domingo, 17 de diciembre de 2017

ECUADOR - Galápagos (1) - Charles Darwin, el origen de las especies.


ECUADOR - GALÁPAGOS


Isla Bartolomé

Hay una pequeña porción de tierra, perdida entre las inmensas aguas del Océano Pacífico, donde el hombre es sólo un animal más. Un ser vivo que convive con aves, reptiles y peces, sin que éstos se sientan amenazados por su mera presencia. En estas pequeñas islas alejadas del continente americano, las especies, libres de depredadores, han evolucionado al margen del resto del mundo. Es por ello por lo que las personas podemos acercarnos hasta estos animales sin que las criaturas apenas se muevan unos centímetros para dejarnos paso y no entorpecer nuestra marcha.



Pelícano 
Las Galápagos son un mundo y aparte. Una tierra en la que se nos invita a conocer el hogar de una increíble comunidad de animales, que nos regalan la mejor de las invitaciones, un asiento en primera fila para disfrutar del espectáculo de la vida, desde un sillón privilegiado.

Sí, es cierto que iguanas, tortugas gigantes y leones marinos, entre otros, estarán a dos metros de vuestra cámara. Y sólo la recomendación de no acercaros más os impedirá tocarlos. Las maravillosas playas salvajes están repletas de iguanas marinas, que toman el sol placenteramente antes de darse un chapuzón en las cristalinas aguas del Pacífico. Las gigantes tortugas terrestres recorren, en busca de pasto, las húmedas tierras altas, a las que llegan atravesando carreteras, e incluso superando las aceras de las poblaciones si hace falta. Peatones y conductores deben evitar molestarlas en su camino hacia el alimento. Y los lobos marinos juguetean con los “snorkelistas” bajo el agua cuando no están echando la siesta encima de un banco o en medio del embarcadero.
Iguana marina tomando el sol

Ésta es la recompensa con la que se premia al viajero que hace el esfuerzo, tanto físico como económico, de llegar hasta tan remoto lugar. Porque sí, la exclusividad de ver la naturaleza desde el punto de vista del “hombre invisible” tiene un precio bastante alto. De no ser así, tal vez esa magia que sólo encontramos en las Galápagos, hace tiempo hubiera dejado de emanar. Los altos precios (casi prohibitivos para un turista medio), y los cupos de visitantes, hacen que este paraíso pueda conservarse todavía casi virgen. De modo que mi primer consejo, antes de partir, sería que aumentarais el límite de vuestra tarjeta de crédito. Es posible que los servicios que obtengáis por vuestros pagos en hoteles, restaurantes y excursiones no sean de la calidad que esperáis a cambio de los dólares que dais. Pero hay que situarse… No se debe apreciar lo que pagas, sino dónde lo pagas. Pero hablar de dinero es un poco feo cuando nos encontramos en un lugar tan extraordinario. De todas formas, si habéis llegado hasta Ecuador, hay, como siempre, una forma más económica de disfrutar de las Galápagos, renunciando a muy poco. No hace falta gastarse 9000 euros en un crucero de una semana, ni cientos de euros en excursiones de media jornada. Acompañadme a descubrir el último espacio del planeta donde el hombre es sólo un animal más…


Tortuga gigante en la finca del Chato, Santa Cruz

Sin duda, las islas Encantadas (así las bautizaron los españoles), son el hito turístico por excelencia de este pequeño, pero diverso, país andino. Teniendo en cuenta todos los ecosistemas que nos esperaban en este espectacular trozo de tierra sudamericano, nos hubiera dado pena no conocer esos otros rincones que muestran la interesante historia y geografía ecuatoriana. Es evidente que 15 días no dan para abarcar toda la región, así que tuvimos que sacrificar la costa y la selva profunda (penetramos en el Amazonas). Básicamente nos ceñimos a la llamada Avenida de los Volcanes, y a las inmediaciones de la Amazonía. Y todo esto a bordo de un Chevrolet Spark sin dirección asistida y cuyo tamaño mini nos obligó a utilizar los asientos de atrás como maletero, ya que la segunda bolsa no cabía en el compartimento habilitado para ella. A pesar de todo, el cochecillo se portó (en las cuestas íbamos a ritmo de una persona andando, ya que la altitud le hacía perder la poca potencia que tenía), y superó todos los desniveles y carreteras de gravilla (la del Cotopaxi en muy mal estado) sin sufrir ningún daño. Aunque esa etapa ocupará otra entrada…

Volvamos a las islas que inspiraron a Darwin para escribir su Origen de las Especies. Nosotros, a diferencia del célebre naturalista británico, que pasó 5 semanas estudiando la fascinante fauna de las islas, sólo pudimos disfrutarlas 5 días (6 en realidad).

Opuntias, Santa Cruz

Antes de encarar este increíble archipiélago, pueden asaltarte cientos de dudas a la hora de organizar tu viaje. Qué islas visitar, dónde asentar tu base, precios y disponibilidad de las excursiones… Habrá opiniones para todo, pero nosotros recomendaríamos aterrizar en Santa Cruz, ya que en esta isla existen multitud de opciones de alojamiento, de actividades, de excursiones, y de animales. Si no podéis fotografiar allí el espécimen que queréis, tendréis acceso a él desde esa isla. Puerto Ayora, la ciudad más grande, es un agradable puerto que conquista al viajero con su ambiente. Y aunque parezca que en las Galápagos todo cuesta el triple que en cualquier parte del mundo, en Puerto Ayora te puedes escapar de esos precios, disfrutando, por ejemplo, en restaurantes locales, de la misma calidad culinaria, o más, que en los destinados a turistas, por 4-5 dólares el menú, en lugar de los 20-30. Y lo mismo ocurre con los alojamientos.

Atardecer en Isla Isabela

Después de un exhaustivo control de equipaje, gracias al cual se evita que penetren especies invasoras que puedan dañar el ecosistema de las islas, y de pagar los 120 dólares de entrada, aterrizamos en la isla de Baltra (Santa Cruz), donde las Galápagos ya nos mostraban su peculiar paisaje. Un terreno seco, adornado con numerosos cactus, que asombrosamente cambiaba a los pocos kilómetros, tras los cuales aparecía una exuberante vegetación, en un ambiente húmedo y permanentemente cubierto por niebla y nubes. Parece increíble que se trate de la misma isla. Es en estas tierras altas donde las famosas tortugas gigantes arrastran torpemente su caparazón para acceder a los ricos pastos que esta parte de la isla les ofrece. Pero no tuvimos que esperar a llegar a ellos para ver el primer ejemplar de este magnífico animal. Llegando a Puerto Ayora, pudimos observar desde el autobús a una tortuga gigante paseando por la acera como un vecino más de la ciudad.
Paseando por la ciudad, Puerto Ayora, Santa Cruz

Lo primero que hicimos al llegar a Puerto Ayora, arrastrando todavía nuestro equipaje, fue sacar los billetes de lancha a la isla de Isabela, puesto que teníamos reservado allí la noche de hotel del día siguiente. Después de asegurarnos el trayecto, buscamos una agencia (hay muchas) para reservar las excursiones de día que habíamos programado. Realmente habíamos pensado en tres (una para cada día que nos quedaba en Santa Cruz), pero los precios nos recordaron que nuestros humildes trabajos no daban para tanto viaje. Había que sacrificar una, y la elegida fue Plaza Sur. Analizando lo que ofrecía una y otra, al final no sufrimos tanto por la pérdida, teniendo en cuenta lo que disfrutamos más adelante en Santa Cruz. No hay mal que por bien no venga. El paisaje volcánico de Bartolomé debía estar sí o sí bajo nuestras botas. Y la increíble variedad de aves que habitan en el pequeño islote de Seymour Norte no podía escaparse de nuestro objetivo fotográfico. Como os dije al principio de este artículo, las opciones desde esta isla son inmejorables. Floreana, San Cristobal, Pinzón… todas las islas visitables son accesibles desde Santa Cruz. Y por supuesto, allí también se pueden contratar cruceros de varios días para acceder a las islas más remotas. Dicen que es lo mejor para aprovechar el tiempo, aunque particularmente se me haría un poco pesado estar metido en un barquito 5 o 6 días. Es cuestión de preferencias, y dinero, por supuesto. Si os sobran 1500 euros, o 9500 si queréis un poco más de lujo, pues el mar es vuestro. Y estos viajes de varios días en barco ofertan muchas plazas de última hora con descuentos, a diferencia de las excursiones de día, que como ya veremos, están más solicitadas.


Habíamos leído en algún blog que sin reservar con antelación podían conseguirse las excursiones fácilmente al llegar. Nuestra experiencia en noviembre, que es temporada media, justo después del verano del hemisferio norte y antes de la temporada alta en Galápagos, es que no os confiéis demasiado. Nosotros conseguimos billetes (salíamos 2-3 días después) gracias a que el dueño de la agencia Cucaracha(recomendable), que se encuentra en el mismo puerto (es como un quiosquito) parecía tener algún contacto más que el resto en las que preguntamos, porque todas nos decían que no había plazas para ninguna isla hasta una semana más tarde. Por fortuna pudimos colocarnos y disfrutar de dos días maravillosos.


Lagarto de las Galápagos

Después de respirar por haber podido conseguir las excursiones, no podíamos esperar más para ver a estos animales prehistóricos en libertad, así que fuimos a todo correr hasta nuestro hotel para dejar las maletas. Habíamos reservado una habitación con vistas al mar en el Estrella de Mar, pero en este viaje los hoteles siempre guardan alguna sorpresa desagradable. Nuestras vistas al maravilloso Océano Pacífico se borraron de golpe al entrar en nuestra habitación. En su lugar, apareció un muro de ladrillo que emparedaba nuestra estancia. Después de nuestras incesantes quejas, accedieron a darnos una triple, desde donde, al menos, veíamos un pequeño jardín en el que holgazaneaban las iguanas marinas. Eso, y los 20 dólares que nos descontaron (tras insistir mucho), arregló un poco la situación. Pero lo que definitivamente nos quitó el cabreo fue ir hasta la Finca El Chato (5 dólares la entrada). A pesar de la fina lluvia, que lejos de molestar, dio a la experiencia un toque aún más salvaje y prehistórico, fue el momento más emocionante de nuestra aventura por las Galápagos. Y no sólo por ver a decenas de tortugas gigantes campando a sus anchas, totalmente ajenas a nuestra presencia, sino por nuestro encuentro con una pequeña lechuza que habitaba en uno de los túneles de lava del rancho. Con toda la fauna rara que habita en las Galápagos, ¿y un pequeño búho te proporcionó el momento más mágico?, os preguntaréis. Pues sí. A pesar de que un cartel te avisa de su presencia, como pudimos corroborar más tarde intercambiando opiniones con otros viajeros, la lechuza campanario no era fácil de ver. Y nosotros tuvimos la enorme fortuna de observarla en solitario y en silencio durante un buen rato, en el que esta preciosa ave nos estudiaba, posada en su roca, como si ella estuviera descubriendo nuestra especie.


Lechuza campanario, túneles de lava de la finca El Chato, Santa Cruz

El recorrido circular está sembrado de tortugas, a las que no se debe molestar. A pesar de estar dentro de un rancho privado, son salvajes, y ellas eligen las fincas con mejores pastos para alimentarse, de modo que, aunque estén en terrenos vallados particulares, no son de nadie. Ellas están protegidas y pueden andar por donde les plazca. Si queréis verlas en libertad, acercaros sin dudarlo a este lugar, porque es el mejor sitio para observarlas. Si tenéis suerte, y apenas hay gente, os sentiréis como en el Jurásico entre estos gigantes de más de 200 kilos.

Tortugas gigantes en libertad, rancho El Chato



El domingo cogíamos la lancha rápida (salen 07.00h y 14.30h) para ir a la Isla de Santa Isabela. El trayecto es duro, y no sólo para el estómago. La espalda y las cervicales se resentirán a causa de los botes que pega el barco. Es como si en cada uno de ellos aterrizara sobre asfalto en vez de agua. Íbamos en la parte de delante (después entendimos por qué los primeros que entraron se quedaban en la popa y no se iban educadamente hacia el fondo para dejar entrar a los demás), y a pesar de que el mar estaba en calma, fuimos las dos horas de viaje agarrándonos al asiento como si fuera la silla de montar de un toro mecánico de feria. Fue un viaje bastante duro, así que, si hace falta, pegaros y echad a la gente por la borda para quedaros atrás, aún a riesgo de que os mojéis un poco más. En serio, hay mucha diferencia.

Puesta de sol en Puerto Villamil, isla Isabela

El pequeño infierno en la lancha de fibra mereció la pena. Isabela es una isla mucho más pausada y tranquila (puede que incluso demasiado), que sus vecinas Santa Cruz y San Cristóbal. A pesar de ser la más grande en tamaño, apenas 2000 personas viven allí durante todo el año. Los pocos kilómetros de caminos no están asfaltados, y los vecinos así lo quieren para preservar el ambiente de la isla. Pero el turismo, más escaso, ya empieza a seducir a sus habitantes, que ya están recogiendo firmas para que el gobierno les construya un aeropuerto internacional para facilitar la llegada de turistas (hay uno diminuto en el que aterrizan pequeñas avionetas). Conscientes de que los vuelos hasta allí son caros y de que el trayecto en lancha es tedioso, creen que un aeródromo con capacidad para que aterricen aviones a reacción revitalizaría la economía de una isla, en la que, por ejemplo, toda el agua potable que se consume llega en barco desde Santa Cruz. Y nosotros comprobamos esta curiosidad cuando, por la mañana (no muy temprano) intentamos tomar un café en el mercado municipal (1 dólar, por 4 de los restaurantes para turistas), y tuvimos que sentarnos en el tercer puesto, porque en los dos anteriores todavía no había llegado el agua.






Cuando llegas al pequeño embarcadero, y después de pagar otros 10 dólares por entrar a la isla (yo creía que con los 120 del aeropuerto ya te incluía todo), ya te das cuenta del ambiente de aldea que se respira en Isabela. Y de que incluso, los animales de esta isla son más “pachorros” que los de Santa Cruz. Nada más desembarcar, tendréis que esquivar a los leones marinos que echan la siesta en medio de las pasarelas de madera y sortear las iguanas marinas que permanecen como estatuas atravesadas en el camino, camuflándose con la tierra oscura del suelo volcánico.




Playa en Puerto Villamil, Isabela








Puerto Villamil, la capital de la isla, y donde desembarcamos, es tan pequeña que no necesitas taxi para moverte por ella. El Hotel Soleil es una buena opción económica para alojarse. En la misma playa (la arena entra a la terraza) podéis alojaros por unos 50 euros. Nuestra intención en la isla era visitar el volcán Sierra Negra. Junto con las tintoreras (donde decenas de tiburones se agolpan en unos túneles de mar), es la excursión más popular en Isabela. La isla tiene varios volcanes, pero la mayor parte de su territorio es inaccesible, ya que no hay carreteras. Aún así, hay varios lugares que vale la pena visitar.


De vuelta a casa después de comer. Camino del Muro de las Lágrimas, isla Isabela


Muro de las Lágrimas, Isabela
Con los planes ya organizados, nos echamos atrás con el volcán Sierra Negra. Habíamos leído que estaba muy bien, pero viendo fotos, nos preguntábamos si aquella experiencia nos iba a ofrecer algo emocionante. Acabábamos de visitar unos volcanes maravillosos en Ecuador, ascendiendo hasta los glaciares del Cotopaxi a 5200 metros de altura. ¿Nos aportaría algo nuevo el Sierra Negra? ¿Merecería la pena gastarse otros 60 dólares después de lo que habíamos visto? Decidimos que no… En su lugar recorrimos un precioso camino que llevaba hasta el Muro de las Lágrimas, una pared de 100 metros, donde se acumulan rocas volcánicas, que los presos del antiguo penal fueron forzados a construir. El sendero, que lleva más de tres horas, es muy ameno, ya que encontraréis tortugas gigantes, iguanas, leones marinos y fragatas volando, entre otros muchos animales. Atravesaréis playas, zonas volcánicas y senderos flanqueados por unos cactus gigantes llamados opuntias. Hay un mirador desde donde se puede observar el mar y gran parte de la isla. El recorrido es muy bonito. Si no os gusta andar, es típico el alquiler de bicicletas para descubrir este precioso entorno.





Recuento de ejemplares de tortugas en el centro de Isabela


La mañana siguiente la empleamos en hacer otra caminata que partía desde el Hotel Iguana Crossing. En la Laguna Villamil, al lado del hotel, se pueden ver preciosos flamencos y aves zancudas alimentándose en la charca, mientras las iguanas marinas (estos bichos parece que siempre están tomando el sol) descansan en las rocas que sobresalen del agua. La pasarela de madera atraviesa la laguna y el camino continúa hasta el centro de crianza de tortugas, donde jóvenes voluntarios se afanan en cuidar a los ejemplares de tortugas gigantes recogidos de todas las islas. La entrada es gratuita, y puedes pasear alrededor de los recintos viendo especímenes de varias edades, tamaños y procedencia. Resulta increíble descubrir que prácticamente en cada zona, en cada “barrio”, en cada volcán de las diferentes islas, estos animales han evolucionado de forma diferente, dando origen a decenas y decenas de subespecies. Cuando las tienes frente a ti, es relativamente sencillo distinguirlas por la forma del caparazón, de la cabeza… y por el letrero de la puerta. Aunque el Centro de interpretación de Darwin, del que luego os hablaré, es más didáctico, éste de Isabela nos pareció más interesante en cuanto al cuidado y variedad de las tortugas. Parecía mejor puesto. Y las tortugas daban sensación de estar más despiertas y alegres. Desgraciadamente, los perros, gatos y otros animales domésticos que trajeron los colonos han diezmado gravemente la población local de tortugas, así que esta iniciativa pretende salvar las subespecies, recogiendo ejemplares en estos centros, donde se reproducen. Allí están 4-5 años antes de volver a su hábitat, aunque no todos lo hacen. Por desgracia para ellos, algunos ejemplares deben quedarse para asegurarse la subsistencia de la especie.

Tortuga destinada a alimento en un barco
Los marineros que arribaron a las Galápagos durante el siglo XVII, aparte de introducir ratas, cerdos y cabras que redujeron la población de tortugas gigantes, dieron caza a estos torpes animales, que, indefensos, no podían escapar del ser humano. Cuando se dieron cuenta de que las tortugas podían pasar hasta un año entero sin comer, no dudaron en meterlas boca arriba en las bodegas de sus barcos para poder alimentarse con carne fresa durante los largos viajes de vuelta a Europa. Piratas y balleneros se comieron a más de 200.000 ejemplares entre 1700 y 1860, y la agricultura introdujo plantas como la guayaba o la mora, afectando así al hábitat de este reptil, que en otra época, antes de la llegada del hombre, abundaba en estas islas. Pero no sólo en Galápagos. Toda la Tierra, excepto la Antártida, estaba poblada por este animal, que incluso superaba en tamaño a la especie que conocemos hoy día.

En las Galápagos, a pesar de conservarse apenas del 10 % de su población original, es donde mantiene su último reducto (en el Atolón de Aldabra, en el Índico, también se pueden ver) en nuestro planeta, el reptil terrestre más grande que puebla nuestra tierra. A pesar de que este archipiélago les ofreció refugio, estas tortugas eran originarias, como todas las especies de las islas (las iguanas, por ejemplo, proceden de América Central y los leones marinos de California), del continente americano, en concreto, de Chile. Hace 3 millones de años fueron arrastradas en grandes balsas de vegetación hacia las Galápagos, donde se asentaron y evolucionaron de manera diferente, lejos del alcance del hombre.

Esa bonita mañana acabaría en un agradable paseo por el malecón, donde observamos a las omnipresentes iguanas marinas, que, aunque siempre aparezcan amontonadas en grupos, no es que les guste mucho vivir en sociedad. Se juntan para regular su temperatura corporal. Junto a ellas, coloridos cangrejos rojos o zapayas, correteaban y saltaban por la roca volcánica en busca de alimento. Con tiempo todavía antes de que saliera nuestra lancha de regreso a Puerto Ayora, disfrutamos de las magníficas y solitarias playas de Puerto Villamil, y nos dimos un paseíto por los manglares que rodean el embarcadero, donde los leones marinos se empeñaban en entorpecer nuestro paso, o nosotros, más bien, insistíamos en interrumpir su eterna siesta. Les daba igual tu presencia. Roncaban como si nada.



 Leones marinos echando la siesta en Puerto Villamil


La vuelta resultó un poco más placentera. Era el mismo barco, pero diferente sitio. Una señora suiza que conocimos a la ida, decidió volver en otra embarcación. Después, nos encontramos un par de veces más, y nos confirmó que no le había servido de nada el cambio. Lo pasó igual de mal. No es la barca, es el asiento, creedme.

De vuelta a Puerto Ayora, habíamos escogido otro hotel para nuestra segunda etapa (menos mal).  Mi Caletta Inn fue todo un acierto. No tenía vistas al mar (con una noche nos bastaba para oír las olas), pero el personal y la habitación fueron de 10. El chico de recepción muy amable, nos despejó cualquier duda y nos facilitó mucho las cosas. Las 4 noches, con una cocina entera para nosotros, por unos 200 euros.


Famoso pináculo de Bartolomé

Tocaba madrugar para nuestra primera excursión. El destino era la imagen por excelencia de las Galápagos, el islote de Bartolomé, con su característico y famoso pináculo, que se ha convertido en todo un icono de las islas. El autobús pasaba a recogernos a las 06.45h en el hotel. Las 07.15h y no llegaba. Se me pasaba por la cabeza la idea de que nos pudieran haber estafado, pero afortunadamente, 5 minutos más tarde llegó el transporte. Suele ocurrir, así que no os pongáis nerviosos. Depende de la ruta, puede que vuestro hotel sea el último, y que haya que esperar por algún pasajero que se ha dormido.

Pequeña garza en Santiago
El King Marine, igual de grande que las lanchas que unen las islas, nos llevaría hasta nuestro destino. Pasando por Daphne Mayor y Daphne Menor, en cuyos acantilados se observaban los nidos de distintas especies de aves, llegamos en 1´30h a la isla de Santiago, donde desembarcamos en Bahía Sullivan bajo la atenta mirada de una pequeña garza, que nos recibe con un manjar en su pico, un gran saltamontes que acababa de cazar y que aún pataleaba. A pesar de encontrarse en pleno almuerzo, se acercó a nosotros para curiosear a los nuevos visitantes. Bajo nuestros pies, un rio de lava que se solidificó hace más de un siglo. Allí, un guía naturalista nos explica los diferentes tipos de lava, de plantas y fauna que se han adaptado a ese entorno que parece muerto a ojos del ser humano. Así llegamos a una magnífica playa, que en otro tiempo fue refugio de bucaneros, y que hoy día es un paisaje tan bello como solitario, donde puedes pasear y bañarte, o hacer snorkel en sus tranquilas aguas de color azul turquesa. Enfrente, el pináculo de Bartolomé se muestra imponente ante nosotros.

Playa en la isla de Santiago, con Bartolomé al fondo

Pingüino en Bahía Sullivan, Santiago
Después de una comida en el barco, nos acercamos a tierra firme. Antes de pisar el islote de Bartolomé, un par de pingüinos, lobos de mar y piqueros patiazules se asoman cerca de Bahía Sullivan. Una vez en tierra, ascendemos por el árido terreno, bajo un sol intenso, hasta el mirador. La imagen es sublime. Se ve el pináculo, entre dos bonitas playas, con las islas Marchena y Pinta (de donde procedía el solitario Jorge) al fondo. A un lado, un cono volcánico llamado Sombrero Chino, decora esta inolvidable vista. Tenemos suerte y el día está despejado. La guía nos contó que la jornada anterior no se veía nada. Con este magnífico recuerdo volvemos a Puerto Ayora. La travesía es más tranquila, ya que el barco va más despacio que las lanchas. Hay café a bordo, y tanto el desayuno, como la comida y la merienda están incluidos en el precio (175 euros).


Bartolomé 

En el grupo de 14 personas había varios españoles. Una chica de Madrid, pero que vivía en Jerez, muy aficionada al buceo, dos mujeres de Guadalajara y Madrid que acabaron en Galápagos a última hora, y una pareja de Canarias que volvían dos años después de haber estado en este increíble rincón del mundo. Es un lugar único, pero me sorprendió que repitieran tan pronto. Aunque había un motivo de peso… Aprovechando la boda del hermano de él, la pareja decidió regresar para completar su estancia de dos años atrás. Ella, en un mal paso, se cayó de tres metros de altura, y tuvo que ser evacuada en avioneta de Isabela. Tuvo suerte, y aunque perdió el olfato por culpa del golpe y se rompió un montón de huesos, afortunadamente no sufrió lesiones más graves. Lejos de llevarse mal recuerdo por aquel accidente, volvió feliz, ya que su novio le pidió matrimonio (menos mal que no perdiste la memoria), y que mejor que celebrarlo en las Galápagos. Debió ser muy sonado, porque allí, hasta nuestra guía recordaba el percance. Si me leéis, espero que hayáis visitado lo que os quedó pendiente, y que no te hayas dado otro golpe je, je.

Islote Bartolomé

Una vez en puerto, damos un paseo nocturno por la agradable ciudad (la más grande de las Galápagos con 18.000 habitantes) y compramos nuestro pan de maíz, que nos había enganchado desde que lo probamos.

El siguiente día, que habíamos planificado para Plaza Sur, fue uno de los más gratificantes. No pudimos visitar esta diminuta isla en la que anidan muchas especies de pájaros en el filo de sus acantilados. Aún así, creo que salimos ganando con el cambio (el que no se consuela es porque no quiere). En Seymour Norte, que visitaríamos un día después, pudimos observar a todas esas aves, y a cambio, descubrimos unas playas y unos paisajes impresionantes en Santa Cruz, que, de otra forma, no hubiéramos tenido tiempo de disfrutar. Pero eso os lo contaré en el siguiente capítulo…

Os embarco en el Beagle con Darwin…


CHARLES DARWIN - EL ORIGEN DE LAS ESPECIES

Charles Darwin

“Si el ojo trata de seguir el vuelo de una llamativa mariposa, se extravía ante un árbol o fruta extraños. Si uno observa un insecto, se olvida de la rara flor sobre la que se arrastra.”


Charles Darwin
Con esta interesante apreciación, el científico Charles Darwin quiso captar la atención del público sobre los magníficos paisajes que se abrían al paso del HMS Beagle. A finales de 1831, el bergantín de la Marina Real Británica efectuaba su segundo viaje hacia tierras sudamericanas para cartografiar y estudiar las costas del nuevo continente. A bordo del buque, se hallaba un joven naturalista que se había embarcado en tan apasionante aventura con la intención de aprender algo más sobre la naturaleza de nuestro planeta, aunque se topó con algo que cambiaría su vida para siempre. Algo que daría un vuelco a las teorías de la creación.



El joven Darwin comenzó sus estudios de medicina en la Universidad de Edimburgo, pero la salud humana no le sedujo lo suficiente como para hacer de ésta su forma de vida. Enseguida se sintió atraído por la geología y por las ciencias naturales en general.

HMS Beagle


Con 22 años, se embarcó en el Beagle a las ordenes del comandante Robert Fitzroy. Su labor consistiría en hacer investigaciones geológicas y recopilar especímenes animales, mientras el resto de la tripulación medía corrientes marinas y cartografiaba la costa. No recibía salario alguno por su trabajo, pero ello no le impidió dedicar todos sus esfuerzos a su gran pasión, que a la postre le proporcionaría fama mundial.



Hombre de tierra, sufría continuos mareos en el barco, por lo que pasó grandes temporadas lejos del mar durante el viaje que duró cinco años. En sus incursiones entró en contacto con numerosos pueblos indígenas de la región, con los que entabló buena relación, y de los que pudo aprender. Viendo que muchos de ellos eran esclavizados, condenó esta práctica, que aborrecía.

Recorrido del Beagle por las Galápagos


Al llegar a las costas de Brasil, el naturalista se quedó prendado de los paisajes que la naturaleza le brindaba. Observando la selva llena de vida animal, Darwin todavía no se replanteaba la creación divina. A sus ojos, esas criaturas tan bellas y complejas, sólo podían ser obra de Dios, el arquitecto que diseñaba a todos los seres vivos.



Pero en su ruta hacia el sur, hay un punto exacto en el que la mente librepensadora de Darwin comienza a dudar de la taxativa explicación de la creación de nuestro planeta, que hasta entonces nadie osaba discutir a la iglesia cristiana. A orillas del Rio de la Plata, entre Argentina y Uruguay, encontró esqueletos de perezosos gigantes y armadillos prehistóricos ya extintos. Comparándolos con sus descendientes vivos, empezó a cuestionarse por qué estas especies se extinguieron y surgieron otras parecidas después.



Acompañado de los guanches se internó en la Patagonia, donde pudo observar diferentes especies de ñandúes, que no hicieron más que alimentar su curiosidad. Por primera vez, estaba cuestionándose la posibilidad de que los animales se desarrollaran de forma distinta dependiendo del entorno en el que habitaran. Desarrollando su idea sólo dentro de su cabeza, él seguía mandando informes a la Universidad de Cambridge, mientras el Beagle seguía circundando el cono sur americano. En argentina y Chile, donde fue testigo del terremoto de Concepción, pudo encontrar numerosos fósiles y material para sus estudios. En Inglaterra, su maestro Henslow, ya se estaba encargando de dar notoriedad y prestigio a los trabajos geológicos de Darwin.



Observando especies de pájaros que no podían volar, se cuestionaba la utilidad de sus alas y por qué el creador les habría dotado de extremidades tan inútiles. Pero en cuanto vio bucear a un pingüino, remar a un pato y correr a un avestruz, gracias a esas alas, no tardó en comprender que esos animales estaban perfectamente adaptados a su entorno. No necesitaban volar para sobrevivir.

Pinzón hembra


En las islas Galápagos, Darwin pudo reunir un sinfín de animales para su estudio, que confirmaron su nueva teoría de la evolución. Le llamaron especialmente la atención los pinzones, unos pequeños pájaros cuyo pico variaba según qué alimento consumieran (sangre, semillas, insectos, etc…). Y reparó en que los ruiseñores seguían el mismo patrón. Pero no sólo las aves estaban desconcertando al biólogo, también las tortugas gigantes (a las que llegó a comer), también presentaban diferente aspecto dependiendo de en que lugar del archipiélago habitaran. Al contrario de lo que pudiera pensar mucha gente, su estancia en las islas no fue tan prolongada ni determinante para su teoría de las especies. Pasó 5 semanas allí, y el espacio que dedica a las islas ecuatorianas en su obra más famosa, no supera el 1% de todo su contenido. No fueron la bombilla que iluminó su idea, pero sí supuso la confirmación definitiva de ésta.

El origen de las especies
Con sus creencias religiosas sobre la creación totalmente devastadas, Darwin no se atrevió a publicar sus hallazgos. Quizás el poder de la iglesia o quizás el miedo a que sus colegas científicos le dieran la espalda, le impidió revelar su teoría. Completó la vuelta al mundo visitando Australia o Sudáfrica, donde quedo asombrado de la fauna y pueblos de estas tierras. A su regreso a Inglaterra, siendo ya un personaje conocido, ganó aún más celebridad al publicar sus diarios de viaje en el Beagle. Resulta curioso que se hiciera famoso con obras que hoy muchos no conocen, antes de publicar su obra cumbre, por la que hoy en día se le recuerda.

Salón de la casa de Darwin en Inglaterra

Apartado del bullicio de la capital británica, prosiguió con sus estudios en su casa de campo, mezclando especies de animales y plantas. No fue hasta 20 años después de su viaje cuando abrió el cajón de su escritorio y desempolvó los tomos de su Origen de las especies, revolucionando así el pensamiento científico de la época. Hoy en día, la selección natural que propuso Darwin es ampliamente aceptada por todos, aunque como en su época, es inevitable que ciertas comunidades cristianas se opongan a ella.
 
Charles Darwin

Cuando Darwin falleció en Kent en 1882, se le dio un funeral de Estado, que en el siglo XIX sólo se le fue concedido a otras cuatro personalidades que no pertenecieran a la realeza. Su cuerpo descansa junto al de Isaac Newton en la Abadía de Westminster, pero sus teorías todavía perduran en la ciencia del siglo XXI.