Junio 2014
Puesta de sol en Maui |
Hawái nos manda imágenes de paradisiacas playas rodeadas de
palmeras, con cálidas y perfectas puestas de sol de fondo. Parejas de recién
casados agarrados de la mano paseando su amor con sus pies descalzos sobre la
fina arena. Hábiles y valientes surferos surcando las olas del agitado océano
Pacífico, y jóvenes en forma que lucen su escultural anatomía por las
avenidas cercanas a los arenales.
Todas estas percepciones son reales, pero afortunadamente
para mí (alguien que sólo disfruta andando un ratito por las playas solitarias),
este archipiélago ofrece varios de los paisajes montañosos y costeros más
espectaculares del mundo. Pero también cuenta una interesante historia que
captará vuestra atención.
"Nuestro" Ford Mustang |
Valle de Iao |
Kahakuloa Village |
Pasamos por Nakalele Point (una cavidad subterránea por
donde entra agua de mar para formar un geyser) , Kapalua y Kaanapali( zonas de
resorts) antes de llegar al bonito pueblo ballenero de Lahaina. Hay preciosos
edificios de finales del siglo XIX y principios del XX, entre los que destaca
el Pioneer Inn de 1901. Construido por un inglés que se enroló en la policía
montada de Canadá, este comprometido agente persiguió a un peligroso criminal
hasta Lahaina, donde se enamoró de una bella hawaiana, y decidió montar el
hospedaje.
Añadir leyenda |
Iglesia de Keawalai y playa de Makena |
La ruta sigue por Kihei hasta llegar a Makena, donde se
yergue la bonita iglesia de Keawalai. Con los Aerosmith y Scorpions sonando en
nuestro Mustang, llegamos a la espectacular Reserva Natural Ahihi Kinau, donde
observamos un siniestro paisaje volcánico provocado por la última erupción del
volcán Haleakala en 1970.
De vuelta a Kahului hacemos el check in en el Seaside Hotel.
Un consejo para el tema del alojamiento en Hawai: hay mucho turismo y los
hoteles se agotan enseguida, así que aseguraros de reservarlos todos con
antelación. Las islas son pequeñas, así que es fácil calcular vuestro
recorrido. En general son caros, y si esperáis mucho, se dispararán los
precios.
El siguiente día estaba destinado al Parque Nacional de
Haleakala (10 $ por coche). La ilusión por ver el volcán se iba apagando a
medida que ascendíamos hacia la cumbre. Bruma, nubes, ventisca… Tras un rato
esperando, el gigante no parecía querer asomarse. Decidimos bajar por la Kula
Highway y pararnos en Ulupalakua Ranch Store, una genuina tienda con decoración
vaquera en la que nos tomamos un café caliente y unas chocolatinas. Los
aficionados al vino podéis visitar la única bodega de Maui, los viñedos
Tedeschi. En Kaupo Store, de 1920, hacemos otra paradita antes de seguir
recorriendo el árido paisaje de la ladera del Haleakala, un auténtico desierto
de lava.
Cascadas Seven Sacred Pools |
Valle Wailua |
Y antes de volver al hotel, decidimos intentarlo de nuevo
con el Haleakala. Era una de los paisajes más espectaculares de la isla, y no
podíamos irnos sin verlo. De hecho, este enorme volcán pesó mucho en la
elección de Maui. Iniciábamos de nuevo el ascenso por la inclinada carretera
que sirve para que ciclistas y skaters hagan vertiginosos descensos
aprovechando la longitud y curvas que ofrece el tramo.
Mar de nubes y puesta de sol en Haleakala |
La climatología no había cambiado mucho desde nuestro primer
intento. Las nubes parecían encontrarse a gusto bajo las faldas de la montaña. Avanzábamos
entre la niebla suplicando al viento que se llevara esa cortina gris que nos
impedía disfrutar de aquel maravilloso paisaje. Pero nuestras plegarias no
parecían surtir efecto… hasta que, con la esperanza ya casi perdida, nuestros
focos se apagaron a los 3000 metros de altitud… la luz se hizo en la cima, y el
sol vespertino iluminó los cráteres volcánicos para que pudiéramos disfrutar de
un momento mágico. Entonces entendimos porqué la montaña se llamaba Haleakala
(Casa del Sol). El astro rey descansaba sobre la cumbre del volcán, dejando
bajo nuestros pies un precioso mar de nubes. Con un cráter de 34 kilómetros de
circunferencia y 914 metros de profundidad, los 3055 de altitud os requerirán
una chaqueta para el frío. Al borde de la caldera se ubica la Ciudad de la Ciencia, desde donde lanzan
rayos láser a la Luna, que impactan contra unos prismas colocados por los
astronautas en expediciones a nuestro satélite, para hacer estudios.
Volcán Haleakala |
CHARLES LINDBERG, DE HÉROE A VILLANO
Hay unas pocas personas en el mundo, que, gracias a sus
hazañas, son recordadas a lo largo de la historia como héroes de la humanidad.
Mucho antes de que Neil Armstrong pisara la Luna, otro introvertido y avezado
piloto fue recibido en honor de multitudes cuando culminó una proeza, que hasta
entonces, parecía imposible…
Charles Lindbergh |
Acróbatas del aire |
Tras estar un tiempo probando paracaídas, por fin, con 20
años, le llegó su bautismo como piloto. A pesar de que su ilusión era ser
ingeniero, convenció a sus padres para que le pagaran unas clases de vuelo, y
cuando ya dominaba los mandos de la aeronave, se hizo con un viejo avión de la
I Guerra mundial. Intentó seguir con su pasión dentro del ejército, pero pronto
le retiraron a la reserva con rango de capitán.
Lindbergh amaba volar, y lo haría donde fuera. Surgió la
oportunidad en el servicio de correos aéreo, donde buscaban pilotos ágiles y
con experiencia para repartir la correspondencia. Este trabajo resultaría, a la
postre, vital para su éxito. Volando día y noche, durante maratonianas jornadas
sin descanso, logró la destreza y la veteranía necesarias para afrontar el gran
reto que le aguardaba… cruzar el Atlántico en solitario y sin escalas.
Raymond Orteig, un empresario francés que hizo fortuna en
Nueva York, ofreció un premio de 25.000 dólares (unos 270. 000 dólares actuales)
para aquel que lograra unir la ciudad de los rascacielos y la capital de su
Francia natal, con un vuelo sin escalas. De esta forma quería fortalecer los lazos
entre los dos países. Algo parecido al efecto que provocó la Estatua de la Libertad.
Lindbergh aceptó el reto, y no tardó en ponerse manos a la obra para buscar
financiación para su proyecto. Necesitaba dinero para construir un avión capaz
de lograr tal hazaña, pero, ¿Dónde encontrarlo?... En San Luis. Había enseñado
a volar a muchos hombres poderosos de la ciudad de Misuri, e influyentes banqueros
y editores miembros de los masones le proporcionaron todo lo necesario para que
el sueño de Lindbergh despegara…
Parte frontal del Espíritu de St.Louis |
El Spirit of St Louis comenzó
a fabricarse en una antigua conservera de Los Ángeles que todavía olía a
pescado. El propio Lindbergh colaboró en el diseño y se mantuvo encima de los
mecánicos en cada paso del montaje. Uno de ellos, observando cómo Charles
montaba y desmontaba una y otra vez el motor del avión, le preguntó por ese
empeño… ¿Por qué eres tan obsesivo? le
preguntó… A lo que éste le respondió… Porque
no sé nadar.
Ese no era el mayor de sus problemas. El avión, incluso
montando el mejor motor que podía llevar, requería de una estructura ligera,
que a su vez no podía soportar mucho peso. Casi todo (excepto el depósito de
combustible) se recubrió de lona, y los focos se sustituyeron por una sencilla
linterna, se prescindió del paracaídas y de la radio, y sólo se llevó una
pequeña barca hinchable y un traje para el frío que el propio Lindbergh diseñó.
Hasta la comida se racionó. Cinco sándwiches y una botella de agua era todo el
alimento del que disponía para todo el trayecto. La mayor parte del espacio se
lo comió el combustible, que hizo que incluso la visión frontal del piloto se redujera
a mínimos.
Con este panorama encaraba Lindbergh su aventura. La fecha
del despegue se había fijado, aprovechando el buen tiempo. Pero la noche anterior,
el protagonista de esta epopeya no cerró los ojos en ningún momento, pensando y
repasando los últimos detalles del recorrido. Era la hora… el 20 de mayo de
1927 amanecía despejado en el aeropuerto Roosvelt de Long Island. El Ryan Nyp
encendía su motor y se deslizaba por la pista de tierra. Aceleraba, pero las
ruedas seguían en contacto con el suelo… con pequeños brincos, parecía que el
monoplano quería despegar, pero pesaba demasiado… Pasado el punto de no
retorno, si no alzaba el vuelo, los postes de luz acabarían con el tan seguido
acontecimiento antes de empezar… Pero a sólo 300 metros del final de la pista,
el Spirit of St.Louis remontó y cogió
altura, virando hacia el Atlántico ante los aplausos de los asistentes.
Torre Eiffel de París |
Su gesta ya era conocida en todo el mundo, y Nueva York le
recibió con un gran desfile propio del final de una gran guerra o de un paseo
presidencial. Invitado a dar giras por todo el país, incluso Hollywood le abrió
las puertas de sus estudios, aunque él lo rechazó. Todo de lo que se había
estado escondiendo durante toda su vida, ahora aparecía de golpe para alterar
su soledad e intimidad. Las nubes, que tan bien le habían resguardado de las
miradas humanas, le lanzaban, como a la lluvia, a los pies de los mortales.
Ser célebre no hacía feliz a Lindbergh. Viajando de un lado
para otro, conoció en México a la hija del embajador americano, Anne Morrow.
Introvertida como él, no tardaron en sentirse atraídos el uno por el otro, y en
contraer matrimonio. Poco después, nacería su primer hijo, al que bautizaron
con el mismo nombre que el héroe de América. Charles Lindbergh Jr. dormía plácidamente en su
cuna, cuando un hombre, con la ayuda de una escalera, logró colarse por la
ventana de la casa de los Lindbergh y llevarse al pequeño de año y medio. La
conmoción fue instantánea. La prensa de todo el mundo se hizo eco de la
noticia, y los medios americanos seguían los pasos de la investigación minuto a
minuto. Incluso Lindbergh, huidizo de la prensa, les proporcionó un video
casero donde se veía al niño, por si alguien pudiera reconocerle. La desesperación
hizo que pidiera ayuda a la mismísima mafia, que escuchó las súplicas de
Charles. Al Capone llegó a ofrecer 10.000 dólares por cualquier pista que
pudiera dar con el paradero del bebé. La angustia se acrecentó cuando llegó una
nota que pedía 50.000 euros por el rescate. Se entregó el dinero, pero no había
rastro del niño. Un mes más tarde aparecería el cuerpo del pequeño en un
bosque, descuartizado por las alimañas. El bebé había muerto el mismo día del
secuestro, cuando al delincuente se le calló de los brazos al bajar por la escalera.
Lindbergh, para evitar que la tumba de su hijo se convirtiera en una atracción
turística, esparció sus cenizas sobre el Atlántico.
Océano Atlántico |
Figura de un piloto aliado |
Escuadrón de cazas americanos II Guerra Mundial |
Iglesia Ho´omau, Hana. Tumba de Lindbergh |
Como legado, entre las muchas cosas que logró, nos dejó
también un Premio Pulitzer en 1954, que le fue otorgado por el relato de su
hazaña transoceánica que narró en El
espíritu de Saint Louis.
El Spirit of St.Louis en el Museo Nacional del Aire y el Espacio en Washington D.C |
Como anécdota, el famoso aviador tuvo que realizar un amerizaje de emergencia en la localidad cántabra de Santoña en noviembre de 1933 a causa de las malas condiciones climatológicas. En compañía de su mujer, salió del lago Constanza, que comparten Suiza y Alemania, con la intención de llegar a Lisboa en una de sus etapas de la vuelta al mundo. Pero su hidroavión, ante el asombro y alegría de los lugareños, se mantuvo varado en la bahía del pueblo cántabro durante dos días, hasta que el tiempo mejoró y pudo reemprender la marcha. Muy bien acogido, Lindbergh mandó una carta de agradecimiento al alcalde de la localidad por el buen trato recibido. Tal vez tengáis algún antepasado por aquellos lares que haya conocido en persona al mismísimo Charles Lindbergh.