COSTA ESTE ESTADOS UNIDOS (I)
Junio 2005
Cataratas del Niágara, en la frontera entre Ontario (Canadá) y Nueva York (Estados Unidos) |
Tal vez una ruta en coche de alquiler, durmiendo en moteles de carretera, por toda la costa Este americana, desde Maine hasta Virginia, no sea el viaje soñado para una típica luna de miel, en la que, habitualmente, los recién casados deberían estar relajándose en playas paradisiacas a la sombra de palmeras salvajes, mientras no dejan de dedicarse cariñitos y decirse lo mucho que se quieren y lo felices que se sienten, abrazados en las camas de sus lujosas suites de hoteles de 5 estrellas. Pero para nosotros, ese plan de vacaciones (y más en aquella época), nos resultaba un poco aburrido. Éramos jóvenes, teníamos energía, y un hambre por conocer mundo que no nos permitía estancarnos ni siquiera un par de días en un mismo lugar. Así que utilizamos esas tres semanas de permiso para emprender un inolvidable recorrido, que no solo nos permitió conocer la costa atlántica estadounidense, sino también la parte de Canadá oriental, que incluía Quebec, Toronto, Ottawa o Montreal. Pero esta aventura comenzaba en Filadelfia, la ciudad donde surgió la nación.
Por temas logísticos, elegimos la urbe más poblada del estado de Pensilvania para comenzar nuestro viaje. Allí aterrizamos, y allí recogimos nuestro Ford Taurus para dirigirnos a nuestro primer destino: Lancaster. Atravesando las afueras de Filadelfia, nos cruzamos con zonas residenciales pobladas en su mayoría por comunidades afroamericanas, que se reunían en los porches de sus casas para charlar, divertirse, o simplemente ver pasar coches. Eran casas muy bonitas, pero a las que les faltaba un poco de atención. Con una manita de pintura, habrían dado una imagen más amable. Mientras observábamos las escenas callejeras desde la seguridad de nuestro coche, poníamos la radio en busca de canciones que animaran nuestro trayecto. Y como era de esperar, en aquella zona, toda la música, excepto una, parecía esfumarse de las ondas. Solo conseguíamos sintonizar rap. No nos gustaba, pero debo reconocer que era lo idóneo para aquel ambiente. Auténtico. Y así, entre seminarios e iglesias de piedra, nos adentramos en territorio amish. Desde Filadelfía, hay poco más de 110 kilómetros.
Ya era de noche, así que, tras el cansancio del viaje, solo dimos un paseo nocturno por Lancaster antes de entrar en nuestro motel, un Econolodge de 44 dólares.
Carruaje amish en Lancaster (Pensilvania) |
Granja amish en Lancaster |
Fábrica Harley-Davidson,York (Pensilvania) |
En Lancaster se pueden ver numerosas granjas amish y a sus habitantes trabajando el campo. Eso fue lo que fuimos a buscar y eso fe lo que encontramos.
Todavía en Pensilvania, de camino a Gettysburg, nos topamos en York con la fábrica de Harley-Davidson, la mítica marca por excelencia americana. Y no desaprovechamos para montar en una de estas bellezas de dos ruedas, parada y anclada al suelo, por supuesto. No nos llegaba el dinero para llevarnos una de estas maravillas, así que nos conformamos con algún souvenir de la tienda de la fábrica.
Campo de batalla Gettysburg, Pensilvania |
Gettysburg era uno de nuestros principales objetivos en nuestro viaje por la Costa Este. Particularmente, me siento especialmente atraído por la Guerra de Secesión (si os interesa este periodo histórico tanto como a mí, podéis echarle un vistazo a esta novela “La Décima de Luisiana”), así que encontrarme bajo las estatuas y los cañones de Gettysburg me puso la piel de gallina. Esta población de Pensilvania apenas era conocida antes de que se produjera esta terrible batalla en sus tierras. Era un simple cruce de caminos en el que puso su vista (más bien sus pies, porque fue un encuentro fortuito) Robert E. Lee, el famoso comandante en jefe de las Fuerzas confederadas. Se puede decir, sin ninguna duda, que Gettysburg determinó el destino de Estados Unidos. Entre el 1 y el 3 de julio de 1863 casi 160.000 hombres dispararon sus mosquetones y chocaron sus sables en esta determinante batalla, que inclinó la victoria final del bando de la Unión. Fue, sin duda, la más sangrienta de la contienda, con más de 50.000 bajas. El Sur, que hasta entonces parecía dominar la guerra, sufrió una derrota vital. Lee, gran estratega, sabía que esa ventaja que estaban manejando hasta entonces no se iba a mantener mucho en el tiempo, debido a la debilidad numérica de soldados y de provisiones del Sur respecto al Norte. Así que decidió librar batalla en tierra enemiga, pasando de la defensa al ataque, sabedor de que el tiempo corría en su contra. Pero Lee perdió Gettysburg, y con él, la guerra.
Gettysburg |
La visita es estremecedora. Vale la pena tomarse su tiempo, recorriendo los campos de batalla.
De camino a Arlington, hacemos una breve parada en el Parque Nacional Great Falls, un pequeño entorno natural caracterizado por poseer unos paisajes de rápidos muy agradables.
Great Falls |
Tumba soldado Desconocido, Arlington |
Homenaje tripulación Challenger |
Tumba John F.Kennedy, Arlington |
Antes de entrar a Washington, decidimos dormir en una ciudad más pequeña. Alexandría, en Virginia, se encuentra a apenas 10 kilómetros de la capital. Encontramos un Travellodge barato que nos sirvió para descansar después de un día tan intenso.
Capitolio, Washington |
A la mañana siguiente madrugamos (6 a.m) para entrar en Washington y evitar así el tráfico intenso, que nos encontraríamos, por otra parte, a la salida de la ciudad. Habíamos escuchado que la capital era peligrosa, con mucho crimen, pero lo cierto es que nos sorprendió por su seguridad, su limpieza y su belleza. Tiene mucho que ver, está muy bien cuidada, y se respiraba un ambiente sano, con gente haciendo deporte al aire libre, multitud de niños de excursión escolar visitando sus innumerables monumentos, y gente muy amable que se nos acercaba para ofrecerse a sacarnos fotos. Otro de los iconos que no nos podíamos perder: la famosa escultura de la Batalla de Iwo Jima. Precisamente, cerca de Arlington, se alza esta impresionante estatua que recrea la foto que tomó Joe Rosenthal al cuerpo de marines en el Monte Suribachi, cuando estos conquistaron su colina, y con ella, el pequeño islote que se antojaba tan crucial para la operatividad de los bombarderos americanos en su sangrienta lucha en el Pacífico contra los japoneses durante la II Guerra Mundial. El monumento está dedicado a todo el Cuerpo de Marines, y la bandera americana ondea durante las 24 horas del día para conmemorar tal hazaña.
Memorial Iwo Jima, Washington |
El Smithsonian Castle nos daba la bienvenida al Instituto Smithsoniano, un conjunto de museos y centros de investigación que guardan auténticas joyas de la ciencia y la historia americana. Por tiempo, nosotros solo visitamos el Museo Nacional del Aire y el Espacio, y el Museo Nacional del Indio Americano.
Smithsonian Castle, Washington |
Smithsonian Castle (arriba) y Monumento a Jefferson (abajo), Washington |
Washington es una bonita ciudad verde con bellos y grandiosos monumentos entre los que se encuentran el Monumento a Washington (que no es otro que el famoso obelisco), el Monumento a Lincoln (quién no conoce la famosa estatua gigante del presidente más celebre del país) o el Memorial Thomas Jefferson (otra preciosa construcción de estilo neoclásico, embellecida aún más por estar situada a orillas del Potomac). Con todo esto, ya nos daríamos por satisfechos, pero todavía quedaba lo más famoso de la capital, donde reside el poder del país: el Capitolio y la Casa Blanca. Ambos impresionantes (el edificio que alberga el Congreso más, por supuesto, por su tamaño). Fue impactante acercarnos hasta la verja de la Casa Blanca y sacarnos una foto tan cerca de la vivienda del presidente. El Capitolio se puede visitar, y hoy en día, este bello edificio sigue en pie gracias a la valentía y arrojo de los pasajeros del vuelo 93 de la United Airlines, que el 11 de septiembre de 2001, teniendo noticias de lo que había ocurrido con las Torres Gemelas y el Pentágono, se revelaron contra los terroristas, y lograron desviar el avión para que se acabara estrellando en un campo de Pensilvania. Aquellos héroes evitaron con su sacrificio otra desgracia mayor. Aquel vuelo, con destino San Francisco, iba a ser secuestrado para estrellarlo contra el Capitolio.
Casa Blanca |
Monumento a Lincoln, Washington |
Washington tiene muchas cosas para ver, y nosotros poco tiempo para verlas, así que como casi siempre, había que elegir. De todas formas, quedamos satisfechos y nos fuimos con la sensación de que la capital estadounidense había sido una de las grandes sorpresas del viaje. Nos encantó. La enorme catedral neogótica fue nuestra última visita. La sexta en tamaño del mundo, su fachada impresiona. Las vidrieras, por cierto, están inspiradas en las de la Catedral de León.
Catedral de Washington |
Casa del gobernado,. Colonia Williamsburg, Virginia |
Williamsburg, Virginia |
Tras pasar por Hampton (Virginia), una ciudad fundada en 1610, con bonitas mansiones, hacemos una breve parada en Norfolk, todavía en Virginia, donde se encuentra la mayor Base Naval del Mundo, que, aprovechando un maravilloso puerto natural en la Bahía de Chesapeake, alberga una gran flota de barcos de guerra. Impresiona ver a un portaaviones a tan pocos metros de distancia. Toda la zona (llamada Hampton Roads) tiene un emplazamiento espectacular y unas vistas increíbles.
En Rhode Island recorrimos otro puñado de antiguas ciudades coloniales interesantes como Newport o Portsmouth, cuya situación privilegiada, frente al mar y rodeado de naturaleza, te invita a quedarte unos días para disfrutar de las vistas y de la bonita arquitectura local. Todo muy bien cuidado. Se nota que muchas de estas viviendas son residencias de veraneo a las que acuden los fines de semana la gente adinerada de Nueva York y otras grandes urbes cercanas.
Escuela Militar Lexington, Virginia. |
Academia Militar Lexington, Virginia |
Nos pegamos la paliza a conducir para llegar a Lexington (Virginia). (Hay muchos nombres que coinciden en estados vecinos). En Buena Vista, al lado de Lexington, nos metemos en un Motel Budget (55 dólares). A las 06.30h nos levantábamos para ir a ver la Academia Militar. Hacía un día precioso con un azul eléctrico como nunca había visto. Aunque el Visitor Center de la ciudad estaba cerrado, la señora que atendía, muy amable, nos indicó la dirección hacia el cuartel militar y le hicimos unas fotos al bello edificio. Debo reconocer que acabe enamorado de la arquitectura de Nueva Inglaterra. Los pueblos tienen un encanto especial.
Parque Nacional Shenandoah, Virginia |
Parque Nacional Shenandoah, Virginia |
Harpers Ferry, Virginia Occidental |
Y de Virginia, a Virginia Occidental, un pequeño estado comido por los Apalaches. Separado de su hermano (Virginia) cuando éste se unió a la Confederación, nos encontramos una bella tierra montañosa con un encanto rural innegable. Nuestro destino era Harpers Ferry, el enclave histórico situado en las confluencias de los ríos Potomac y Shenandoah, donde el abolicionista John Brown protagonizó uno de los incidentes más famosos previos al estallido de la Guerra de Secesión, cuando asaltó un arsenal al frente de un grupo de 21 hombres, entre los que se encontraban esclavos. El Parque Nacional merece una visita detenida para conocer la historia de este pequeño pueblo y recorrer sus edificaciones antiguas industriales y museos. Dicen que en otoño es una delicia pasear por sus bosques. Nosotros hicimos un pequeño trekking por los alrededores.
Tras esta incursión en Virginia Occidental, pasamos a Maryland. Hacemos una pequeña parada en Boonsboro antes de llegar a otro mítico campo de batalla de la Guerra de Secesión: Antietam, cerca de la localidad de Sharpsburg.
Antietam, Maryland |
Tranquilo y silencioso, nadie se imaginaría hoy en día, en medio de esa calma, el ruido de cañones y la lluvia de disparos que causaron la baja a casi 23000 soldados y la muerte de 4000 personas en un solo día (17 de septiembre de 1862), en la primera gran batalla de la guerra en suelo del Norte. A pesar de que se consideró un empate técnico, McClellan, el general unionista, rechazó la incursión de Lee, aunque no aprovechó su retirada para acabar con sus tropas. Al igual que en Gettysburg, hay que tomarse su tiempo para respirar con calma el lugar.
Tras la conmovedora visita al campo de batalla de Antietam, nos ponemos a buscar un alojamiento para dormir de camino, pero ni siquiera en Altoona, una ciudad ya grande, encontramos nada (que se ajuste a nuestro presupuesto, claro). Y para empeorar más las cosas, entramos en un laberinto en Altoona del que no conseguimos salir. Fuera por donde fuéramos, siempre dábamos una y otra vez al centro de la ciudad. Al final, encontramos un Motel 6 por 50 dólares en Hollydaysburg, a eso de las 12 de la noche.
Punxsutawney (Pensilvania) |
Kinzua Bridge, Mount Jewett, Pensilvania |
Cataratas del Niágara, estado de Nueva York |
Así llegábamos a Niagara Falls. Nos quedamos en el lado estadounidense y cogimos un motel (esta vez sí muy chungo) por 44 dólares. El Pelican Motel era el típico chamizo que sale en las películas y en el que parece que te van a atracar, violar o asesinar en mitad de la noche… Pero hay que ser justos y decir que la mayoría de los moteles no son así. Muchos superan con creces la calidad de las habitaciones de hoteles en Europa con más categoría. Pero a veces, si no hay más… La verdad es que las Cataratas del Niágara es una zona que supongo que tendría su época dorada, pero hoy en día se ve bastante “revenida”, decadente, deprimente incluso… y con cierta sensación de abandono. Aún así, merece la pena ver este grandioso salto de agua. Por comparar, no llega a impresionar como Iguazú, ni de lejos, pero no hay que despreciarlas por ello. Las cataratas sudamericanas son mucho más grandes, caudalosas y bellas, y su entorno natural, comparado con las del Niágara, que son totalmente urbanas, hace que ganen de largo en esta competición. Si os gustan las cataratas, id a Islandia. Pero volviendo a las americanas, las mejores vistas son desde el lado canadiense, sin duda. Además, en esa parte de la frontera, todo parece estar mejor puesto y da más sensación de seguridad. A las 8 de la mañana, en el lado estadounidense apenas había nadie en un día un poco lluvioso, solo un grupo de amish, que parecían aprovechar la soledad del momento para hacer también su visita a las caudalosas cascadas, para no ser molestados por la gente.
El espectáculo nocturno de luces...para mí un poco hortera, pero habrá a gente a la que le guste. Tras recorrer los mejores puntos de vista, pasamos la
frontera a Canadá para verlas desde el otro lado…
Grupo de amish en Niágara Falls |
GUERRA DE SECESIÓN: ORÍGENES
Muchos creen que la Guerra Civil Americana comenzó por la esclavitud. Sí y no. Otros opinan que la libertad del pueblo afroamericano no tuvo nada que ver. Sí y no. Ambas teorías son verdad si las vemos desde un punto de vista neutral. Pero sólo hace falta situarse en uno de los lados de la Línea Mason-Dixon (la que separaba los estados libres de los esclavistas) para ver con claridad el origen de esta fatídica contienda que costó la vida de más americanos (y europeos como veremos más tarde) que todas las guerras juntas posteriores en las que ha participado el país de las barras y estrellas.
Posiciones revisionistas defienden que la lucha se produjo “simplemente” porque el Sur no iba a permitir que el Norte cambiara sus costumbres y su forma de vida. Una vida basada… en la esclavitud. Su economía dependía casi y exclusivamente de la mano de obra negra, que reportaba unos beneficios gracias a los cuales se mantenía la sociedad sureña. Por supuesto que no todos tenían esclavos, pero los granjeros que trabajaban su propia tierra lo hacían para cubrir sus necesidades básicas. El grueso de las exportaciones de tabaco, caña de azúcar y, sobe todo, algodón (2/3 del total) salían del sudor y la sangre de los esclavos. Es decir, desde el punto de vista del Sur, la guerra sí se originó por la esclavitud.
Ahora bien, ¿fue la voluntad del Norte acabar con ella, a cualquier precio, incluso, el de una guerra? Claramente no. Sí es verdad que había una conciencia social que empezó a removerse cuando muchos miraban a la Declaración de Independencia y leían que “todos los hombres son iguales”. Pero también es cierto que muchos (sobre todo, irlandeses que se empezaban a concentrar en Nueva York) miraban con recelo a los negros porque trabajaban por menos dinero que ellos todavía, y veían amenazados sus puestos de trabajo. Algo parecido ocurrió en la otra costa con la llegada del ferrocarril y la población china.
Había políticos (y partidos) que se mostraban contrarios a la esclavitud, e incluso había organizaciones como el Ferrocarril Subterráneo que se encargaban de rescatar a esclavos del sur y llevarlos al norte. Pero se les miraba casi igual que en el sur. La mayoría de los voluntarios nordistas se alistaron por aventura, por presiones familiares o porque tenían miedo de que su país se deshiciera. Hubo hasta irlandeses que cruzaron el charco para coger las armas en agradecimiento a Estados Unidos por haberles mandado comida en las épocas de hambruna.
Los presidentes que ocupaban la Casa Blanca tampoco sacrificaron las vidas de sus hombres por salvar las de los esclavos del sur. Es más, en los llamados Estados Fronterizos (Misuri, Kentucky, Maryland y Delaware) en territorio norteño, pero con población y cultura sureña y bajo mando federal, la esclavitud estaba permitida. Y Lincoln no la abolió hasta después de la guerra, incluso cuando la había prohibido en los estados derrotados. Da la sensación de que el famoso mandatario (nacido en Kentucky, precisamente) intentaba no “molestar” dentro de esas fronteras para que no se rebelaran. Aunque era abiertamente abolicionista, no pretendía acabar con la esclavitud, sino evitar que se expandiera. Para él, lo primordial era mantener al país unido. Gran orador, en uno de sus famosos discursos (los escribía él mismo) dijo que lo importante era mantener la unión, que si lo hacía liberando a todos los esclavos, bien, que si lo hacía liberando a unos sí y a otros no, también bien, y que si se producía no habiendo podido liberar a ninguno, también bien. Alcanzar esa libertad no era prioritario. De hecho, Thomas Jefferson, tercer presidente y uno de los padres fundadores de la nación, poseía esclavos en su plantación de Monticello, Virginia. Él odiaba la esclavitud, pero sabía que, sin ella, se arruinaría. Y probablemente Lincoln temía lo mismo para los estados del sur. En el norte, una tierra más industrializada y repleta de inmigrantes, la mano de obra ya era barata.
Pero para entender mejor el origen de la Guerra de Secesión hay que remontarse unos años en el tiempo y unos cuántos kilómetros al Oeste de Washington D.C…
Después de independizarse de Gran Bretaña, Estados Unidos comenzó a crecer muy rápido como país… demasiado rápido. Después de comprar La Florida a España y La Luisiana a Francia, arrebató a México (Guerra 1846-1848) Texas y todo el suroeste hasta California. De repente, el gobierno se vio obligado a sostener todos esos territorios en un difícil equilibrio que acabó por perder. El Compromiso de Misuri se redactó para integrar esos recién estados de una forma que no rompieran el equilibrio en el Senado. Misuri se añadió como un estado donde la esclavitud estaba permitida… pero había que compensar. Así que se decidió partir Massachussets, y formar otro estado (Maine) que se sumaría como estado libre. Esa sería la regla… uno y uno.
Pero la rápida expansión hacia el Oeste abrió el apetito a los estados sureños, que ansiaban nuevos terrenos para desarrollar su agricultura. Es entonces cuando aparece Stephen Douglas, un senador demócrata de Illinois, rival de Lincoln (el entonces desconocido aspirante republicano se descubriría a su país como un excelente adversario, pese a su derrota, y llegaría a la presidencia como todos sabemos). Douglas estaba muy interesado en expandir el ferrocarril hacia el oeste, y necesitaba la ayuda del sur, así que propuso e impulsó la Ley Kansas-Nebraska (los siguientes estados en la cola para unirse a Estados Unidos) por la cual, cada estado, en votación popular decidiría qué quería ser: esclavista o libre. Esta decisión fue importante, y el preludio de la Guerra de Secesión. En 1854, en Kansas y Misuri se produjo una pequeña guerra civil hasta 1861 (cuando estalló la de Secesión). Las votaciones fueron un auténtico caos ya que muchos habitantes de la vecina Misuri (esclavista) pasaron la frontera para votar en Kansas… varias veces, además. El resultado no podía ser otro que un fraude que el gobierno no perdonó. Se formaron bandas de rebeldes sudistas como la de Quantrill (en la que pegaría sus primeros tiros Jesse James) que asediaban al gobierno federal en Kansas, e insurgentes en Misuri que hacían lo mismo para incordiar a los partidarios del sur. Tal era la brutalidad con la que actuaban estos grupos al margen de la ley, que, finalizada la guerra, se hizo una amnistía general, de la que quedaron excluidas estas bandas. Nebraska se incorporaría a la Unión en 1867.
Las dudas comenzaron a surgir cuando los propietarios del sur viajaban a un estado libre con sus esclavos. Para ellos, eran una propiedad, como lo eran sus caballos o su cubertería, y no personas. Es famoso el caso de Dredd Scott, un esclavo que fue a un estado libre con su dueña en el año 1846 y denunció que tenía derecho a ser libre puesto que no se encontraba en un estado esclavista. Era un tema complicado, pero el Tribunal Supremo (compuesto en su mayoría por partidarios del Sur) dictaminó, después de años de litigios, que Scott no tenía razón, ya que simplemente no era ciudadano americano (ningún esclavo lo era).
Partidos como el Partido de la Libertad, o el Partido de la Tierra Libre ya reclamaban la abolición de la esclavitud. Pero ninguno de ellos logró acaparar tanta atención ni reunir tantos votos como el recién creado Partido Republicano, que también se presentaba defensor de la abolición. Es importante destacar entre ser “abolicionista” y ser “antiesclavista”. Estos últimos no perturbaban el sueño de los latifundistas con esclavos, en el sur. Los primeros, sí. Es aquí cuando aparece con fuerza la figura de Abraham Lincoln, que se pone al frente de un partido que nació en 1854 de las cenizas del llamado partido Whig, en respuesta al dominio que los demócratas estaban imponiendo en la política del país. En 1860, Lincoln es elegido presidente (por supuesto sin apenas apoyo en el sur, pero arrasando en el norte) y los estados esclavistas empiezan a ver peligrar su idiosincrasia sureña. Como el propio líder republicano dijo una vez, él no iba a empezar una guerra contra el sur, sólo lo haría si una posesión federal era atacada. Y así fue… Cinco semanas después de aquella frase, el 12 de abril de 1861, el Fuerte Sumter, en la bahía de Charleston era bombardeado por Beauregard, aludiendo que era una ocupación extranjera (fueron apresando todas las instalaciones unionistas en suelo sureño poco a poco). Curiosamente, este General había sido alumno del Mayor General Anderson, el hombre que defendía la fortaleza. Esta circunstancia se repetiría una y otra vez en la contienda. Se dice que fue una guerra entre hermanos, y así fue. Los oficiales de West Point (Nueva york), la academia militar más prestigiosa del país, se repartirían entre los dos bandos. Compañeros contra compañeros y profesores frente a alumnos. Después de bombardear la instalación militar durante día y medio, Anderson, sin suministros ni munición, capitulaba la plaza. Asombrosamente, no hubo ningún muerto, y los rendidos soldados del Norte desfilaron ante los del Sur, que, en un acto de caballerosidad, se quitaron los sombreros a su paso. Se había encendido la llama de la guerra…
Carolina del Sur ya había amenazado con la secesión si Lincoln era elegido presidente. Y no tardó en cumplir su palabra un mes después de producirse la investidura. Buchanan, el antecesor de Lincoln en el puesto, se lavó las manos diciendo que estaba en contra de la esclavitud pero que no tenía autoridad constitucional para prohibirla. Ante la cierta pasividad que mostraban los presidentes, otros seis estados se unirían a la rebelión: Texas, Alabama, Mississisppi, Florida, Georgia y Luisiana. Más tarde lo harían Carolina del Norte, Virginia, Tennessee y Arkansas. Kentucky se declaró neutral hasta que el Sur decidió conquistar una de sus ciudades, Columbia, empujándola al bando contrario. Las cartas estaban echadas…
Muchos creen que la Guerra Civil Americana comenzó por la esclavitud. Sí y no. Otros opinan que la libertad del pueblo afroamericano no tuvo nada que ver. Sí y no. Ambas teorías son verdad si las vemos desde un punto de vista neutral. Pero sólo hace falta situarse en uno de los lados de la Línea Mason-Dixon (la que separaba los estados libres de los esclavistas) para ver con claridad el origen de esta fatídica contienda que costó la vida de más americanos (y europeos como veremos más tarde) que todas las guerras juntas posteriores en las que ha participado el país de las barras y estrellas.
Posiciones revisionistas defienden que la lucha se produjo “simplemente” porque el Sur no iba a permitir que el Norte cambiara sus costumbres y su forma de vida. Una vida basada… en la esclavitud. Su economía dependía casi y exclusivamente de la mano de obra negra, que reportaba unos beneficios gracias a los cuales se mantenía la sociedad sureña. Por supuesto que no todos tenían esclavos, pero los granjeros que trabajaban su propia tierra lo hacían para cubrir sus necesidades básicas. El grueso de las exportaciones de tabaco, caña de azúcar y, sobe todo, algodón (2/3 del total) salían del sudor y la sangre de los esclavos. Es decir, desde el punto de vista del Sur, la guerra sí se originó por la esclavitud.
Ahora bien, ¿fue la voluntad del Norte acabar con ella, a cualquier precio, incluso, el de una guerra? Claramente no. Sí es verdad que había una conciencia social que empezó a removerse cuando muchos miraban a la Declaración de Independencia y leían que “todos los hombres son iguales”. Pero también es cierto que muchos (sobre todo, irlandeses que se empezaban a concentrar en Nueva York) miraban con recelo a los negros porque trabajaban por menos dinero que ellos todavía, y veían amenazados sus puestos de trabajo. Algo parecido ocurrió en la otra costa con la llegada del ferrocarril y la población china.
Había políticos (y partidos) que se mostraban contrarios a la esclavitud, e incluso había organizaciones como el Ferrocarril Subterráneo que se encargaban de rescatar a esclavos del sur y llevarlos al norte. Pero se les miraba casi igual que en el sur. La mayoría de los voluntarios nordistas se alistaron por aventura, por presiones familiares o porque tenían miedo de que su país se deshiciera. Hubo hasta irlandeses que cruzaron el charco para coger las armas en agradecimiento a Estados Unidos por haberles mandado comida en las épocas de hambruna.
Los presidentes que ocupaban la Casa Blanca tampoco sacrificaron las vidas de sus hombres por salvar las de los esclavos del sur. Es más, en los llamados Estados Fronterizos (Misuri, Kentucky, Maryland y Delaware) en territorio norteño, pero con población y cultura sureña y bajo mando federal, la esclavitud estaba permitida. Y Lincoln no la abolió hasta después de la guerra, incluso cuando la había prohibido en los estados derrotados. Da la sensación de que el famoso mandatario (nacido en Kentucky, precisamente) intentaba no “molestar” dentro de esas fronteras para que no se rebelaran. Aunque era abiertamente abolicionista, no pretendía acabar con la esclavitud, sino evitar que se expandiera. Para él, lo primordial era mantener al país unido. Gran orador, en uno de sus famosos discursos (los escribía él mismo) dijo que lo importante era mantener la unión, que si lo hacía liberando a todos los esclavos, bien, que si lo hacía liberando a unos sí y a otros no, también bien, y que si se producía no habiendo podido liberar a ninguno, también bien. Alcanzar esa libertad no era prioritario. De hecho, Thomas Jefferson, tercer presidente y uno de los padres fundadores de la nación, poseía esclavos en su plantación de Monticello, Virginia. Él odiaba la esclavitud, pero sabía que, sin ella, se arruinaría. Y probablemente Lincoln temía lo mismo para los estados del sur. En el norte, una tierra más industrializada y repleta de inmigrantes, la mano de obra ya era barata.
Pero para entender mejor el origen de la Guerra de Secesión hay que remontarse unos años en el tiempo y unos cuántos kilómetros al Oeste de Washington D.C…
Después de independizarse de Gran Bretaña, Estados Unidos comenzó a crecer muy rápido como país… demasiado rápido. Después de comprar La Florida a España y La Luisiana a Francia, arrebató a México (Guerra 1846-1848) Texas y todo el suroeste hasta California. De repente, el gobierno se vio obligado a sostener todos esos territorios en un difícil equilibrio que acabó por perder. El Compromiso de Misuri se redactó para integrar esos recién estados de una forma que no rompieran el equilibrio en el Senado. Misuri se añadió como un estado donde la esclavitud estaba permitida… pero había que compensar. Así que se decidió partir Massachussets, y formar otro estado (Maine) que se sumaría como estado libre. Esa sería la regla… uno y uno.
Pero la rápida expansión hacia el Oeste abrió el apetito a los estados sureños, que ansiaban nuevos terrenos para desarrollar su agricultura. Es entonces cuando aparece Stephen Douglas, un senador demócrata de Illinois, rival de Lincoln (el entonces desconocido aspirante republicano se descubriría a su país como un excelente adversario, pese a su derrota, y llegaría a la presidencia como todos sabemos). Douglas estaba muy interesado en expandir el ferrocarril hacia el oeste, y necesitaba la ayuda del sur, así que propuso e impulsó la Ley Kansas-Nebraska (los siguientes estados en la cola para unirse a Estados Unidos) por la cual, cada estado, en votación popular decidiría qué quería ser: esclavista o libre. Esta decisión fue importante, y el preludio de la Guerra de Secesión. En 1854, en Kansas y Misuri se produjo una pequeña guerra civil hasta 1861 (cuando estalló la de Secesión). Las votaciones fueron un auténtico caos ya que muchos habitantes de la vecina Misuri (esclavista) pasaron la frontera para votar en Kansas… varias veces, además. El resultado no podía ser otro que un fraude que el gobierno no perdonó. Se formaron bandas de rebeldes sudistas como la de Quantrill (en la que pegaría sus primeros tiros Jesse James) que asediaban al gobierno federal en Kansas, e insurgentes en Misuri que hacían lo mismo para incordiar a los partidarios del sur. Tal era la brutalidad con la que actuaban estos grupos al margen de la ley, que, finalizada la guerra, se hizo una amnistía general, de la que quedaron excluidas estas bandas. Nebraska se incorporaría a la Unión en 1867.
Las dudas comenzaron a surgir cuando los propietarios del sur viajaban a un estado libre con sus esclavos. Para ellos, eran una propiedad, como lo eran sus caballos o su cubertería, y no personas. Es famoso el caso de Dredd Scott, un esclavo que fue a un estado libre con su dueña en el año 1846 y denunció que tenía derecho a ser libre puesto que no se encontraba en un estado esclavista. Era un tema complicado, pero el Tribunal Supremo (compuesto en su mayoría por partidarios del Sur) dictaminó, después de años de litigios, que Scott no tenía razón, ya que simplemente no era ciudadano americano (ningún esclavo lo era).
Partidos como el Partido de la Libertad, o el Partido de la Tierra Libre ya reclamaban la abolición de la esclavitud. Pero ninguno de ellos logró acaparar tanta atención ni reunir tantos votos como el recién creado Partido Republicano, que también se presentaba defensor de la abolición. Es importante destacar entre ser “abolicionista” y ser “antiesclavista”. Estos últimos no perturbaban el sueño de los latifundistas con esclavos, en el sur. Los primeros, sí. Es aquí cuando aparece con fuerza la figura de Abraham Lincoln, que se pone al frente de un partido que nació en 1854 de las cenizas del llamado partido Whig, en respuesta al dominio que los demócratas estaban imponiendo en la política del país. En 1860, Lincoln es elegido presidente (por supuesto sin apenas apoyo en el sur, pero arrasando en el norte) y los estados esclavistas empiezan a ver peligrar su idiosincrasia sureña. Como el propio líder republicano dijo una vez, él no iba a empezar una guerra contra el sur, sólo lo haría si una posesión federal era atacada. Y así fue… Cinco semanas después de aquella frase, el 12 de abril de 1861, el Fuerte Sumter, en la bahía de Charleston era bombardeado por Beauregard, aludiendo que era una ocupación extranjera (fueron apresando todas las instalaciones unionistas en suelo sureño poco a poco). Curiosamente, este General había sido alumno del Mayor General Anderson, el hombre que defendía la fortaleza. Esta circunstancia se repetiría una y otra vez en la contienda. Se dice que fue una guerra entre hermanos, y así fue. Los oficiales de West Point (Nueva york), la academia militar más prestigiosa del país, se repartirían entre los dos bandos. Compañeros contra compañeros y profesores frente a alumnos. Después de bombardear la instalación militar durante día y medio, Anderson, sin suministros ni munición, capitulaba la plaza. Asombrosamente, no hubo ningún muerto, y los rendidos soldados del Norte desfilaron ante los del Sur, que, en un acto de caballerosidad, se quitaron los sombreros a su paso. Se había encendido la llama de la guerra…
Carolina del Sur ya había amenazado con la secesión si Lincoln era elegido presidente. Y no tardó en cumplir su palabra un mes después de producirse la investidura. Buchanan, el antecesor de Lincoln en el puesto, se lavó las manos diciendo que estaba en contra de la esclavitud pero que no tenía autoridad constitucional para prohibirla. Ante la cierta pasividad que mostraban los presidentes, otros seis estados se unirían a la rebelión: Texas, Alabama, Mississisppi, Florida, Georgia y Luisiana. Más tarde lo harían Carolina del Norte, Virginia, Tennessee y Arkansas. Kentucky se declaró neutral hasta que el Sur decidió conquistar una de sus ciudades, Columbia, empujándola al bando contrario. Las cartas estaban echadas…