domingo, 5 de noviembre de 2017

HUNGRIA - Budapest (3) Szentendre - Elisabeth Bathory, la condesa vampira.


BUDAPEST - SZENTENDRE


El domingo era nuestro último día en Budapest. Ya habíamos visitado todos los grandes monumentos de la ciudad, pero, aun así, esa mañana tocó madrugar de nuevo. ¿El motivo? Visitar el Museo Etnográfico al Aire Libre de Szentendre. A pesar de su pequeño tamaño, esta localidad, situada a unos 20 kilómetros de la capital, alberga numerosos museos y galerías de arte contemporáneo, presentándose así, como una alternativa ideal para una excursión de día desde Budapest.





En unos 40 minutos se puede llegar en tren hasta el centro, desde donde un autobús te transporta hasta el Museo Etnográfico. Allí tendréis la oportunidad de ver numerosas casas típicas húngaras, que posiblemente, si vuestro viaje se ha cernido sólo a Budapest, no tendréis ocasión de disfrutar. En un paisaje rural, os resultará una delicia admirar estas construcciones antiguas (siglos XVII – XX), la misma que alegrará vuestro paladar al probar los ricos dulces que podréis comprar en el recinto. Es ideal para visitar en familia, ya que hay animales con los que se puede interactuar, numerosas actividades para los niños y entretenidos bailes folclóricos en los que los cosacos pondrán el toque de alegría al ambiente festivo, que ya de por sí se respira en este agradable museo.




Y antes de volver, nos dimos, como no, un paseo por esta bella ciudad, habitada por numerosos pintores, que le dan un aire bohemio encantador. Con sus casas de color pastel, sus calles empedradas y su arquitectura barroca, os sorprenderá el carácter mediterráneo que se respira en su ambiente. Tras expulsar a los otomanos, la ciudad se repobló con gente de los Balcanes (sobre todo serbios) y griegos, que implantaron su religión ortodoxa levantando bonitas iglesias en el siglo XVII y XVIII. No obstante, ya poco queda de aquella repoblación, puesto que apenas viven un centenar de serbios, y hoy en día, la mayoría de los habitantes de Szentendre son húngaros que abrazan el catolicismo. Lo que si perdura son las bonitas viviendas que los serbios construyeron a su llegada. Sin duda, merece la pena tomarse su tiempo para recorrer tranquilamente las adoquinadas avenidas de esta hermosa población para captar mejor el carácter medieval húngaro.


Después de comer un riquísimo gulash, volvimos a Budapest para disfrutar de las últimas horas en la “perla del Danubio”. Había todavía tiempo para visitar una curiosa iglesia rupestre excavada en la roca del Monte Gellért. Es una sencilla capilla inspirada en el Santuario de Lourdes (Francia), en cuyo interior podemos encontrar una copia de la virgen negra de Czestochowa (Polonia) y una pintura hecha por Kolbe, un monje polaco que se sacrificó para que un prisionero del campo de concentración de Austwitz, padre de familia, conservara su vida. Custodiada por los padres paulinos, fue clausurada durante el comunismo, y reabierta después de la caída del muro de Berlín.


Nos quedaba alguna hora para acercarnos hasta el barrio judío y conocer la bella sinagoga, que se ha convertido en un importante punto de encuentro para esta comunidad. Del siglo XIX, es la más grande de Europa y la segunda del mundo. Hay un cementerio que no se puede visitar, pero vale la pena observar la fachada de este bello edificio, casi único vestigio que queda del gueto judío de la Segunda Guerra Mundial que ocupaba esta zona de Pest.



Si queréis disfrutar de una experiencia diferente y divertida, no hay nada más excitante que montarse en un autobús anfibio y meterse en el Danubio para darse una vueltita por la principal arteria de
Budapest, observando sus bellas construcciones que se asoman al río.



Y saboreando un sabroso pastel cilíndrico llamado kurtos kalacs, el dulce más antiguo de Hungría, nos despedíamos de esta bella ciudad de Europa del Este. Invertimos nuestros últimos florines en comprar un condimento esencial en nuestra cocina, el pimentón (papryka), una especia que tiene merecida fama en esta región.


Budapest es una elección muy acertada si queréis disfrutar de una ciudad llena de cultura, historia y una rica gastronomía. Ideal para pasar tres o cuatro días en un centro compacto, donde todo está relativamente cerca, o perfecta si vuestro viaje incluye otras dos joyas del Danubio, como son Viena y Bratislava.


ELISABETH BATHORY, LA CONDESA VAMPIRA


Desde el principio de los tiempos, el hombre siempre ha tenido dos anhelos: la inmortalidad y la riqueza (algunos cambiarían el orden). A lo largo de la historia, los eruditos de todas las épocas han intentado, por todos los medios, encontrar ese filón inacabable que nos colmará de opulencias. Y cuando nos dimos cuenta de que la fortuna también era efímera, dejamos de buscarla, para transformarla, empeñándonos en convertir metales en oro.

A pesar de haber despertado de ese codiciado sueño, la otra aspiración, la vida eterna, sigue ocupando nuestros esfuerzos. Hoy en día, el ser humano sigue detrás de esa utopía llamada inmortalidad. No sé si nos hallamos en el camino de lograrla. Lo que sí estamos logrando, como los antiguos alquimistas, es transformar el tiempo que nos lleva hacia ese final. Y eso es lo que obsesionó a Elisabeth Bathory…

El precio de la eterna juventud… la sangre humana. La sangre de centenares de inocentes jóvenes, que pagaron con sus vidas la sinrazón de una noble que caminaba, sin retorno, hacia la vejez. Con 44 años, esta aristócrata nacida en una de las familias más poderosas de la Transilvania del siglo XVI, acababa de perder a su marido a raíz de una afección venida tras una de las innumerables batallas en las que solía guerrear. Apodado el “Caballero Negro de Hungría” por su fiereza en la lucha y sus métodos violentos, Ferenc no torturaba sólo a sus enemigos. Compartía con su mujer la “afición” a castigar a sus sirvientes también.

Viuda, Elisabeth se quedó a cargo del territorio que gobernaba su marido, y expulsó a su suegra y a los criados de los que no se fiaba, y se rodeó de un grupo de consejeros algo siniestros. Brujas y hechiceros que le introdujeron en la magia roja. Rituales en los que se utilizaba sangre o tejido humano, y en los que las prácticas sexuales tenían un papel importante.

Cierto día, una de las doncellas peinaba suavemente el cabello de la condesa, cuando pegó un pequeño tirón que hizo que su señora se revolviera de dolor. Instintivamente, la noble golpeó a la muchacha, provocándole sangre. El líquido de la vida le salpicó, y cuando observó que el trozo de piel sobre el que había caído parecía más joven y suave, ordenó degollar a la chica para bañar su cuerpo entero en una tina llena de sangre de la desafortunada criada.

Aquella fue la primera de una larga serie de víctimas (se dice que hasta 650), cuya sangre rejuveneció a la ya anciana condesa. Durante seis largos años, bebía y se bañaba en el plasma de chicas, convencida de que así superaría al paso del tiempo. Aunque preocupante, la desaparición de las jóvenes no era especialmente achacable al delirio inmortal de una asesina en serie de la nobleza. En el año 1610, la mortalidad infantil era muy alta, y nadie echaba de menos a unas centenares de muchachas pobres. Pero cuando ya no había más plebeyas a las que desangrar, decidió sacrificar a las hijas de la nobleza. Mujer culta, que dominaba varios idiomas, engatusó a los aristócratas para que le confiaran la educación de sus hijas. Pero sus vástagos nunca regresarían del castillo de Cachtice.

Castillo de Cachtice

Aquel fue el principio del fin de la “Condesa Vampira”. Los nobles sí reclamaban a sus hijas, y a pesar de la influencia de la familia Bathory, el rey Matias II de Hungría ordenó una investigación. Ya circulaban abundantes rumores sobre perversas prácticas en los intramuros del castillo, pero la huida de una chica alertó a los religiosos de la zona, que no dudaron en informar de tan macabros asesinatos a las autoridades.


A pesar de ser una señora feudal, la condesa no poseía ejército alguno para proteger sus posesiones, de modo que los soldados penetraron en la fortaleza sin oposición alguna. Y lo que se encontraron allí, les heló la sangre. Niñas atrapadas en aparatos de tortura en el patio, numerosas jóvenes perforadas y mutiladas que apenas se tenían en pie en los lúgubres calabozos del castillo, debilitadas por la falta de sangre que se les había sustraído, cadáveres semienterrados… Las escenas, a cual más macabra, se sucedían a cada paso que daban los militares. Cuenta la leyenda, que incluso la invasión de las dependencias concluyó en una habitación en la que Elisabeth Bathory estaba preparando uno de sus banquetes de sangre, con una adolescente a punto de ser descuartizada.



La condesa, junto con sus colaboradores, fue arrestada, y en un juicio al que, amparada en su título nobiliario, decidió no asistir, su mayordomo y otros cómplices de asesinato fueron condenados a muerte (les cortaron la cabeza y quemaron sus cuerpos). Las brujas, por el hecho de serlo, ardieron vivas en la hoguera. Por su parte, Erzsébet, como realmente se llamaba, fue recluida en una estancia de su castillo. Permaneció emparedada por sus crímenes durante cuatro años, hasta que decidió dejar de comer. Sus tierras fueron repartidas entre sus tres hijos, y su cuerpo, finalmente, sucumbió al tiempo…