SUDÁFRICA: CIUDAD DEL CABO.
Sin pretender hacer de orientador viajero, meter a Ciudad
del Cabo entre mis tres ciudades favoritas del mundo, es una manera (la más
contundente y rápida) de expresar mi gusto y mi admiración por esta urbe
sudafricana situada cerca del Cabo de Buena Esperanza. Aunque debería matizar
que realmente lo que nos enamoró fueron los alrededores, no la propia ciudad en
sí. Si tuviera que elegir un lugar para vivir, éste podría ser mi destino (junto
con Sidney), si un gran terremoto destruyera San Francisco.
Coro en las calles de Ciudad del Cabo |
Ni siquiera esa inseguridad (de la que no vimos ni rastro)
de fama mundial que tiene Sudáfrica me hace despegarme de este bello país
situado al sur del continente, que, con un poco de suerte, en los próximos años
(quizá en unos cuantos), podría convertirse en una potencia (a lo mejor es muy
atrevido usar esta palabra) mundial. Mimbres tiene para lograrlo, además de una
riqueza y diversidad paisajística y cultural al alcance de muy pocas naciones, y
una atracción especial que te hace sentirte como en casa.
Y la habitación más cálida de ese hogar, es sin duda, Ciudad
del Cabo.
Veníamos en ruta por la costa sur desde Gaansbai, todavía
impactados por la experiencia con el gran tiburón blanco, https://viajerodelmisterio.blogspot.com/2017/07/sudafrica-3-megalodon-surca-todavia.html
Entrando en ciudad del Cabo, hicimos una breve parada en el
Rhodes Memorial, un monumento que recuerda la figura del político y empresario
inglés que fue protagonista de la colonización británica de África. La antigua
Rodesia (actuales Zambia y Zimbabwe) debió su nombre a la figura de este hombre
de negocios que acaparaba prácticamente el 90% del comercio de diamantes
mundial, con Sudáfrica como localización de las mayores minas de esta piedra preciosa.
Rhodes Memorial |
Sin perder mucho tiempo, nos dirigimos hacia el puerto para
sacar los billetes hacia Robben Island, la isla donde estuvo prisionero Nelson
Mandela durante 18 años. El “Alcatraz” sudafricano era nuestra máxima prioridad
cuando organizamos nuestra visita al país. Pero a veces, las cosas no salen tal
y cómo las has planificado, y aquel día, sufrimos un duro revés al llegar a las
oficinas del ferry. Estaba todo lleno. Para ese día, para el siguiente… y para
toda la semana. Para colmo, las reservas se habían concentrado esos días porque
a 10 jornadas vista iban a cerrar el acceso a la isla para fumigarla. Una plaga
de conejos estaba destrozando el hábitat y había que acabar con ellos. El enfado y la tristeza dieron paso a la desesperación,
y fruto de ella (de insistir y dar el coñazo), nuestra paciencia tuvo su
premio. Tras esperar en una esquina de la cola un buen rato, a las 12.30h nos
dicen que ha habido una cancelación de última hora y que hay dos plazas libres
para las 15.00h. (150 rands) ¿Se puede tener más suerte?
Robben Island |
Entrada a Robben Island |
Ciudad del Cabo es una maravilla, pero si tenéis que dejar
de ver algún monumento por esperar a la cola de Robben Island, no lo dudéis.
Ese pequeño trozo de tierra, de apenas 3x2 kilómetros, situada a 12 kilómetros
de la costa, os hará sentir, reflexionar, recapacitar, y quién sabe, si incluso
salís de esta antigua colonia de leprosos siendo mejores personas, aunque solo
sea durante un rato.
Robben Island |
Aunque se eche en falta algo más de libertad para merodear
por tu cuenta, la visita es indispensable. Eso sí, aseguraos de reservar con
antelación y de tener en cuenta a los conejos 😊
Restos de un naufragio en Robben Island y entrada a la prisión. |
Robben Island |
Impactados todavía por la historia de Mandela (y sus
compañeros de prisión) y de Robben Island (la Isla de las focas), recogemos el
coche del parking (8 horas unos 4 euros) y conducimos hasta la zona de Sea
Point donde reservamos nuestro alojamiento en el Bellevue Guest House (600 rands
con desayuno). La cena se compondría de unas empanadas de supermercado con (no
puede faltar) un rico café antes de dar por finalizada esa emocionante jornada.
Patios y celdas de la prisión |
Tras un generoso desayuno, vamos al centro de la ciudad, que
no es rico en edificios históricos.. Después de la entrada, tal vez os haya descolocado. Me
refiero a que la zona urbana, aparte del ayuntamiento, y alguna casa colonial, no destaca por sus
bellas construcciones. Ciudad del Cabo hay que mirarla de adentro a afuera. Las
montañas que la abrazan, el mar que la baña y los bonitos pueblos que la
acompañan en cada esquina. El secreto de Ciudad del Cabo es su ubicación: al
abrigo de las montañas y al frescor del mar.
Ayuntamiento |
Como el cielo está un poco nublado, hacemos un poco de
tiempo antes de ir a Table Mountain, la Montaña de la Mesa que protege a la
ciudad, y que es todo un símbolo para la urbe, llegando a convertirse en una de
las siete Maravillas Naturales del Mundo. Pero de ascender a ella, dimos tiempo
a que esa niebla que suele acariciar su lomo se disipara.
Hout Bay es una bahía a 20 kilómetros al sur de la ciudad
con unos paisajes costeros espectaculares, donde sacamos foto a una curiosa
estatua de un felino, que representa al último ejemplar de leopardo vivo de la
zona, divisado por última vez en 1937. Si queréis regresar con un recuerdo
original, adquirid en cualquier tienda de souvenirs un pasaporte de la
República de Hout Bay (el traje típico, el himno y la bandera ya han
desaparecido). En los años 80 esta zona se autoproclamó como nación independiente. Unos dicen que fueron artistas para denunciar el apartheid y
otros que es simple publicidad para atraer a turistas. La leyenda urbana cuenta
que los blancos utilizaban este pasaporte para viajar a otros países de África
donde les estaba prohibido entrar por la segregación racial de Sudáfrica. Y que
incluso podían utilizarlo para viajar por medio mundo… Yo, como buen coleccionista,
tengo el mío.
Camps Bay |
Llegamos a Camps Bay,donde nos sentamos en un merendero para
deleitarnos con una de las vistas más famosas de Ciudad del Cabo, la de la
playa de arenas blancas y aguas azul turquesa con los “12 apóstoles” de fondo. Es
sin duda, la postal más espectacular que podéis traer de la ciudad. Las montañas
son imponentes y los atardeceres, mágicos, según dicen. Nosotros disfrutamos de
un bello día de sol mientras picábamos algo en una campa. Si preferís comer
algo más cómodos, hay restaurantes en la zona. Pero yo os recomendaría hacer un
picnic campestre como nosotros, con esa maravilla de montaña acompañando a
vuestro sándwich, y emprender ruta hacia una de las carreteras más
espectaculares y vertiginosas del país, la Chapman´s Peak, que une Hout Bay con
Noordhoek. Es tan popular, que se celebran numerosas carreras en su asfalto. Aunque
estaba cortada por desprendimientos, pudimos recorrerla unos kilómetros y
comprobar lo especial y bella que resulta, tanto, que es utilizada habitualmente
por numerosas marcas para rodar anuncios y escenas de películas, como pudimos
comprobar en directo, cuando un helicóptero volando a baja altura, nos dio un
pequeño susto al verlo tan cerca. No era la poli persiguiéndonos por haber
cometido una infracción de tráfico. Realmente, “atosigaba” a un deportivo con
un chico y una chica muy guapos en sus asientos, cuya melena se despeinaba al viento
y a la brisa del mar mientras conducían felices por un paisaje de ensueño. Parecía
un anuncio tipo “Bollywood” o algo así. Paramos en un chiringuito donde se
amontonaba todo el equipo de rodaje, pero lo cierto es que no conocíamos a
ningún actor y parecían ciertamente indios (de la India). En la zona de Durban,
en la costa opuesta y al otro lado del país hay una importante población hindú,
así que no era extraño (Mahatma Gandhi pasó allí unos años, polémicos años en
los que se le acusó de racismo con los negros, pero eso es otra historia…).
Ciudad del Cabo, con el pico de Lion´s Head, desde la Table Mountain. |
Y el otro punto fuerte de ciudad del Cabo, es sin duda, la
Table Mountain. Subir a esta meseta es algo que todo visitante a la ciudad debe
hacer. Y la forma más rápida y cómoda de hacerlo es en el funicular que, girando
suavemente sobre sí mismo durante la ascensión, proporciona unas vistas
impagables de las montañas y la, desde esa distancia, diminuta ciudad. Una vez
arriba, damos un paseo por la cima buscado ángulos (hay muchos) para sacar fotos.
Es un sitio para sentirte grande y poderoso, con la urbe a tus pies. Durante la
caminata, vemos diferentes tipos de aves, que se posan en los riscos para que
tu instantánea quede aún más perfecta. Antes de bajar comemos en un restaurante
que sirve platos indonesios. A mí no me hace gracia, y solo trago el pollo y el
arroz.
Ya estamos de nuevo en el puerto, donde repetimos las fotos
a la Table Mountain, que se muestra más despejada. Así esperamos hasta el
anochecer, cuando los muelles muestran otra imagen más íntima. Muy agradable, y
una despedida perfecta de nuestro viaje por Sudáfrica.
Puerto |
Al día siguiente nos dirigíamos al aeropuerto para entregar
el coche a la hora, pero no encontrábamos los rands para llenar el depósito. Con
lo controlado que llevo siempre el dinero, me había despistado en aquella
ocasión. No hay problema, hay cajeros… sí hay problema, los cajeros no dan
dinero… Uno, nada. El segundo, tampoco… Nos empezamos a poner nerviosos… pero a
la tercera es la buena. Rands en efectivo para llenar un depósito… que se me
olvidó llenar, ja, ja. Ciudad del Cabo me había dejado obnubilado. Tuvimos suerte
porque le dijimos al chico que llevábamos un remolque de multas (el coche de
alquiler no tenía la ITV pasada y nos cazaron 3 o 4 veces) y se avergonzó por
un fallo tan grave por parte de la compañía, así que no nos cobraron lo que
faltaba de depósito.
Sudáfrica es uno de los países que más nos han gustado. Lo
tiene todo: paisajes, fauna salvaje, tribus, playa, montaña, desierto, ciudades
coloniales, pueblos encantadores, una historia interesantísima, magnífica
infraestructura, buenos precios… y lo mejor es que puedes hacerlo por tu cuenta
sin dificultades. Uno de nuestros preferidos y al que volveríamos años más
tarde en nuestra ruta hacia Namibia.
Elegid Sudáfrica, no os arrepentiréis.
NELSON MANDELA Y EL APARTHEID
Y para complicar aún más las cosas, otro grupo, los zulúes,
bajo el llamado Partido del Inkatha, (según parece instigados y entrenados por
los blancos) entraron en confrontación con el CNA. Aunque, por el lado
contrario, no todos los blancos abanderaban el racismo. Los descendientes de
los ingleses se oponían, e incluso partidos minoritarios formados por blancos rechazaban el apartheid.
De Klerk, presidente entre 1989 y 1994, lideró la transición. Pero antes de ceder el testigo a sus oponentes del CNA, cuya victoria se presumía, se encargó de cerrar un asunto ciertamente comprometido y peligroso a nivel mundial. Sudáfrica había desarrollado la bomba atómica y ya disponía de varios misiles nucleares en disposición de ser lanzados. De Klerk, probablemente por consejo de los americanos, se encargó de desmantelarlos. El nuevo gobierno, inexperto e incapaz de manejar y mantener dicho material, y, sobre todo, muy cercano en aquellas fechas a regímenes como el libio de Gadafi, supondría un peligro para el orden mundial.
Sin
embargo, la llegada de otro grupo étnico, procedente del río Níger, en el África
Occidental, casi acabó con los bosquimanos de Sudáfrica. Los bantúes, de tez
negra, se mezclaron con los khoisán como sugieren ciertas asimilaciones
lingüísticas del lenguaje bantú. Si escucháis a Nelson Mandela, os llamará la
atención esa peculiaridad a la hora de hablar, llamada “chasquido de lengua”,
característica de sus antepasados. Su tono de piel también le delata en ese
mestizaje, que a través de un estudio de ADN se ha descubierto que fue forzoso.
Gracias al ADN mitocondrial (el que se hereda de la madre), se ha sugerido que
aquella migración fue una invasión violenta, en la que las tribus procedentes
del norte asesinaron a la población masculina y violaron a las mujeres bosquimanas.
Mandela es de etnia xhosa, un grupo descendiente de aquellas tribus negras (los
zulús es otro grupo, por ejemplo), pero con ADN mitocondrial san.
NELSON MANDELA Y EL APARTHEID
“Sin perdón, no hay futuro.” — Desmond Tutu.
“La paz
nunca podrá alcanzarse por la fuerza, solo con el entendimiento”. — Albert
Einstein.
“Cuando la sangre de tus venas vuelva al mar y el polvo
de tus huesos regrese al suelo, quizás comprendas que esta tierra no es tuya,
sino que tú perteneces a esta tierra.” —
Proverbio sioux
Ninguna de estas frases las pronunció Mandela, aunque bien
hubieran podido salir de su boca. De hecho, resumen muy bien sus principios y
sus actuaciones después de ser excarcelado.
Nunca he sido una persona de regalar halagos y alabanzas.
Cuando lo hago, es porque realmente siento que esa cosa o persona se lo merece…
Nunca he liberado admiración gratuita hacia individuos que no hubieran dejado
en mí una profunda huella… Nunca he creado una lista de celebridades a las que
endiosar… Desde pequeño, como a cualquier niño que le gusta el fútbol, u otro
deporte, siempre tenía mis jugadores favoritos, pero jamás intentaba situarles
o conocerles más allá del terreno de juego. De adolescente, como a cualquier
quinceañero que asiste al cine, tenía a mis actores y actrices favoritas
(aunque muchas veces la belleza de la chica me hacía creer que era mejor
intérprete de lo que realmente era), pero nunca me interesó en qué empleaban su tiempo cuando
salían del plató. De joven, como a cualquier muchacho que empieza a asentar sus
gustos, descubría, emocionado, a los grupos de rock que inspiraban y alentaban
mis sueños y hazañas con su música. Pero ni me planteaba averiguar qué hacían
esas estrellas cuando colgaban la guitarra.
Ni de niño, ni de adolescente, ni de joven, ni de mayor, he
colgado posters en mi habitación, ni pegado adhesivos de esos famosos en mi
carpeta. Tal vez si me hubiera molestado en conocerles mejor, a lo mejor
hubiera descubierto a uno de esos pocos seres humanos a los que considero
ídolos. Para mí, es digna de admiración cualquier persona que es capaz de
destacar en algo en la vida. Pero en mi pensamiento, un ídolo, un líder, debe
ser alguien que destaque en la persona, no en el personaje. A buen seguro que
todos tenemos muchos ídolos anónimos cerca de nosotros, pero hoy os voy a
acercar al que, en mi opinión, es un “modelo” de principios y tolerancia. Un
hombre que supo luchar, sufrir, perdonar y avanzar. Un hombre cuyo mérito, no
fue sólo combatir la injusticia, sino indultar a sus opresores. Un hombre que
nos ganó el corazón, más por lo que calló que por lo que habló. Un hombre que se
alimentó en el infierno para sembrar en el cielo.
Es tremendamente sobrecogedora, pero a la vez, inspiradora,
la resistencia de este líder del CNA (Congreso Nacional Africano), que luchó
por los derechos de la población de Sudáfrica, pagando un precio demasiado
alto: 27 años de cautiverio. Apresado en 1962, en medio de una ola de protestas
por la igualdad que recorrían el país, fue condenado a cadena perpetua.
Liberado en 1990, cuatro años más tarde, se convirtió en el presidente de la
nación. En los más de 40 años que estuvo vigente el apartheid, Sudáfrica se tiñó
de rojo. Un periodo sangriento que conmocionó al mundo y que produjo
capítulos infames para la historia de la raza humana. Graves altercados y desórdenes
públicos, que apenas suponían nada en comparación con las matanzas de inocentes
que se produjeron a lo largo y ancho de todo el país, cuando las fuerzas de
seguridad del estado intentaban sofocar las, cada vez, más violentas revueltas
protagonizadas por la mayoría y oprimida comunidad negra, a la
que no se le permitía votar ni compartir espacios públicos con los blancos. Mandela sobrevivió,
pero otros cabecillas que luchaban en pro de los derechos humanos como Steve Biko,
al que Peter Gabriel le dedicó una famosa canción, perecieron en el camino.
Este estudiante de medicina fue arrestado, torturado y asesinado en 1977,
acusado de terrorismo. Los años 70 fueron un periodo especialmente agitado en las
calles de las grandes ciudades de Sudáfrica. La implantación del afrikáans (el
idioma de los colonos neerlandeses) en las aulas, soliviantó a la juventud
negra, que no consideraba el idioma como suyo (el inglés ya era obligatorio, ya
que Sudáfrica perteneció al imperio británico). Se produjeron actos de rebeldía
en muchas escuelas. Quizá el más trágico nos lleve hasta un barrio pobre de Johannesburgo
llamado Soweto. El 16 de junio de 1976 la policía mató a 566 niños en respuesta
al lanzamiento de piedras con el que los chicos mostraban su disconformidad
frente a la nueva ley lingüística.
Aunque los problemas internos eran importantes, Sudáfrica estaba librando otra guerra externa para anexionarse
Namibia y mantenía conflictos armados con sus vecinos de Angola (donde se
metieron los cubanos) y Mozambique, que, abrazados al comunismo y a la Unión
Soviética, intentaban poner en jaque al poderoso ejército sudafricano, que
recibía apoyo de Estados Unidos. Sin embargo, la caída del Telón de Acero hizo
que los soviéticos dejaran de designar dinero a sus aliados africanos. Por su
parte, Estados Unidos, cada vez más presionado por la comunidad internacional
por no ser claro con el apartheid, decidió cortar la ayuda también. Así, Sudáfrica,
que, debido al poco consumo interno (la mayoría de la población, negra, apenas
tenía para subsistir), asistió a la desaceleración de su economía, vio como la
guerra en Namibia le comía recursos y como su comercio internacional se
desplomaba. El oro y los diamantes que sembraban sus tierras no eran bien
recibidos por una comunidad internacional cada vez más sensibilizada.
De Klerk, presidente entre 1989 y 1994, lideró la transición. Pero antes de ceder el testigo a sus oponentes del CNA, cuya victoria se presumía, se encargó de cerrar un asunto ciertamente comprometido y peligroso a nivel mundial. Sudáfrica había desarrollado la bomba atómica y ya disponía de varios misiles nucleares en disposición de ser lanzados. De Klerk, probablemente por consejo de los americanos, se encargó de desmantelarlos. El nuevo gobierno, inexperto e incapaz de manejar y mantener dicho material, y, sobre todo, muy cercano en aquellas fechas a regímenes como el libio de Gadafi, supondría un peligro para el orden mundial.
Tras un largo y arduo proceso de paz, que estuvo a punto de
saltar por los aires varias veces, De Klerk y Mandela supieron superar todos
los obstáculos y llevar al país hacia un camino de libertad donde cualquier
hombre, independientemente de su color de piel, tenía los mismos derechos y
obligaciones que cualquier otro.
El líder del CNA aparcó rencores y odio, y tomó las riendas
de su país y trató de olvidar el pasado, instando al perdón y promoviendo la
paz y la justicia. Mandela era un hombre fuera de lo común. Ante las revueltas
por la imposición del afrikáner, él dijo que había que aprender el idioma de
los holandeses, que había que leer sus libros, que había que escuchar sus
canciones… todo ello para poder comprenderles mejor. Su discurso conciliador
pasó a la historia y le convirtió en una de las personas más admiradas del
mundo. Hoy, todavía, su legado intenta perdurar…
Sin embargo, Nelson Mandela “esconde” un secreto que quizá
muchos no conozcan, y que nos lleva a otra tragedia, que por estar tan lejana
en tiempo y en evolución humana, nadie recalca. Después de narrar los horrores
del apartheid, sería enriquecedor darse una vuelta por el pasado de este gran
país. Muchos comienzan su historia en la llegada de los colonos holandeses, que
a la postre, serían los principales instigadores de la segregación racial, a
través de sus descendientes. Fueron los portugueses los que descubrieron el Cabo de Buena Esperanza https://viajerodelmisterio.blogspot.com/2018/05/portugal-elvas-y-algarve-1-enrique-el.html
. Los lusos se asentaron en lo alrededores del cabo, y
prácticamente exterminaron a la población nativa. Pero prefirieron poblar la
costa de Mozambique, mejor situada para afrontar sus intereses en Asia. Cuando
los holandeses les arrebataron la plaza, éstos también chocaron con la
resistencia de las tribus autóctonas, y más adelante, con los sables del imperio
británico, que acabó derrotándoles en las Guerras anglo-bóeres. https://viajerodelmisterio.blogspot.com/2017/06/sudafrica-i-guerras-anglo-boeres-los.html
A partir
de ahí, lo que todos conocemos: colonización, esclavismo y una segregación
racial que duró, aunque nos parezca lejana, hasta casi ayer mismo (años 90).
Comenzando la década, en 1990, Mandela es liberado después de estar 27 años
encarcelado por luchar contra el apartheid (“segregación” en afrikáans). El
mayor símbolo de esa lucha, que con las primeras elecciones libres del país se
convirtió en presidente de la nación en 1994, curiosamente, llevaba en su
sangre la memoria de una limpieza étnica que se produjo en esas mismas tierras, 2500 años atrás. Los bosquimanos fueron los primeros habitantes de la región,
descendientes de los primeros prehistóricos que se asentaron en la zona. Los
san, tribus nómadas, cazadores y recolectores, compartieron territorio con los
khoisán, pastores que llegaron tiempo después.
Los
bantúes, más avanzados y mejor organizados, se fueron imponiendo, asentándose
en la costa, principalmente, aunque otros grupos decidirían aglutinarse en el
interior árido. El resto de la historia, con la llegada del hombre blanco, ya
la conocéis… Estos indígenas no solo fueron esclavizados por los colonos
europeos, sino también masacrados por las tribus bantúes que llegaron del
norte. Curiosamente, hoy, a pesar de que su voz no se oiga tanto como la de la
población negra durante el apartheid (sobreviven menos de 10.000 individuos en
el país, aunque alguno más en Namibia, Botsuana y Angola) los bosquimanos de
Sudáfrica se sienten maltratados por el gobierno y las instituciones, sin que,
por desgracia, nadie los escuche.
Las
distintas discriminaciones que ha sufrido la población sudafricana, es, a mi
juicio, el principal obstáculo que impide a este gran país aspirar a
convertirse en una potencia mundial. Si estudiamos su evolución, nos damos
cuenta de que, con el apartheid, los negros eran apartados y relegados a un
segundo plano del sistema, y que eran utilizados como mano de obra barata. Eso
planteaba un grave problema de consumo interno. La nación no podría despegar
con sólo una quinta parte de la población accediendo al consumo de bienes y
servicios. Después del apartheid, fue la población blanca (aunque no en la
misma medida, por supuesto) la que se sintió desapegada y desplazada con las
nuevas políticas del gobierno, que consideraban, les perjudicaban. Así, la
población blanca (la más cualificada), decidió emigrar a Gran Bretaña o
Australia, reduciendo su población a menos del 10% del total. Fue tal el golpe,
que el gobierno decidió poner una marcha una política de retorno, para que esos
blancos, con conocimientos para importantes trabajos, volvieran a su hogar.
Todos los grupos étnicos del país crecían en número, excepto los blancos, y
estas nuevas leyes, parece, han permitido que estos descendientes de los europeos
se recuperaran.
Si visitáis Sudáfrica, observareis un país en el que las desigualdades siguen, en el que los blancos ocupan los puestos más cualificados y en el que la pobreza de la población es palpable, pero por fortuna, hoy día es un país libre, donde todos sus habitantes pueden decidir con su voto sobre el futuro de su nación.
"He
luchado contra la dominación de los blancos y contra la dominación de los
negros. He deseado una democracia ideal y una sociedad libre en que todas las
personas vivan en armonía y con iguales oportunidades. Es un ideal con el cual
quiero vivir y lograr. Pero si fuese necesario, también sería un ideal por el
cual estoy dispuesto a morir". — Nelson Mandela.