domingo, 5 de mayo de 2019

BIELORRUSIA: Minsk (I) - La masacre de Khatyn.



BIELORRUSIA
Abril 2019



Ayuntamiento de Minsk, en la parte alta de la ciudad


Hace tiempo que dejé de fijarme en la “fachada” de los lugares que visito y a buscar más esa alma que el turismo parece haber arrebatado a muchos de estos enclaves. Cada día, confirmo mi teoría de que la explotación turística de cualquier rincón del mundo destroza ese sitio en concreto y a sus gentes Sí, ya lo he dicho alguna vez, yo formo parte de esos millones de personas que se mueven a la vez y al mismo punto para conocer los atractivos de otros países, pero por eso precisamente intento huir de las masas. Disfruté de Pamukkale y Estambul en Turquía, pero lo que me quedó grabado de aquella aventura fue recorrer en coche las solitarias carreteras de la Anatolia Oriental, buscando vestigios como el impresionante Nemrut Dagi. La Ópera de Sidney es bellísima, aunque para mí, Australia es el desierto, el desierto vacío con increíbles formaciones rocosas, donde pocos se mueven, excepto los animales salvajes (y muchos) que se refugian en su arena, lejos del hombre. Los moais de Pascua son irrepetibles e inolvidables, pero aún siendo uno de los recintos arqueológicos más inaccesibles del mundo (por su ubicación remota), y a pesar de que apenas se siente esa presión del turismo, la sensación de estar, precisamente, fuera de este planeta, la sentimos en el maravilloso desierto de Atacama, recorriendo magníficos paisajes y descubriendo remotas aldeas indígenas. Bielorrusia no es tan presumida, pero su alma incorrupta por el turismo hará que os fijéis en ella.                                                         
Todavía quedan lugares vírgenes, sin contaminar por el turismo, auténticos, que son capaces de hacerte sentir que no eres un turista, sino un viajero. 



Panorámica de la ciudad

Y en la vieja y civilizada Europa queda, aunque parezca mentira, alguno todavía. Supongo que a estas alturas, Rumanía, Montenegro o Bulgaria ya serán lo suficientemente conocidos para muchos (los que no hayáis podido visitar estos países todavía, hacedlo). Algunos tal vez ya hayan descubierto el secreto de Kiev… Pero hay una nación encajonada entre los países bálticos, Ucrania, Polonia y Rusia que todavía se resiste a mostrarse al mundo: Bielorrusia. Junto con Moldavia, es, seguramente, el país menos visitado del continente. Hasta hace poco, pedían visado a casi todas las nacionalidades para entrar. Si ibas a pasar menos de cinco días en el país, quedabas exento de sacarlo. Ahora, lo han ampliado a 30. El hermetismo de las autoridades parece empezar a abrir la frontera a los curiosos que se acerquen hasta este sorprendente país. Su pasado como integrante en la Unión Soviética comunista se manifiesta en algunos de sus monumentos y en los rígidos y férreos controles en el aeropuerto para entrar al país. Allí te miran con lupa (y no es un decir) el pasaporte y el seguro médico (imprescindible llevar uno para poder pasar). Estuve 10-15 minutos de reloj esperando a que la policía en cuestión se cerciorara de que no era una amenaza para su país. Una vuelta, lupa para comprobar que el documento no era falso, otra vuelta… a ver qué sello hay aquí… la foto… mi cara… vuelvo a la foto… otra vuelta a las hojas… lo meto en una máquina… miro por el otro ojo con la lente… observo el seguro médico… “¿Dónde dice que esto es válido para Bielorrusia?” me pregunta desconfiada. 


Detalles de una de las Puertas de Minsk



Barrio de la Trinidad antiguo con apartamentos modernos junto a la Isla de las Lágrimas

Todo correcto. A pesar del chequeo a fondo de la documentación, en todo momento fueron amables y ese es el “peor” rato que vais a pasar en vuestro viaje por Bielorrusia. Una vez cruzada la frontera, esos resquicios comunistas en el control de la entrada se evaporan y una fresca brisa de amabilidad comienza a acariciar tu rostro. En las calles no notas vigilancia ni control policial. Es como cualquier urbe occidental, pero con más seguridad y limpieza, llegando a sonrojar a cualquier ciudad en este aspecto. En serio, cuando digo ni una colilla, es ni una colilla, ni un papel, ni una botella por el suelo en toda la capital. Si hay alguna, es porque el viento la ha tirado de la papelera. Sólo habíamos visto algo parecido en Japón.
Barrio de la Trinidad
Casas antiguas cerca de la Plaza de la República


Minsk, sin tener la historia y los monumentos de Kiev o Moscú, ni los cascos antiguos de Riga o Tallin, ni los castillos teutones de las cercanías de Vilna, posee algo que cada vez, como he dicho, valoro más: la autenticidad. Y no posee algo que cada vez detesto más: las hordas de turistas chillando y arrasando con todo a su paso, como Atila. Si todos estuvieran formalitos y en silencio  como en Minsk, tal vez fueran más soportables 😊 

Zona de embajadas frente al Ayuntamiento

Parte alta de la ciudad

La primera impresión no podía ser mejor. Estábamos en una agradable ciudad, rodeados de agradables personas, visitando agradables entornos. Y “agradable” puede sonar a “pasable”, a “suficiente” en una valoración para una ciudad, pero en este caso significa mucho más. La gente nos sorprendió. Pensábamos encontrar reacciones más serias y tensas hacia el visitante, pero nada más lejos de la realidad. Son muy amables. Siempre dispuestos a ayudarte y sorprendidos porque alguien se interese en visitar su país. “¿Por qué venís a Bielorrusia?” nos preguntaban intrigados. Pues porque yo había visto fotos de un castillo (me encantan las fortalezas medievales) que llamó mi atención: Mir. Y desde que lo situé dentro de las fronteras de Bielorrusia, comencé a investigar qué más podría ofrecernos aquel lugar para que compensara el viaje hasta allí. En Minsk parecía atisbarse algún atractivo, pero nos conformábamos con estar en un lugar tan peculiar y con “tufillo” soviético. Ahora, de vuelta, y con el plus de los días soleados que hicieron en esta Semana Santa, puedo confirmar que la capital bielorrusa no decepcionará, ni siquiera al viajero más experimentado (quizás a este, precisamente, sea al que hechice). Pero es que Mir, aparte de su espectacular castillo, posee un encanto rural irresistible. Y, además, a pocos kilómetros de este pueblito, está Nesvizh, otro palacio espectacular. En 4-5 días no hay tiempo para más, pero si tenéis una semana, Brest, en la frontera con Polonia, con su fortaleza, es otra ciudad imprescindible. No lejos de allí, compartiendo también parque nacional con Polonia, en Bialowieska (en polaco) o Belavezha (en bielorruso), podréis observar a la última población salvaje de bisonte europeo. 


Biblioteca Nacional




Parque cerca de la Biblioteca Nacional







                                                                                                                      



A pesar de que la historia de Bielorrusia no se remonta, como país, muchos siglos atrás en el tiempo, sí tiene capítulos más recientes de los que merece hablarse. Aunque el gobierno está ahora muy cercano ideológicamente a su hermano mayor Rusia, mucha parte de la población se siente más cercana a Polonia o a Lituania, naciones de las que formó parte desde el siglo XIII. Hasta finales del siglo XVIII, cuando fue invadido por el imperio ruso, la cultura y la lengua polaca predominaban en Bielorrusia, incluso hasta la II Guerra Mundial en la parte occidental del país. Pero en ese periodo, la maquinaria de guerra nazi arrasó el país y cuando lo liberaron los soviéticos, éstos llevaron a su gente, desplazando a la población polaca. Tras la caída del Telón de Acero y la desintegración de la Unión Soviética, Bielorrusia recobró su independencia en 1991. Con una economía basada en la exportación de maquinaria agrícola (tractores, sobre todo) y en la producción agraria (la patata está omnipresente. La gente no tiene una casa de campo con jardín de flores, sino una casita con un pequeño patatal), las nuevas tecnologías intentan aportar su cuota en el PIB, muy lastrado por el accidente de Chernóbil (Ucrania), en el que el escape de la central nuclear soviética en 1986 contaminó el territorio bielorruso. El viento empujó la nube radiactiva hacia el norte, llevándose la peor parte Bielorrusia. Hablamos con un chico cuya madre sufrió cáncer de tiroides (muy común) y nos contó en primera persona las consecuencias del desastre. Por fortuna, su madre se ha curado, aunque otros muchos no tuvieron la misma suerte. Nos comentaba que allí tienen muy buenos médicos, acostumbrados a luchar contra esta terrible enfermedad. www.viajerodelmisterio.blogspot.com/2017/05/ucrania-kiev-y-chernobil 

Iglesia de la Trinidad

Iglesia de Todos los Santos

Pero colguémonos la cámara de fotos (o móvil) y recorramos los rincones más encantadores de Bielorrusia. 

Vista de la Catedral 

Casi de madrugada, tras pasar el estricto control aeroportuario, habíamos contratado con nuestro hostal en Minsk el transporte. Hay autobuses que te llevan al centro por 2-3 euros, pero esas horas quizá no eran las más adecuadas para andar buscándolos en un país, a priori, tan complicado. ¿Cuánto tardaría en recorrer los 40 kilómetros que separaban la capital del aeropuerto? ¿Dónde nos dejaría? Seguramente tendríamos que coger otro transporte desde la parada de bus. Muy complicado a las 00.00h. Fuimos a lo fácil: transfer en una furgoneta por 10 euros cada uno. Rápido y cómodo. Y con un precio similar al taxi. Decisión correcta. Nos vino a recoger un chico muy amable del Hostel China Town. Y hasta en eso notas la diferencia en Bielorrusia. Se produjo una conversación muy agradable en la que él se interesaba tanto por nuestra tierra y nuestras costumbres como nosotros por las suyas. De hecho, era un runner a punto de venir a Bilbao para correr la maratón nocturna. Entonces, yo le planteé, con el mismo asombro que ellos lo hacían, la misma pregunta: “¿A Bilbao?” ¿Un bielorruso? No es un mal destino, pero no sé… su maratón no es de las más famosas. Puestos a gastarte dinero en viajar (el tema del visado para ellos es muy costoso) … Berlín, Londres, París, Atenas…Tal vez ese chico buscara más autenticidad, como nosotros, o ya hubiera estado en estas otras carreras más prestigiosas… o a lo mejor ya sabía de nuestra gastronomía y quería reponer fuerzas con unos buenos “pintxos”. Charlamos durante un buen rato con un café calentito mientras esperábamos a otras dos jóvenes austríacas que estaban a punto de aterrizar.



Barrio de la Trinidad

Así llegamos a nuestro alojamiento, donde nos recibía una sonriente chica que se defendía bastante bien en español. Lo cierto es que el hostal estaba muy bien ubicado (en la mejor parte de la ciudad, a nuestro juicio) al lado del río y en la parte vieja (lo poco que queda). Es silencioso, acogedor, con un personal excelente dispuesto a ayudarte en todo y muy barato (26 euros la noche, habitación doble). 



Isla de las Lágrimas



Isla de las Lágrimas
Apenas con tres horas de sueño, nos despertábamos dispuestos a empezar a patearnos la ciudad (de día, porque, lo que hace la ilusión, dimos un mini paseo nocturno hasta las 3 de la mañana antes de acostarnos). Salimos del hostal y vemos las preciosas casas del barrio de Trinidad iluminadas por un sol radiante. Los edificios de color pastel fueron reconstruidos como los del siglo XVII-XVIII para proteger lo poco que queda del Minsk antiguo. Son apenas 2 o 3 manzanas, pero son muy bonitos. Comenzábamos nuestro particular maratón por la ciudad por la orilla del agradable (otra vez) río Svislach sobre el que se dibuja un perfil urbano muy agrada… amable. La primera parada, a dos pasos del hostal, es la Isla de las Lágrimas, un tranquilo islote con varias esculturas donde se homenajea a los soldados soviéticos que lucharon en la Guerra de Afganistán. 









Parte Alta de la ciudad

Circo
Justo enfrente, al otro lado del río, la zona más bonita de la capital, la llamada Ciudad Alta, donde se ubica la Catedral del Espíritu Santo, pegada a un convento, y el Ayuntamiento. Son, quizás, los edificios más emblemáticos e importantes de la ciudad. Volveríamos de noche para impregnarnos de su ambiente. A continuación, subimos hasta el edificio de la Ópera para seguir hasta el Teatro Nacional. Tras recorrer luego la Avenida de la Independencia, llegamos hasta el Circo y nos adentramos en la gigantesca y abierta plaza donde se yerguen los palacios de la República y de la Cultura. 


Palacio de la República

Palacio de la Cultura


Plaza de la Independencia (Lenin)

                                    Minsk es muy fácil y agradable 😊


de pasear. Así que lo seguimos haciendo para llegar a la sede de la KGB, el servicio secreto de la antigua Unión Soviética, que, curiosamente, en Bielorrusia, a diferencia de en Rusia, sigue manteniendo el mismo nombre. De color amarillo, el edificio de estilo neoclásico llama la atención por su magnitud y su color amarillo, que resaltaba más por los rayos del sol. Y así “aterrizamos” en la Plaza de la Independencia, donde nos recibe una enorme estatua de Lenin, que nos indica el camino para llegar a la iglesia católica de San Simón y Santa Elena, con una estructura similar a la de sus vecinas polacas, y en cuyo interior se puede ver una réplica de la Sábana Santa de Turín.


Iglesia de San Simón y Santa Elena



Réplica de la Sábana Santa




Edificio de la KGB


Museo de la Guerra Patriótica
Seguimos comiendo asfalto hasta el impresionante Museo de la Guerra Patriótica (II Guerra Mundial). Es una de las visitas que más nos gustó. De estilo moderno, y rodeado de un bonito parque, por fuera bien merece varias fotos. Pero como todo el mundo sabe, lo mejor de los museos (excepto el Guggenheim, sin ofender a los que les guste el arte moderno, pero es que el nuestro de Bilbao es impresionante) está por dentro. Y éste está muy bien organizado. La exposición con máquinas y objetos de la II Guerra Mundial es muy interesante. El recorrido va avanzando por salas hasta llegar hasta una espectacular bóveda de cristal que recuerda a los fallecidos en la contienda. 


Museo de la Guerra Patriótica













Museo de la Guerra Patriótica

Debíamos comprar los billetes de autobús para ir a Mir al día siguiente, por lo que nos acercamos hasta la estación de autobuses, al lado de la Estación Central de Trenes, en la que cambiamos más rublos (el mejor cambio que encontramos) y compramos unas empanadillas y unos bollos en un puestito de la estación a una señora de lo más entrañable. El autobús costaba unos 2.50 euros y tardaba 1´30h -1´40h en llegar. Hay varios al día y cogimos el de las 09.40h. Enfrente de la estación están las llamadas Puertas de Minsk, dos enormes edificios que parecen dar entrada a la ciudad. 

Puertas de Minsk

Todas estas visitas se pueden hacer a pie. Pero nuestro siguiente objetivo estaba un poco alejado del centro. La Biblioteca Nacional requiere coger el metro. El suburbano es muy barato (20 céntimos el viaje) y fácil de usar. Sólo hay dos líneas (una tercera en construcción, parece) y no es nada confuso. Hay taquillas para comprar vuestra “fichita de auto de choque”. Cuidado con hacer fotos en las estaciones porque está prohibido. De todas formas, no están decoradas como las de Moscú, por ejemplo. 



Biblioteca Nacional
Edificios con murales cerca de la Biblioteca Nacional

Nos bajamos en la parada de Uschod y rodeamos la biblioteca para fotografiarla desde varios ángulos. Nos sentamos en un banco del parque al solete para descansar y admirar tan impresionante estructura. Y cuando habíamos dado por finalizado el día, leímos en un blog (lo siento, pero no me acuerdo de su nombre) que había dos iglesias de estilo ruso muy cerca de allí. Eran muy modernas, pero parecían muy bonitas. Preguntamos a dos chicas y nos aseguraron que teníamos que volver al centro, que allí no estaban. “Seguro, seguro”, nos confirmaban buscando en el GPS del móvil. ¿Estaba equivocado el blog? Quisimos cerciorarnos con otra consulta. Otra chica joven lugareña nos certifica que está en el centro (le enseñamos también la foto) Es muy sonriente y hablamos un poco ya que (como pudimos comprobar con más gente) había estado en España (en el Mediterráneo, claro, buscando la playa y el calor que Bielorrusia no tiene) y de nuevo, con mucha seguridad nos manda a la parte vieja. “Aquí ya tenéis todo visto” De acuerdo, el blog de esa familia española se había liado. Lo extraño era que habíamos peinado la parte vieja y no había rastro de esas iglesias. Con su tamaño, debían ser visibles a cierta distancia. Pero nos lo habían confirmado cuatro chicas que parecían vivir por las inmediaciones, así que, de nuevo fichita rosa y hacía la parte antigua. Tras preguntar a varias personas más (todos hablan inglés, aunque sea para entenderte, como nosotros), una pareja nos indica de nuevo Uschod. ¡Pero si de allí nos han mandado hasta aquí! Todavía quedaba alguna hora de luz, de modo que nos volvimos a adentrar en las viejas estaciones de metro para coger un convoy abarrotado (en horas punta está muy concurrido, llegando a pasar cada minuto, casi) y para atrás. Oteamos la avenida principal, tiramos hasta el final, a escasos metros de donde la última chica nos había mandado al centro, y en medio de un tranquilo parque, las dos iglesias que buscábamos. Juntitas y haciéndose compañía una a la otra, plantadas en un solitario jardín. Las chicas, sin mala fe, vieron una iglesia blanca en la foto que les enseñábamos y dedujeron que se trataba de la Catedral (a pesar de las grandes diferencias que hay entre los dos templos religiosos, como podéis comprobar). El blog tenía razón. 


Iglesias de Todos los Santos y de la Trinidad

El premio a nuestra constancia fue disfrutar de un atardecer sobre las iglesias ortodoxas de Todos los Santos (la blanca) y de la Trinidad (la de madera) a solas. Tocaba volver en metro hasta nuestra base de operaciones, no sin antes cenar sentados en un centro comercial al lado del Hotel Sheraton. Por menos de 10 euros comimos los dos, deliciosas sopas y ensalada, con unas vistas inmejorables de la ciudad. El hostal estaba enfrente, así que cruzamos de nuevo el río, fotografiando a los cantantes callejeros y respirando el ambiente de la ciudad a esas horas, ideales para pasear. Cuando entramos en la habitación, miramos el cuenta kilómetros… 36. Creo que es nuestro récord. No es lo mismo hacer 25 o 30 de trekking por la montaña que 36 en ciudad, pero no vamos a quitarle mérito. Acabamos con los pies cocidos, aunque con la mente fresca por todo lo que habíamos disfrutado de ese día en Minsk. Ahora había que dar un descanso a nuestras piernas para ponerlas de nuevo en marcha al día siguiente en Mir.


Mural de la época soviética en el centro de Minsk

 LA MASACRE DE KHATYN


La Segunda Guerra Mundial es el periodo histórico por el que más interés he mostrado siempre y el que más me ha impactado. Los ecos de aquella barbarie todavía suenan en nuestras mentes y aún hoy arrastramos secuelas de aquella brutal contienda que conmocionó nuestro mundo. Quizás a los más jóvenes les parezca un relato lejano, pero las imágenes y los videos que inmortalizaron esa atrocidad nos recuerdan que no hace tanto que se produjo. En ellas se descubre la verdadera crueldad del ser humano. Y por si esos documentos gráficos no os dejan consternados, no estaría de más visitar uno de los campos de concentración nazis o algún cementerio para que se te encoja el alma pensando en lo que vivieron aquellas personas. Basta con mirar los barracones, las lápidas de críos de 18 años, e incluso a algún superviviente de la guerra, para dar gracias por lo que tenemos y honrar a los que nos salvaron del auténtico infierno, para que hoy, sí, con todas las penurias del día a día, podamos vivir en cierta paz (donde la tengamos). 




Con más de 60 millones (100 según otras predicciones) de muertos, la II Guerra Mundial se cebó especialmente con la Unión Soviética, donde se cobró la vida de la mitad de las víctimas de la guerra (más de 30 millones). Y Bielorrusia en concreto, perdió a casi 2.5 millones de habitantes, una cuarta parte de su población. Con la comunidad judía más importante de todas las repúblicas de la antigua Unión Soviética, prácticamente no sobrevivió ninguno al exterminio nazi, cundo los tanques alemanes comenzaron a invadir el país de la hoz y el martillo en 1941 en la Operación Barbarroja.


Desde que las cremalleras de los blindados alemanes se hundieron en el barro bielorruso, una fuerte resistencia ciudadana (de las más agresivas que se recuerdan contra los nazis) se levantó para hacer frente al invasor. La película Resistencia (2008) de Edward Zwick , con Daniel Craig, relata la historia real de un grupo de la resistencia bielorrusa que luchó contra los nazis. Desde los bosques y pantanos del país, los partisanos hicieron frente al enemigo, provocando numerosas pérdidas a los alemanes. Pero las represalias a estos ataques y a esta resistencia fue brutal. En Francia (tengo pendiente su visita) hay un pueblo, Oradour-sur-Glane, que se mantiene tal y como lo dejaron las SS después de asesinar salvajemente a 642 personas (entre ellas 18 españoles) dentro de una iglesia, cuando el desembarco de Normandía estaba dando un golpe definitivo al Tercer Reich. Hubo muchas masacres similares, pero en Bielorrusia especialmente, sufrieron la ira de las tropas alemanas, que no dudaron en arrasar pueblos enteros y masacrar a sus habitantes, incluso dos, tres y cuatro veces, en algunos casos. Casi 5500 localidades fueron destruidas, y más de 600 pueblos totalmente arrasados, en los que eliminaron todo lo que respiraba. Hubo muchos Oradoures-sur-Glanes, (por desgracia), en Bielorrusia.


Y el que más ha marcado la Historia, convirtiéndolo en un símbolo, ha sido Khatyn (no confundir con otra matanza masiva soviética de oficiales e intelectuales polacos en Katyn). Allí, a 50 kilómetros de Minsk (hoy en la frontera, pero en territorio ruso), un pequeño pueblo de apenas tres decenas de casas y 156 habitantes fue masacrado por un grupo de colaboracionistas nacionalistas ucranianos y un batallón de las SS. La destrucción de Khatyn se fraguó el 22 de marzo de 1943, cuando un grupo de partisanos sorprendieron a un destacamento nazi en la cercana aldea de Koziri, a seis kilómetros de Khatyn, matando a cuatro soldados, entre los que se encontraba el oficial al mando, Hans Woellke, un hombre que había sido campeón de lanzamiento de peso en las Olimpiadas de Berlín de 1936 y que era conocido personal de Hitler. Como en el famoso pueblo francés, reunieron a todos en un edificio, un cobertizo en este caso, y lo incendiaron y gasearon con todas las personas dentro. Los que intentaban huir de las llamas eran acribillados por los soldados nazis. Entre las 147 víctimas, 75 niños. Sólo hubo ocho supervivientes: dos mujeres que se encontraban fuera del pueblo aquel día, un hombre con graves quemaduras, al que se le dio por muerto, y cinco menores que se escondieron o huyeron (a uno de ellos le perdonaron los soldados alemanes por caerles bien).


Primera ejecución de partisanos bielorrusos


Aunque la Unión soviética no quiso hacer mucha publicidad del asunto para no enfrentar a dos de sus hijos (recordemos que junto con los nazis había muchos ucranianos colaboracionistas), los culpables de la matanza fueron capturados y condenados en Ucrania y Bielorrusia en los años 1975 y 1986.


Hoy día, el Memorial de Khatyn es un lugar de recuerdo, de homenaje y de esperanza y oración para que esa historia nunca se vuelva a repetir. 




Aunque Khatyn está a apenas media hora de Minsk, el viajero occidental tiene complicado visitarlo (nosotros no pudimos hacerlo) debido a que pertenece a Rusia, y en nuestro caso se necesita un visado para entrar. Un visado que es costoso, en dinero y tiempo, conseguirlo. Para los que no se les presente esta barrera, es una excursión excelente desde Minsk.