Hace bastantes años (en 1999) asistí al estreno de una
película que me dejó mentalmente “noqueado”. Nunca tuve, ni antes ni después de
aquella noche, una sensación parecida con ningún otro film. Salí de la sala de
cine sin saber si me había gustado o no Eyes
Wide Shut. La obra de Stanley Kubrick me provocó varios minutos… horas…
días enteros de reflexión intentando averiguar y analizar el impacto que había
causado en mí aquella película. Y después de tantas cavilaciones e
introspecciones, me di cuenta de que, efectivamente, el estreno del director
americano protagonizado por Tom Cruise y Nicole Kidman me había seducido de una
forma tan extraña, que ni yo mismo me había dado cuenta de que había caído
rendido a sus encantos.
China me ha dejado una sensación parecida… aunque por
desgracia, la conclusión no es tan positiva como con Eyes Wide Shut. He tardado en decidir si me ha gustado o no, y
aunque la respuesta es afirmativa, la sensación de que no has disfrutado por
completo de lo que el país ha de transmitirte, nos ha dejado la experiencia
incompleta. Yo le encuentro interés prácticamente a todo, y ciertamente China
posee paisajes y ciudades vibrantes y espectaculares. Mucha gente que ha visto
las fotos nos comenta que son de las más bonitas de nuestros viajes, pero a
China le falta algo… autenticidad… mostrar su historia… sus tradiciones… sus costumbres…
su folclore… su identidad… a China le falta alma. Está tan concentrada en
avanzar hacia el futuro que parece haber olvidado su pasado. Y eso se respira
en su sociedad y en el carácter de sus escenarios. Probablemente haya aldeas
remotas en las que se pueda sentir ese pasado cada vez más arrinconado y
encerrado, pero lo que está al alcance de la mayoría de los viajeros es una
sucesión de enormes ciudades construidas sin ningún tipo de orden, donde lo
único importante es plantar enormes y poco estéticos rascacielos para cobijar a
una población cada vez más urbana. Y en ese proceso no han dudado en derribar
pueblitos y barrios antiguos para imponer el cemento y el ladrillo.
Ciudad Prohibida |
Con 1.400 millones de habitantes, la etnia mayoritaria es la
han, que supone más del 90% de la población. Hace 5 años que dejaron la
política de hijo único, una ley que ha traído numerosos problemas a la hora de
encontrar pareja. Ahora ya no son multados si tienen más de un vástago, algo
que sí podían hacer las minorías étnicas. Y aunque las religiones con más
seguidores son el confucionismo, budismo y taoísmo, la mayoría de los chinos no
se aferran a ningún credo. Bueno, en realidad, hay uno que está ganando muchos
adeptos día tras día: el consumismo (no comunismo). Para hacerse una idea del
volumen del gasto que hacen los chinos, nada mejor que comparar El Día de los Solteros (ese día del año
donde se concentran importantes rebajas para animar aún más las compras
navideñas) con el Black Friday occidental. Pues bien, el gasto de ese día de
noviembre en China es mayor que el del Black
Friday y Cyber Monday juntos. La
República Popular China está avanzando a pasos agigantados, y el progreso tiene
un precio: la pérdida de identidad. A diferencia de su vecino Japón, al que
admiro y del que nunca me cansaré de ensalzar, China no ha sabido encontrar ese
equilibrio perfecto entre pasado y futuro, entre tradición y modernidad. Los
chinos han pasado de fabricantes a consumidores, y ese gran salto ha supuesto
un gran desarrollo social que ha permitido a gran parte de la población acceder
a unos bienes de consumo que antes sólo veían pasar por sus manos en una cadena
de montaje. Años atrás, los chinos no hacían huelgas, no tenían vacaciones y
trabajaban 20 horas al día. Eso se acabó. Tienen un horario occidental y los
mismos derechos que nosotros. Por eso, tal vez, ya no sea el sitio idóneo para
que las grandes marcas fabriquen a coste mínimo. Ahora, esas compañías (las de telefonía, por ejemplo, cuyos terminales son más apreciados en Europa que en su
propio país, donde el Iphone parece dar más status social), están sembrando la
India de fábricas donde producen más barato. China ya no es un paraíso para las
compras. Ellos mismos te lo dicen, y vosotros mismos lo comprobaréis. Si vais
con la maleta vacía pensando en llenarla en Pekín o Shanghái, id olvidándolo,
porque estas ciudades son más caras que España.
C |
Ciudad Prohibida |
Con un mercado potencial enorme (una quinta parte del
planeta), los chinos se pueden permitir el lujo de prescindir de servicios como
Google, Facebook y Whatsapp, porque tienen los suyos propios. No podréis
conectaros a muchas aplicaciones occidentales porque están prohibidas.
Aunque hay otra realidad que no se ve pero que todavía late,
y con fuerza, la pobreza. Si bien puede fascinarnos ese gran despliegue de
empresas y ciudades, adornadas con deslumbrantes luces al anochecer, todavía
hay mucha gente viviendo con muy poco dinero a las afueras de estas fascinantes
urbes y en el campo.
En cuanto a la comida… particularmente no me gustó. Posee
fama mundial, pero a nosotros no nos convenció. Aunque en China se dice que
allí se come todo lo del aire, menos los aviones, y todo lo de la tierra, menos
los coches (faltaría todo lo del agua menos los barcos), no me pareció una
gastronomía tan elaborada y variada. Bueno, variado sí que es el escaparate de
insectos que hay a disposición del turista valiente que se atreva a ingerir
escorpiones (todavía pataleando trinchados en los pinchos), gusanos,
escarabajos o cucarachas que se exponen en los puestos callejeros. Sí, no es
una leyenda, comen todo lo que se mueva.
Tras esta introducción, ponemos pie en tierra para empezar
nuestro itinerario por la fascinante y ¿exótica? China…
Templo de los Lamas |
La llegada al aeropuerto de Pekín ya nos preparaba para las aglomeraciones
(aunque no tanto como pensaba) que nos esperaban en el país asiático. Tres
horas para pasar los numerosos y exhaustivos (demasiado) controles.
Reconocimiento de cara, huellas dactilares, mil formularios, cacheo, otro
cacheo más profundo, otra foto, otro papelito… en eso parece que el comunismo
no ha aflojado. Me dio la sensación de que te tienen fichado cada minuto (y así
es). Hay cámaras por todas partes, y en todo momento debes informar de tu
itinerario (cuando rellenéis el visado os daréis cuenta del grado de
conocimiento sobre vosotros que van a tener después de sellarlo). Si viajáis
por libre, cuando lleguéis a una ciudad, debéis acercaros a la comisaria más cercana
para dar parte de vuestra presencia, e informar del hotel donde estáis. Y
hablando de hoteles… no todos permiten alojarse a extranjeros, así que tal vez
os encontréis en una situación incómoda cuando os nieguen habitación. Muchos
alojamientos os sacarán fotos (para reconocimiento facial). Creo que el control
es excesivo. En el tema del alojamiento, debéis ser especialmente cuidadosos
con conductas que en otro lugar pudieran parecer graciosas o sin importancia.
Allí irán detrás de ti si se te ocurre llevarte unos palillos de recuerdo de un
restaurante, o una toalla de un hotel, o si simplemente utilizas ésta para
limpiar tus botas. No lo hagas porque sacarán foto y te lo reprocharán públicamente
antes de que te despidas del recepcionista. Son extremadamente rápidos para
comprobar este tipo de cosas (yo lo decía en broma, pero es que parece que haya
cámaras hasta en las propias habitaciones). Hemos oído y visto infinidad de
anécdotas de este tipo, así que, mejor sed formalitos, porque no hay mucho
tacto con el turista. Luego, eso sí, los
hoteles no cumplirán la categoría y estarán “revenidos”, sucios y con averías,
pero hay que tragar.
Y lo que no tragan los chinos es su saliva. He de reconocer
que me los esperaba más secos y un poco más… bueno, menos higiénicos, por lo
que había oído antes de ir, pero han sido bastante simpáticos dentro de su
frialdad (algún empujoncillo sin importancia en las colas y para sentarse
corriendo en el metro) y aunque hemos visto ciertas conductas poco aseadas en
algunos restaurantes, esperábamos más suciedad. Hay que decir que las calles
están muy limpias, aunque eso sí, lo de escupir es todo un ritual para ellos.
Se toman su tiempo en formar (con ruido incluido), amasar y lanzar el japo.
Pero empecemos la ruta por este, hasta hace pocos años,
desconocido y aislado país…
Y el recorrido comienza en la capital, Pekín. Antes de
partir de viaje, siempre focalizas las ganas y el interés del mismo más sobre
unos puntos que sobre otros. En este caso, a priori, nos atraía más que Shanghái.
Pero ya os adelanto, que la metrópolis del sur salió victoriosa.
Lo primero que confirmamos al llegar a Pekín fue la
preocupante contaminación que envuelve la ciudad, que impedía ver la parte más
alta de los rascacielos. Dicen que respirar el aire de Pekín durante un día es
como fumarte un paquete de tabaco. A pesar de todo, según nos contaron, no era
el peor momento. En verano, y a falta de precipitaciones, la nube de
contaminación es mucho más densa. Tanto como para evitar que incluso muchos
aviones no puedan aterrizar en los aeropuertos.
Después de llegar en un autobús un tanto destartalado a
nuestro hotel, la primera visita era el Templo
del Cielo, un complejo de 1420 en el que las diferentes dinastías rezaban y
daban las gracias al cielo por las buenas cosechas. El templo central, con su
forma circular, es el edificio más bonito, pero hay otros pabellones rodeados
de murallas, bellos puentes y cipreses de hasta 800 años de antigüedad. En sus
jardines observamos a los ancianos haciendo ejercicio y jugando al Mhajong, el
famoso juego de mesa chino. No es que te deje con la boca abierta, pero es
bonito, sí.
Templo del Cielo |
De ahí al mercado de la seda. El nombre puede llegar a confundirnos, ya que te hace pensar en una especie de mercado al aire libre tipo zoco o rastrillo, con puestitos donde los comerciantes venden prendas de seda. Nada más lejos de la realidad. Es un gran almacén, un edificio de varias plantas, tipo El Corte Inglés, lleno de tiendas… tiendas muy caras donde ni siquiera se pueden regatear los altos precios. Totalmente desaconsejable. El único gasto que hicimos allí fue el de unas galletas y unos noodles para comer por 15 yuanes.
La tarde la dedicaríamos a ver un espectáculo de acrobacia
china. Nada más entrar a la sala te das cuenta de que has retrocedido 30 años
en el tiempo. El cine, añejo, olía a palomitas y a gominolas que consumían los
niños que acudían en compañía de sus padres para pasar la tarde del domingo. Se
repartían globos y todo recordaba a cuando eras niño e ibas al cine, o al circo
con toda la ilusión del mundo. A pesar de todo, el público chino no es muy
entusiasta. Asistíamos con cierta sorpresa a la poca pasión que mostraban los
espectadores ante unos números tan complicados y vistosos. Ni a niños ni a
mayores parecían impresionarles las piruetas de los esforzados gimnastas que se
esmeraban por agradar a los asistentes con unos ejercicios impresionantes. Es
de esas ocasiones que sufres por el prójimo (en este caso por los acróbatas)
porque sientes que no están siendo lo suficientemente recompensados por su
trabajo. Apenas recibían unos pocos y fríos aplausos, que no compensaban su
encomiable despliegue físico. Muchos incluso se marchaban con total
indiferencia antes de acabar el espectáculo. Un espectáculo que merece la pena
ver, por el ambiente y por la propia pericia de los chicos que ejecutan las
acrobacias.
Teatro chino |
Llevábamos dos noches de viaje sin pegar ojo (una en un
autobús y otra en el avión), pero nos dimos un paseo nocturno por los
alrededores del hotel, que estaba en el distrito financiero de la ciudad. Pekín
(como la mayoría de las ciudades chinas) no tiene un centro neurálgico al que
acudir. Todo está muy desperdigado, y no es como otras ciudades europeas o americanas
en las que puede existir un casco antiguo o una catedral alrededor de la cual
discurre el interés principal de la urbe. En China, hay templos, sí, pero cada
uno en una esquina de la ciudad.
Nos acercamos al pie de los rascacielos para observarlos más
de cerca y tratar de esquivar a la contaminación que nos privaba de una vista
completa. El edificio de la televisión es tal vez, el más espectacular de la
zona. No queríamos una cena copiosa, ya que el cansancio nos derrumbaría sobre
la cama en cuanto entráramos a la habitación del hotel, así que compramos un
bizcocho y nos tomamos un café y un té verde antes de ir a descansar para
afrontar la siguiente jornada que prometía ser apasionante…
Desayuno a las 7 de la mañana. Croissants, dulces, embutido,
tortilla… aunque no de muy buena calidad, a pesar de las cuatro estrellas del
alojamiento. Antes de visitar una de las maravillas del mundo, hicimos una
parada en un taller artesanal donde nos enseñan cómo se pintan y lacan las
figuras de cobre. Y tal como entramos, salimos espantados de los precios
desorbitados que marcaban esos trabajos. El día era nublado y llovía, algo que
tal vez influyó en la sensación agridulce que nos dejó el recorrido por la Gran Muralla. Aunque hay tres zonas
principales para visitarla, nosotros lo hicimos en Badaling, seguramente la más
transitada. Ahora, meses después de haber regresado, estoy apreciándola
bastante mejor, pero allí, in situ, la Gran Muralla no me transmitió lo que
esperaba y deseaba. Las expectativas eran tan grandes que a lo mejor fui yo el
culpable de esa pequeña decepción. A pesar de que era la zona (a unos 70
kilómetros de Pekín) más concurrida, no había mucha gente. Siendo objetivos, es
una construcción magnífica, impactante y grandiosa (no, la leyenda de que se ve
desde el espacio es falsa, confirmado por un propio astronauta chino). Pero su
fama puede ser un hándicap a la hora de emocionarte. Es tanta que puede que no
sepas apreciar su belleza todo lo que deberías.
El tramo ascendente requiere cierto esfuerzo, así que hay que tomárselo con calma y descansar cada poco tiempo, ya que los escalones pueden resultar muy exigentes. Cuanto más se ascienda, mejores vistas del entorno se tendrán. Desde arriba es impresionante ver cómo la gran serpiente de piedra zigzaguea entre las montañas.
Gran Muralla |
El tramo ascendente requiere cierto esfuerzo, así que hay que tomárselo con calma y descansar cada poco tiempo, ya que los escalones pueden resultar muy exigentes. Cuanto más se ascienda, mejores vistas del entorno se tendrán. Desde arriba es impresionante ver cómo la gran serpiente de piedra zigzaguea entre las montañas.
Gran Muralla |
Construida y remodelada constantemente entre los siglos V a. C. y XVI, esta barrera se erigió para frenar a la amenaza mongola. A lo largo de sus más de 21 000 kilómetros se usó, dependiendo de la zona, piedra caliza, granito, grava, arcilla, caña y ladrillo cocido, para levantar una muralla de 7 metros de alto por cinco de ancho de media. Hoy día, apenas se conserva el 30 % de su estructura original, ya que, a lo largo de la historia, incluso durante el pasado siglo, la gente utilizó su piedra, que arrancaba sin pudor, para construir sus casas. El vandalismo y la erosión han colaborado también a su desgaste.
Gran Muralla |
A lo largo de la muralla, y cada pocos metros, se levantaban fuertes y torres de vigilancia desde los que se vigilaban las posibles incursiones enemigas y controlaban el paso de mercancías.
Está considerada una de las siete maravillas del mundo
moderno, y ciertamente, a pesar de esa primera impresión que nos desinfló un
poco la ilusión, es un lugar que debe visitarse para comprobar in situ la
magnitud y la influencia de esta increíble estructura.
Gran Muralla |
Mesa tradicional rotativa |
Palacio de Verano |
El siguiente punto era el Palacio de Verano. Afeado por el
mal de tiempo de nuevo, apenas se apreciaba la belleza del lago que rodeaba este
bonito parque de 1750 en el que descansaba el emperador Qianlong y su familia.
Construido en la colina de la longevidad, a los pies de este complejo reposa el
Lago Kunming, repleto de flores de loto flotando sobre sus aguas. Allí se
encuentra la estatua del mítico Qilín, un híbrido que solo aparecía en época de
armonía. El gran corredor de madera, aparte de protegerte de la molesta lluvia,
te ofrece unas bonitas pinturas que adornan sus techos. Al final de este
pasillo, hay un barco de mármol blanco que utilizaba la emperatriz para
celebrar fiestas. Hoy día, para los chinos este barco es símbolo de corrupción,
ya que, obviamente, no puede navegar. Sin embargo, para su antigua reina, esta
característica de inmovilidad significaba estabilidad y perennidad, ya que no
se hunde ni se desgasta. A nosotros es de lo que más nos gustó, quizá porque es
la mejor forma que pudimos apreciar de cerca. El parque está salpicado de
pagodas, teatros y residencias, pero quizá la más espectacular sea la Pagoda
del Buda Fragante. El puente blanco de los 17 arcos se puede admirar desde el
barquito que os devuelve hasta la entrada.
Barco de mármol del Palacio de Verano |
Ya de noche, y de vuelta al hotel, paramos en el recinto
olímpico que albergó las olimpiadas de Pekín 2008. No era algo que entrara en
nuestros planes ni que tuviéramos especial interés por ver, pero contra todo
pronóstico, fue la sorpresa más agradable del día. Tal vez nos ocurrió lo
contrario que con la Gran Muralla. Al tener cero expectativas, era fácil
asombrarnos, y lo hizo. El estadio de El
Nido donde se ofició la ceremonia de apertura y clausura de los Juegos
Olímpicos, así como las pruebas de atletismo, es una construcción magnífica. Y
de noche, iluminado y cambiando de color constantemente, te deja con la boca
abierta. Un poco más adelante, El Cubo de
Agua, donde se celebraron las disciplinas acuáticas, también juega con los
colores, y a pesar de que igual no es tan impactante como su compañero, resulta
igualmente hipnotizante ver su fachada cambiar de atuendo constantemente.
Estadio olímpico "El Nido" |
Para cenar, probamos el famoso pato laqueado. A lo mejor no
quedo muy sofisticado al decirlo, pero prefiero un sencillo pollo asado.
Antes de ir a dormir, quisimos acercarnos a la zona de
restaurantes donde los vendedores ofertaban una gran variedad de insectos para
sus clientes. Cogimos el metro (muy fácil de usar) y nos dirigimos hacia la
calle de los bichos. En mi currículum (seamos sinceros, la mayoría lo hacemos
para chulear) ya tenía gusanos de Tailandia, y a pesar de que convenientemente
fritos se podían tragar, no me apetecía probar escorpiones, serpientes, tarántulas
o cucarachas de 30 centímetros. No es sólo por el sabor, también por la forma
de comerlo. ¿Cómo partes y muerdes una cucaracha? ¡Qué asco! Sin contar con el
tema sanitario. Estábamos a principios de viaje y no quería arriesgarme a
ponerme enfermo por hacer la gracia (ya he oído algún caso). Era curioso ver el
ambiente, pero nuestra delicia fue un simple pero riquísimo bizcocho.
Intestinos y... ¿pájaros? |
Amanecía un nuevo día lluvioso, pero por fortuna, se
despejaba a las 8 de la mañana, justo después de desayunar. La primera parada
era Tian An Men, la plaza pública más grande del mundo y tristemente famosa por
un acontecimiento que aún hoy, todavía muchos recordamos. En 1989, trabajadores
y estudiantes, sobre todo, iniciaron protestas contra el gobierno, y éste
decidió reprimirlas con la fuerza del Ejército y de sus tanques. Nunca se nos
olvidará la famosa imagen que dio la vuelta al mundo del joven haciendo frente
a una columna de carros de combate con una chaqueta en una mano y una bolsa de
plástico en la otra. La cifra de muertos varía en función de las fuentes, que cifran
las víctimas entre 400 y 10 000.
Plaza Tiananmén |
Desde la plaza se divisan varios monumentos y edificios
gubernamentales con el icónico cuadro gigante de Mao, el gran timonel de China,
vigilando a su pueblo. Allí está el mausoleo donde se embalsamó su cuerpo. Es
fácil ubicarlo ya que veréis colas interminables de personas que esperan
pacientemente su turno para presentar sus respetos al gran líder chino.
Tiananmén, con colas de gente para ver a Mao |
La Ciudad Prohibida nos impactó. Grandiosa, bella y
seductora, las grandes masas de gente que la recorren no impiden que te
impregnes de su magia. A lo largo de su casi kilómetro de largo y 750 metros de
ancho, te maravillarás en cada edificio, en cada jardín, en cada puente, en
cada canal y en cada esquina del mayor complejo palaciego del mundo. Este vasto
y hermoso recinto alberga las construcciones de madera tradicionales chinas que
habitaron los emperadores durante 500 años, en los que estuvo prohibida la
entrada a las personas que no pertenecieran a la corte, de ahí su nombre.
Erigido entre 1406 y 1420, más de un millón trabajadores participaron en su
construcción durante esos 14 años. Nosotros solo dispusimos de unas tres horas
para admirar esta maravilla, las suficientes para sentirnos afortunados por haber
estado detrás de estas murallas que protegen 980 edificios con 9999 estancias.
Muchas de ellas guardan y ofrecen al visitante una gran colección de hermosos
objetos y pinturas de las diferentes dinastías imperiales.
Ciudad Prohibida |
Impactados por la visita a la Ciudad Prohibida, después de
hacer una degustación de té, llegamos a otro rincón de Pekín que todos los
recorridos turísticos ignoran, y que nadie debería dejar de visitar en su estancia
en la capital china. El Templo de los Lamas es el templo budista más famoso del
mundo fuera del Tíbet. De 1744, una estatua de 18 metros del buda Maitreya es
una de sus principales atracciones. Pero el conjunto es realmente fantástico y
un remanso de paz en medio de una ajetreada y bulliciosa urbe. Agradecimos ese
tranquilo paseo.
Templo de los Lamas |
Desde allí, nos acercamos andando hasta los hutong, los
callejones de la parte antigua de la ciudad que rodean la Ciudad Prohibida. Por
desgracia, estas casas, con su patio cuadrado en el centro, están
desapareciendo poco a poco. En el 2008 se destruyeron muchas de ellas para
edificar bloques más altos y modernos a raíz de las Olimpiadas. Pero todavía se
pueden ver alguna de esas bonitas casas estrechas, muchas de ellas convertidas
en comercios, e impregnarse del ambiente comercial de la zona. Podéis comprar de
todo, desde arte y ropa, hasta medusas a modo de mascota.
Hutong, con tienda de medusas |
El paseo se alargó hasta la Torre del Tambor y la Torre de la Campana. Son torres situadas en el centro de la ciudad (hoy día en rotondas), de casi 50 metros de altura que servían para anunciar el amanecer (campana) y el anochecer (tambor). Es como un reloj, como un campanario que marca las horas. Se llaman así en todas las ciudades chinas y son realmente bellas. Merecen una visita para ver los tambores y las campanas gigantes. De noche, iluminadas, son especialmente impresionantes, como toda la iluminación en China.
Templo de los Lamas |
Para despedirnos de Pekín, cogimos el metro y nos acercamos
de nuevo al callejón de los bichos, ya que la noche anterior llegamos cuando estaba cerrando ya. Esta vez sí, pudimos sumergirnos de lleno en el ambiente y ver todos
los insectos comestibles, una variedad que abarcaba desde escorpiones empalados
todavía pataleando vivos, hasta tarántulas, gusanos, intestinos, serpientes o
caballitos de mar… El olor no era muy agradable, y algunas prácticas de los
dueños de los comercios de comida tampoco ayudaban a intentar probar algo. Más
que por el propio bicho en sí, por la higiene de algunos puestos. Yo… he visto
cosas que vosotros no creeríais.. como dijo el replicante Rutger Hauer en Blade
Runner.
Templo de los Lamas |
Y así, como empezaba este viaje, con una alusión
cinematográfica, llegamos al final de nuestra aventura en Pekín. Volvimos al
hotel con nuestro bizcochito, y tras sortear a las mujeres que acuden a la
entrada de estos alojamientos para ofrecer sus servicios sexuales (mostraban
fotos en el móvil de las chicas), nos recogimos en nuestra habitación para
descansar. Al día siguiente cogeríamos un tren bala a ZhengZhou, y de allí en
autobús a Dengfeng para visitar el mítico Monasterio Shaolin, la meca del Kung-fu,
que fue una de las sorpresas más gratas y fascinantes de todo el viaje…
Los libros de Historia cuentan que Cristóbal Colón descubrió
América en el año 1492… Sin embargo, hoy día, todos sabemos que el intrépido
navegante ¿veneciano?, sólo fue el primero en reclamar esas tierras que
pensaba, en un principio, que eran las Indias Orientales. Puso pie en ellas y aquel
pequeño paso para el Hombre, como diría Armstrong cuando pisó la Luna, fue un
gran salto, en este caso, para la Corona de España, que, a raíz de aquella
hazaña, se convertiría en la mayor potencia mundial durante los siguientes
siglos, dominando la vieja Europa gracias a las riquezas que le proporcionaría
el nuevo continente.
El asentamiento de L´Anse aux Meadows, en Terranova, Canadá,
descubierto en 1960 y declarado Patrimonio de la Humanidad, es la prueba
palpable que dio la razón a la teoría defendida durante muchos años por
aquellos que sostenían que los vikingos habían llegado al continente americano
en el año 1000, cinco siglos antes que Colón. Erik el Rojo y su hijo Leif
Erikson ya conocían América mucho antes que las grandes potencias europeas del
siglo XIV-XV clavaran sus banderas en las playas del nuevo mundo. De hecho, los nórdicos
construyeron asentamientos en las costas de Labrador y tuvieron descendientes
en tierras americanas. Pero no sólo ellos… es muy probable que los balleneros
vascos, debido a la extinción de la ballena en el Cantábrico y desplazados por
ingleses, holandeses y alemanes, tuvieron que navegar hacia el oeste en busca de
ballenas y de nuevos caladeros de bacalao. Sobrepasaron Islandia (en las Sagas
islandesas se menciona el avistamiento de estas embarcaciones pesqueras rumbo
hacia tierras canadienses) y encontraron su particular tesoro en las aguas de
Terranova y Labrador. Allí convivieron con los nativos durante muchos años
(desde 1375). Una prueba de este contacto es que cuando llegaron los primeros
exploradores franceses a la zona en el siglo XV, los indígenas les saludaban
con una frase “Apezak hobeto” (los curas mejor). Acostumbrados a la presencia y
al saludo de los pescadores vascos, “Zer moduz?” (“Qué tal” en euskera), ellos
oían responder esa frase, y así daban los indios la bienvenida a los nuevos
visitantes. Jaques Cartier, el francés que descubrió Canadá, dejó por escrito
que había visto a miles de vascos pescando en aguas canadienses. Aunque me
gustaría dedicarle una entrada más completa a este asunto tan interesante, sólo
comentar que hoy día, los habitantes de Terranova y los vascos tienen una
relación muy estrecha a nivel institucional, y allí hay museos donde se explica
con profundidad la historia de los balleneros vascos. Muchos nombres de calles,
ciudades y personas son en euskera. Y otro detalle: en la bandera de la isla de
San Pedro y Miquelón hay una ikurriña formando parte de su escudo. Seguramente,
los vascos ocultaron este emplazamiento para que no les arrebataran la pesca,
como en su día los españoles callaron el descubrimiento de las islas Hawaii
para que los ingleses no las conquistaran.
Pero, aparte de esos pueblos que no pensaban en expandir
territorio alguno ni reclamar tierras ni posesiones en nombre de ningún
imperio, sino que intentaban simplemente sobrevivir, hubo otro gran navegante
procedente de Oriente Medio que tal vez sí tuvo medios para conquistar y
anexionar todo un continente para su dinastía. ¿Por qué no lo hizo? ¿Llegó
realmente Zheng He a América 70 años antes que Colón?
La primera pregunta es de fácil respuesta: los chinos
priorizaban las relaciones diplomáticas, el conocimiento y el comercio antes
que el expansionismo territorial, aunque también exploraban para recaudar impuestos. En
cuanto a la segunda, surgen muchas dudas…
Con el gran Tamerlán dominando Asia Central, el comercio
terrestre con esa parte de continente se antojaba complicado. Con la subida al
trono del emperador de la dinastía Ming, Yongle, la creciente China unificada
comenzó una nueva era en el poderío marítimo. Se mandó construir una flota de
barcos que haría palidecer a las grandes potencias europeas en cuanto a número
y tamaño de las naves. Los juncos chinos tenían cinco mástiles (incluso los
llamados Barcos del Tesoro llegaban a los 9) y medían más de 120 metros de
longitud y 50 metros de ancho, seis veces más grandes que las europeas.
Zheng He era chino, pero no de la etnia han. Era musulmán, y puede que incluso, el gran conquistador
Genghis Khan fuera antepasado suyo. Capturado en Yunnan, fue castrado antes de
mandarlo a la corte de Pekín. Allí fue educado y ascendió hasta convertirse en
un gran Almirante. Un eunuco gobernaba la mayor flota del mundo.
Quizás por su condición de musulmán fue considerado como el
mejor candidato para liderar expediciones que llegaran hasta Oriente Medio. Al
mando de una flota de más de trescientos barcos, en algunos casos, y 30.000
hombres, las naves principales iban apoyadas por decenas de pequeñas
embarcaciones auxiliares con provisiones que hacían más fáciles y confortables
esas exploraciones. Eran auténticas ciudades flotantes.
Entre 1405 y 1433, Zheng He realizó siete viajes por el
Índico, llegando hasta la costa oriental de África, donde todavía hoy,
concretamente en Kenia, quedan huellas de aquellas expediciones en la tribu bajuni, entre los que aseguran que hay
muchos descendientes de aquellos marineros chinos del siglo XV.
Aparte de tributos, los juncos regresaban al puerto de
Nanking con las bodegas repletas de plantas medicinales, animales exóticos o
productos afrodisiacos. Cartografiaron e investigaron. Una de las razones (con
poco peso para mí) de quienes defienden la llegada Zheng He a América es que en
sus escritos habla de casi 50.000 kilómetros recorridos, más o menos la
distancia de ida y vuelta entre China y América. Pero a la que más se aferran
es a la aparición en 2001 de un antiguo mapa en el que se dibuja perfectamente
todo el mapamundi.
El problema de este mapa es que es una copia fiel, según
ellos, de uno de 1418, hecha en 1763. El investigador en concreto, escribió un
libro contando su versión, pero no parece haber convencido a la comunidad
científica. Son pruebas muy frágiles. Muchos dudan de la capacidad de la flota
china para sobrevivir en alta mar. A pesar de ser grandes y resistentes, los barcos chinos eran
lentos y poco maniobrables, y se cree que quizá no pudieran aguantar el fuerte
oleaje del Océano Atlántico.
Las pruebas de los partidarios de la llegada del navegante
chino a América son meras especulaciones, sin prueba ninguna. Hablan de fauna
china en América y de supuestos testimonios de indígenas que decían ver a
“gente amarilla” en sus tierras, o de piezas de porcelana china de esa época en
Perú y California.
Los contrarios a esta hipótesis, recalcan un fallo crucial
en ese mapa: la Isla de California que aparece en el mapa es un error europeo
del siglo XVI. Y tampoco se puede olvidar que los chinos, en caso de
conseguirlo, no hablaran ni dejaran constancia de ello, aunque no supieran que
era un continente nuevo. Más, sabiendo lo cuidadosos que eran los asiáticos en
este sentido. La balanza se inclina mucho hacia un lado…
Las exploraciones de Zheng He, no obstante, fueron
tremendamente importantes y exitosas, y trajeron prestigio y riqueza a la
dinastía Ming, que recibía visitantes y presentes de todos los rincones del
mundo. Pero, de repente, todo llegó a su fin…
Una crisis económica y una hambruna, junto con la llegada de
la amenaza mongola procedente del norte, acabó con las grandiosas expediciones
marinas de Zheng He. La muerte del emperador fue clave para ese declive. En la
nueva lucha por el poder, los conservadores se alzaron con la victoria, y
paralizaron las exploraciones. Consideraban que suponían un alto coste que no
se podían permitir y desintegraron la flota por completo. El confucionismo,
partidario del aislacionismo, ganaba terreno, mientras el ilustre comandante lo
cedía. Moría e 1433 en el regreso de su séptimo y último viaje. Aunque tiene
una tumba con su nombre en Nankin, bajo esa lápida no está el gran Zheng He, ya
que fue arrojado al mar.
Así acabó la apasionante historia de este marino (sobre el
que dicen que se basaba Simbad), que, seguramente hubiera logrado más méritos
de no haberse parado la expansión marítima de China. ¿Llegar a América? Tal
vez…