BUDAPEST - SZENTENDRE
El domingo era nuestro último día en Budapest. Ya habíamos visitado todos los grandes monumentos de la ciudad, pero, aun así, esa mañana tocó madrugar de nuevo. ¿El motivo? Visitar el Museo Etnográfico al Aire Libre de Szentendre. A pesar de su pequeño tamaño, esta localidad, situada a unos 20 kilómetros de la capital, alberga numerosos museos y galerías de arte contemporáneo, presentándose así, como una alternativa ideal para una excursión de día desde Budapest.
En unos 40 minutos se puede llegar en tren hasta el centro,
desde donde un autobús te transporta hasta el Museo Etnográfico. Allí tendréis
la oportunidad de ver numerosas casas típicas húngaras, que posiblemente, si
vuestro viaje se ha cernido sólo a Budapest, no tendréis ocasión de disfrutar. En un
paisaje rural, os resultará una delicia admirar estas construcciones antiguas
(siglos XVII – XX), la misma que alegrará vuestro paladar al probar los ricos
dulces que podréis comprar en el recinto. Es ideal para visitar en familia, ya
que hay animales con los que se puede interactuar, numerosas actividades para
los niños y entretenidos bailes folclóricos en los que los cosacos pondrán el
toque de alegría al ambiente festivo, que ya de por sí se respira en este
agradable museo.

Después de comer un riquísimo gulash, volvimos a Budapest
para disfrutar de las últimas horas en la “perla del Danubio”. Había todavía
tiempo para visitar una curiosa iglesia rupestre excavada en la roca del Monte
Gellért. Es una sencilla capilla inspirada en el Santuario de Lourdes
(Francia), en cuyo interior podemos encontrar una copia de la virgen negra de
Czestochowa (Polonia) y una pintura hecha por Kolbe, un monje polaco que se
sacrificó para que un prisionero del campo de concentración de Austwitz, padre
de familia, conservara su vida. Custodiada por los padres paulinos, fue
clausurada durante el comunismo, y reabierta después de la caída del muro de
Berlín.
Nos quedaba alguna hora para acercarnos hasta el barrio judío y conocer la bella sinagoga, que se ha convertido en un importante punto de encuentro para esta comunidad. Del siglo XIX, es la más grande de Europa y la segunda del mundo. Hay un cementerio que no se puede visitar, pero vale la pena observar la fachada de este bello edificio, casi único vestigio que queda del gueto judío de la Segunda Guerra Mundial que ocupaba esta zona de Pest.
Si queréis disfrutar de una experiencia diferente y divertida, no hay nada más excitante que montarse en un autobús anfibio y meterse en el Danubio para darse una vueltita por la principal arteria de Budapest, observando sus bellas construcciones que se asoman al río.

Si queréis disfrutar de una experiencia diferente y divertida, no hay nada más excitante que montarse en un autobús anfibio y meterse en el Danubio para darse una vueltita por la principal arteria de Budapest, observando sus bellas construcciones que se asoman al río.
Budapest es una elección muy acertada si queréis disfrutar
de una ciudad llena de cultura, historia y una rica gastronomía. Ideal para
pasar tres o cuatro días en un centro compacto, donde todo está relativamente
cerca, o perfecta si vuestro viaje incluye otras dos joyas del Danubio, como
son Viena y Bratislava.
ELISABETH BATHORY, LA CONDESA VAMPIRA
Desde el principio de los tiempos, el hombre siempre ha
tenido dos anhelos: la inmortalidad y la riqueza (algunos cambiarían el orden).
A lo largo de la historia, los eruditos de todas las épocas han intentado, por
todos los medios, encontrar ese filón inacabable que nos colmará de opulencias.
Y cuando nos dimos cuenta de que la fortuna también era efímera, dejamos de
buscarla, para transformarla, empeñándonos en convertir metales en oro.
A pesar de haber despertado de ese codiciado sueño, la otra
aspiración, la vida eterna, sigue ocupando nuestros esfuerzos. Hoy en día, el
ser humano sigue detrás de esa utopía llamada inmortalidad. No sé si nos
hallamos en el camino de lograrla. Lo que sí estamos logrando, como los
antiguos alquimistas, es transformar el tiempo que nos lleva hacia ese final. Y
eso es lo que obsesionó a Elisabeth Bathory…
El precio de la eterna juventud… la sangre humana. La sangre
de centenares de inocentes jóvenes, que pagaron con sus vidas la sinrazón de
una noble que caminaba, sin retorno, hacia la vejez. Con 44 años, esta
aristócrata nacida en una de las familias más poderosas de la Transilvania del
siglo XVI, acababa de perder a su marido a raíz de una afección venida tras una
de las innumerables batallas en las que solía guerrear. Apodado el “Caballero
Negro de Hungría” por su fiereza en la lucha y sus métodos violentos, Ferenc no
torturaba sólo a sus enemigos. Compartía con su mujer la “afición” a castigar a
sus sirvientes también.
Viuda, Elisabeth se quedó a cargo del territorio que
gobernaba su marido, y expulsó a su suegra y a los criados de los que no se
fiaba, y se rodeó de un grupo de consejeros algo siniestros. Brujas y hechiceros
que le introdujeron en la magia roja. Rituales en los que se utilizaba sangre o
tejido humano, y en los que las prácticas sexuales tenían un papel importante.

Aquella fue la primera de una larga serie de víctimas (se
dice que hasta 650), cuya sangre rejuveneció a la ya anciana condesa. Durante
seis largos años, bebía y se bañaba en el plasma de chicas, convencida de que
así superaría al paso del tiempo. Aunque preocupante, la desaparición de las
jóvenes no era especialmente achacable al delirio inmortal de una asesina en
serie de la nobleza. En el año 1610, la mortalidad infantil era muy alta, y
nadie echaba de menos a unas centenares de muchachas pobres. Pero cuando ya no
había más plebeyas a las que desangrar, decidió sacrificar a las hijas de la
nobleza. Mujer culta, que dominaba varios idiomas, engatusó a los aristócratas
para que le confiaran la educación de sus hijas. Pero sus vástagos nunca
regresarían del castillo de Cachtice.
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Castillo de Cachtice |
La condesa, junto con sus colaboradores, fue arrestada, y en
un juicio al que, amparada en su título nobiliario, decidió no asistir, su
mayordomo y otros cómplices de asesinato fueron condenados a muerte (les
cortaron la cabeza y quemaron sus cuerpos). Las brujas, por el hecho de serlo,
ardieron vivas en la hoguera. Por su parte, Erzsébet, como realmente se
llamaba, fue recluida en una estancia de su castillo. Permaneció emparedada por
sus crímenes durante cuatro años, hasta que decidió dejar de comer. Sus tierras
fueron repartidas entre sus tres hijos, y su cuerpo, finalmente, sucumbió al
tiempo…