domingo, 12 de noviembre de 2017

GRECIA (3) - Santorini. - Thera, la erupción que cambió nuestra historia.

SANTORINI



Mencionar Santorini es apelar a la esencia y al sabor mediterráneo. Pensar en esta bella isla de las Cícladas es dibujar un descanso vacacional de sol y playa. Imaginar sus iglesias con cúpulas azules y sus casas blancas asomándose al Egeo es relajarse en una terraza al borde del mar, con una bella puesta de sol sobre el horizonte. ¿Son sueños? Sí, pero reales, porque, afortunadamente, Santorini existe.




Después de la odisea (y no la de Homero) que vivimos para salir de Amorgos (volvería a ir hasta esa maravillosa isla aun sabiendo todos los contratiempos que íbamos a vivir con los barcos), llegamos a Santorini sobre las 15.30h. De la terminal de ferrys salía un autobús (2.20 euros) hasta Fira, donde nos alojábamos. Entre todas esas casitas del mismo color y la misma forma era difícil encontrar nuestro hotel, así que preguntamos en una oficina de alquiler de coches, que, casualidad, llevaba un primo del dueño del San Giorgio. Nos metió a lo “Pekín Express” en un coche, y nos acercó hasta el hotel, donde dejamos las maletas para dirigirnos en autobús a Oia (a 8 kilómetros) para ver un precioso atardecer. Desde el barco ya habíamos disfrutado de unas vistas magníficas de las paredes rojizas de Santorini, con sus pueblitos blancos encaramados en sus colinas, pero el panorama desde arriba es ciertamente bello. Las casitas, apiñadas en los acantilados, parecen disfrutar como nosotros del fabuloso paisaje marino que se abre a sus pies.



Evidentemente, no estaréis a solas en tan mágico momento, pero si sois capaces de abstraeros del ruido humano y concentrar vuestra mirada hacia el mar, viviréis unos minutos (horas tal vez, dependiendo de la compañía) realmente relajantes. Oia, Santorini y el Egeo os seducirán con su cálida puesta de sol. Sentaros en un pequeño muro de piedra, despejad vuestra cabeza de problemas y dejaros llevar…


Una vez haya aparecido la luna para dar brillo a la oscuridad, podéis recorrer las laberínticas calles de Oia para descubrir sus comercios y cenar en uno de los restaurantes que ofrecen amplias y variadas ofertas gastronómicas. Y una de las opciones más interesantes en este sentido es acercarse hasta el pequeño puerto de Armani, justo debajo de Oia, en el que los pescadores venden su mejor género a los restaurantes que se ubican en este idílico rincón. Para los que hayáis ido a coger color, tenéis varias playas que pondrán cómodas tumbonas a vuestro alcance para relajarse entre tan bellos paisajes. La arena volcánica de Kamari, Perissa y Perivolos pueden dar calidez a vuestro descanso, si bien las igualmente espectaculares Playa Roja y Playa Blanca pondrán al Mar Egeo a vuestros pies. Unas aguas que podréis navegar a bordo de una inmensa variedad de veleros que organizan diversos recorridos alrededor de la isla o incluso rutas por las islas cercanas. Una de las más populares es la que os lleva hasta la caldera del volcán. Las cristalinas aguas del Mediterráneo pueden ser escenario también de infinidad de actividades acuáticas, como el submarinismo, con las cuales se pueden conocer mejor la fauna y flora del ecosistema isleño. Eso ya depende de vuestro presupuesto. El nuestro, por desgracia, al igual que nuestro viaje, ya se acababa, así que nos tuvimos que conformar con disfrutar de nuevo de las vistas de la costa de Santorini. Con nuestro cafecito recién hecho y nuestro donut, nos sentamos en un muro con vistas, y disfrutamos del amanecer. Y ese momento fue aún más mágico que el atardecer del día anterior… hasta que empezaron a llegar las hordas de turistas, que desembarcaban en lanchas en el puerto, donde les esperaban los burritos que les transportarían, camino arriba, hasta el centro de Oia, a través de una pronunciada y estrecha pendiente. Si queréis encontraros a solas con Santorini, madrugad un poco, antes de que abran los comercios y lleguen los cruceristas, y podréis respirar y sentir la magia primigenia de la isla.


Otras visitas de la isla podrían ser Firostofani, Immerivigli o Pyrgos. Los pueblos son, básicamente muy parecidos. Todos, con sus características casas blancas con puertas y ventanas azules, y sus iglesias bizantinas igual de blancas, son balcones naturales que miran hacia el mar. Pero no por ello dejan de ser atractivos y apetecibles para la vista. Pyrgos, en el interior, posee una interesante fortaleza medieval veneciana del siglo XIII.

Para los amantes del arte, hay numerosos museos a su disposición, aunque, en mi opinión, el de Akrotiri, que visitamos, es el más atractivo y destacado. Es una preciosa y valiosísima muestra del arte y la vida minoica que os hechizará. Como hablaré de esta antigua y misteriosa civilización aquí abajo, sólo os diré que se conservan casas enteras, y unos frescos realmente preciosos y muy bien conservados, cuyo color y estilo nos fascinaron. Una visita que no os debéis perder.


Y si os gusta el vino, también hay visitas guiadas a bodegas. Como veis, una pequeña isla con infinidad de opciones para todos los gustos. Perfecta para pasar una semana sin tiempo de aburrirte. Y sí, se puede huir del bullicio del turismo de masas, pero hay que levantarse pronto y escuchar el silencio de la isla. 






Una isla bella, intensa, sabia, alegre, y divertida, que ojalá no muera de éxito.

 THERA, LA ERUPCION QUE CAMBIÓ NUESTRA HISTORIA.

La inquietud e iniciativa del ser humano ha logrado que el hombre haya evolucionado y haya conseguido grandes logros para nuestra especie. Sin embargo, no son pocos los que profetizan con el pasado, convencidos de que otras civilizaciones, ya desaparecidas, nos hubieran llevado hasta un futuro más próspero y prometedor para la humanidad.



Y en esos sueños remotos, aparece, de forma recurrente, un misterioso pueblo, poderoso y tremendamente inteligente, que sigue cautivándonos desde que el filósofo griego Platón lo mencionó en unos escritos allá por el año 360 a.C. La Atlántida estaba destinada a dominar el mundo, pero fue engullida hacia el fondo de los mares por esa Tierra que trataba de hacer suya. La mayoría de los creyentes en este mítico continente sostiene esta teoría: la de un gran desastre natural que sepultó a los atlantes para siempre.

No nos atrae la posibilidad geológica de encontrar un nuevo continente, ni de hallar una antigua civilización, sino de revelar un lugar mágico donde se esconden nuestros dioses. ¿Es la Atlántida el Monte Olimpo de la Era Moderna? Hace poco se descubrió que debajo de Nueva Zelanda hay una gran porción de tierra de la que formaría parte el país oceánico. Esta noticia, a pesar de salir en medios de comunicación, no ha tenido, a mi entender, gran relevancia más allá de la comunidad científica. Nuevos homínidos (el hombre de Flores o el de Denisova) así como antiguas culturas (a las que todavía ni siquiera se ha dado nombre), aparecen en nuestra historia en los últimos años. Sin embargo, buena parte de la población desconoce su existencia. ¿Quién no ha oído hablar de la Atlántida? El misterio de algo que todavía es una mera hipótesis transporta a nuestro cerebro al recuerdo de los grandes exploradores que descubrieron esas civilizaciones de las que tanto se hablaban. El mito y la leyenda son excelentes anfitriones para nuestras fascinaciones y expectativas. Y cuando aquellos se materializan, la imaginación se hace a un lado, y el sueño se desvanece…


Ya hablé de este apasionante tema (la Atlántida) en una entrada anterior. Así que ahora me gustaría atraer vuestra atención hacia otro pueblo que, posiblemente, llevó el mismo camino que los “fantasmas atlantes”. A través de su historia descubriremos que ninguna civilización, por muy poderosa que sea, puede reinar para siempre. Porque, la historia, como la vida, se compone de ciclos, y los ciclos se acaban tarde o temprano. Y porque nunca habrá un líder más fuerte que la naturaleza…

Un escritor dijo que si el pueblo minoico no hubiera sufrido la ira del volcán de Thera (Santorini), en la época de Jesucristo la gente hubiera estado viendo la televisión. Así se imaginaba él (haciendo “historia ficción”) el desarrollo de la raza humana, con los minoicos en la cúspide intelectual y dominando nuestra tecnología.

Gracias a la persistencia e intuición del arqueólogo británico Arthur Evans, que descubrió y dio nombre a esta civilización a finales del siglo XIX, conocemos hoy un poco mejor a este pueblo mediterráneo. Y digo sólo un poco porque da la sensación de que todavía queda mucho por averiguar, ya que los hallazgos nos van dejando un pequeño rastro de lo que podría ser el camino hacia la gran biblioteca del conocimiento minoico.

Arthur Evans viajó a Grecia con la ilusión de encontrar los restos de una antigua civilización. Siguiendo el ejemplo de Schliemann, el descubridor de Troya, que se guio por los textos de Homero (la Ilíada y la Odisea) para desenterrar el antiguo emplazamiento helénico, Evans llegó a Micenas, donde su admirado colega alemán había hecho sorprendentes hallazgos con su “guía” del famoso poeta ciego, convencido de que bajo aquellos muros se encontraba la huella de un antiguo pueblo por descubrir. Sus primeros resultados no presagiaban buenas noticias, pero el audaz investigador estaba seguro de que allí se escondía una civilización anterior a los griegos. Micenas estaba muy fortificada y se alejaba de la arquitectura de la Grecia Clásica. Reunido con Schliemann, prestó especial atención a un anillo decorado con el dibujo de un pulpo. Le extrañó que un animal marino fuera símbolo de una tierra sin salida al mar. Indagando, año tras año, fue recopilando piezas de cerámica anteriores a Micenas, a las que nadie parecía prestar atención. Recorriendo mercados locales por Atenas, descubrió otros objetos parecidos al anillo del pulpo. Preguntados los comerciantes, éstos le indicaron que esas piezas no eran de allí, sino que procedían de una isla situada a 300 kilómetros mar adentro. Y es en este hermoso rincón (Creta) donde sacó a la luz los tesoros minoicos. Una civilización surgida entre los años 2700 y 1450 a.C, que dejó patente su influencia en todo el Mediterráneo, desde Turquía hasta Italia, pasando por Grecia, y que nos legó una herencia en forma de delicados palacios y bellos grabados coloristas, que, por fortuna, se han logrado rescatar de las garras del volcán que casi acaba con ellos.

Los científicos, con los objetos y datos que manejan, creen que no debió de ser un pueblo guerrero, y que basaba su economía en el comercio, dando por seguro de que se trataba de una civilización asombrosamente desarrollada y muy posiblemente, técnicamente superior a sus vecinos mediterráneos. Un pueblo destinado a ejercer una hegemonía intelectual en toda su zona de influencia.


Pero, ¿qué destruyó el brillante futuro que aguardaba a los minoicos? Pues Santorini… O más bien el volcán que destrozó esta preciosa isla en el año 1628 a.C. Con una fuerza devastadora (4 veces más potente que el Krakatoa en 1883, cuyos cielos de fuego pudieron inspirar a Munch para su famosa obra El grito), la explosión bien pudo cambiar el clima del planeta. En esta tormenta de lava, ceniza y escombros, varias zonas cercanas sufrieron daños severos. Pero lo que realmente pudo provocar la mayor destrucción fueron los terremotos que precedieron a la erupción y la serie de tsunamis posteriores que arrasaron todo lo que encontraron a su paso. Un camino en el que se encontraba Creta y su civilización minoica.
                                       
                                 

Está demostrado que la erupción de Santorini no acabó con el pueblo minoico, ya que se encontraron pinturas de esta cultura datadas en años posteriores a la catástrofe, pero sí fue el principio del fin. Debilitados, no pudieron superar el golpe, y las desastrosas consecuencias del estallido de la caldera para su economía les condenaron a la desaparición, que según algunos estudiosos la provocó la invasión de los hititas o bien los micénicos, o incluso hay quien apuesta por otro terremoto que podía haber tenido lugar años más tarde (la región es una de las zonas sísmicas más activas del planeta), y que a pesar de no tener la notoriedad del de Santorini, sí fue suficiente para acabar con los “atlantes del Mediterráneo”.