Mencionar Santorini es apelar a la esencia y al sabor mediterráneo. Pensar en esta bella isla de las Cícladas es dibujar un descanso vacacional de sol y playa. Imaginar sus iglesias con cúpulas azules y sus casas blancas asomándose al Egeo es relajarse en una terraza al borde del mar, con una bella puesta de sol sobre el horizonte. ¿Son sueños? Sí, pero reales, porque, afortunadamente, Santorini existe.
Después de la odisea (y no la de Homero) que vivimos para salir de Amorgos (volvería a ir hasta esa maravillosa isla aun sabiendo todos los contratiempos que íbamos a vivir con los barcos), llegamos a Santorini sobre las 15.30h. De la terminal de ferrys salía un autobús (2.20 euros) hasta Fira, donde nos alojábamos. Entre todas esas casitas del mismo color y la misma forma era difícil encontrar nuestro hotel, así que preguntamos en una oficina de alquiler de coches, que, casualidad, llevaba un primo del dueño del San Giorgio. Nos metió a lo “Pekín Express” en un coche, y nos acercó hasta el hotel, donde dejamos las maletas para dirigirnos en autobús a Oia (a 8 kilómetros) para ver un precioso atardecer. Desde el barco ya habíamos disfrutado de unas vistas magníficas de las paredes rojizas de Santorini, con sus pueblitos blancos encaramados en sus colinas, pero el panorama desde arriba es ciertamente bello. Las casitas, apiñadas en los acantilados, parecen disfrutar como nosotros del fabuloso paisaje marino que se abre a sus pies.
Evidentemente, no estaréis a solas en tan mágico momento,
pero si sois capaces de abstraeros del ruido humano y concentrar vuestra mirada
hacia el mar, viviréis unos minutos (horas tal vez, dependiendo de la compañía)
realmente relajantes. Oia, Santorini y el Egeo os seducirán con su cálida
puesta de sol. Sentaros en un pequeño muro de piedra, despejad vuestra cabeza
de problemas y dejaros llevar…
Una vez haya aparecido la luna para dar brillo a la
oscuridad, podéis recorrer las laberínticas calles de Oia para descubrir sus
comercios y cenar en uno de los restaurantes que ofrecen amplias y variadas
ofertas gastronómicas. Y una de las opciones más interesantes en este sentido
es acercarse hasta el pequeño puerto de Armani, justo debajo de Oia, en el que
los pescadores venden su mejor género a los restaurantes que se ubican en este
idílico rincón. Para los que hayáis ido a coger color, tenéis varias playas que
pondrán cómodas tumbonas a vuestro alcance para relajarse entre tan bellos
paisajes. La arena volcánica de Kamari, Perissa y Perivolos pueden dar calidez
a vuestro descanso, si bien las igualmente espectaculares Playa Roja y Playa
Blanca pondrán al Mar Egeo a vuestros pies. Unas aguas que podréis navegar a
bordo de una inmensa variedad de veleros que organizan diversos recorridos alrededor de
la isla o incluso rutas por las islas cercanas. Una de las más populares es la
que os lleva hasta la caldera del volcán. Las cristalinas aguas del Mediterráneo
pueden ser escenario también de infinidad de actividades acuáticas, como el
submarinismo, con las cuales se pueden conocer mejor la fauna y flora del
ecosistema isleño. Eso ya depende de vuestro presupuesto. El nuestro, por
desgracia, al igual que nuestro viaje, ya se acababa, así que nos tuvimos que conformar
con disfrutar de nuevo de las vistas de la costa de Santorini. Con nuestro
cafecito recién hecho y nuestro donut, nos sentamos en un muro con vistas, y
disfrutamos del amanecer. Y ese momento fue aún más mágico que el atardecer del
día anterior… hasta que empezaron a llegar las hordas de turistas, que
desembarcaban en lanchas en el puerto, donde les esperaban los burritos que les
transportarían, camino arriba, hasta el centro de Oia, a través de una
pronunciada y estrecha pendiente. Si queréis encontraros a solas con Santorini,
madrugad un poco, antes de que abran los comercios y lleguen los cruceristas, y
podréis respirar y sentir la magia primigenia de la isla. Otras visitas de la isla podrían ser Firostofani, Immerivigli o Pyrgos. Los pueblos son, básicamente muy parecidos. Todos, con sus características casas blancas con puertas y ventanas azules, y sus iglesias bizantinas igual de blancas, son balcones naturales que miran hacia el mar. Pero no por ello dejan de ser atractivos y apetecibles para la vista. Pyrgos, en el interior, posee una interesante fortaleza medieval veneciana del siglo XIII.
Para los amantes del arte, hay numerosos museos a su
disposición, aunque, en mi opinión, el de Akrotiri, que visitamos, es el más
atractivo y destacado. Es una preciosa y valiosísima muestra del arte y la vida
minoica que os hechizará. Como hablaré de esta antigua y misteriosa civilización
aquí abajo, sólo os diré que se conservan casas enteras, y unos frescos
realmente preciosos y muy bien conservados, cuyo color y estilo nos fascinaron.
Una visita que no os debéis perder.



THERA, LA ERUPCION QUE CAMBIÓ NUESTRA HISTORIA.
La inquietud e iniciativa del ser humano ha logrado que el
hombre haya evolucionado y haya conseguido grandes logros para nuestra especie.
Sin embargo, no son pocos los que profetizan con el pasado, convencidos de que
otras civilizaciones, ya desaparecidas, nos hubieran llevado hasta un futuro
más próspero y prometedor para la humanidad.
Y en esos sueños remotos, aparece, de forma recurrente, un
misterioso pueblo, poderoso y tremendamente inteligente, que sigue
cautivándonos desde que el filósofo griego Platón lo mencionó en unos escritos
allá por el año 360 a.C. La Atlántida estaba destinada a dominar el mundo, pero
fue engullida hacia el fondo de los mares por esa Tierra que trataba de hacer
suya. La mayoría de los creyentes en este mítico continente sostiene esta
teoría: la de un gran desastre natural que sepultó a los atlantes para siempre.
No nos atrae la posibilidad geológica de encontrar un nuevo
continente, ni de hallar una antigua civilización, sino de revelar un lugar mágico
donde se esconden nuestros dioses. ¿Es la Atlántida el Monte Olimpo de la Era
Moderna? Hace poco se descubrió que debajo de Nueva Zelanda hay una gran
porción de tierra de la que formaría parte el país oceánico. Esta noticia, a
pesar de salir en medios de comunicación, no ha tenido, a mi entender, gran
relevancia más allá de la comunidad científica. Nuevos homínidos (el hombre de
Flores o el de Denisova) así como antiguas culturas (a las que todavía ni
siquiera se ha dado nombre), aparecen en nuestra historia en los últimos años.
Sin embargo, buena parte de la población desconoce su existencia. ¿Quién no ha
oído hablar de la Atlántida? El misterio de algo que todavía es una mera
hipótesis transporta a nuestro cerebro al recuerdo de los grandes exploradores
que descubrieron esas civilizaciones de las que tanto se hablaban. El mito y la
leyenda son excelentes anfitriones para nuestras fascinaciones y expectativas.
Y cuando aquellos se materializan, la imaginación se hace a un lado, y el sueño
se desvanece…
Ya hablé de este apasionante tema (la Atlántida) en una
entrada anterior. Así que ahora me gustaría atraer vuestra atención hacia otro
pueblo que, posiblemente, llevó el mismo camino que los “fantasmas atlantes”. A
través de su historia descubriremos que ninguna civilización, por muy poderosa
que sea, puede reinar para siempre. Porque, la historia, como la vida, se
compone de ciclos, y los ciclos se acaban tarde o temprano. Y porque nunca
habrá un líder más fuerte que la naturaleza…
Un escritor dijo que si el pueblo minoico no hubiera sufrido
la ira del volcán de Thera (Santorini), en la época de Jesucristo la gente hubiera estado viendo la televisión. Así se imaginaba él (haciendo “historia ficción”)
el desarrollo de la raza humana, con los minoicos en la cúspide intelectual y dominando
nuestra tecnología.
Gracias a la persistencia e intuición del arqueólogo
británico Arthur Evans, que descubrió y dio nombre a esta civilización a
finales del siglo XIX, conocemos hoy un poco mejor a este pueblo mediterráneo.
Y digo sólo un poco porque da la sensación de que todavía queda mucho por
averiguar, ya que los hallazgos nos van dejando un pequeño rastro de lo que
podría ser el camino hacia la gran biblioteca del conocimiento minoico.
Los científicos, con los objetos y datos que manejan, creen
que no debió de ser un pueblo guerrero, y que basaba su economía en el
comercio, dando por seguro de que se trataba de una civilización asombrosamente
desarrollada y muy posiblemente, técnicamente superior a sus vecinos
mediterráneos. Un pueblo destinado a ejercer una hegemonía intelectual en toda
su zona de influencia.
Pero, ¿qué destruyó el brillante futuro que aguardaba a los minoicos? Pues Santorini… O más bien el volcán que destrozó esta preciosa isla en el año 1628 a.C. Con una fuerza devastadora (4 veces más potente que el Krakatoa en 1883, cuyos cielos de fuego pudieron inspirar a Munch para su famosa obra El grito), la explosión bien pudo cambiar el clima del planeta. En esta tormenta de lava, ceniza y escombros, varias zonas cercanas sufrieron daños severos. Pero lo que realmente pudo provocar la mayor destrucción fueron los terremotos que precedieron a la erupción y la serie de tsunamis posteriores que arrasaron todo lo que encontraron a su paso. Un camino en el que se encontraba Creta y su civilización minoica.
Está demostrado que la erupción de Santorini no acabó con el
pueblo minoico, ya que se encontraron pinturas de esta cultura datadas en años
posteriores a la catástrofe, pero sí fue el principio del fin. Debilitados, no
pudieron superar el golpe, y las desastrosas consecuencias del estallido de la
caldera para su economía les condenaron a la desaparición, que según algunos
estudiosos la provocó la invasión de los hititas o bien los micénicos, o
incluso hay quien apuesta por otro terremoto que podía haber tenido lugar años
más tarde (la región es una de las zonas sísmicas más activas del planeta), y
que a pesar de no tener la notoriedad del de Santorini, sí fue suficiente para
acabar con los “atlantes del Mediterráneo”.









