ECUADOR - GALÁPAGOS
Hay una pequeña porción de tierra, perdida entre las
inmensas aguas del Océano Pacífico, donde el hombre es sólo un animal más. Un
ser vivo que convive con aves, reptiles y peces, sin que éstos se sientan
amenazados por su mera presencia. En estas pequeñas islas alejadas del
continente americano, las especies, libres de depredadores, han evolucionado al
margen del resto del mundo. Es por ello por lo que las personas podemos
acercarnos hasta estos animales sin que las criaturas apenas se muevan unos centímetros
para dejarnos paso y no entorpecer nuestra marcha.
Pelícano |
Sí, es cierto que iguanas, tortugas gigantes y leones
marinos, entre otros, estarán a dos metros de vuestra cámara. Y sólo la
recomendación de no acercaros más os impedirá tocarlos. Las maravillosas playas
salvajes están repletas de iguanas marinas, que toman el sol placenteramente
antes de darse un chapuzón en las cristalinas aguas del Pacífico. Las gigantes
tortugas terrestres recorren, en busca de pasto, las húmedas tierras altas, a
las que llegan atravesando carreteras, e incluso superando las aceras de las
poblaciones si hace falta. Peatones y conductores deben evitar molestarlas en
su camino hacia el alimento. Y los lobos marinos juguetean con los
“snorkelistas” bajo el agua cuando no están echando la siesta encima de un
banco o en medio del embarcadero.
Iguana marina tomando el sol |
Ésta es la recompensa con la que se premia al viajero que
hace el esfuerzo, tanto físico como económico, de llegar hasta tan remoto
lugar. Porque sí, la exclusividad de ver la naturaleza desde el punto de vista
del “hombre invisible” tiene un precio bastante alto. De no ser así, tal vez
esa magia que sólo encontramos en las Galápagos, hace tiempo hubiera dejado de
emanar. Los altos precios (casi prohibitivos para un turista medio), y los
cupos de visitantes, hacen que este paraíso pueda conservarse todavía casi
virgen. De modo que mi primer consejo, antes de partir, sería que aumentarais
el límite de vuestra tarjeta de crédito. Es posible que los servicios que
obtengáis por vuestros pagos en hoteles, restaurantes y excursiones no sean de
la calidad que esperáis a cambio de los dólares que dais. Pero hay que
situarse… No se debe apreciar lo que pagas, sino dónde lo pagas. Pero hablar de
dinero es un poco feo cuando nos encontramos en un lugar tan extraordinario. De
todas formas, si habéis llegado hasta Ecuador, hay, como siempre, una forma más
económica de disfrutar de las Galápagos, renunciando a muy poco. No hace falta
gastarse 9000 euros en un crucero de una semana, ni cientos de euros en excursiones
de media jornada. Acompañadme a descubrir el último espacio del planeta donde
el hombre es sólo un animal más…
Tortuga gigante en la finca del Chato, Santa Cruz |
Sin duda, las islas Encantadas (así las bautizaron los
españoles), son el hito turístico por excelencia de este pequeño, pero diverso,
país andino. Teniendo en cuenta todos los ecosistemas que nos esperaban en este
espectacular trozo de tierra sudamericano, nos hubiera dado pena no conocer
esos otros rincones que muestran la interesante historia y geografía
ecuatoriana. Es evidente que 15 días no dan para abarcar toda la región, así
que tuvimos que sacrificar la costa y la selva profunda (penetramos en el
Amazonas). Básicamente nos ceñimos a la llamada Avenida de los Volcanes, y a
las inmediaciones de la Amazonía. Y todo esto a bordo de un Chevrolet Spark sin
dirección asistida y cuyo tamaño mini nos obligó a utilizar los asientos de
atrás como maletero, ya que la segunda bolsa no cabía en el compartimento
habilitado para ella. A pesar de todo, el cochecillo se portó (en las cuestas
íbamos a ritmo de una persona andando, ya que la altitud le hacía perder la
poca potencia que tenía), y superó todos los desniveles y carreteras de
gravilla (la del Cotopaxi en muy mal estado) sin sufrir ningún daño. Aunque esa
etapa ocupará otra entrada…
Volvamos a las islas que inspiraron a Darwin para escribir
su Origen de las Especies. Nosotros,
a diferencia del célebre naturalista británico, que pasó 5 semanas estudiando
la fascinante fauna de las islas, sólo pudimos disfrutarlas 5 días (6 en
realidad).
Opuntias, Santa Cruz |
Antes de encarar este increíble archipiélago, pueden
asaltarte cientos de dudas a la hora de organizar tu viaje. Qué islas visitar,
dónde asentar tu base, precios y disponibilidad de las excursiones… Habrá
opiniones para todo, pero nosotros recomendaríamos aterrizar en Santa Cruz, ya
que en esta isla existen multitud de opciones de alojamiento, de actividades,
de excursiones, y de animales. Si no podéis fotografiar allí el espécimen que
queréis, tendréis acceso a él desde esa isla. Puerto Ayora, la ciudad más
grande, es un agradable puerto que conquista al viajero con su ambiente. Y
aunque parezca que en las Galápagos todo cuesta el triple que en cualquier
parte del mundo, en Puerto Ayora te puedes escapar de esos precios,
disfrutando, por ejemplo, en restaurantes locales, de la misma calidad
culinaria, o más, que en los destinados a turistas, por 4-5 dólares el menú, en
lugar de los 20-30. Y lo mismo ocurre con los alojamientos.
Atardecer en Isla Isabela |
Después de un exhaustivo control de equipaje, gracias al cual
se evita que penetren especies invasoras que puedan dañar el ecosistema de las
islas, y de pagar los 120 dólares de entrada, aterrizamos en la isla de Baltra
(Santa Cruz), donde las Galápagos ya nos mostraban su peculiar paisaje. Un
terreno seco, adornado con numerosos cactus, que asombrosamente cambiaba a los
pocos kilómetros, tras los cuales aparecía una exuberante vegetación, en un
ambiente húmedo y permanentemente cubierto por niebla y nubes. Parece increíble
que se trate de la misma isla. Es en estas tierras altas donde las famosas
tortugas gigantes arrastran torpemente su caparazón para acceder a los ricos
pastos que esta parte de la isla les ofrece. Pero no tuvimos que esperar a
llegar a ellos para ver el primer ejemplar de este magnífico animal. Llegando a
Puerto Ayora, pudimos observar desde el autobús a una tortuga gigante paseando por
la acera como un vecino más de la ciudad.
Paseando por la ciudad, Puerto Ayora, Santa Cruz |
Lo primero que hicimos al llegar a Puerto Ayora, arrastrando
todavía nuestro equipaje, fue sacar los billetes de lancha a la isla de
Isabela, puesto que teníamos reservado allí la noche de hotel del día
siguiente. Después de asegurarnos el trayecto, buscamos una agencia (hay
muchas) para reservar las excursiones de día que habíamos programado. Realmente
habíamos pensado en tres (una para cada día que nos quedaba en Santa Cruz),
pero los precios nos recordaron que nuestros humildes trabajos no daban para
tanto viaje. Había que sacrificar una, y la elegida fue Plaza Sur. Analizando
lo que ofrecía una y otra, al final no sufrimos tanto por la pérdida, teniendo
en cuenta lo que disfrutamos más adelante en Santa Cruz. No hay mal que por
bien no venga. El paisaje volcánico de Bartolomé debía estar sí o sí bajo
nuestras botas. Y la increíble variedad de aves que habitan en el pequeño
islote de Seymour Norte no podía escaparse de nuestro objetivo fotográfico. Como
os dije al principio de este artículo, las opciones desde esta isla son
inmejorables. Floreana, San Cristobal, Pinzón… todas las islas visitables son
accesibles desde Santa Cruz. Y por supuesto, allí también se pueden contratar
cruceros de varios días para acceder a las islas más remotas. Dicen que es lo
mejor para aprovechar el tiempo, aunque particularmente se me haría un
poco pesado estar metido en un barquito 5 o 6 días. Es cuestión de
preferencias, y dinero, por supuesto. Si os sobran 1500 euros, o 9500 si
queréis un poco más de lujo, pues el mar es vuestro. Y estos viajes de varios
días en barco ofertan muchas plazas de última hora con descuentos, a diferencia
de las excursiones de día, que como ya veremos, están más solicitadas.
Habíamos leído en algún blog que sin reservar con antelación
podían conseguirse las excursiones fácilmente al llegar. Nuestra experiencia en
noviembre, que es temporada media, justo después del verano del hemisferio
norte y antes de la temporada alta en Galápagos, es que no os confiéis
demasiado. Nosotros conseguimos billetes (salíamos 2-3 días después) gracias a
que el dueño de la agencia Cucaracha(recomendable), que se encuentra en el
mismo puerto (es como un quiosquito) parecía tener algún contacto más que el
resto en las que preguntamos, porque todas nos decían que no había plazas para
ninguna isla hasta una semana más tarde. Por fortuna pudimos colocarnos y
disfrutar de dos días maravillosos.
Lagarto de las Galápagos |
Después de respirar por haber podido conseguir las
excursiones, no podíamos esperar más para ver a estos animales prehistóricos en
libertad, así que fuimos a todo correr hasta nuestro hotel para dejar las
maletas. Habíamos reservado una habitación con vistas al mar en el Estrella de
Mar, pero en este viaje los hoteles siempre guardan alguna sorpresa
desagradable. Nuestras vistas al maravilloso Océano Pacífico se borraron de
golpe al entrar en nuestra habitación. En su lugar, apareció un muro de ladrillo
que emparedaba nuestra estancia. Después de nuestras incesantes quejas,
accedieron a darnos una triple, desde donde, al menos, veíamos un pequeño jardín
en el que holgazaneaban las iguanas marinas. Eso, y los 20 dólares que nos
descontaron (tras insistir mucho), arregló un poco la situación. Pero lo que
definitivamente nos quitó el cabreo fue ir hasta la Finca El Chato (5 dólares
la entrada). A pesar de la fina lluvia, que lejos de molestar, dio a la
experiencia un toque aún más salvaje y prehistórico, fue el momento más
emocionante de nuestra aventura por las Galápagos. Y no sólo por ver a decenas
de tortugas gigantes campando a sus anchas, totalmente ajenas a nuestra
presencia, sino por nuestro encuentro con una pequeña lechuza que habitaba en
uno de los túneles de lava del rancho. Con
toda la fauna rara que habita en las Galápagos, ¿y un pequeño búho te
proporcionó el momento más mágico?, os preguntaréis. Pues sí. A pesar de
que un cartel te avisa de su presencia, como pudimos corroborar más tarde
intercambiando opiniones con otros viajeros, la lechuza campanario no era fácil
de ver. Y nosotros tuvimos la enorme fortuna de observarla en solitario y en
silencio durante un buen rato, en el que esta preciosa ave nos estudiaba,
posada en su roca, como si ella estuviera descubriendo nuestra especie.
Lechuza campanario, túneles de lava de la finca El Chato, Santa Cruz |
El recorrido circular está sembrado de tortugas, a las que
no se debe molestar. A pesar de estar dentro de un rancho privado, son
salvajes, y ellas eligen las fincas con mejores pastos para alimentarse, de
modo que, aunque estén en terrenos vallados particulares, no son de nadie.
Ellas están protegidas y pueden andar por donde les plazca. Si queréis verlas
en libertad, acercaros sin dudarlo a este lugar, porque es el mejor sitio para
observarlas. Si tenéis suerte, y apenas hay gente, os sentiréis como en el
Jurásico entre estos gigantes de más de 200 kilos.
Tortugas gigantes en libertad, rancho El Chato
|
El domingo cogíamos la lancha rápida (salen 07.00h y 14.30h)
para ir a la Isla de Santa Isabela. El trayecto es duro, y no sólo para el
estómago. La espalda y las cervicales se resentirán a causa de los botes que
pega el barco. Es como si en cada uno de ellos aterrizara sobre asfalto en vez
de agua. Íbamos en la parte de delante (después entendimos por qué los primeros
que entraron se quedaban en la popa y no se iban educadamente hacia
el fondo para dejar entrar a los demás), y a pesar de que el mar estaba en
calma, fuimos las dos horas de viaje agarrándonos al asiento como si fuera la
silla de montar de un toro mecánico de feria. Fue un viaje bastante duro, así
que, si hace falta, pegaros y echad a la gente por la borda para quedaros
atrás, aún a riesgo de que os mojéis un poco más. En serio, hay mucha
diferencia.
Puesta de sol en Puerto Villamil, isla Isabela |
El pequeño infierno en la lancha de fibra mereció la pena.
Isabela es una isla mucho más pausada y tranquila (puede que incluso
demasiado), que sus vecinas Santa Cruz y San Cristóbal. A pesar de ser la más
grande en tamaño, apenas 2000 personas viven allí durante todo el año. Los
pocos kilómetros de caminos no están asfaltados, y los vecinos así lo quieren
para preservar el ambiente de la isla. Pero el turismo, más escaso, ya empieza
a seducir a sus habitantes, que ya están recogiendo firmas para que el gobierno
les construya un aeropuerto internacional para facilitar la llegada de turistas
(hay uno diminuto en el que aterrizan pequeñas avionetas). Conscientes de que
los vuelos hasta allí son caros y de que el trayecto en lancha es tedioso,
creen que un aeródromo con capacidad para que aterricen aviones a reacción
revitalizaría la economía de una isla, en la que, por ejemplo, toda el agua
potable que se consume llega en barco desde Santa Cruz. Y nosotros comprobamos
esta curiosidad cuando, por la mañana (no muy temprano) intentamos tomar un
café en el mercado municipal (1 dólar, por 4 de los restaurantes para
turistas), y tuvimos que sentarnos en el tercer puesto, porque en los dos
anteriores todavía no había llegado el agua.
Cuando llegas al pequeño embarcadero, y después de pagar
otros 10 dólares por entrar a la isla (yo creía que con los 120 del aeropuerto
ya te incluía todo), ya te das cuenta del ambiente de aldea que se
respira en Isabela. Y de que incluso, los animales de esta isla son más
“pachorros” que los de Santa Cruz. Nada más desembarcar, tendréis que esquivar
a los leones marinos que echan la siesta en medio de las pasarelas de madera y sortear las
iguanas marinas que permanecen como estatuas atravesadas en el camino,
camuflándose con la tierra oscura del suelo volcánico.
Playa en Puerto Villamil, Isabela |
Puerto Villamil, la capital de la isla, y donde desembarcamos, es tan pequeña que no necesitas taxi para moverte por ella. El Hotel Soleil es una buena opción económica para alojarse. En la misma playa (la arena entra a la terraza) podéis alojaros por unos 50 euros. Nuestra intención en la isla era visitar el volcán Sierra Negra. Junto con las tintoreras (donde decenas de tiburones se agolpan en unos túneles de mar), es la excursión más popular en Isabela. La isla tiene varios volcanes, pero la mayor parte de su territorio es inaccesible, ya que no hay carreteras. Aún así, hay varios lugares que vale la pena visitar.
De vuelta a casa después de comer. Camino del Muro de las Lágrimas, isla Isabela |
Muro de las Lágrimas, Isabela |
Recuento de ejemplares de tortugas en el centro de Isabela
|
Tortuga destinada a alimento en un barco |
En las Galápagos, a pesar de conservarse apenas del 10 % de
su población original, es donde mantiene su último reducto (en el Atolón de
Aldabra, en el Índico, también se pueden ver) en nuestro planeta, el reptil
terrestre más grande que puebla nuestra tierra. A pesar de que este archipiélago
les ofreció refugio, estas tortugas eran originarias, como todas las especies
de las islas (las iguanas, por ejemplo, proceden de América Central y los
leones marinos de California), del continente americano, en concreto, de Chile.
Hace 3 millones de años fueron arrastradas en grandes balsas de vegetación
hacia las Galápagos, donde se asentaron y evolucionaron de manera diferente,
lejos del alcance del hombre.
Esa bonita mañana acabaría en un agradable paseo por el
malecón, donde observamos a las omnipresentes iguanas marinas, que, aunque
siempre aparezcan amontonadas en grupos, no es que les guste mucho vivir en
sociedad. Se juntan para regular su temperatura corporal. Junto a ellas,
coloridos cangrejos rojos o zapayas, correteaban y saltaban por la roca
volcánica en busca de alimento. Con tiempo todavía antes de que saliera nuestra
lancha de regreso a Puerto Ayora, disfrutamos de las magníficas y solitarias
playas de Puerto Villamil, y nos dimos un paseíto por los manglares que rodean
el embarcadero, donde los leones marinos se empeñaban en entorpecer nuestro
paso, o nosotros, más bien, insistíamos en interrumpir su eterna siesta. Les
daba igual tu presencia. Roncaban como si nada.
La vuelta resultó un poco más placentera. Era el mismo
barco, pero diferente sitio. Una señora suiza que conocimos a la ida, decidió
volver en otra embarcación. Después, nos encontramos un par de veces más, y nos
confirmó que no le había servido de nada el cambio. Lo pasó igual de mal. No es
la barca, es el asiento, creedme.
De vuelta a Puerto Ayora, habíamos escogido otro hotel para
nuestra segunda etapa (menos mal). Mi
Caletta Inn fue todo un acierto. No tenía vistas al mar (con una noche nos
bastaba para oír las olas), pero el personal y la habitación fueron de 10. El
chico de recepción muy amable, nos despejó cualquier duda y nos facilitó mucho las
cosas. Las 4 noches, con una cocina entera para nosotros, por unos 200 euros.
Famoso pináculo de Bartolomé |
Tocaba madrugar para nuestra primera excursión. El destino
era la imagen por excelencia de las Galápagos, el islote de Bartolomé, con su
característico y famoso pináculo, que se ha convertido en todo un icono de las
islas. El autobús pasaba a recogernos a las 06.45h en el hotel. Las 07.15h y no
llegaba. Se me pasaba por la cabeza la idea de que nos pudieran haber estafado,
pero afortunadamente, 5 minutos más tarde llegó el transporte. Suele ocurrir,
así que no os pongáis nerviosos. Depende de la ruta, puede que vuestro hotel sea
el último, y que haya que esperar por algún pasajero que se ha dormido.
Pequeña garza en Santiago |
Playa en la isla de Santiago, con Bartolomé al fondo |
Pingüino en Bahía Sullivan, Santiago |
Bartolomé |
En el grupo de 14 personas había varios españoles. Una chica
de Madrid, pero que vivía en Jerez, muy aficionada al buceo, dos mujeres de
Guadalajara y Madrid que acabaron en Galápagos a última hora, y una pareja de
Canarias que volvían dos años después de haber estado en este increíble rincón
del mundo. Es un lugar único, pero me sorprendió que repitieran tan pronto.
Aunque había un motivo de peso… Aprovechando la boda del hermano de él, la
pareja decidió regresar para completar su estancia de dos años atrás. Ella, en
un mal paso, se cayó de tres metros de altura, y tuvo que ser evacuada en
avioneta de Isabela. Tuvo suerte, y aunque perdió el olfato por culpa del golpe
y se rompió un montón de huesos, afortunadamente no sufrió lesiones más graves.
Lejos de llevarse mal recuerdo por aquel accidente, volvió feliz, ya que su
novio le pidió matrimonio (menos mal que no perdiste la memoria), y que mejor
que celebrarlo en las Galápagos. Debió ser muy sonado, porque allí, hasta
nuestra guía recordaba el percance. Si me leéis, espero que hayáis visitado lo
que os quedó pendiente, y que no te hayas dado otro golpe je, je.
Islote Bartolomé |
Una vez en puerto, damos un paseo nocturno por la agradable
ciudad (la más grande de las Galápagos con 18.000 habitantes) y compramos
nuestro pan de maíz, que nos había enganchado desde que lo probamos.
El siguiente día, que habíamos planificado para Plaza Sur,
fue uno de los más gratificantes. No pudimos visitar esta diminuta isla en la
que anidan muchas especies de pájaros en el filo de sus acantilados. Aún así,
creo que salimos ganando con el cambio (el que no se consuela es porque no
quiere). En Seymour Norte, que visitaríamos un día después, pudimos observar a
todas esas aves, y a cambio, descubrimos unas playas y unos paisajes
impresionantes en Santa Cruz, que, de otra forma, no hubiéramos tenido tiempo
de disfrutar. Pero eso os lo contaré en el siguiente capítulo…
Os embarco en el Beagle
con Darwin…
CHARLES DARWIN - EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
“Si el ojo trata de
seguir el vuelo de una llamativa mariposa, se extravía ante un árbol o fruta
extraños. Si uno observa un insecto, se olvida de la rara flor sobre la que se
arrastra.”
Charles Darwin |
El joven Darwin comenzó sus estudios de medicina en la Universidad
de Edimburgo, pero la salud humana no le sedujo lo suficiente como para hacer
de ésta su forma de vida. Enseguida se sintió atraído por la geología y por las
ciencias naturales en general.
Con 22 años, se embarcó en el Beagle a las ordenes del comandante Robert Fitzroy. Su labor
consistiría en hacer investigaciones geológicas y recopilar especímenes
animales, mientras el resto de la tripulación medía corrientes marinas y
cartografiaba la costa. No recibía salario alguno por su trabajo, pero ello no
le impidió dedicar todos sus esfuerzos a su gran pasión, que a la postre le
proporcionaría fama mundial.
Hombre de tierra, sufría continuos mareos en el barco, por
lo que pasó grandes temporadas lejos del mar durante el viaje que duró cinco
años. En sus incursiones entró en contacto con numerosos pueblos indígenas de
la región, con los que entabló buena relación, y de los que pudo aprender.
Viendo que muchos de ellos eran esclavizados, condenó esta práctica, que
aborrecía.
Al llegar a las costas de Brasil, el naturalista se quedó
prendado de los paisajes que la naturaleza le brindaba. Observando la selva
llena de vida animal, Darwin todavía no se replanteaba la creación divina. A
sus ojos, esas criaturas tan bellas y complejas, sólo podían ser obra de Dios,
el arquitecto que diseñaba a todos los seres vivos.
Pero en su ruta hacia el sur, hay un punto exacto en el que
la mente librepensadora de Darwin comienza a dudar de la taxativa explicación de
la creación de nuestro planeta, que hasta entonces nadie osaba discutir a la
iglesia cristiana. A orillas del Rio de la Plata, entre Argentina y Uruguay,
encontró esqueletos de perezosos gigantes y armadillos prehistóricos ya
extintos. Comparándolos con sus descendientes vivos, empezó a cuestionarse por
qué estas especies se extinguieron y surgieron otras parecidas después.
Acompañado de los guanches se internó en la Patagonia, donde
pudo observar diferentes especies de ñandúes, que no hicieron más que alimentar
su curiosidad. Por primera vez, estaba cuestionándose la posibilidad de que los
animales se desarrollaran de forma distinta dependiendo del entorno en el que
habitaran. Desarrollando su idea sólo dentro de su cabeza, él seguía mandando
informes a la Universidad de Cambridge, mientras el Beagle seguía circundando
el cono sur americano. En argentina y Chile, donde fue testigo del terremoto de
Concepción, pudo encontrar numerosos fósiles y material para sus estudios. En
Inglaterra, su maestro Henslow, ya se estaba encargando de dar notoriedad y
prestigio a los trabajos geológicos de Darwin.
Observando especies de pájaros que no podían volar, se
cuestionaba la utilidad de sus alas y por qué el creador les habría dotado de
extremidades tan inútiles. Pero en cuanto vio bucear a un pingüino, remar a un
pato y correr a un avestruz, gracias a esas alas, no tardó en comprender que
esos animales estaban perfectamente adaptados a su entorno. No necesitaban volar
para sobrevivir.
En las islas Galápagos, Darwin pudo reunir un sinfín de
animales para su estudio, que confirmaron su nueva teoría de la evolución. Le
llamaron especialmente la atención los pinzones, unos pequeños pájaros cuyo
pico variaba según qué alimento consumieran (sangre, semillas, insectos, etc…).
Y reparó en que los ruiseñores seguían el mismo patrón. Pero no sólo las aves
estaban desconcertando al biólogo, también las tortugas gigantes (a las que
llegó a comer), también presentaban diferente aspecto dependiendo de en que
lugar del archipiélago habitaran. Al contrario de lo que pudiera pensar mucha
gente, su estancia en las islas no fue tan prolongada ni determinante para su
teoría de las especies. Pasó 5 semanas allí, y el espacio que dedica a las
islas ecuatorianas en su obra más famosa, no supera el 1% de todo su contenido.
No fueron la bombilla que iluminó su idea, pero sí supuso la confirmación
definitiva de ésta.
El origen de las especies |
Salón de la casa de Darwin en Inglaterra |
Apartado del bullicio de la capital británica, prosiguió con sus estudios en su casa de campo, mezclando especies de animales y plantas. No fue hasta 20 años después de su viaje cuando abrió el cajón de su escritorio y desempolvó los tomos de su Origen de las especies, revolucionando así el pensamiento científico de la época. Hoy en día, la selección natural que propuso Darwin es ampliamente aceptada por todos, aunque como en su época, es inevitable que ciertas comunidades cristianas se opongan a ella.
Charles Darwin |
Cuando Darwin falleció en Kent en 1882, se le dio un funeral
de Estado, que en el siglo XIX sólo se le fue concedido a otras cuatro
personalidades que no pertenecieran a la realeza. Su cuerpo descansa junto al de Isaac Newton en la Abadía de Westminster, pero sus teorías todavía perduran en la
ciencia del siglo XXI.