domingo, 24 de septiembre de 2017

HAWAI (2) - KAUAI - James Cook, el sabueso de los mares del sur.

KAUAI


Panorámica del Cañón Waimea desde el Waimea Canyon Lookout
 

Sin duda alguna, Kauai es la isla más espectacular e indómita de todo el archipiélago hawaiano. Los paisajes que os encontraréis allí os dejarán con la boca abierta, bien porque simplemente os parecerán irreales (como el Cañón Waimea) o porque os resultarán tan bellos que no dejaréis de sentiros estremecidos ante tal obra de la naturaleza (como la costa Na Pali). Si dudáis cuántos días dedicar a cada isla, reservad unos cuantos para ésta, la más antigua, y sobre todo, no dejéis escapar la oportunidad de recorrer el Kalalau Trail. Sí, hay que estar en muy buena forma, pero si la vida sedentaria de la ciudad os ha agarrotado las piernas, ponedlas a hacer ejercicio. Entrenaos si hace falta (yo, pasivo desde hace años, estuve subiendo y bajando las escaleras de mi casa, un quinto piso, durante los 4 meses previos), ya que recordaréis esta experiencia durante toda vuestra vida. Es el trekking más impresionante que he realizado. La “Isla Jardín” os trasladará al paraíso…



Pero vayamos por orden…

Cañón Waimea
Tras bajarnos del avión de la Hawaian Airlines, recogimos nuestro coche en la oficina de alquiler y condujimos nuestro Ford Focus hasta el incomparable Cañón de Waimea. Lo cierto es que, a pesar de tenerlo marcado en nuestra ruta como un “punto gordo”, hay que topárselo de frente para conmoverse ante esta maravilla geológica. Como el Gran Cañón del Colorado, las fotografías no le hacen justicia en absoluto. Cuando dejas el coche en el parking y subes hasta el mirador, aparece un “holograma” de colores (verdes, rojizos, ocres) que se asoman y se esconden en cada requiebro del serpenteante desfiladero. Si pudiera extender más mi brazo, lo hubiera intentado tocar para ver si era real. Esa es la sensación que nos dio. Tan enigmático y misterioso, que hasta los animales parecen no resistirse a su magnetismo. Entre todos ellos, os resultará curioso el moa (no confundir con el avestruz gigante extinguido de Nueva Zelanda), el gallo autóctono de Kauai. A simple vista, no difiere mucho de un gallo de granja, pero esta ave salvaje tiene sus propias características, y una costumbre muy fea… canta las 24 horas del día. Hay dos versiones que explican esta proliferación de pollos. Una, que en 1992 un devastador huracán los liberó de las granjas, y en libertad, a falta de depredadores, se multiplicaron. Y otra, que los trabajadores de las plantaciones de azúcar los trajeron a la isla como alimento (y para peleas), y se escaparon. Sea como fuere, los hay pululando libremente por todas partes. Y por supuesto, en Waimea también. Durante el recorrido por este espectacular paisaje hay varias plataformas desde las que deleitarse con este prodigio de la naturaleza. Quizás las panorámicas más espectaculares las toméis en el Waimea Canyon Lookout y en el Puu O Kila Lookout. Eso sí, no os quedéis muy abstraídos en uno sólo, porque todos os proporcionarán unos momentos de meditación e introspección muy relajantes.

Waimea Plantation Cottagges
Y así, aletargados por la belleza de Waimea, llegamos a nuestro alojamiento, el Waimea Plantation Cottagges. Una delicia de casita, rodeada de palmeras, con un césped muy bien cuidado y con vistas al mar. El precio… 300 euros, pero nosotros la habíamos conseguido por 100 con los puntos de la tarjeta Travel Club. Os vuelvo a recordar que los hoteles son caros y se agotan pronto. El lugar es idílico. Es una casa colonial de antiguos azucareros, con cocina, porche, servicio de café… Para compensar el precio (para nosotros 100 euros sigue siendo un lujo) decidimos ir al supermercado a comprar la cena y preparárnosla en nuestra casa de campo. Pero antes de cocinar nos acercamos al pueblo para visitar al explorador James Cook. Una estatua recuerda su desembarco y últimos días de su vida en la isla. Os hablaré de él más tarde…

Cañón Waimea desde el Puu O Kila Lookout

Amanecemos el segundo día en Kauai. Mi compañera (ella sí que está en forma) se acerca haciendo footing (o running, que ahora es el término de moda) hasta un antiguo fuerte ruso, del que apenas queda nada. El bonito camino de tierra roja te lleva hasta este vestigio del imperio ruso del siglo XIX. Además de Alaska, que vendieron a los americanos en 1867 (lo que se estarán arrepintiendo ahora), Rusia tuvo protectorados en Kauai a finales del siglo XIX, cuando las islas todavía no pertenecían a Estados Unidos. Hawái no estaba unida bajo una misma bandera, y a lo largo de las islas se repartían las tierras diferentes reyes. Kamehameha I, El Grande trató de formar una sola nación uniendo todas las islas bajo su reino. Tras varios intentos de tomar Kauai por la fuerza, el rey sometió a Kaumuali´i, que se convirtió en su vasallo para evitar más derramamiento de sangre. Pero la rendición del soberano de Kauai no iba a ser definitiva. Contactó con los rusos, que se habían asentado en la isla para favorecer la ruta comercial con Alaska, y les pidió ayuda para librarse del yugo de Kamehameha. Pero éste no permitió que sus dominios, que tanto tiempo y esfuerzo le habían costado unir, se descompusieran.
Iglesia de Anahola

La mañana comenzaba en Hanapepe, el agradable pueblo que inspiró a la factoría Disney para su película “Lilo y Stitch”. Koloa es otra típica localidad azucarera que nos encantó. Hay una vieja tienda de 1900, perfectamente conservada, que fue el antiguo Hotel Koloa, donde se atendía a los comerciantes que venían a la ciudad.

Cascadas Wailua
Pasando bajo un túnel de árboles llegamos a las cascadas Wailua. Es una preciosa caída de agua con dos saltos gemelos que aparece en infinidad de postales. Kapaa es un pueblecito con el aspecto de una aldea del siglo XIX, en cuyos alrededores podéis disfrutar de la playa de los Burros, un solitario arenal donde antiguamente pacían los burros que trabajaban en las plantaciones de azúcar. Y Anahola, con su iglesia baptista construida en un bello entorno, bajo la protección de las verdes montañas que se yerguen a su espalda, fue un antiguo centro de surf. Atravesamos el Parque Estatal de Haena para llegar a Hanalei, donde fotografiamos la bonita fachada verde de la iglesia Wai´oli Hui´ia, y a la playa Kee, que con sus brillantes granos de arena dorados y su exuberante vegetación tropical, os invitará al baño, antes o después de recorrer el difícil y tortuoso camino de Kalalau. Aquí se acaba la carretera, y es el momento de decidir si nos adentramos 18 kilómetros hacia el aislado valle o nos relajamos en las aguas turquesas de Kee Beach, donde dice la leyenda que nació la famosa danza tradicional hawaiana Hula.

Iglesia de Wai´oli Hu´ia , Hanalei

Nosotros nos dimos la vuelta… para planear la ruta. El acercamiento hasta el comienzo de la senda era para tantear el terreno. En Hanalei nos informamos sobre vuelos de helicópteros y descubrimos las magníficas hamburguesas del Bubba Burguer, donde famosos personajes públicos americanos las cataron mucho antes que nosotros. De vuelta pasamos por “El gigante dormido”, una montaña con forma de hombre tumbado, y por Princeville, un antiguo rancho convertido en zona hotelera de lujo, donde los turistas más pudientes descansan en los alojamientos más exclusivos de las islas después de darse un chapuzón. Nosotros nos conformamos con dormir en Aston Aloha Beach Hotel de Wailua, que, aunque costaba 260 euros la noche, los puntitos Travel nos lo dejaron en 42 euros (vaya chollo). Antes, compramos las provisiones para el Kalalau Trail. Mi compañera sufre la sed de sangre de los mosquitos (bueno, “mosquitas”, que son ellas las que pican), y le acribillan las piernas, que van aumentando de volumen poco a poco. La fiebre hace acto de presencia… En vísperas de la gran marcha, la salud nos jugaba una mala pasada…


Hanalei

JAMES COOK


Suelo escribir este blog desde una mesa de madera en la que tengo una bola del mundo antigua. Me gusta darle vueltas de vez en cuando para soñar con visitar nuevos lugares… Y en este mapa que tantas y tantas veces he girado, hay dibujados, además de unas viejas brújulas y varios veleros de época, los bustos de algunos de los navegantes y exploradores más famosos de la historia. Peary, Magallanes, Vasco de Gama, Colón… y por supuesto, James Cook, que, en medio del océano Pacífico, mira hacia las costas de Nueva Zelanda que tan acertadamente cartografió.

Para la cultura anglosajona, Cook, fue el más grande explorador de todos los tiempos. Y méritos no le faltaban. No sólo descubrió y reclamó nuevos territorios para la corona británica, sino que también confeccionó mapas tan precisos que incluso se utilizaron durante bien entrado el siglo XX, 200 años después de la época de Cook. Con la tecnología de la que disponemos hoy en día, estos planos son increíblemente precisos si los comparamos con los que nuestros satélites nos enseñan desde el espacio. Héroe de guerra, también fue un excelente astrónomo, e incluso, posiblemente bajo la influencia de los científicos que llevaba a bordo en sus expediciones, se interesó profundamente por las ciencias naturales. Una vida tan apasionante como solitaria la que llevó este carismático hombre…

Estatua de Cook en Waimea
Nacido en los fríos páramos del norte de Inglaterra en 1728, en Yorkshire, James siempre tuvo una curiosidad natural por descubrir que es lo que había más allá de su vista. Tenía la peculiar costumbre de subir a colinas y pequeñas montañas para ver todo lo que le rodeaba. Hábito que mantuvo hasta su edad más adulta. Hijo de campesinos, y traído a la vida lejos del mar, nadie apostaría a que el pequeño Cook alcanzaría los honores y la gloria con los que años más tarde sería agasajado.

Cuando su familia se trasladó a la costa, empezó a trabajar para un armador cuáquero, que sería, a la postre, clave en su disciplina sobre los mares. Con 18 años, Cook, tímido y responsable, se embarcó en los robustos y versátiles cargueros de carbón, con los que recorrió medio mundo conocido. Su patrón le inculcó el orden, previniéndole sobre las prácticas sexuales y los abusos del alcohol y el juego. El joven aprendiz no se desvió ni un centímetro de sus obligaciones, y como premio a su trabajo y buen hacer, su tutor le ofreció un puesto de capitán. Pero él tenía otras ambiciones. Prefirió entrar como marinero raso en la armada británica, en la que dos años más tarde sería ascendido al mismo puesto con el que le había tentado su jefe. Dotado de una capacidad innata para la navegación y de un olfato extraordinario para oler nuevas tierras, Cook no sólo logró entrar en la marina (algo en aquella época, como hoy en día, tremendamente difícil si no tenías contactos), sino que, de forma fulgurante, logró su rango de oficial por méritos propios, y no gracias a influyentes amistades.


El conflicto con Francia estaba en su pleno apogeo, y Cook fue enviado a Canadá para combatir a las tropas francesas en la Guerra de los Siete Años. Inglaterra ya empezaba a formar su temible flota, que se convertiría en la más poderosa del planeta, y los territorios de Quebec eran tierras clave para el imperio británico. Allí Cook demostró su destreza como capitán e infligió severas derrotas a sus enemigos. Pero un golpe de fortuna iba a cambiar su vida para siempre…

Paseando por la playa de Kennington el día después de tomar un fuerte francés, se topó con un hombre (Holland) en el arenal, que parecía estar manejando un extraño instrumento. Se acercó a él y charlaron. El interés de Cook por la alidada, precursora del teodolito, originó una fuerte amistad entre aquellas dos personas al borde del mar. Se puede decir, que aquel momento fue clave en la vida de Cook. Se convirtió en uno de los personajes más célebres de la historia debido a un encuentro casual con un desconocido. Se dio cuenta de que podría usar aquel artefacto en sus cartas marinas, y así fue como perfeccionó los imprecisos y casi inservibles mapas de la época.

Su fama creció a medida que iba mapeando nuestro mundo. A pesar de la grandeza que sostenían sus hombros, él siguió demostrando una inusual modestia para un hombre de tanto éxito. La corona real le encomendó tareas, pero una en especial iba a obsesionarle durante el resto de su vida. Europa estaba sumergida en plena Ilustración y los eruditos tenían ansia de conocimiento. El desarrollo de este movimiento cultural e intelectual por parte de los políticos y la aristocracia de las principales potencias del viejo continente, inspiró importantes investigaciones y alentó innumerables expediciones, como en la que se vio envuelto Cook. El tránsito de Venus por delante del Sol permitiría a los astrónomos conocer la distancia de éste a la Tierra, y así guiar mejor a los marineros que se fiaban de las indicaciones de los “vigilantes” del cosmos. Tal fenómeno tendría lugar dentro de un año (y no volvería a repetirse hasta 100 después, de modo que no habría una segunda oportunidad). Ésta era la misión oficial que le encargo el almirantazgo a Cook (más tarde le desvelarían el auténtico propósito del viaje). Y con este fin preparó su barco y su tripulación. Pero el verdadero objetivo de aquella larga travesía era bien distinto…

Desde los mares del sur se oían cantos de sirena. Llegaban rumores de la posible existencia de un súper continente en el que aguardaban riquezas y prosperidad para aquel que lograra llegar hasta sus costas. Los ingleses esperaban encontrar otro “El Dorado”, otra América que les permitiera enriquecerse y convertirse en la primera potencia mundial como lo hizo el “Nuevo mundo” para los españoles.


Cook realizó dos largas travesías por el Pacífico en busca de ese gran trozo de tierra. Contactó con numerosas tribus de la polinesia (famosos por sus dotes para la navegación), donde conoció a un guía perfecto que les llevó hasta Nueva Zelanda y la costa oeste de Australia. Gracias al nativo, Cook pudo reclamar todos esos territorios (Australia ya había pisada por los holandeses y portugueses) para el imperio británico, pero el súper continente que buscaba no aparecía. El Endeavour regresó a Europa sin culminar su misión. Cook cartografió todo ese vasto territorio, pero no pudo satisfacer a su rey.

Con el Resolution navegó por la Antártida en su segunda aventura. Ya había dado la vuelta al mundo. Con seis hijos y esposa, apenas conocía a su familia. A muchos de sus vástagos no les vio nacer, ni morir. Apartado temporalmente de la mar, no aguantó mucho tiempo en tierra, y puso de nuevo rumbo a la Polinesia. Pero esta vez, acompañado de otro barco, el Discovery, se propuso atravesar el paso del noroeste. En su camino encontró unas islas misteriosas en las que decidió parar para abastecerse. Para entonces, el comprensivo y respetado capitán ya era un hombre más irascible e impaciente, que generaba dudas entre su propia tripulación. Tal vez los fuertes dolores intestinales y estomacales que sufría, y los largos periodos en alta mar hicieron mella en su carácter. Y tal vez ese cambio en su personalidad le originó una muerte tan absurda e injusta para un héroe de la época.


Los nativos que entraban en contacto con las expediciones de Cook le recibían con los brazos abiertos. Excepto los aborígenes australianos, más distantes y desconfiados del hombre blanco, los autóctonos polinesios confraternizaron muy bien con los nuevos visitantes. Cook dejó por escrito la alta estima y admiración que profesaba sobre todas estas tribus, a las que incluso trató de proteger de las malas costumbres de sus hombres. Pero también sabía que, con su llegada, traía numerosas enfermedades que estaban diezmando a esta población.


Cuando avista las costas de Hawái, Cook da vueltas y vueltas con los barcos durante seis semanas ante la estupefacción de su tripulación, que no recibe explicación alguna ante tal desconcertante maniobra. Una vez decide penetrar en la bahía de Waimea, los pobladores locales reciben a los europeos al grito de “Lono, Lono”, en honor al dios de la fertilidad y la paz hawaiano. Unos explican esta acogida porque piensan que los habitantes de Kauai creían que Cook era ese dios, ya que el día anterior habían celebrado una ceremonia en su honor, pero lo más probable es que fuera un recibimiento “diplomático” que le otorgaron en gesto de hospitalidad, ya que lo hacían con cualquier jefe importante que les visitara.

Cook se abasteció y descansó durante tres semanas antes de partir hacia el paso del noroeste, pero a los pocos días de navegación, el HMS Resolution rompió uno de sus mástiles y tuvieron que regresar a Hawái. El recibimiento esta vez, no fue tan hospitalario, y siguiendo con las dos versiones, los que defienden la de la procedencia divina del gran navegante, afirman que su vuelta defraudó a los hawaianos, que ya no estaban tan convencidos de su dios. Y la que apuesta por la versión de la acogida a un “embajador”, dicen que los anfitriones agotaron su paciencia y amistad con los ingleses debido a las posibles afrentas y malos modales del hombre blanco. El propio Cook habría “despreciado” al jefe local cuando éste, después de masticar durante un rato un trozo de carne de cerdo, se la ofreció al capitán para que la cenase. 

Tal vez eran dos mundos muy diferentes que necesitaban más tiempo para entenderse. La cuestión es que, malos entendidos o desavenencias, un día los hawaianos robaron un bote de Cook (el hurto era habitual por aquellos lares), que no tuvo mejor idea que secuestrar al jefe de la tribu para utilizarlo de rescate. Atravesaron Kahualua, el lugar sagrado, y le cogieron como rehén. Los indígenas, visiblemente enojados, no perdonaron la doble afrenta. No respetar su sitio sagrado y llevarse a su líder. Siguieron a los ingleses hasta la playa, y éstos, sintiéndose amenazados, decidieron disparar contra sus perseguidores, causando la muerte a uno de ellos. Encolerizados, los nativos lanzaron una lluvia de piedras sobre los soldados, para a continuación abalanzarse sobre ellos para luchar cuerpo a cuerpo. Cook acabó descuartizado por los cuchillos de los hawaianos. Los miembros de su cuerpo fueron recogidos y lanzados al mar. Ese océano que tan bien conocía y que tanta fama le dio. La tripulación reconoció sus restos gracias a una peculiar cicatriz que tenía en su mano izquierda.

Los dos barcos regresaron a Inglaterra, y Cook no pudo despedirse de su mujer e hijos.