jueves, 3 de agosto de 2017

CABO VERDE (1) - Santo Antao - El tesoro del Capitán Kidd



CABO VERDE- SANTO ANTAO

Julio 2017


Camino de Cha de Igreja a Ponta Do Sol
A veces, cuando por fin llegas a tu destino, la ilusión con la que habías preparado ese ansiado viaje se desinfla de un pinchazo cuando aterrizas en él. Creo que es la primera vez que me pasa (en la India me agobié un poco después de varios días y deseaba salir de allí para respirar en las fabulosas montañas de Nepal). Y es muy frustrante verse atrapado en un lugar del que no disfrutas, con más de dos semanas por delante. Pero, afortunadamente, esa sensación duró sólo un par de días, el tiempo que tardamos en “saltar” a la siguiente isla (Fogo). Visitamos seis de las 9 islas habitadas del archipiélago (Santa Lucía es una reserva natural a la que únicamente puedes acceder pagando), y excepto Santiago, nuestra puerta de entrada, las otras nos ofrecieron una estancia muy auténtica. Pero incluso esta última, pese a no ser lo que esperábamos, tiene un par de lugares que nadie debe perderse.




Vistas desde Cruzinha
De todas formas, como en los buenos discos de música, no os voy a poner la peor canción para comenzar nuestra aventura, ya que pretendo que os mantengáis a la escucha. Así que comenzaré con la que, para nosotros, ha sido la isla más espectacular de todas: Santo Antao (San Antonio) …


La llegada a la isla más occidental de Cabo Verde ha de hacerse en ferry desde San Vicente. Hay dos navieras que realizan el trayecto 4 veces al día, dos por la mañana y dos por la tarde. Son muy puntuales, y en una horita llegaréis a través de un agitado mar (los que os mareéis, id preparados) a Porto Novo. Allí os asaltarán numerosos taxistas para llevaros hasta vuestro alojamiento.

Fontainhas


Antes de empezar nuestro recorrido por esta maravillosa isla, hay que decir que los que vayáis en busca de grandes hoteles y playas paradisiacas, no los encontraréis aquí, ni en la mayoría de las demás islas. Solamente Sal y Boavista (dicen que Maio puede ser la siguiente en sucumbir a las garras del turismo de playa) os ofrecerán ese tipo de vacaciones. Santo Antao es para hacer trekkings, para reconciliarte con la naturaleza, para deleitarte con sus paisajes montañosos y costeros, para respirar naturaleza, para sentirte en el fin del mundo…


Vistas desde Cruzinha
Sin duda alguna, el perfil montañoso de esta isla os dejará con la boca abierta. Como en el resto del archipiélago, la orografía dificulta mucho los transportes, pero aquí se hace especialmente notable el dominio de la naturaleza sobre el hombre. A diferencia de sus vecinas, Santo Antao parece todavía una isla salvaje, que se resiste a ser sometida por la voluntad del hombre. Lo percibiréis al ver donde la gente ha construido sus humildes casas. En lugares abruptos, a los que, desde la carretera, parece imposible acceder. Emplazamientos recónditos en los que se hace complicado llevar una vida fácil. Es como si esta indómita isla les marcara las fronteras hasta donde sus habitantes pueden colonizarla.


Vistas desde Ponta Do Sol
Acostumbrado a ver casi todo tipo de paisajes, mi soberbia viajera me hacía creer que ya pocos horizontes me impactarían. Pero como siempre, la madre naturaleza no deja de dar bofetones a mi arrogancia. Esta isla caboverdiana me enseñó unos panoramas increíblemente bellos. Pero no sólo hermosos, sino solitarios también, que, para mí, es casi tan importante como lo primero. En un mundo tan globalizado y accesible, es difícil disfrutar de tan aislados entornos. De verdad, hicimos tres grandes rutas a pie, y en una de ellas no nos encontramos a nadie, y en las otras dos, algún pastor y tres o cuatro turistas. Creo que, si me sale un terodáctilo sobrevolando mi cabeza entre esos paisajes, realmente me creo que estoy en el Jurásico.


Camino a Ribeira Alta
Pero bueno, empecemos a visitar la isla que ofrece el mejor grogue (licor típico de Cabo Verde) de todo el país…


Formiginhas
Como os decía anteriormente, la única forma de arribar a Santo Antao es a través de los barcos que la unen con Mindelo (Sao Vicente). Veréis que aparece un aeropuerto en el mapa, pero no funciona desde el año 1999, cuando un avión de la TACV (Transportes Aéreos Cabo Verdianos) colisionó contra una montaña en una jornada muy nublada y perecieron las 18 personas que viajaban aquel día en el aparato. Parece ser que, desde entonces, la compañía nacional, que posee tres pequeños aviones de hélice para conectar las islas, y un gran Boeing 757 para trayectos internacionales, no ha podido reemplazar la aeronave siniestrada, dejando sin conexión a Santo Antao. De todas formas, no os preocupéis, porque es una compañía fiable. De hecho, es una de las 6 africanas que tiene permiso para volar en Europa debido a sus condiciones de seguridad.


Habíamos reservado cuatro noches en el Hotel Questel Bronq de Cruzinha. Ribeira Grande, en el interior, es una encrucijada de la que parten los caminos al norte, sur y costa oriental de la isla, las zonas más pobladas y accesibles. En 4- 5 días sólo veréis la parte nordeste, pero tendréis suficiente como para salir maravillados de los encantos de Santo Antao. Si tenéis más tiempo, Tarrafal, en la costa occidental, es la región más inaccesible y remota, a la que cuesta llegar, incluso en coche (4x4). Ponta do Sol es la población más turística. En todas estas localidades hay pequeños alojamientos en los que podréis hospedaros. Pero yo debo recomendaros el Questel Bronq por varios motivos: 1.- Los chocitos en sí son una maravilla. Habitación grande y espaciosa en una construcción muy bonita. Nosotros no la usamos, pero tiene una pequeña piscina. 2.- El lugar. Decir espléndido es quedarse corto. El camino hasta allí ya os dejará con la boca abierta, pero las vistas son insuperables. Detrás, las imponentes montañas, y frente a tu cabañita blanca, grandiosas vistas de espectaculares acantilados a ambos lados. Simplemente inmejorable. Ideal para relajarse y desconectar.  3.- Es el punto de partida de (para nosotros) las dos mejores caminatas de la isla (una de ellas muy poco conocida). 4.- El dueño es muy amable y atento. Tiene todo tipo de información (muy escasa o inexistente en la mayoría de establecimientos en Cabo Verde) sobre rutas de senderismo y os asesorará en todo momento. Habla español. Y 5.- El precio. Los 44 euros que vale la habitación deberían de pagarse sólo por las vistas. El desayuno incluido es magnífico. Resumiendo, está apartado, pero es lo que nosotros buscábamos. No hay nada alrededor, pero en Cruzinha, a un kilómetro, tenéis algún bar y comercio.


Alrededores de Cha de Igreja
El hotel nos había facilitado el transfer (cogedlo porque incluso es más barato y directo que un taxi normal), así que ya nos esperaba nada más desembarcar. Cuando llegas a Santo Antao, enseguida percibes la diferencia con respecto a las otras islas. No sólo en el paisaje, sino en la vida cotidiana de la gente. Tras un largo, pero tremendamente entretenido trayecto, llegamos a nuestro hospedaje y cenamos después de jugar un rato con el gracioso perrito que “vigila” el complejo. El primer contacto con la isla no pudo ser más positivo. Impresionados por las montañas y la costa, disfrutamos enormemente mezclándonos con las personas tan hospitalarias que pueblan esta hermosa isla.



Plaza de Ponta Do Sol


Camino entre Questel Bronq y Ponta Do Sol
Camino entre Questel Bronq y Ponta Do Sol
Amanecía el primer día en Santo Antao, y con él, amanecían de nuevo también en nosotros las ganas de adentrarnos en el corazón montañoso de la isla de barlovento. Con una ruta de unas 5 horas esperándonos, desayunamos fuerte para afrontar nuestro primer trekking. Desde el Questel Bronq empieza directamente el camino que te lleva por la costa hasta Ponta do Sol. Para los que no os alojéis allí, la marcha da comienzo en Cha de Igreja. Con el cielo azul, el trayecto es, sencillamente, impresionante. El sendero, aunque no está marcado, no tiene perdida. El adoquinado te conduce directamente hasta la localidad turística que se ve al otro lado de los acantilados. Cargad vuestra cámara y aseguraos de que la tarjeta tiene espacio, porque no parareis de sacar fotos. En el camino, tan solitario como dramático, encontraréis pequeños rebaños de cabras que pastan por los alrededores de viejas cabañas de pastores abandonadas y derruidas por el tiempo. Así, extasiados y fatigados (más de hacer fotos que de caminar) llegaréis hasta Formiguinhas, el primer pueblito al borde del mar. Allí podréis comprar algún refresco, antes de llegar a Fontainhas, colgado, literalmente, de la montaña. Rodeado de terrazas de yuca, mango, papaya o batata, este emplazamiento de postal os encantará por su situación. Así llegamos al final de la ruta, Ponta do Sol, con su bonita plaza central, en la que destacan el edificio en tono pastel del ayuntamiento y la iglesia blanca de Nossa Senhora de Livramento. Allí se puede hacer submarinismo, pero a nosotros nos bastaba con las bellezas que se encuentran fuera del mar. Para volver, el tema del transporte es complicado. O cogéis un Aluguer (taxi) privado que os cobrará 30-40 euros, o lo hacéis en trocitos con paciencia. Desde la plaza (cuidado no os descuidéis, que de tarde ya escasean o directamente no hay) podéis coger un colectivo por 50 céntimos hasta Ribeira Grande, y desde allí otro hasta vuestro alojamiento (depende donde esté). Después de conocer y charlar con una pareja (él de Madrid y ella caboverdiana), llegamos a la ciudad. Allí, al no haber ya colectivos, tenemos que pactar un taxi (20-30 euros). El tema de los transportes es una auténtica sangría, así que decidimos, por primera vez en nuestra vida, hacer “dedo” (pero de pago, más barato). Yo soy muy precavido, y os aseguro que no hay peligro. Es como si estuvieras en “el pueblo”. Sales a la carretera, y te paras en el arcén a esperar a que alguien vaya en tu dirección. Ni siquiera tienes que hacer el famoso gesto con el pulgar en alto. Así nos acomodamos en la parte de atrás de una maltrecha ranchera en la que compartimos espacio con trabajadores del campo, niños que vienen del colegio y una simpática cabra que no deja de “llorar”. Toda una experiencia. Tras 26 kilómetros andados bajo nuestras suelas, aquella escena nos relajó rememorando otros tiempos.


Camino a Ponta Do Sol
Típicas casas del Valle de Paul
Valle de Paul
Cova Cráter


Otro día, otro trekking. El elegido de hoy es el del Valle de Paúl. El recorrido nos lleva al interior verde del que dicen es el valle más espectacular de Santo Antao. Con la misma táctica de transporte, llegamos a través de una increíble carretera hasta el Cova Cráter, un volcán dormido en el que fluye una intensa vida rural. Plantaciones y ganado son el sustento de los campesinos de la zona, que aprovechan la tregua que les ofrece el volcán para sembrar y dar de comer a sus animales en una tierra fértil. Allí, casi completando la circunferencia del cono, empezamos la travesía que desciende hasta Paúl (es una locura hacerla la revés por la tremenda pendiente). A pesar de que la cima está completamente despejada, en cuanto abandonamos el cráter, la niebla se adueña del valle. No se veía prácticamente nada, por lo que no puedo describiros las vistas. En la bajada, se atraviesan numerosas plantaciones de café, de caña de azúcar, de fruta del paun, de plátanos, de mangos… y por supuesto, hay granjas humildes donde os ofrecerán degustar el famoso grogue… el mejor del país. La ladera del volcán es un auténtico vergel por el que el agua, tan escasa, circula sin freno hacia lo profundo del valle. Ya en Paúl o Vila das Pombas, habíamos quedado previamente con el taxista del hotel, con el que acordamos un mejor precio. Tras otros 25 kilómetros (cuidado con las rodillas, porque la pendiente es tan pronunciada y resbaladiza que se resentirán) llegamos a nuestro pequeño paraíso para descansar.


Sendero de Cruzinha a Ribeira Alta
Para el tercer día habíamos reservado un recorrido que no aparecía en nuestra guía y que nos descubrió el dueño del hotel. Tenéis que bajar literalmente a la playa de guijarros de Cruzinha, y andar una media hora hasta una grieta que se mete en la montaña. Es un paisaje típico de “Juego de Tronos”. No hay nadie. Salvaje e inhóspito. Alucinante. Aunque no veáis el desvío desde el inicio, seguid por la orilla, que estar, está. Allí, iniciaréis el ascenso por el escarpado acantilado hasta bajar a Ribeiras Altas, el primer signo de civilización. Por supuesto, que no os falte el agua. Depende del ritmo, pero en 4-5 horas podéis llegar. También se puede pedir a un pescador de Cruzinha que os acerque hasta Ribeiras Altas y hacer el camino inverso. Pero ahí si que no hay carretera. De vuelta, paramos en Cha de Igreja, donde fotografiamos las bonitas casas de colores, y simplemente nos sentamos en la plaza de la iglesia para observar cómo la gente juega a las cartas y ven pasar el tiempo. Es un pueblo muy tranquilo y agradable. Lo mismo que Cruzinha, donde es curioso captar la bucólica imagen de los pescadores descargando sus capturas del día en el pequeño puerto.


Playa de Cruzinha
Y el último día otro trekking… hacia el puerto. Casi cinco días caminando y disfrutando del modo de vida de la gente de Santo Antao nos supieron a poco.
Un último consejo, si no fiais vuestras vacaciones a sólo tumbaros al sol, no dejéis de visitar esta isla porque os encantará.



EL TESORO DEL CAPITAN KIDD



Asaltos a galeones cargados de oro y plata, motines pertrechados por infames tripulaciones, ahorcamientos públicos a modo de advertencia, tesoros escondidos en islas remotas, mapas marcados con una X… Si le añadimos un poco de ron y una calavera, ¿a qué os suena? Exacto, a una genuina y clásica historia de piratas, que es la que os traigo hoy.

Todos estos estereotipos que tenemos desde que, de niños, nos sentimos atraídos por estas fantásticas aventuras de piratas y filibusteros, parecía hacerse realidad en plena edad de oro de la piratería, allá por el siglo XVII. En esa época, los “depredadores” del mar campaban a sus anchas por los océanos y mares de nuestro planeta. Y Cabo Verde, al igual que las Canarias o las Azores eran su hábitat natural de caza. Bajo órdenes británicas, francesas u holandesas, los corsarios asaltaban a los buques españoles que venían cargados de América con grandes riquezas. En estos archipiélagos se arremolinaban los bandidos, esperando a que los galeones españoles se hicieran visibles acercándose hacia la península ibérica, ya que desconocían la ruta que llevaban hacia el nuevo mundo. Los filibusteros del caribe hacían lo propio, castigando así, de manera importante, a la flota más poderosa del mundo. Y los piratas, que actuaban bajo su propia ley, tampoco dejaban de hostigar y atacar a mercantes, independientemente de la bandera que ondeara en su mástil.


Desde que en el siglo XV se descubriera América, la riqueza del nuevo continente se convirtió en objeto de deseo de las grandes potencias europeas. España controlaba esa fortuna, y por aquel entonces, ningún país osaba a disputársela abiertamente, de modo que el resto de naciones importantes idearon una estrategia para debilitar al enemigo sin declararle oficialmente la guerra. Contactaron con marineros sin escrúpulos, que, a cambio de parte del botín, asaltarían barcos españoles, actuando para la Corona británica o francesa, fundamentalmente. Las famosas patentes de corso dieron total libertad a estos mercenarios para actuar al margen de la ley, pero sin castigo por parte de ésta.



Los míticos Francis Drake, Henry Morgan o William Dampier, utilizaban el abrigo de las islas de Cabo Verde para resguardarse tras cometer alguna fechoría. De hecho, los propios caboverdianos sufrían habitualmente los ataques de los propios piratas, por lo que trasladaron sus ciudades hacia el interior de las islas. Los corsarios hacían escala allí para coger suministros en su camino hacia América y, sobre todo, hacia las indias orientales. Santiago tenía, hasta 1560, el derecho exclusivo de tráfico de esclavos de la costa occidental de África, que llevaban como mano de obra a las américas. Y precisamente, otra de las presas favoritas de los piratas y corsarios eran los barcos de esclavos. La mercancía humana no era su prioridad, ya que no traficaban con ellos. De hecho, cuando necesitaban aumentar o reemplazar hombres, no dudaban en reclutar africanos para completar la tripulación (en muchos barcos, los hombres de raza negra superaban ampliamente a los blancos). Lo que buscaban era hacerse con los propios barcos de los traficantes, ya que solían ser naves muy rápidas, pero con gran capacidad al mismo tiempo. Barbanegra o Bellamy sembraron el terror en los mares con naves de este tipo, apresadas a los esclavistas.


Pero a pesar de la intensa actividad llevada a cabo por los más deshonrados y despiadados piratas, hay uno que todavía inquieta nuestras mentes del siglo XXI: William Kidd o Capitán Kidd. ¿Y por qué? Porque todavía hoy en día, muchos cazatesoros siguen el rastro de un enclave secreto que guarda una inmensa fortuna. Y algunos opinan que las arenas de la isla de Maio, en concreto, puede custodiar tan ansiado alijo. Pero para llegar hasta él, retrocedamos primero más de 300 años, y situémonos a finales del siglo XVII para conocer al Capitán Kidd…


Nacido en Escocia, este avezado marinero no tardó en destacar en el arte de la navegación. Como capitán de barco, empezó asaltando posesiones francesas en el Caribe con el beneplácito de los gobernadores de las pequeñas islas británicas. Trasladado a Nueva York, donde se casó, su fama llamó la atención del mandatario de la colonia británica, que le encargó ampliar sus presas hasta los piratas. Pero esta vez, la patente de corso vendría firmada por el mismísimo Rey de Inglaterra, Guillermo III, que pondría a su disposición un fabuloso buque: el Adventure Galley. El nuevo destino de Kidd era el Índico, donde los piratas estaban atacando naves mogolas que transportaban delicadas mercancías hacia Inglaterra. Los comerciantes indios y el propio imperio británico, preocupados por las pérdidas ocasionadas por los asaltos, decidieron cortar de raíz el problema. Kidd era el hombre adecuado para volver a asegurar la ruta comercial. Bajo esta premisa, el capitán dobló el Cabo de Buena Esperanza, y se dirigió hacia la India para dar caza a los piratas. Pero después de casi dos años patrullando las aguas del Índico, no aparecía ningún barco pirata o de bandera francesa al que pudiera atacar. Con la tripulación al borde del amotinamiento, Kidd tenía que ofrecerles algo con lo que apaciguarles.


No está documentado, pero se cree que comenzó a atacar barcos neutrales o incluso amigos, para poder sobrevivir. Los rumores de las andanzas de Kidd llegaron a Inglaterra, que no dudó en emitir una orden de captura contra él cuando apresó al Quedah Merchant, un mercante cargado de finas sedas, oro y joyas, que, aunque de bandera armenia, poseía salvoconducto francés, todo lo que necesitaba el desesperado capitán para justificar el asalto. Presionado por su tripulación y creyéndose legitimado, no dudó en apropiarse del navío y de todas las pertenencias que en él se hallaban. Cometiera o no más pillajes, aquel, convenció a las autoridades británicas de que, efectivamente, Kidd se había rebelado contra la Corona. Presionados por los comerciantes indios, los británicos necesitaban ofrecer a éstos un culpable de, si no todas, parte de las pérdidas ocasionadas a los mercaderes por parte de los piratas.


Y aquí comienza la leyenda del tesoro del Capitán Kidd. Hay tantas versiones y emplazamientos como islas emergen en el mundo, pero trataré de contar las más documentadas…


Cuando volvió a Nueva York y se enteró de que estaba en busca y captura, escondió el tesoro del Quedah Merchant en una pequeña isla de la costa de Nueva York. Apresado por las autoridades de Boston, Kidd intentó ofrecer el tesoro enterrado en la isla Gardiners como pago por su indulto. Pero la oferta no convenció a los británicos, que después de hacerse con las valiosas piezas, no cambiaron el veredicto que le había señalado como culpable de actos de piratería. Hasta aquí la Historia…


Pero la leyenda dice, que en la isla Gardiners sólo se encontraba una pequeña parte del botín. Kidd, antes de ser ahorcado, intentó negociar con el resto del tesoro. La ruptura de relaciones comerciales con la India supondría una mayor pérdida económica que lo que valdría la carga del Quedah Merchant en posesión de Kidd, de tal manera que no hicieron caso a la última propuesta del condenado, y a modo de escarmiento y ejemplo para futuros piratas, le colgaron al borde del Támesis, donde su cuerpo se balanceó durante dos años, a la vista de cualquier embarcación que entraba por la desembocadura del río en Londres. Tantas eran las ganas de ajusticiarle, que, en un primer intento, cuando se rompió la soga (en este caso se pospone la ejecución durante unos días), le colocaron otra enseguida para volver hacia las escaleras del patíbulo.


Ahora comienzan las especulaciones sobre tan famoso tesoro. Primero habría que preguntarse si realmente existe. ¿Fue un intento a la desesperada para salvar su vida? Tal vez el dinero que desenterró el gobernador de Boston fuera todo lo que le quedaba después de repartir las riquezas entre sus hombres. Y si le damos credibilidad a esa afirmación… ¿dónde podría haberlo guardado? Aquí las opciones se disparan… Si se enteró de que le perseguían en Nueva York, lo lógico es que llevara el tesoro con él en todo momento. Oak Island, en Canadá, es un pozo inaccesible, al que todavía no se ha podido llegar, a pesar de numerosos y baldíos intentos, que incluso han costado la vida a varias personas. Se han encontrado piezas, pero nadie puede asegurar que sean del tesoro de Kidd. Algunos lo atribuyen a templarios, a vikingos o incluso…. a los Romanos. Otro misterio que merece un capítulo aparte.


La República Dominicana se postula como otro posible emplazamiento, ya que Kidd podría haber sobornado al gobernador de la isla caribeña para que le permitiera guardar allí las joyas y monedas. En Madagascar, donde tuvo que abandonar el Adventure Galley, han encontrado piezas de plata que aseguran son de Kidd. En los años 70, un aspirante a actor reconvertido en cazatesoros, enfocó su búsqueda en una remota isla de Vietnam. En la Universidad de California (UCLA) investigó esta historia. Y dio con un abogado retirado aficionado a reliquias de piratas. En una subasta, este hombre adquirió en 1929 un escritorio que perteneció a Kidd, y un día, de forma fortuíta, dio con un tubo de latón escondido en el mueble. Dentro de él, dibujado un mapa, que marcaba con una X en una isla el lugar del escondite. La situaba en el Mar de China. Siguiendo con la investigación, el afortunado dueño del mapa consiguió un cofre con otro mapa más detallado, que coincidía con el primero. Y le siguió otro cofre de costura que perteneció a la mujer de Kidd, en el que había otro tercer mapa escondido, con el dibujo de la misma isla, pero con las coordenadas. Nuestro moderno aventurero, Richard Knight, guiándose por los mapas que había encontrado el abogado, intentó descifrar las coordenadas. La longitud no estaba muy clara, y se añadía el problema que, en aquella época, los marineros no se guiaban exclusivamente por el meridiano de Greenwich. Los franceses tenían el suyo, y los españoles utilizaban el de Cádiz y Tenerife. Esta complicación multiplicaba considerablemente el punto exacto del posible refugio del tesoro. Pero de entre todos los candidatos, Knight encontró una isla en Vietnam que era exactamente igual a la dibujada en los mapas. Convencido de que allí le esperaba su fortuna, decidió reunir permisos y dinero para excavar. Pero el gobierno comunista de Vietnam, recién salido de una guerra contra Estados Unidos no estaba dispuesto a colaborar. Descartada la opción diplomática, se decantó por entrar ilegalmente en compañía de un chico americano que también buscaba aventura. Pero el episodio acabó con los dos intrusos entre rejas, acusados de espionaje.


Y la otra opción que nos ha traído esta apasionante historia, es la de que el Capitán Kidd hubiera enterrado su tesoro en Cabo Verde. Analizando minuciosamente los paisajes de la isla de Maio y la “ficticia” isla del mapa, hay gente que las encuentra casi gemelas, incluso en las formas y distancias de las montañas. Y asumiendo que la pequeña isla fue refugio habitual del famoso pirata, se ha instaurado en la creencia de muchos habitantes y navegantes, la certeza de que Kidd dejó allí su tesoro camino a Nueva York.


Son sólo simples conjeturas, y probablemente la tranquila isla no esconda más que preciosas playas aún por descubrir, pero sí os aseguro una cosa… Cuando llegué a Santo Antao, antes de conocer esta leyenda (y tengo testigos jeje), comenté que (y estamos en el siglo XXI), aquellos salvajes e inhóspitos acantilados serían el cobijo perfecto para que unos piratas escondieran un tesoro. Quién sabe… tal vez no esté el de Kidd, pero si camináis por esas solitarias playas, a lo mejor os encontráis con alguna otra pieza codiciada escondida en alguna de esas cavidades a las que sólo llegan las agitadas olas del mar. Un tesoro pirata, un dinosaurio volador, una batalla entre caballeros medievales… Allí, en la isla indómita, todo es posible…