Abril 2009
Europa es un pequeño continente con grandes huellas de su
pasado. No hay en el mundo tanta variedad de pueblos y culturas reunidas en tan
mínima extensión. Prácticamente, todos los países, por muy diminuta que sea la
nación, ofrecen al visitante una rica herencia cultural, que como en ninguna
otra parte de nuestro globo, se ha conservado hasta nuestros días. Cada región
luce, orgullosa, el legado de sus antepasados. Pero, al Este, se encuentra un
estado, que no sólo preserva su patrimonio cultural, sino también su forma de
vida ancestral. Ésta va unida, indefectiblemente, a esos vestigios de su
historia, que, a diferencia de sus vecinos, no se muestran como un reclamo
turístico del siglo XXI al que fotografiar con tu máquina, sino como un
“decorado” real por el que todavía construyen sus vidas las gentes que por él
circulan. Esa tierra medieval es Rumanía…
Casco antiguo de Sighisoara |
Calle en Sighisoara |
Visita obligada.
Palacio de Peles |
La siguiente parada sería Brasov. Ciudad medieval
perfectamente conservada, que posee la Iglesia Negra, un imponente centro
religioso gótico, que se encuentra entre los más grandes del sudeste de Europa.
La Iglesia de San Nicolás parece diseñada para un cuento de hadas, con sus
tejados con forma de gorro de brujas. La calle de Forii tiene el “titulo” de
calle más estrecha de Europa. Os aconsejaría sentaros un ratito en la abierta
Plaza del Ayuntamiento, rodeada de casas de color pastel, para observar como
discurre la vida en esta agradable ciudad.
Plaza del Ayuntamiento, Brasov |
Castillo de Bran |
Y en el corazón de Transilvania, al abrigo de los Cárpatos, se alza el castillo de Bran, erróneamente identificado como el de Drácula. Parece ser que él no lo construyó, sólo estuvo alojado unos días antes de ser encerrado como prisionero en Hungría. El verdadero castillo de Drácula es el de Poenari, en ruinas. Los que decidáis visitar este último, informaros bien porque, recientemente, el gobierno rumano ha decidido prohibir las visitas al mismo, ya que se han producido avistamientos y ataques de osos. En Bran es donde empiezan a surgir las primeras huellas del famoso príncipe valaco, azote de los turcos. El castillo es muy bonito, y al atardecer, cuando llegamos nosotros, la luz del ocaso embellecía los muros de la fortaleza. En el Hotel Hanul Bran (30 euros), regentado por un italiano del Inter, nos dan una habitación con vistas a la morada de Drácula. Con la ventaja de tenerlo enmarcado en nuestra ventana, nos deleitamos con los cambios de luces naturales, y las artificiales, que cuando le iluminaron, transformaron el coqueto castillo en una fortaleza un poco más lúgubre. Aprovechando el momento mágico, dimos un paseo nocturno para ver si veíamos algún vampiro. El día amaneció soleado, y después de tocarme el cuello, fui lentamente hacia la ventana para que un rayo iluminara mi piel. No me convertí en ceniza, así que después de volver a fotografiar el castillo al alba, nos dirigimos a Sighisoara, parando antes en la iglesia fortificada de Harman. Realmente es un pueblo alrededor de la iglesia. En el siglo XIII, estas minúsculas comunidades levantaron muros a sus espaldas para protegerse de las invasiones tártaras y otomanas. Harman es una de las 7 que están declaradas como Patrimonio de la Humanidad. Son realmente bellas e interesantes de visitar. No las dejéis escapar.
Torre del Reloj, Sighisoara |
Casa natal de Vlad Tepes, Sighisoara |
Os dejo a su merced…
VLAD TEPES, EL AUTENTICO DRÁCULA
Era una mañana fresca y nublada, cuando un campesino y su
hijo de 10 años se dirigían, herramienta al hombro, a trabajar sus tierras. El
sendero discurría por un bello paisaje, con campos de flores a ambos lados de
la carretera dando color al paisaje. Pero aquel amanecer, la mirada de los labradores
no se desvió para cautivarse con la presencia de las margaritas. El sonido de los
jilgueros silvestres había desaparecido, dejando espacio al desapacible
graznido de los cuervos. Flotando sobre la bruma, en lo alto de la colina, un bosque de estacas de
madera sobresalía por encima del verde prado. El niño ya era un hombre, y su
padre no se molestó en apartarle la mirada. El chico, con sus pupilas
dilatadas, observaba horrorizado aquella espeluznante escena, hasta que las
náuseas, convertidas finalmente en vómito, le forzaron a apartar la mirada. La
sintonía de aquel magnífico decorado rural desafinaba aquella oscura mañana. El
aire fresco parecía envenenado por un olor nauseabundo a carne podrida y el
agua que empapaba la hierba se teñía de un extraño tono rojizo que no dejaba
respirar a aquella fértil tierra. Empalados en esos largos postes, como si de
presas de caza se tratara, miles de personas servían de carroña para los
grajos.
Retrato de Vlad Tepes |
Pero para “entender” mejor la crueldad del voivoda valaco,
situémonos unos años atrás, cuando el pequeño Vlad, con 13 años, fue entregado
a los turcos por su padre en calidad de garantía y como muestra de sumisión
hacia el Sultán otomano al que se había enfrentado encarnizadamente durante
tantos años. Como recompensa a esa cruel guerra, el noble valaco había sido
premiado por el rey de Hungría (también en lucha contra los turcos) con unas
tierras en la región de Transilvania (entonces bajo dominio húngaro).
Educado y criado por el mismísimo Sultán, Vlad volvió a su
tierra tras su exilio, con la intención de reencontrarse con su familia, pero
todos habían sido asesinados a manos de los húngaros y de los nobles boyardos. Al padre lo
apalearon hasta morir, y al hermano le quemaron los ojos antes de enterrarle
vivo. Y aquí es donde empieza a vislumbrarse la gran astucia diplomática del
gran guerrero rumano. Apoyado por los turcos, arremetió con odio contra los
húngaros hasta proclamarse rey de Transilvania y príncipe de Valaquia. Pero
Hungría, con un gran potencial militar en aquella época, consiguió echarle del
trono, condenándole a vagar por las fronteras de sus antiguos dominios. Durante
esos 8 años aprendió numerosas tácticas de guerra junto a su primo Esteban III
de Moldavia. Fueron años de dura instrucción que le sirvieron de preparación
para el asalto definitivo al poder. Su aversión hacia los turcos formaba parte
de su personalidad desde muy pequeño, de modo que, haciendo gala, otra vez, de
su habilidad táctica, consiguió aliarse con el asesino de su padre y de su
hermano, que valoró su conocimiento sobre los turcos, y logró alzarse de nuevo
con la corona de Valaquia, derrotando al candidato húngaro, al que ejecutó en
la misma plaza donde había muerto su hermano.
Castillo de Bran al anochecer |
Las estacas atravesando el cuerpo de sus enemigos (cuanto
más largas, mayor había sido el crimen cometido por el condenado), no sólo le
servían para descargar su furia, sino también para amedrentar a las tropas
musulmanas, que, expandiendo su dominio cada vez más sobre tierras europeas,
cuando llegaron a orillas del Danubio y vieron los bosques de empalados (los
dejaban pudrirse durante meses), retrocedían aterrorizados.
Con los conflictos internos resueltos, Vlad se negó a pagar
tributos a los turcos y se alió con los húngaros para atacar a los otomanos.
Tal era el respeto y el miedo que infundía entre la población musulmana, que
hasta la mismísima Constantinopla se vació por temor a una invasión del temible
príncipe valaco. Sus victorias y la crueldad que empleaba contra los vencidos
eran ya conocidas por todo el imperio de oriente. A pesar de estar siempre en
inferioridad numérica con respecto al potente ejército turco, el príncipe
valaco consiguió importantes victorias, que, para muchos, ni siquiera sus
brutales métodos logran empañar.
Pero Mehmet II no estaba dispuesto a tolerar una ofensa de
tal calibre. A la cabeza de su formidable ejército (sus tropas multiplicaban
por 7 a las de Vlad), invadió Targoviste y destronó a su adversario, que todavía
pudo volver a recuperar el poder después de ser liberado. Pero con la
aristocracia boyarda apoyando desde dentro a los turcos, Vlad acabó capitulando
finalmente en 1476.
Extensión del Imperio otomano |
Se dice que murió por flechas de sus propios soldados,
cuando, disfrazado de turco para huir del enemigo, le confundieron con un
soldado otomano. Otra hipótesis es la traición de alguno de sus hombres o de
algún boyardo.
Y si enigmática es su muerte, más lo es su tumba. Cuando falleció, los turcos arrancaron la cara y la cabellera de su cabeza y las colgaron
públicamente en una estaca en Constantinopla. Se creía que su cuerpo descansaba
en el monasterio rumano de Sangov (que podéis visitar), pero unas excavaciones
en 1933 sólo extrajeron huesos de caballo de la supuesta tumba del más famoso de
los príncipes valacos. Algunos historiadores sostienen que está sepultado en el
monasterio de Comana, que él mismo mandó edificar.
Escultura de Vlad en su casa natal |
El espíritu de Vlad Tepes todavía pervive en Rumanía…