martes, 25 de julio de 2017

ESTADOS UNIDOS - SUROESTE (3) - Billy "El niño", rebelde con causa.


ESTADOS UNIDOS - Suroeste (3)


Después de visitar el museo UFO de Roswell, arrancamos de nuevo y volvemos a la carretera con la música “country” acompañándonos en nuestra aventura. La sensación de libertad era fabulosa… carreteras interminables y solitarias, con montañas y grandes ranchos flanqueando el caluroso asfalto. Maravilloso. Y precisamente, dimos un volantazo para acercarnos a uno de estos ranchos para ver como trabajaban los auténticos cowboys. Después de pedirles permiso y charlar un rato con ellos, no nos pusieron pegas para sacar fotos mientras seleccionaban las reses. Una estampa que parecía de otro tiempo, pero que en esas tierras es todavía una forma de vida habitual.


Con el ambiente del far west deleitando nuestros sentidos, llegamos a Lincoln, territorio por el que el famoso Billy “El niño” impartía su ley. El pueblo se mantiene como en el siglo XIX, con las construcciones impecablemente conservadas, y un ambiente especialmente relajado, que sólo se altera cuando un potente ruido de motores se acerca por la calle principal. Como si de modernos bandidos se trataran, “Los pistoleros de Texas” aparcan sus potentes motos y entran en grupo en el viejo saloon para humedecer sus secas gargantas. Siguiendo las huellas de William H.Bonney (Billy “El niño”) aparecemos en Socorro, donde visitamos la bella misión de San Miguel.

Y del recuerdo del más conocido forajido del salvaje oeste, a la mítica ruta 66 que une Chicago con Los Ángeles. Enganchamos la legendaria vía para llegar a Hollbrook, Arizona. Los moteros disfrutarán especialmente de este tramo por el aura que desprende. No os decepcionará.




Como tampoco lo hará el “Meteor Cráter”, un agujero de 1.2 kilómetros de diámetro que permanece en mitad del desierto de Arizona desde hace 50.000 años, cuando un meteorito de 50 metros de largo impactó sobre esta zona del planeta, con una potencia 150 veces más fuerte que la bomba nuclear de Hiroshima.




Y así llegamos a Flagstaff, la entrada al Gran Cañón. Una soleada población que recorremos ansiosos por la cercanía de la espectacular garganta que ha horadado el río Colorado durante millones de años. Nos acercamos a Tuyasan, el aeropuerto desde donde salen los vuelos panorámicos para ver esta maravilla natural desde el aire. Impacientes, reservamos asiento para una avioneta que sale esa misma tarde a las 17.00h (unos 120 euros en aquella época). También disponéis de helicópteros, pero creo que son más caros. La experiencia fue inolvidable, y nos disipó las dudas que nos habían creado las postales que habíamos visto del Gran Cañón. Según avanzábamos por nuestro recorrido por el suroeste de Estados Unidos e íbamos descubriendo los increíbles paisajes que guardaba, nos aparecían imágenes del Gran Cañón que, tal vez no nos impresionaban demasiado después de todos los Parques Nacionales que habíamos visitado. Teníamos miedo de que las expectativas que habíamos volcado sobre él se diluyeran cuando llegáramos hasta sus miradores. Pero nada más lejos de la realidad. Si habéis leído la presentación de este blog, sabréis a lo que me refiero. Para los que no lo hayan hecho, para evitar empalagaros con los adjetivos más asombrosos que recoge el diccionario y aburriros, sólo deciros que al sentarme al observar su inmensidad sentí que había nacido en el lugar equivocado. Para mí, no hay nada igual en el mundo, y todavía, muchos años después, ningún escenario me ha hecho sentir algo parecido. Es como querer explicar lo que es el amor… por mucho que lo intentes, nunca podrás transmitir con palabras lo que sientes.

Después de disfrutarlo desde las alturas, reservamos un camping ( Mother Village) y nada más entrar en el Parque Nacional (nosotros lo hicimos en coche, pero creo que ahora han puesto autobuses internos) nos topamos por sorpresa con el primer mirador, que nos corta la respiración. Cuando empieza a caer la luz, montamos la tienda de campaña y nos quedamos observando las estrellas un buen rato. La noche es perfecta, despejada, y con una temperatura muy agradable. Es el momento de deleitarnos y sentirnos afortunados por disfrutar de tan mágico momento. Hasta el suelo de la parcela me parecía un colchón. Todo era perfecto.

A las 05.30h nos despertamos para ver el amanecer. Aunque hay cientos de coreanos, ello no nos impide gozar del espectáculo que el astro Sol y el Gran Cañón nos ofrecen. Ahora han construido un mirador de suelo de cristal que te pone literalmente flotando sobre el vacío. Debe ser espectacular, aunque dicha construcción produjo una polémica importante debido a que rompía el paisaje natural del entorno. Hay muchas rutas de trekking para bajar al fondo del cañón, pero informaros bien porque es fácil perderse si no conocéis bien el lugar. Hay unos 250 rescates al año de gente que se pierde o se despeña. Hay una especialmente bella que os conduce en unas tres horas hasta las cataratas de Havasu, en una reserva india. Un lugar inolvidable (ojalá la pueda hacer algún día).

Con la “resaca” del Gran Cañón, seguimos por la Ruta 66 hasta Williams, un pueblo encantador que parece sacado de los años 50.  A la salida visitamos un decorado del far west y nos paramos a comer en un merendero. Tened cuidado (hay carteles pintados hasta en el suelo avisando) porque hay muchas serpientes venenosas por los alrededores.








Y la siguiente parada es Lake Havasu City. Un lugar en el que hace mucho calor, húmedo además, que tiene la segunda atracción más visitada de Arizona (sobra decir cuál es la primera). 


Tal vez muchos de vosotros desconozcáis que el Puente de Londres original no se encuentra en la capital británica, sino en esta población de poco más de 50000 habitantes en medio del desierto. En 1968 se lo vendieron a un millonario americano, que pieza por pieza, lo trasladó hasta Arizona.

Y de nuevo entrábamos en California por el Parque Nacional de Joshua Tree, llamado así por el árbol de Josué, una especie muy peculiar de cactus, que se encuentra casi exclusivamente en esta zona. El lugar es excepcional, y para los amantes de la botánica, podéis encontrar ocotillos (otro cacto), chollas y numerosas plantas autóctonas, junto con animales como el famoso correcaminos, con su inseparable “amigo” el coyote. Otra de las atracciones son las formaciones rocosas, que adoptan figuras increíbles como la “Skull Rock” que parece una calavera. Podría ser, siguiendo con los dibujos animados, el hogar de “Los Picapiedra”.

Tras atravesar este bonito paisaje, llegamos a Yucca Valley, un municipio en el valle de San Bernardino, donde podemos fotografiar al rey de los cactus, el saguaro. Sí, el típico que dibujamos cuando somos niños y que sale en las pelis del oeste, pero gigante, de varios metros de altura, alzándose fácilmente hasta los 12 metros sobre la tierra, e incluso los 18. El ejemplar más alto registrado llegó hasta casi los 24.

Y de ahí, a Los Ángeles. La tranquilidad y la paz de la que habíamos disfrutado en las solitárias carreteras del desierto se esfumó de un plumazo al llegar a Anaheim. La entrada nocturna fue una locura total con cientos de coches circulando a gran velocidad por decenas de circunvalaciones. Por fortuna, encontramos un motel para descansar, aunque hasta los teléfonos estaban acelerados aquella noche. Mientras dormíamos, sonó dos veces de madrugada. Alguien preguntaba por la habitación 224 (la nuestra) para decir a continuación que se había equivocado. El haber visto ese mismo día numerosos carteles con personas desaparecidas (sobre todo chicas), no ayudó a quitar importancia al incidente. Bueno, al final no ocurrió nada y amanecimos para conocer la ciudad más grande California, cuya primera impresión no resultó muy acogedora. Se notaba que la gente era más fría al trato, y, sobre todo, por primera y única vez, nos dio la sensación de cierta inseguridad. Pero eso os lo contaré en la próxima entrada…

Os devuelvo a Lincoln para conocer mejor a Billy El niño…


LA LEYENDA DE BILLY "EL NIÑO"
  



En la noche del 18 de febrero de 1878, en una arboleda cercana a Lincoln, Nuevo México, un grupo de hombres cabalgaba en medio de la oscuridad. Al frente de ellos se encontraba John Tunstall, un refinado caballero inglés que había emigrado al oeste americano en busca de fortuna. Había comprado un rancho y abierto un pequeño almacén donde vendía sus productos. Pero aquella fatídica noche, su sueño se apagó a la luz de la luna. Un jinete se acercó a él y le disparó causándole la muerte. Los vaqueros que le acompañaban eran chicos huérfanos o descarriados a los que el granjero británico les había ofrecido una vida digna trabajando para él. Ente ellos se encontraba el joven Henry McCarthy (Billy “El niño”).

Poco se sabe de él hasta que aparecen las primeras huellas de su pasado a la edad de 14 años. En ese tiempo, la vida de Billy da un giro de 180 º cuando su madre muere de tuberculosis. Tras su fallecimiento, su padrastro le abandona, junto a su hermano, para irse a Arizona. De ascendencia irlandesa, se cree que nació en Nueva York, y que se trasladó a Wichita (Kansas) y más tarde a Nuevo México, cuando le diagnosticaron la enfermedad a su madre. Con muy buenos modales y bastante introvertido, el pequeño Billy no tuvo más remedio que buscarse la vida de friegaplatos para salir adelante. Pero aquello no le permitía vivir dignamente, así que se vio forzado a cometer pequeños hurtos para sobrevivir. Esa época en la que deambuló por Nuevo México, le serviría para aprender de los vaqueros mexicanos todo lo que debía saber sobre reses y armas, además de adoptar su idioma. Llegó a hablar castellano perfectamente.





En su periplo sin rumbo, llegó hasta el Condado de Lincoln, donde Tunstall le adoptó como a un hijo y le ofreció un trabajo, aparte de un caballo y un Winchester 73. Mucho más de lo que nadie jamás había hecho por él. Pero Lincoln, en aquella época, era una ciudad fronteriza llena de oportunidades para el que quisiera arriesgarse. El problema era que el pastel ya estaba repartido. Murphy y Dolan eran dos propietarios que poseían prácticamente todo el pueblo, incluso a las autoridades. Nadie osaba a hacerles la competencia. Entonces llegó el ingenuo Tunstall, que todavía, desde su perspectiva europea, no creía que alguien fuera a asesinar por mantener el monopolio del comercio en una ciudad. Asustar, amedrentar, amenazar, algún pequeño golpe… pero no matar. Está claro que la vida en el oeste no casaba con las maneras inglesas. La flema británica no servía en las salvajes tierras americanas, y los dos miembros del Ring of Santa Fé (una especie de mafia que dominada el estado) ordenaron al Sheriff Brady que quitara de en medio a Tunstall.

Los chicos del ranchero inglés conocían de sobra quién se hallaba detrás de tan cobarde acto, de modo que, huérfanos de nuevo, decidieron tomarse venganza. Una mañana, el paseo del Sheriff de Lincoln y su ayudante acabó en tragedia. Acribillados a tiros, cayeron a plomo en plena calle. En este punto hay dos versiones: unos dicen que el asesinato fue premeditado, y otros que fue espontaneo. Cuando “Los Reguladores” (así se hacían llamar los hombres de Tunstall) se encontraban desayunando tranquilamente en el pueblo, vieron pasar a Brady, y no dudaron en ir a por él. De una u otra forma, aquella acción desencadenó una guerra abierta entre los dos bandos, que no tendría tregua durante muchos meses.

Acusados por la ley, pusieron precio a la cabeza de “Los Reguladores”, obligándoles a huir de Lincoln. Billy, por entonces, no era ni mucho menos el líder de la banda. Era uno más, y todos le tenían aprecio por su personalidad y su cara de niño. Con el Marshall pisándole los talones, Wiiliam H.Bonney (otro de sus nombres) aprovechó su relación con los mexicanos para esconderse entre ellos. La mayoría de los blancos les despreciaban, pero Billy no. Ello hizo que le protegieran y le mantuvieran a salvo de sus perseguidores. Pero curiosamente fue él quien se metió en la boca del lobo. Le habían llegado noticias de que estaban presionando a McSween, socio de Tunstall, y “Los Reguladores” no dudaron en acudir en su ayuda. Pero la casa del ranchero se convirtió en una trampa de ratas. Acorralados durante 5 días, y con McSween ya muerto, aquel día comenzó la leyenda de Billy “El Niño”. Su valentía y personalidad durante el tiroteo salvó al grupo de una tragedia mayor. Aquel chico imberbe parecía tener las ideas muy claras, y no estaba dispuesto a transigir.

Huido de nuevo, “Los Reguladores” se dispersaron y muchos huyeron del estado. Billy, sin embargo, decidió quedarse. Tal vez por amor… se había enamorado de una joven mexicana llamada Paulita, y aunque la familia de la chica no aprobaba su relación con un forajido, él no tiró la toalla. La guerra del Condado de Lincoln había traspasado fronteras y llegado a oídos del mismísimo presidente de Estados Unidos Rutherford B. Hayes. El republicano nombró a un nuevo gobernador para que atajara el problema. Lew Wallace prometió indulto a los miembros de las bandas enfrentadas que todavía se encontraran en territorio del condado. Billy se comprometió a colaborar con la justicia. A cambio de declarar como testigo en otros juicios pendientes, obtendría el perdón. Confiado en la palabra del gobernador, se entregó, pero éste incumplió su promesa y le encerró. Fue el único hombre envuelto en el conflicto que fue castigado.

Traicionado, no tardó mucho en escaparse de la cárcel donde le recluían, y junto con sus compañeros sobrevivió en el desierto como cuatrero. Pero la justicia no se había olvidado de él. Llevaban tiempo intentando arrestarle, pero en esa vasta región del Condado de Lincoln (como Irlanda de grande) era muy difícil dar con su paradero. A eso había que añadir que la mayoría de los agentes de la ley no sabían ni tan siquiera como era Billy físicamente. Así que recurrieron a un hombre que le conocía perfectamente: Pat Garret. Este antiguo cazador de búfalos llegó a compartir hoguera con nuestro protagonista, y no dudó en apresarlo cuando se vio en la obligación. De nuevo entre rejas, Billy fue condenado a muerte, pero de nuevo logró zafarse de la horca. Irónicamente, había avisado a sus carceleros de que había logrado escapar de sus anteriores cautiverios gracias al tamaño de sus manos. Éstos se tomaron el comentario a risa, pero efectivamente, una de las hipótesis más creídas es que, al tener muñecas anchas y manos pequeñas, logró escurrirse las esposas y librarse de sus guardianes a base de tiros. En aquella época ya existían esposas regulables, pero en Lincoln, una localidad apartada, todavía no habían llegado, y la talla única proporcionó a Billy una vía de escape.

Pat Garret, que aquel día se encontraba fuera de la ciudad, no tardó en volver a encontrarle en su casa junto a su compañera. Parece ser que Billy nunca supo que el hombre que le disparó a bocajarro fue su antiguo conocido. Unos dicen que fue con una escopeta en el estómago, otros de un disparo en el corazón… y otros… que William H. Bonney no murió aquella noche del 14 de julio de 1881. Unas palabras atribuidas a su supuesto verdugo decían que el sheriff dudaba de si el hombre que había matado en plena noche era Billy “El niño”. Y aquí está el verdadero misterio de esta historia… 

En 1948 aparece un anciano de 88 años en Texas que dice ser Billy “El niño”. Brushy Bill Roberts asegura que él es el famoso forajido y que antes de morir quiere volver al Condado de Lincoln para que le den el prometido indulto. Las pruebas de ADN del 2003 no pudieron ofrecer resultados porque dicen que la que se creía que era la madre de Billy, en realidad era su tía, y que se quemaron los huesos, etc, etc… Curiosamente, un personaje tan conocido en la época se lanzó a una fosa común sin poner nombre a su lápida. Roberts dice que aquella noche, Pat Garret mató a otro hombre (coincide con sus supuestas declaraciones a sus ayudantes) y que él huyo a México. Un experto en análisis facial determinó que se trataban de los mismos rostros.

Podríamos pensar que Pat Garret dijo que se trataba de Billy para cerrar ya el asunto y mantener su reputación intacta, sabiendo que iba a huir al otro lado de la frontera, o incluso en un posible pacto entre los dos para simular su muerte. Desde luego, la incógnita se mantendrá para los más románticos, y la certeza de su defunción oficial se impondrá entre los menos incrédulos.

Fuera cual fuera el final de Billy “El Niño”, reconozco que es un personaje que me ha conquistado a medida que he ido conociéndole. Nos lo querían presentar como un frío y despiadado pistolero que no le temblaba el pulso a la hora de apretar el gatillo. 21 asesinatos en 21 años de vida (sin contar mexicanos) añadía la macabra leyenda… No están más de 4 demostrados.  Pero en el fondo, sólo era un pobre chico que intentó buscar, sin éxito, un lugar en el mundo. Un mundo corrupto y salvaje que no le dio ninguna oportunidad. Un mundo violento que no hacía más que empujarle fuera de la ley, a pesar de sus voluntariosos intentos por cumplirla.

Lo cierto es que él nunca quiso ser famoso, a pesar de que era el candidato perfecto para fabricar historias de legendarios forajidos que entretuvieran a la gente de la época: huérfano, tremendamente ágil con el revólver y con cara de niño (realmente lo era). Aún hoy en día, se mantiene un fuerte interés por la figura de Billy “El Niño”. Hasta ahora, la única foto que se creía que existía de él (por cierto, debido a ella se pensó que era zurdo, pero se manejaba con la derecha) llegó a alcanzar un precio de 2´3 millones de dólares en una subasta. Hace unos años apareció otra supuesta imagen suya, que alguien había comprado en un rastrillo de segunda mano por 1 dólar, y que se ha tasado en 5 millones. Cómo veis, al chico que sólo intentaba buscarse el pan de cada día, lo convirtieron ya, desde el siglo XIX cuando vendían periódicos contando sus “hazañas”, en una máquina de sacar dinero, que hoy, 140 años después, sigue dando beneficios y muchas horas de debate.

Con el tiempo, he descubierto que, quizás, William H. Bonney fuera el forajido con más valores y principios de todos los que galopaban por el salvaje oeste. Es de esos casos en los que te apetece ponerte del lado del “malo”, porque como en la vida actual, los papeles están invertidos. Y es también un caso en el que deseas que la historia del viejo Brushy Bill Roberts fuera real, y que verdaderamente pudiera encontrar el camino de la paz que tanto buscó durante su juventud, y morir en paz a los 90 años.

Os recomiendo una película buenísima (si no la habéis visto ya), que narra de forma bastante fiel la vida de Billy “El Niño”: Arma Joven (Young Guns) (1988)

¡Que disfrutéis de la peli, y de la entrada del blog!