está al alcance de la mayoría de los viajeros es una sucesión de enormes ciudades construidas sin ningún tipo de orden, donde lo único importante es plantar enormes y poco estéticos rascacielos para cobijar a una población cada vez más urbana. Y en ese proceso no han dudado en derribar pueblitos y barrios antiguos para imponer el cemento y el ladrillo. 

Ciudad Prohibida

Con 1.400 millones de habitantes, la etnia mayoritaria es la han, que supone más del 90% de la población. Hace 5 años que dejaron la política de hijo único, una ley que ha traído numerosos problemas a la hora de encontrar pareja. Ahora ya no son multados si tienen más de un vástago, algo que sí podían hacer las minorías étnicas. Y aunque las religiones con más seguidores son el confucionismo, budismo y taoísmo, la mayoría de los chinos no se aferran a ningún credo. Bueno, en realidad, hay uno que está ganando muchos adeptos día tras día: el consumismo (no comunismo). Para hacerse una idea del volumen del gasto que hacen los chinos, nada mejor que comparar El Día de los Solteros (ese día del año donde se concentran importantes rebajas para animar aún más las compras navideñas) con el Black Friday occidental. Pues bien, el gasto de ese día de noviembre en China es mayor que el del Black Friday y Cyber Monday juntos. La República Popular China está avanzando a pasos agigantados, y el progreso tiene un precio: la pérdida de identidad. A diferencia de su vecino Japón, al que admiro y del que nunca me cansaré de ensalzar, China no ha sabido encontrar ese equilibrio perfecto entre pasado y futuro, entre tradición y modernidad. Los chinos han pasado de fabricantes a consumidores, y ese gran salto ha supuesto un gran desarrollo social que ha permitido a gran parte de la población acceder a unos bienes de consumo que antes sólo veían pasar por sus manos en una cadena de montaje. Años atrás, los chinos no hacían huelgas, no tenían vacaciones y trabajaban 20 horas al día. Eso se acabó. Tienen un horario occidental y los mismos derechos que nosotros. Por eso, tal vez, ya no sea el sitio idóneo para que las grandes marcas fabriquen a coste mínimo. Ahora, esas compañías (las de telefonía, por ejemplo, cuyos terminales son más apreciados en Europa que en su propio país, donde el Iphone parece dar más status social), están sembrando la India de fábricas donde producen más barato. China ya no es un paraíso para las compras. Ellos mismos te lo dicen, y vosotros mismos lo comprobaréis. Si vais con la maleta vacía pensando en llenarla en Pekín o Shanghái, id olvidándolo, porque estas ciudades son más caras que España.
C
Ciudad Prohibida

Con un mercado potencial enorme (una quinta parte del planeta), los chinos se pueden permitir el lujo de prescindir de servicios como Google, Facebook y Whatsapp, porque tienen los suyos propios. No podréis conectaros a muchas aplicaciones occidentales porque están prohibidas.

Aunque hay otra realidad que no se ve pero que todavía late, y con fuerza, la pobreza. Si bien puede fascinarnos ese gran despliegue de empresas y ciudades, adornadas con deslumbrantes luces al anochecer, todavía hay mucha gente viviendo con muy poco dinero a las afueras de estas fascinantes urbes y en el campo.

En cuanto a la comida… particularmente no me gustó. Posee fama mundial, pero a nosotros no nos convenció. Aunque en China se dice que allí se come todo lo del aire, menos los aviones, y todo lo de la tierra, menos los coches (faltaría todo lo del agua menos los barcos), no me pareció una gastronomía tan elaborada y variada. Bueno, variado sí que es el escaparate de insectos que hay a disposición del turista valiente que se atreva a ingerir escorpiones (todavía pataleando trinchados en los pinchos), gusanos, escarabajos o cucarachas que se exponen en los puestos callejeros. Sí, no es una leyenda, comen todo lo que se mueva.

Tras esta introducción, ponemos pie en tierra para empezar nuestro itinerario por la fascinante y ¿exótica? China…

Templo de los Lamas

La llegada al aeropuerto de Pekín ya nos preparaba para las aglomeraciones (aunque no tanto como pensaba) que nos esperaban en el país asiático. Tres horas para pasar los numerosos y exhaustivos (demasiado) controles. Reconocimiento de cara, huellas dactilares, mil formularios, cacheo, otro cacheo más profundo, otra foto, otro papelito… en eso parece que el comunismo no ha aflojado. Me dio la sensación de que te tienen fichado cada minuto (y así es). Hay cámaras por todas partes, y en todo momento debes informar de tu itinerario (cuando rellenéis el visado os daréis cuenta del grado de conocimiento sobre vosotros que van a tener después de sellarlo). Si viajáis por libre, cuando lleguéis a una ciudad, debéis acercaros a la comisaria más cercana para dar parte de vuestra presencia, e informar del hotel donde estáis. Y hablando de hoteles… no todos permiten alojarse a extranjeros, así que tal vez os encontréis en una situación incómoda cuando os nieguen habitación. Muchos alojamientos os sacarán fotos (para reconocimiento facial). Creo que el control es excesivo. En el tema del alojamiento, debéis ser especialmente cuidadosos con conductas que en otro lugar pudieran parecer graciosas o sin importancia. Allí irán detrás de ti si se te ocurre llevarte unos palillos de recuerdo de un restaurante, o una toalla de un hotel, o si simplemente utilizas ésta para limpiar tus botas. No lo hagas porque sacarán foto y te lo reprocharán públicamente antes de que te despidas del recepcionista. Son extremadamente rápidos para comprobar este tipo de cosas (yo lo decía en broma, pero es que parece que haya cámaras hasta en las propias habitaciones). Hemos oído y visto infinidad de anécdotas de este tipo, así que, mejor sed formalitos, porque no hay mucho tacto con el turista.  Luego, eso sí, los hoteles no cumplirán la categoría y estarán “revenidos”, sucios y con averías, pero hay que tragar.



Y lo que no tragan los chinos es su saliva. He de reconocer que me los esperaba más secos y un poco más… bueno, menos higiénicos, por lo que había oído antes de ir, pero han sido bastante simpáticos dentro de su frialdad (algún empujoncillo sin importancia en las colas y para sentarse corriendo en el metro) y aunque hemos visto ciertas conductas poco aseadas en algunos restaurantes, esperábamos más suciedad. Hay que decir que las calles están muy limpias, aunque eso sí, lo de escupir es todo un ritual para ellos. Se toman su tiempo en formar (con ruido incluido), amasar y lanzar el japo.

Pero empecemos la ruta por este, hasta hace pocos años, desconocido y aislado país…

Y el recorrido comienza en la capital, Pekín. Antes de partir de viaje, siempre focalizas las ganas y el interés del mismo más sobre unos puntos que sobre otros. En este caso, a priori, nos atraía más que Shanghái. Pero ya os adelanto, que la metrópolis del sur salió victoriosa. 



Lo primero que confirmamos al llegar a Pekín fue la preocupante contaminación que envuelve la ciudad, que impedía ver la parte más alta de los rascacielos. Dicen que respirar el aire de Pekín durante un día es como fumarte un paquete de tabaco. A pesar de todo, según nos contaron, no era el peor momento. En verano, y a falta de precipitaciones, la nube de contaminación es mucho más densa. Tanto como para evitar que incluso muchos aviones no puedan aterrizar en los aeropuertos.

Después de llegar en un autobús un tanto destartalado a nuestro hotel, la primera visita era el Templo del Cielo, un complejo de 1420 en el que las diferentes dinastías rezaban y daban las gracias al cielo por las buenas cosechas. El templo central, con su forma circular, es el edificio más bonito, pero hay otros pabellones rodeados de murallas, bellos puentes y cipreses de hasta 800 años de antigüedad. En sus jardines observamos a los ancianos haciendo ejercicio y jugando al Mhajong, el famoso juego de mesa chino. No es que te deje con la boca abierta, pero es bonito, sí. 

Templo del Cielo


De ahí al mercado de la seda. El nombre puede llegar a confundirnos, ya que te hace pensar en una especie de mercado al aire libre tipo zoco o rastrillo, con puestitos donde los comerciantes venden prendas de seda. Nada más lejos de la realidad. Es un gran almacén, un edificio de varias plantas, tipo El Corte Inglés, lleno de tiendas… tiendas muy caras donde ni siquiera se pueden regatear los altos precios. Totalmente desaconsejable. El único gasto que hicimos allí fue el de unas galletas y unos noodles para comer por 15 yuanes.

La tarde la dedicaríamos a ver un espectáculo de acrobacia china. Nada más entrar a la sala te das cuenta de que has retrocedido 30 años en el tiempo. El cine, añejo, olía a palomitas y a gominolas que consumían los niños que acudían en compañía de sus padres para pasar la tarde del domingo. Se repartían globos y todo recordaba a cuando eras niño e ibas al cine, o al circo con toda la ilusión del mundo. A pesar de todo, el público chino no es muy entusiasta. Asistíamos con cierta sorpresa a la poca pasión que mostraban los espectadores ante unos números tan complicados y vistosos. Ni a niños ni a mayores parecían impresionarles las piruetas de los esforzados gimnastas que se esmeraban por agradar a los asistentes con unos ejercicios impresionantes. Es de esas ocasiones que sufres por el prójimo (en este caso por los acróbatas) porque sientes que no están siendo lo suficientemente recompensados por su trabajo. Apenas recibían unos pocos y fríos aplausos, que no compensaban su encomiable despliegue físico. Muchos incluso se marchaban con total indiferencia antes de acabar el espectáculo. Un espectáculo que merece la pena ver, por el ambiente y por la propia pericia de los chicos que ejecutan las acrobacias.


Teatro chino

Llevábamos dos noches de viaje sin pegar ojo (una en un autobús y otra en el avión), pero nos dimos un paseo nocturno por los alrededores del hotel, que estaba en el distrito financiero de la ciudad. Pekín (como la mayoría de las ciudades chinas) no tiene un centro neurálgico al que acudir. Todo está muy desperdigado, y no es como otras ciudades europeas o americanas en las que puede existir un casco antiguo o una catedral alrededor de la cual discurre el interés principal de la urbe. En China, hay templos, sí, pero cada uno en una esquina de la ciudad.


Nos acercamos al pie de los rascacielos para observarlos más de cerca y tratar de esquivar a la contaminación que nos privaba de una vista completa. El edificio de la televisión es tal vez, el más espectacular de la zona. No queríamos una cena copiosa, ya que el cansancio nos derrumbaría sobre la cama en cuanto entráramos a la habitación del hotel, así que compramos un bizcocho y nos tomamos un café y un té verde antes de ir a descansar para afrontar la siguiente jornada que prometía ser apasionante…

Desayuno a las 7 de la mañana. Croissants, dulces, embutido, tortilla… aunque no de muy buena calidad, a pesar de las cuatro estrellas del alojamiento. Antes de visitar una de las maravillas del mundo, hicimos una parada en un taller artesanal donde nos enseñan cómo se pintan y lacan las figuras de cobre. Y tal como entramos, salimos espantados de los precios desorbitados que marcaban esos trabajos. El día era nublado y llovía, algo que tal vez influyó en la sensación agridulce que nos dejó el recorrido por la Gran Muralla. Aunque hay tres zonas principales para visitarla, nosotros lo hicimos en Badaling, seguramente la más transitada. Ahora, meses después de haber regresado, estoy apreciándola bastante mejor, pero allí, in situ, la Gran Muralla no me transmitió lo que esperaba y deseaba. Las expectativas eran tan grandes que a lo mejor fui yo el culpable de esa pequeña decepción. A pesar de que era la zona (a unos 70 kilómetros de Pekín) más concurrida, no había mucha gente. Siendo objetivos, es una construcción magnífica, impactante y grandiosa (no, la leyenda de que se ve desde el espacio es falsa, confirmado por un propio astronauta chino). Pero su fama puede ser un hándicap a la hora de emocionarte. Es tanta que puede que no sepas apreciar su belleza todo lo que deberías. 


Gran Muralla

El tramo ascendente requiere cierto esfuerzo, así que hay que tomárselo con calma y descansar cada poco tiempo, ya que los escalones pueden resultar muy exigentes. Cuanto más se ascienda, mejores vistas del entorno se tendrán. Desde arriba es impresionante ver cómo la gran serpiente de piedra zigzaguea entre las montañas.

Gran Muralla

Construida y remodelada constantemente entre los siglos V a. C. y XVI, esta barrera se erigió para frenar a la amenaza mongola. A lo largo de sus más de 21 000 kilómetros se usó, dependiendo de la zona, piedra caliza, granito, grava, arcilla, caña y ladrillo cocido, para levantar una muralla de 7 metros de alto por cinco de ancho de media. Hoy día, apenas se conserva el 30 % de su estructura original, ya que, a lo largo de la historia, incluso durante el pasado siglo, la gente utilizó su piedra, que arrancaba sin pudor, para construir sus casas. El vandalismo y la erosión han colaborado también a su desgaste.

Gran Muralla

A lo largo de la muralla, y cada pocos metros, se levantaban fuertes y torres de vigilancia desde los que se vigilaban las posibles incursiones enemigas y controlaban el paso de mercancías.

Está considerada una de las siete maravillas del mundo moderno, y ciertamente, a pesar de esa primera impresión que nos desinfló un poco la ilusión, es un lugar que debe visitarse para comprobar in situ la magnitud y la influencia de esta increíble estructura.
Gran Muralla


Mesa tradicional rotativa
Era la hora de comer. En una mesa giratoria donde los comensales se pelean por la comida (que muchas veces acaba golpeada y desparramada), degustamos la famosa comida china. Como ya he dicho, particularmente no me enamoró la gastronomía, y el sistema con la mesa rodante, estresaba un poco. Había que pedir permiso continuamente para girar los platos y poder servirte.

Palacio de Verano

El siguiente punto era el Palacio de Verano. Afeado por el mal de tiempo de nuevo, apenas se apreciaba la belleza del lago que rodeaba este bonito parque de 1750 en el que descansaba el emperador Qianlong y su familia. Construido en la colina de la longevidad, a los pies de este complejo reposa el Lago Kunming, repleto de flores de loto flotando sobre sus aguas. Allí se encuentra la estatua del mítico Qilín, un híbrido que solo aparecía en época de armonía. El gran corredor de madera, aparte de protegerte de la molesta lluvia, te ofrece unas bonitas pinturas que adornan sus techos. Al final de este pasillo, hay un barco de mármol blanco que utilizaba la emperatriz para celebrar fiestas. Hoy día, para los chinos este barco es símbolo de corrupción, ya que, obviamente, no puede navegar. Sin embargo, para su antigua reina, esta característica de inmovilidad significaba estabilidad y perennidad, ya que no se hunde ni se desgasta. A nosotros es de lo que más nos gustó, quizá porque es la mejor forma que pudimos apreciar de cerca. El parque está salpicado de pagodas, teatros y residencias, pero quizá la más espectacular sea la Pagoda del Buda Fragante. El puente blanco de los 17 arcos se puede admirar desde el barquito que os devuelve hasta la entrada.  

Barco de mármol del Palacio de Verano

Ya de noche, y de vuelta al hotel, paramos en el recinto olímpico que albergó las olimpiadas de Pekín 2008. No era algo que entrara en nuestros planes ni que tuviéramos especial interés por ver, pero contra todo pronóstico, fue la sorpresa más agradable del día. Tal vez nos ocurrió lo contrario que con la Gran Muralla. Al tener cero expectativas, era fácil asombrarnos, y lo hizo. El estadio de El Nido donde se ofició la ceremonia de apertura y clausura de los Juegos Olímpicos, así como las pruebas de atletismo, es una construcción magnífica. Y de noche, iluminado y cambiando de color constantemente, te deja con la boca abierta. Un poco más adelante, El Cubo de Agua, donde se celebraron las disciplinas acuáticas, también juega con los colores, y a pesar de que igual no es tan impactante como su compañero, resulta igualmente hipnotizante ver su fachada cambiar de atuendo constantemente.

Estadio olímpico "El Nido"

Para cenar, probamos el famoso pato laqueado. A lo mejor no quedo muy sofisticado al decirlo, pero prefiero un sencillo pollo asado.

Antes de ir a dormir, quisimos acercarnos a la zona de restaurantes donde los vendedores ofertaban una gran variedad de insectos para sus clientes. Cogimos el metro (muy fácil de usar) y nos dirigimos hacia la calle de los bichos. En mi currículum (seamos sinceros, la mayoría lo hacemos para chulear) ya tenía gusanos de Tailandia, y a pesar de que convenientemente fritos se podían tragar, no me apetecía probar escorpiones, serpientes, tarántulas o cucarachas de 30 centímetros. No es sólo por el sabor, también por la forma de comerlo. ¿Cómo partes y muerdes una cucaracha? ¡Qué asco! Sin contar con el tema sanitario. Estábamos a principios de viaje y no quería arriesgarme a ponerme enfermo por hacer la gracia (ya he oído algún caso). Era curioso ver el ambiente, pero nuestra delicia fue un simple pero riquísimo bizcocho.
Intestinos y... ¿pájaros?




Amanecía un nuevo día lluvioso, pero por fortuna, se despejaba a las 8 de la mañana, justo después de desayunar. La primera parada era Tian An Men, la plaza pública más grande del mundo y tristemente famosa por un acontecimiento que aún hoy, todavía muchos recordamos. En 1989, trabajadores y estudiantes, sobre todo, iniciaron protestas contra el gobierno, y éste decidió reprimirlas con la fuerza del Ejército y de sus tanques. Nunca se nos olvidará la famosa imagen que dio la vuelta al mundo del joven haciendo frente a una columna de carros de combate con una chaqueta en una mano y una bolsa de plástico en la otra. La cifra de muertos varía en función de las fuentes, que cifran las víctimas entre 400 y 10 000. 


Plaza Tiananmén

Desde la plaza se divisan varios monumentos y edificios gubernamentales con el icónico cuadro gigante de Mao, el gran timonel de China, vigilando a su pueblo. Allí está el mausoleo donde se embalsamó su cuerpo. Es fácil ubicarlo ya que veréis colas interminables de personas que esperan pacientemente su turno para presentar sus respetos al gran líder chino.


Tiananmén, con colas de gente para ver a Mao

La Ciudad Prohibida nos impactó. Grandiosa, bella y seductora, las grandes masas de gente que la recorren no impiden que te impregnes de su magia. A lo largo de su casi kilómetro de largo y 750 metros de ancho, te maravillarás en cada edificio, en cada jardín, en cada puente, en cada canal y en cada esquina del mayor complejo palaciego del mundo. Este vasto y hermoso recinto alberga las construcciones de madera tradicionales chinas que habitaron los emperadores durante 500 años, en los que estuvo prohibida la entrada a las personas que no pertenecieran a la corte, de ahí su nombre. Erigido entre 1406 y 1420, más de un millón trabajadores participaron en su construcción durante esos 14 años. Nosotros solo dispusimos de unas tres horas para admirar esta maravilla, las suficientes para sentirnos afortunados por haber estado detrás de estas murallas que protegen 980 edificios con 9999 estancias. Muchas de ellas guardan y ofrecen al visitante una gran colección de hermosos objetos y pinturas de las diferentes dinastías imperiales.


Ciudad Prohibida













Impactados por la visita a la Ciudad Prohibida, después de hacer una degustación de té, llegamos a otro rincón de Pekín que todos los recorridos turísticos ignoran, y que nadie debería dejar de visitar en su estancia en la capital china. El Templo de los Lamas es el templo budista más famoso del mundo fuera del Tíbet. De 1744, una estatua de 18 metros del buda Maitreya es una de sus principales atracciones. Pero el conjunto es realmente fantástico y un remanso de paz en medio de una ajetreada y bulliciosa urbe. Agradecimos ese tranquilo paseo.









Templo de los Lamas


Desde allí, nos acercamos andando hasta los hutong, los callejones de la parte antigua de la ciudad que rodean la Ciudad Prohibida. Por desgracia, estas casas, con su patio cuadrado en el centro, están desapareciendo poco a poco. En el 2008 se destruyeron muchas de ellas para edificar bloques más altos y modernos a raíz de las Olimpiadas. Pero todavía se pueden ver alguna de esas bonitas casas estrechas, muchas de ellas convertidas en comercios, e impregnarse del ambiente comercial de la zona. Podéis comprar de todo, desde arte y ropa, hasta medusas a modo de mascota. 



Hutong, con tienda de medusas


El paseo se alargó hasta la Torre del Tambor y la Torre de la Campana. Son torres situadas en el centro de la ciudad (hoy día en rotondas), de casi 50 metros de altura que servían para anunciar el amanecer (campana) y el anochecer (tambor). Es como un reloj, como un campanario que marca las horas. Se llaman así en todas las ciudades chinas y son realmente bellas. Merecen una visita para ver los tambores y las campanas gigantes. De noche, iluminadas, son especialmente impresionantes, como toda la iluminación en China.
Templo de los Lamas

Para despedirnos de Pekín, cogimos el metro y nos acercamos de nuevo al callejón de los bichos, ya que la noche anterior llegamos cuando estaba cerrando ya. Esta vez sí, pudimos sumergirnos de lleno en el ambiente y ver todos los insectos comestibles, una variedad que abarcaba desde escorpiones empalados todavía pataleando vivos, hasta tarántulas, gusanos, intestinos, serpientes o caballitos de mar… El olor no era muy agradable, y algunas prácticas de los dueños de los comercios de comida tampoco ayudaban a intentar probar algo. Más que por el propio bicho en sí, por la higiene de algunos puestos. Yo… he visto cosas que vosotros no creeríais.. como dijo el replicante Rutger Hauer en Blade Runner.
Templo de los Lamas

Y así, como empezaba este viaje, con una alusión cinematográfica, llegamos al final de nuestra aventura en Pekín. Volvimos al hotel con nuestro bizcochito, y tras sortear a las mujeres que acuden a la entrada de estos alojamientos para ofrecer sus servicios sexuales (mostraban fotos en el móvil de las chicas), nos recogimos en nuestra habitación para descansar. Al día siguiente cogeríamos un tren bala a ZhengZhou, y de allí en autobús a Dengfeng para visitar el mítico Monasterio Shaolin, la meca del Kung-fu, que fue una de las sorpresas más gratas y fascinantes de todo el viaje…


Ciudad Prohibida

ZHENG HE: EL NAVEGANTE QUE PUDO DESCUBRIR AMÉRICA







Los libros de Historia cuentan que Cristóbal Colón descubrió América en el año 1492… Sin embargo, hoy día, todos sabemos que el intrépido navegante ¿veneciano?, sólo fue el primero en reclamar esas tierras que pensaba, en un principio, que eran las Indias Orientales. Puso pie en ellas y aquel pequeño paso para el Hombre, como diría Armstrong cuando pisó la Luna, fue un gran salto, en este caso, para la Corona de España, que, a raíz de aquella hazaña, se convertiría en la mayor potencia mundial durante los siguientes siglos, dominando la vieja Europa gracias a las riquezas que le proporcionaría el nuevo continente.


El asentamiento de L´Anse aux Meadows, en Terranova, Canadá, descubierto en 1960 y declarado Patrimonio de la Humanidad, es la prueba palpable que dio la razón a la teoría defendida durante muchos años por aquellos que sostenían que los vikingos habían llegado al continente americano en el año 1000, cinco siglos antes que Colón. Erik el Rojo y su hijo Leif Erikson ya conocían América mucho antes que las grandes potencias europeas del siglo XIV-XV clavaran sus banderas en las playas del nuevo mundo. De hecho, los nórdicos construyeron asentamientos en las costas de Labrador y tuvieron descendientes en tierras americanas. Pero no sólo ellos… es muy probable que los balleneros vascos, debido a la extinción de la ballena en el Cantábrico y desplazados por ingleses, holandeses y alemanes, tuvieron que navegar hacia el oeste en busca de ballenas y de nuevos caladeros de bacalao. Sobrepasaron Islandia (en las Sagas islandesas se menciona el avistamiento de estas embarcaciones pesqueras rumbo hacia tierras canadienses) y encontraron su particular tesoro en las aguas de Terranova y Labrador. Allí convivieron con los nativos durante muchos años (desde 1375). Una prueba de este contacto es que cuando llegaron los primeros exploradores franceses a la zona en el siglo XV, los indígenas les saludaban con una frase “Apezak hobeto” (los curas mejor). Acostumbrados a la presencia y al saludo de los pescadores vascos, “Zer moduz?” (“Qué tal” en euskera), ellos oían responder esa frase, y así daban los indios la bienvenida a los nuevos visitantes. Jaques Cartier, el francés que descubrió Canadá, dejó por escrito que había visto a miles de vascos pescando en aguas canadienses. Aunque me gustaría dedicarle una entrada más completa a este asunto tan interesante, sólo comentar que hoy día, los habitantes de Terranova y los vascos tienen una relación muy estrecha a nivel institucional, y allí hay museos donde se explica con profundidad la historia de los balleneros vascos. Muchos nombres de calles, ciudades y personas son en euskera. Y otro detalle: en la bandera de la isla de San Pedro y Miquelón hay una ikurriña formando parte de su escudo. Seguramente, los vascos ocultaron este emplazamiento para que no les arrebataran la pesca, como en su día los españoles callaron el descubrimiento de las islas Hawaii para que los ingleses no las conquistaran.


Pero, aparte de esos pueblos que no pensaban en expandir territorio alguno ni reclamar tierras ni posesiones en nombre de ningún imperio, sino que intentaban simplemente sobrevivir, hubo otro gran navegante procedente de Oriente Medio que tal vez sí tuvo medios para conquistar y anexionar todo un continente para su dinastía. ¿Por qué no lo hizo? ¿Llegó realmente Zheng He a América 70 años antes que Colón?


La primera pregunta es de fácil respuesta: los chinos priorizaban las relaciones diplomáticas, el conocimiento y el comercio antes que el expansionismo territorial, aunque también exploraban para recaudar impuestos. En cuanto a la segunda, surgen muchas dudas…


Con el gran Tamerlán dominando Asia Central, el comercio terrestre con esa parte de continente se antojaba complicado. Con la subida al trono del emperador de la dinastía Ming, Yongle, la creciente China unificada comenzó una nueva era en el poderío marítimo. Se mandó construir una flota de barcos que haría palidecer a las grandes potencias europeas en cuanto a número y tamaño de las naves. Los juncos chinos tenían cinco mástiles (incluso los llamados Barcos del Tesoro llegaban a los 9) y medían más de 120 metros de longitud y 50 metros de ancho, seis veces más grandes que las europeas.


Zheng He era chino, pero no de la etnia han. Era musulmán, y puede que incluso, el gran conquistador Genghis Khan fuera antepasado suyo. Capturado en Yunnan, fue castrado antes de mandarlo a la corte de Pekín. Allí fue educado y ascendió hasta convertirse en un gran Almirante. Un eunuco gobernaba la mayor flota del mundo.

Quizás por su condición de musulmán fue considerado como el mejor candidato para liderar expediciones que llegaran hasta Oriente Medio. Al mando de una flota de más de trescientos barcos, en algunos casos, y 30.000 hombres, las naves principales iban apoyadas por decenas de pequeñas embarcaciones auxiliares con provisiones que hacían más fáciles y confortables esas exploraciones. Eran auténticas ciudades flotantes.
Entre 1405 y 1433, Zheng He realizó siete viajes por el Índico, llegando hasta la costa oriental de África, donde todavía hoy, concretamente en Kenia, quedan huellas de aquellas expediciones en la tribu bajuni, entre los que aseguran que hay muchos descendientes de aquellos marineros chinos del siglo XV.
Aparte de tributos, los juncos regresaban al puerto de Nanking con las bodegas repletas de plantas medicinales, animales exóticos o productos afrodisiacos. Cartografiaron e investigaron. Una de las razones (con poco peso para mí) de quienes defienden la llegada Zheng He a América es que en sus escritos habla de casi 50.000 kilómetros recorridos, más o menos la distancia de ida y vuelta entre China y América. Pero a la que más se aferran es a la aparición en 2001 de un antiguo mapa en el que se dibuja perfectamente todo el mapamundi.
El problema de este mapa es que es una copia fiel, según ellos, de uno de 1418, hecha en 1763. El investigador en concreto, escribió un libro contando su versión, pero no parece haber convencido a la comunidad científica. Son pruebas muy frágiles. Muchos dudan de la capacidad de la flota china para sobrevivir en alta mar. A pesar de ser grandes y resistentes, los barcos chinos eran lentos y poco maniobrables, y se cree que quizá no pudieran aguantar el fuerte oleaje del Océano Atlántico.
Las pruebas de los partidarios de la llegada del navegante chino a América son meras especulaciones, sin prueba ninguna. Hablan de fauna china en América y de supuestos testimonios de indígenas que decían ver a “gente amarilla” en sus tierras, o de piezas de porcelana china de esa época en Perú y California.
Los contrarios a esta hipótesis, recalcan un fallo crucial en ese mapa: la Isla de California que aparece en el mapa es un error europeo del siglo XVI. Y tampoco se puede olvidar que los chinos, en caso de conseguirlo, no hablaran ni dejaran constancia de ello, aunque no supieran que era un continente nuevo. Más, sabiendo lo cuidadosos que eran los asiáticos en este sentido. La balanza se inclina mucho hacia un lado…
Las exploraciones de Zheng He, no obstante, fueron tremendamente importantes y exitosas, y trajeron prestigio y riqueza a la dinastía Ming, que recibía visitantes y presentes de todos los rincones del mundo. Pero, de repente, todo llegó a su fin…
Una crisis económica y una hambruna, junto con la llegada de la amenaza mongola procedente del norte, acabó con las grandiosas expediciones marinas de Zheng He. La muerte del emperador fue clave para ese declive. En la nueva lucha por el poder, los conservadores se alzaron con la victoria, y paralizaron las exploraciones. Consideraban que suponían un alto coste que no se podían permitir y desintegraron la flota por completo. El confucionismo, partidario del aislacionismo, ganaba terreno, mientras el ilustre comandante lo cedía. Moría e 1433 en el regreso de su séptimo y último viaje. Aunque tiene una tumba con su nombre en Nankin, bajo esa lápida no está el gran Zheng He, ya que fue arrojado al mar.
Así acabó la apasionante historia de este marino (sobre el que dicen que se basaba Simbad), que, seguramente hubiera logrado más méritos de no haberse parado la expansión marítima de China. ¿Llegar a América? Tal vez…