lunes, 23 de septiembre de 2019

SUDÁFRICA (4) : Ciudad del Cabo. - Nelson Mandela y el apartheid.


SUDÁFRICA: CIUDAD DEL CABO.



Camps beach

Sin pretender hacer de orientador viajero, meter a Ciudad del Cabo entre mis tres ciudades favoritas del mundo, es una manera (la más contundente y rápida) de expresar mi gusto y mi admiración por esta urbe sudafricana situada cerca del Cabo de Buena Esperanza. Aunque debería matizar que realmente lo que nos enamoró fueron los alrededores, no la propia ciudad en sí. Si tuviera que elegir un lugar para vivir, éste podría ser mi destino (junto con Sidney), si un gran terremoto destruyera San Francisco. 


Coro en las calles de Ciudad del Cabo
Ni siquiera esa inseguridad (de la que no vimos ni rastro) de fama mundial que tiene Sudáfrica me hace despegarme de este bello país situado al sur del continente, que, con un poco de suerte, en los próximos años (quizá en unos cuantos), podría convertirse en una potencia (a lo mejor es muy atrevido usar esta palabra) mundial. Mimbres tiene para lograrlo, además de una riqueza y diversidad paisajística y cultural al alcance de muy pocas naciones, y una atracción especial que te hace sentirte como en casa.
Y la habitación más cálida de ese hogar, es sin duda, Ciudad del Cabo.
Veníamos en ruta por la costa sur desde Gaansbai, todavía impactados por la experiencia con el gran tiburón blanco, https://viajerodelmisterio.blogspot.com/2017/07/sudafrica-3-megalodon-surca-todavia.html
Entrando en ciudad del Cabo, hicimos una breve parada en el Rhodes Memorial, un monumento que recuerda la figura del político y empresario inglés que fue protagonista de la colonización británica de África. La antigua Rodesia (actuales Zambia y Zimbabwe) debió su nombre a la figura de este hombre de negocios que acaparaba prácticamente el 90% del comercio de diamantes mundial, con Sudáfrica como localización de las mayores minas de esta piedra preciosa. 

Rhodes Memorial
Sin perder mucho tiempo, nos dirigimos hacia el puerto para sacar los billetes hacia Robben Island, la isla donde estuvo prisionero Nelson Mandela durante 18 años. El “Alcatraz” sudafricano era nuestra máxima prioridad cuando organizamos nuestra visita al país. Pero a veces, las cosas no salen tal y cómo las has planificado, y aquel día, sufrimos un duro revés al llegar a las oficinas del ferry. Estaba todo lleno. Para ese día, para el siguiente… y para toda la semana. Para colmo, las reservas se habían concentrado esos días porque a 10 jornadas vista iban a cerrar el acceso a la isla para fumigarla. Una plaga de conejos estaba destrozando el hábitat y había que acabar con ellos.  El enfado y la tristeza dieron paso a la desesperación, y fruto de ella (de insistir y dar el coñazo), nuestra paciencia tuvo su premio. Tras esperar en una esquina de la cola un buen rato, a las 12.30h nos dicen que ha habido una cancelación de última hora y que hay dos plazas libres para las 15.00h. (150 rands) ¿Se puede tener más suerte?
Robben Island

Con la sensación de que nos ha tocado poco menos que la lotería, nos vamos a dar una vuelta por el muelle para comprar unos recuerdos y comer antes de tomar el barco. La zona es muy agradable y el ambiente fantástico. Nos metemos en un italiano para almorzar pasta, ensalada y carpaccio de springbook (un pequeño antílope) por 10 euros los dos.
Entrada a Robben Island
Y llegó el momento que tanto ansiábamos. La visita al complejo carcelario (obviamente hoy destinado a mero uso turístico) es inquietante y conmovedor al mismo tiempo. Un escalofrío recorre tu piel cuando, todavía sin conocer los detalles de la vida de los presos, comienzas a ver los alambres de espino y los barracones que encerraban a los antiguos inquilinos de la isla. Aunque el tour, debido a que es un espacio protegido, se hace en autobús (no puedes andar por tu cuenta por el islote), los horrores de aquellos años del apartheid que allí se vivieron se perciben como si estuvieras tocando ese pasado. Una vez dentro de la prisión, haces un recorrido por los patios y las celdas en los que mal vivían los prisioneros, y cuya vida revive gracias a los paneles con fotografías que jalonan todo el itinerario. Seguramente, el momento más emotivo sea cuando uno de esos antiguos reclusos que compartieron torturas con Mandela, y que todavía sigue con vida superando aquel infierno, te explica en primera persona (y con documentos oficiales en mano), como era su día a día entre aquellos lúgubres muros. Sin futuro y sin esperanza, es difícil hacerse a la idea de cómo esas personas se enfrentaban a un sufrimiento diario sin desfallecer, tanto física como mentalmente. 


Ciudad del Cabo es una maravilla, pero si tenéis que dejar de ver algún monumento por esperar a la cola de Robben Island, no lo dudéis. Ese pequeño trozo de tierra, de apenas 3x2 kilómetros, situada a 12 kilómetros de la costa, os hará sentir, reflexionar, recapacitar, y quién sabe, si incluso salís de esta antigua colonia de leprosos siendo mejores personas, aunque solo sea durante un rato.


Robben Island


Aunque se eche en falta algo más de libertad para merodear por tu cuenta, la visita es indispensable. Eso sí, aseguraos de reservar con antelación y de tener en cuenta a los conejos 😊


Restos de un naufragio en Robben Island y entrada a la prisión.   




Robben Island

Impactados todavía por la historia de Mandela (y sus compañeros de prisión) y de Robben Island (la Isla de las focas), recogemos el coche del parking (8 horas unos 4 euros) y conducimos hasta la zona de Sea Point donde reservamos nuestro alojamiento en el Bellevue Guest House (600 rands con desayuno). La cena se compondría de unas empanadas de supermercado con (no puede faltar) un rico café antes de dar por finalizada esa emocionante jornada.









Patios y celdas de la prisión
Tras un generoso desayuno, vamos al centro de la ciudad, que no es rico en edificios históricos.. Después de la entrada, tal vez os haya descolocado. Me refiero a que la zona urbana, aparte del ayuntamiento, y alguna casa colonial, no destaca por sus bellas construcciones. Ciudad del Cabo hay que mirarla de adentro a afuera. Las montañas que la abrazan, el mar que la baña y los bonitos pueblos que la acompañan en cada esquina. El secreto de Ciudad del Cabo es su ubicación: al abrigo de las montañas y al frescor del mar.


Ayuntamiento


Como el cielo está un poco nublado, hacemos un poco de tiempo antes de ir a Table Mountain, la Montaña de la Mesa que protege a la ciudad, y que es todo un símbolo para la urbe, llegando a convertirse en una de las siete Maravillas Naturales del Mundo. Pero de ascender a ella, dimos tiempo a que esa niebla que suele acariciar su lomo se disipara. 



Hout Bay es una bahía a 20 kilómetros al sur de la ciudad con unos paisajes costeros espectaculares, donde sacamos foto a una curiosa estatua de un felino, que representa al último ejemplar de leopardo vivo de la zona, divisado por última vez en 1937. Si queréis regresar con un recuerdo original, adquirid en cualquier tienda de souvenirs un pasaporte de la República de Hout Bay (el traje típico, el himno y la bandera ya han desaparecido). En los años 80 esta zona se autoproclamó como nación independiente. Unos dicen que fueron artistas para denunciar el apartheid y otros que es simple publicidad para atraer a turistas. La leyenda urbana cuenta que los blancos utilizaban este pasaporte para viajar a otros países de África donde les estaba prohibido entrar por la segregación racial de Sudáfrica. Y que incluso podían utilizarlo para viajar por medio mundo… Yo, como buen coleccionista, tengo el mío. 

Camps Bay
Llegamos a Camps Bay,donde nos sentamos en un merendero para deleitarnos con una de las vistas más famosas de Ciudad del Cabo, la de la playa de arenas blancas y aguas azul turquesa con los “12 apóstoles” de fondo. Es sin duda, la postal más espectacular que podéis traer de la ciudad. Las montañas son imponentes y los atardeceres, mágicos, según dicen. Nosotros disfrutamos de un bello día de sol mientras picábamos algo en una campa. Si preferís comer algo más cómodos, hay restaurantes en la zona. Pero yo os recomendaría hacer un picnic campestre como nosotros, con esa maravilla de montaña acompañando a vuestro sándwich, y emprender ruta hacia una de las carreteras más espectaculares y vertiginosas del país, la Chapman´s Peak, que une Hout Bay con Noordhoek. Es tan popular, que se celebran numerosas carreras en su asfalto. Aunque estaba cortada por desprendimientos, pudimos recorrerla unos kilómetros y comprobar lo especial y bella que resulta, tanto, que es utilizada habitualmente por numerosas marcas para rodar anuncios y escenas de películas, como pudimos comprobar en directo, cuando un helicóptero volando a baja altura, nos dio un pequeño susto al verlo tan cerca. No era la poli persiguiéndonos por haber cometido una infracción de tráfico. Realmente, “atosigaba” a un deportivo con un chico y una chica muy guapos en sus asientos, cuya melena se despeinaba al viento y a la brisa del mar mientras conducían felices por un paisaje de ensueño. Parecía un anuncio tipo “Bollywood” o algo así. Paramos en un chiringuito donde se amontonaba todo el equipo de rodaje, pero lo cierto es que no conocíamos a ningún actor y parecían ciertamente indios (de la India). En la zona de Durban, en la costa opuesta y al otro lado del país hay una importante población hindú, así que no era extraño (Mahatma Gandhi pasó allí unos años, polémicos años en los que se le acusó de racismo con los negros, pero eso es otra historia…).

Ciudad del Cabo, con el pico de Lion´s Head, desde la Table Mountain.
Y el otro punto fuerte de ciudad del Cabo, es sin duda, la Table Mountain. Subir a esta meseta es algo que todo visitante a la ciudad debe hacer. Y la forma más rápida y cómoda de hacerlo es en el funicular que, girando suavemente sobre sí mismo durante la ascensión, proporciona unas vistas impagables de las montañas y la, desde esa distancia, diminuta ciudad. Una vez arriba, damos un paseo por la cima buscado ángulos (hay muchos) para sacar fotos. Es un sitio para sentirte grande y poderoso, con la urbe a tus pies. Durante la caminata, vemos diferentes tipos de aves, que se posan en los riscos para que tu instantánea quede aún más perfecta. Antes de bajar comemos en un restaurante que sirve platos indonesios. A mí no me hace gracia, y solo trago el pollo y el arroz. 


Ya estamos de nuevo en el puerto, donde repetimos las fotos a la Table Mountain, que se muestra más despejada. Así esperamos hasta el anochecer, cuando los muelles muestran otra imagen más íntima. Muy agradable, y una despedida perfecta de nuestro viaje por Sudáfrica.



Puerto


Al día siguiente nos dirigíamos al aeropuerto para entregar el coche a la hora, pero no encontrábamos los rands para llenar el depósito. Con lo controlado que llevo siempre el dinero, me había despistado en aquella ocasión. No hay problema, hay cajeros… sí hay problema, los cajeros no dan dinero… Uno, nada. El segundo, tampoco… Nos empezamos a poner nerviosos… pero a la tercera es la buena. Rands en efectivo para llenar un depósito… que se me olvidó llenar, ja, ja. Ciudad del Cabo me había dejado obnubilado. Tuvimos suerte porque le dijimos al chico que llevábamos un remolque de multas (el coche de alquiler no tenía la ITV pasada y nos cazaron 3 o 4 veces) y se avergonzó por un fallo tan grave por parte de la compañía, así que no nos cobraron lo que faltaba de depósito.
Sudáfrica es uno de los países que más nos han gustado. Lo tiene todo: paisajes, fauna salvaje, tribus, playa, montaña, desierto, ciudades coloniales, pueblos encantadores, una historia interesantísima, magnífica infraestructura, buenos precios… y lo mejor es que puedes hacerlo por tu cuenta sin dificultades. Uno de nuestros preferidos y al que volveríamos años más tarde en nuestra ruta hacia Namibia.
Elegid Sudáfrica, no os arrepentiréis.



NELSON MANDELA Y EL APARTHEID




Sin perdón, no hay futuro.” — Desmond Tutu.


La paz nunca podrá alcanzarse por la fuerza, solo con el entendimiento”. — Albert Einstein.


Cuando la sangre de tus venas vuelva al mar y el polvo de tus huesos regrese al suelo, quizás comprendas que esta tierra no es tuya, sino que tú perteneces a esta tierra.” — Proverbio sioux





Ninguna de estas frases las pronunció Mandela, aunque bien hubieran podido salir de su boca. De hecho, resumen muy bien sus principios y sus actuaciones después de ser excarcelado.


Nunca he sido una persona de regalar halagos y alabanzas. Cuando lo hago, es porque realmente siento que esa cosa o persona se lo merece… Nunca he liberado admiración gratuita hacia individuos que no hubieran dejado en mí una profunda huella… Nunca he creado una lista de celebridades a las que endiosar… Desde pequeño, como a cualquier niño que le gusta el fútbol, u otro deporte, siempre tenía mis jugadores favoritos, pero jamás intentaba situarles o conocerles más allá del terreno de juego. De adolescente, como a cualquier quinceañero que asiste al cine, tenía a mis actores y actrices favoritas (aunque muchas veces la belleza de la chica me hacía creer que era mejor intérprete de lo que realmente era), pero nunca me interesó en qué empleaban su tiempo cuando salían del plató. De joven, como a cualquier muchacho que empieza a asentar sus gustos, descubría, emocionado, a los grupos de rock que inspiraban y alentaban mis sueños y hazañas con su música. Pero ni me planteaba averiguar qué hacían esas estrellas cuando colgaban la guitarra.


Ni de niño, ni de adolescente, ni de joven, ni de mayor, he colgado posters en mi habitación, ni pegado adhesivos de esos famosos en mi carpeta. Tal vez si me hubiera molestado en conocerles mejor, a lo mejor hubiera descubierto a uno de esos pocos seres humanos a los que considero ídolos. Para mí, es digna de admiración cualquier persona que es capaz de destacar en algo en la vida. Pero en mi pensamiento, un ídolo, un líder, debe ser alguien que destaque en la persona, no en el personaje. A buen seguro que todos tenemos muchos ídolos anónimos cerca de nosotros, pero hoy os voy a acercar al que, en mi opinión, es un “modelo” de principios y tolerancia. Un hombre que supo luchar, sufrir, perdonar y avanzar. Un hombre cuyo mérito, no fue sólo combatir la injusticia, sino indultar a sus opresores. Un hombre que nos ganó el corazón, más por lo que calló que por lo que habló. Un hombre que se alimentó en el infierno para sembrar en el cielo.






Es tremendamente sobrecogedora, pero a la vez, inspiradora, la resistencia de este líder del CNA (Congreso Nacional Africano), que luchó por los derechos de la población de Sudáfrica, pagando un precio demasiado alto: 27 años de cautiverio. Apresado en 1962, en medio de una ola de protestas por la igualdad que recorrían el país, fue condenado a cadena perpetua. Liberado en 1990, cuatro años más tarde, se convirtió en el presidente de la nación. En los más de 40 años que estuvo vigente el apartheid, Sudáfrica se tiñó de rojo. Un periodo sangriento que conmocionó al mundo y que produjo capítulos infames para la historia de la raza humana. Graves altercados y desórdenes públicos, que apenas suponían nada en comparación con las matanzas de inocentes que se produjeron a lo largo y ancho de todo el país, cuando las fuerzas de seguridad del estado intentaban sofocar las, cada vez, más violentas revueltas protagonizadas por la mayoría y oprimida comunidad negra, a la que no se le permitía votar ni compartir espacios públicos con los blancos. Mandela sobrevivió, pero otros cabecillas que luchaban en pro de los derechos humanos como Steve Biko, al que Peter Gabriel le dedicó una famosa canción, perecieron en el camino. Este estudiante de medicina fue arrestado, torturado y asesinado en 1977, acusado de terrorismo. Los años 70 fueron un periodo especialmente agitado en las calles de las grandes ciudades de Sudáfrica. La implantación del afrikáans (el idioma de los colonos neerlandeses) en las aulas, soliviantó a la juventud negra, que no consideraba el idioma como suyo (el inglés ya era obligatorio, ya que Sudáfrica perteneció al imperio británico). Se produjeron actos de rebeldía en muchas escuelas. Quizá el más trágico nos lleve hasta un barrio pobre de Johannesburgo llamado Soweto. El 16 de junio de 1976 la policía mató a 566 niños en respuesta al lanzamiento de piedras con el que los chicos mostraban su disconformidad frente a la nueva ley lingüística.



Y para complicar aún más las cosas, otro grupo, los zulúes, bajo el llamado Partido del Inkatha, (según parece instigados y entrenados por los blancos) entraron en confrontación con el CNA. Aunque, por el lado contrario, no todos los blancos abanderaban el racismo. Los descendientes de los ingleses se oponían, e incluso partidos minoritarios formados por blancos rechazaban el apartheid.




Aunque los problemas internos eran importantes, Sudáfrica estaba librando otra guerra externa para anexionarse Namibia y mantenía conflictos armados con sus vecinos de Angola (donde se metieron los cubanos) y Mozambique, que, abrazados al comunismo y a la Unión Soviética, intentaban poner en jaque al poderoso ejército sudafricano, que recibía apoyo de Estados Unidos. Sin embargo, la caída del Telón de Acero hizo que los soviéticos dejaran de designar dinero a sus aliados africanos. Por su parte, Estados Unidos, cada vez más presionado por la comunidad internacional por no ser claro con el apartheid, decidió cortar la ayuda también. Así, Sudáfrica, que, debido al poco consumo interno (la mayoría de la población, negra, apenas tenía para subsistir), asistió a la desaceleración de su economía, vio como la guerra en Namibia le comía recursos y como su comercio internacional se desplomaba. El oro y los diamantes que sembraban sus tierras no eran bien recibidos por una comunidad internacional cada vez más sensibilizada.




De Klerk, presidente entre 1989 y 1994, lideró la transición. Pero antes de ceder el testigo a sus oponentes del CNA, cuya victoria se presumía, se encargó de cerrar un asunto ciertamente comprometido y peligroso a nivel mundial. Sudáfrica había desarrollado la bomba atómica y ya disponía de varios misiles nucleares en disposición de ser lanzados. De Klerk, probablemente por consejo de los americanos, se encargó de desmantelarlos. El nuevo gobierno, inexperto e incapaz de manejar y mantener dicho material, y, sobre todo, muy cercano en aquellas fechas a regímenes como el libio de Gadafi, supondría un peligro para el orden mundial.


Tras un largo y arduo proceso de paz, que estuvo a punto de saltar por los aires varias veces, De Klerk y Mandela supieron superar todos los obstáculos y llevar al país hacia un camino de libertad donde cualquier hombre, independientemente de su color de piel, tenía los mismos derechos y obligaciones que cualquier otro.


El líder del CNA aparcó rencores y odio, y tomó las riendas de su país y trató de olvidar el pasado, instando al perdón y promoviendo la paz y la justicia. Mandela era un hombre fuera de lo común. Ante las revueltas por la imposición del afrikáner, él dijo que había que aprender el idioma de los holandeses, que había que leer sus libros, que había que escuchar sus canciones… todo ello para poder comprenderles mejor. Su discurso conciliador pasó a la historia y le convirtió en una de las personas más admiradas del mundo. Hoy, todavía, su legado intenta perdurar…
Sin embargo, Nelson Mandela “esconde” un secreto que quizá muchos no conozcan, y que nos lleva a otra tragedia, que por estar tan lejana en tiempo y en evolución humana, nadie recalca. Después de narrar los horrores del apartheid, sería enriquecedor darse una vuelta por el pasado de este gran país. Muchos comienzan su historia en la llegada de los colonos holandeses, que a la postre, serían los principales instigadores de la segregación racial, a través de sus descendientes. Fueron los portugueses los que descubrieron el Cabo de Buena Esperanza https://viajerodelmisterio.blogspot.com/2018/05/portugal-elvas-y-algarve-1-enrique-el.html . Los lusos se asentaron en lo alrededores del cabo, y prácticamente exterminaron a la población nativa. Pero prefirieron poblar la costa de Mozambique, mejor situada para afrontar sus intereses en Asia. Cuando los holandeses les arrebataron la plaza, éstos también chocaron con la resistencia de las tribus autóctonas, y más adelante, con los sables del imperio británico, que acabó derrotándoles en las Guerras anglo-bóeres. https://viajerodelmisterio.blogspot.com/2017/06/sudafrica-i-guerras-anglo-boeres-los.html



A partir de ahí, lo que todos conocemos: colonización, esclavismo y una segregación racial que duró, aunque nos parezca lejana, hasta casi ayer mismo (años 90). Comenzando la década, en 1990, Mandela es liberado después de estar 27 años encarcelado por luchar contra el apartheid (“segregación” en afrikáans). El mayor símbolo de esa lucha, que con las primeras elecciones libres del país se convirtió en presidente de la nación en 1994, curiosamente, llevaba en su sangre la memoria de una limpieza étnica que se produjo en esas mismas tierras, 2500 años atrás. Los bosquimanos fueron los primeros habitantes de la región, descendientes de los primeros prehistóricos que se asentaron en la zona. Los san, tribus nómadas, cazadores y recolectores, compartieron territorio con los khoisán, pastores que llegaron tiempo después.


Sin embargo, la llegada de otro grupo étnico, procedente del río Níger, en el África Occidental, casi acabó con los bosquimanos de Sudáfrica. Los bantúes, de tez negra, se mezclaron con los khoisán como sugieren ciertas asimilaciones lingüísticas del lenguaje bantú. Si escucháis a Nelson Mandela, os llamará la atención esa peculiaridad a la hora de hablar, llamada “chasquido de lengua”, característica de sus antepasados. Su tono de piel también le delata en ese mestizaje, que a través de un estudio de ADN se ha descubierto que fue forzoso. Gracias al ADN mitocondrial (el que se hereda de la madre), se ha sugerido que aquella migración fue una invasión violenta, en la que las tribus procedentes del norte asesinaron a la población masculina y violaron a las mujeres bosquimanas. Mandela es de etnia xhosa, un grupo descendiente de aquellas tribus negras (los zulús es otro grupo, por ejemplo), pero con ADN mitocondrial san.


Los bantúes, más avanzados y mejor organizados, se fueron imponiendo, asentándose en la costa, principalmente, aunque otros grupos decidirían aglutinarse en el interior árido. El resto de la historia, con la llegada del hombre blanco, ya la conocéis… Estos indígenas no solo fueron esclavizados por los colonos europeos, sino también masacrados por las tribus bantúes que llegaron del norte. Curiosamente, hoy, a pesar de que su voz no se oiga tanto como la de la población negra durante el apartheid (sobreviven menos de 10.000 individuos en el país, aunque alguno más en Namibia, Botsuana y Angola) los bosquimanos de Sudáfrica se sienten maltratados por el gobierno y las instituciones, sin que, por desgracia, nadie los escuche.

Las distintas discriminaciones que ha sufrido la población sudafricana, es, a mi juicio, el principal obstáculo que impide a este gran país aspirar a convertirse en una potencia mundial. Si estudiamos su evolución, nos damos cuenta de que, con el apartheid, los negros eran apartados y relegados a un segundo plano del sistema, y que eran utilizados como mano de obra barata. Eso planteaba un grave problema de consumo interno. La nación no podría despegar con sólo una quinta parte de la población accediendo al consumo de bienes y servicios. Después del apartheid, fue la población blanca (aunque no en la misma medida, por supuesto) la que se sintió desapegada y desplazada con las nuevas políticas del gobierno, que consideraban, les perjudicaban. Así, la población blanca (la más cualificada), decidió emigrar a Gran Bretaña o Australia, reduciendo su población a menos del 10% del total. Fue tal el golpe, que el gobierno decidió poner una marcha una política de retorno, para que esos blancos, con conocimientos para importantes trabajos, volvieran a su hogar. Todos los grupos étnicos del país crecían en número, excepto los blancos, y estas nuevas leyes, parece, han permitido que estos descendientes de los europeos se recuperaran. 

Si visitáis Sudáfrica, observareis un país en el que las desigualdades siguen, en el que los blancos ocupan los puestos más cualificados y en el que la pobreza de la población es palpable, pero por fortuna, hoy día es un país libre, donde todos sus habitantes pueden decidir con su voto sobre el futuro de su nación.

  

"He luchado contra la dominación de los blancos y contra la dominación de los negros. He deseado una democracia ideal y una sociedad libre en que todas las personas vivan en armonía y con iguales oportunidades. Es un ideal con el cual quiero vivir y lograr. Pero si fuese necesario, también sería un ideal por el cual estoy dispuesto a morir". — Nelson Mandela.