KAUAI - Kalalau Trail
“Una imagen vale más
que mil palabras” reza un viejo dicho. Y a mí, que me gusta hablar poco, se
me había ocurrido la idea de hacer un post “sin voz”. Sí, ahorrarme todas estas
palabras que no hacen más que molestar cuando estás obnubilado observando un
hermoso paisaje. Iba a colgar algunas fotos del Kalalau Trail y dejaros a solas
con estos increíbles entornos a los que, ningún sonido, más que el de las aves,
debería perturbar. No me explayaré en explicaros lo bonita y espectacular que
es la costa de Na Pali (las fotos silencian cualquier descripción). Intentaré
hablar lo menos posible para daros un par de consejos prácticos y a través de
las imágenes os llevaré volando hasta uno de esos lugares que sólo os pueden
esperar en el paraíso…
A las 07.45h aparcábamos nuestro coche en Kee Beach, el
comienzo de la ruta. Nos atábamos bien nuestras botas, ajustábamos los
cinturones de nuestras mochilas y nos dábamos la palmadita de ánimo para
afrontar el reto. Mi compañera, acribillada por los mosquitos, presentaba
fiebre y dolor de cabeza y articulaciones. Yo, aunque sano, no las
tenía todas conmigo de poder aguantar el exigente camino, cargado con una pesada
bolsa a mi maltrecha espalda. Pero la ilusión hace milagros…
A través de escarpados y embarrados caminos al borde de
precipicios, la epopeya de siete horas de marcha estaba a punto de comenzar…
Ya os dije en la entrada anterior que el recorrido no es
broma. No es sólo cuestión de resistencia física (que lo es), es un tema de
peligrosidad. En cualquier descuido te puedes caer al mar. De hecho, nosotros
tuvimos un susto… Mi compañera es pequeña, y el viento que se levantó podría
zarandearla… Iba todo el camino detrás de mí, y cuando le pedí que se colocara delante para controlarla, al de dos pasos se resbaló… Instintivamente me tiré,
clavé mi rodilla en una roca y alargué el brazo (creo que incluso antes de que
empezara a caer) y pude sujetarla. No sé si fue un sexto sentido, premonición, suerte, o cualquier otra cosa que nos guie en la vida, pero el caso es que,
en un camino de siete horas, en un momento exacto, le invito a colocarse
delante para cubrir un posible desequilibrio, y éste llega al de 5 segundos…
Así que, precaución. Hay tramos en la segunda parte del recorrido que son de
mucho riesgo.
Pero antes de poner el pie en el sendero Kalalau, deberéis sacar el permiso por internet, ya que, para conservar este privilegiado entorno, las visitas están restringidas. A nosotros no nos salió ningún guarda a pedírnoslo, pero es mejor hacerlo bien.
Si antes comentaba la dureza del trazado, ésta no sólo se
debe a lo resbaladizo, estrecho y a veces pronunciado camino, sino que, además,
debemos añadir el lastre de la mochila que deberemos llevar. Si queréis llegar
hasta el final, la tienda de campaña se deberá acoplar a nuestra espalda,
aparte de la comida y agua para dos días, ya que no podréis abasteceros en todo
el recorrido.
Si no disponéis de dos días para hacer el trayecto completo,
se puede hacer el primer tramo hasta Hanakapiai Valley, al que llegaréis
después de 10 kilómetros de auténtico “rompepiernas”, en el que las subidas y
bajadas constantes por un camino embarrado y húmedo os servirán de
calentamiento para el resto de la excursión. Si decidís bañaros en la playa de
Hanakapiai, doblegad las precauciones, ya que esta zona posee un índice de
ahogamientos extremadamente alto. En este punto, podéis penetrar hacia el
interior del valle para ver la fabulosa cascada. Una hora de marcha os llevará
hasta ella a través de una abandonada plantación de café. Nosotros decidimos
seguir por la costa para llegar hasta el final. Si sois deportistas y el cuerpo
os responde, podéis hacer esta “extensión” (dos horas más), pero como yo hacía años
que había dejado de serlo (deportista), reservé energía para acabar la exigente
ruta.
En este primer tramo pasaréis por el pico Makana, al que
ascendían los antiguos hawaianos para lanzar ramas encendidas al cielo
nocturno, mientras el pueblo observaba estos “fuegos artificiales” desde los
botes en el mar.
En Ke Ahu A Laka estuvo, en su época, la escuela más
importante de Hula, donde los estudiantes pasaban años aprendiendo la danza
tradicional hawaiana.
Con su estado físico mermado a causa de la fiebre, y
dolorida por todas partes, mi compañera aguanta del tirón la marcha. Sólo
hacemos una breve parada para tomar la medicación y unos bagels acompañados de
chocolate. Quedaba el segundo tramo, el más peligroso, pero el más bello sin
duda. Atrás dejábamos la exuberante vegetación, y nos abríamos paso a través de
estrechos senderos que bordeaban la costa. El angosto camino, que debía estar
asentado por piso firme, se convertía en un auténtico polvo deslizante, debido a
que las cabras se han comido la vegetación que debía agarrar la tierra. Aquí
tendréis vistas inolvidables de la inigualable costa de Na Pali. Tras sortear
peligrosos acantilados, superar escurridizos senderos y vadear tres ríos (que
épico), por fin aparecía la paradisiaca playa de Kalalau. A pesar de la
dificultad de llegar hasta ella andando, no os esperéis encontrarla vacía, ya
que muchos deciden ahorrarse el esfuerzo y llegar en barco con sus bebidas
frescas en las neveras. Pero el lugar es maravilloso, y la sensación de haber
completado el Kalalau Trail os llenará de orgullo y autoestima.
Era hora de buscarnos un huequecito para plantar nuestra
tienda de campaña. Pero primero, nos descalzamos y nos mojamos los pies antes de
comernos un buen bocata de chopped y un poco de queso. El esfuerzo lo merecía.
Repuestos de energía, paseamos y correteamos por la playa para descubrir sus
bellos rincones. La montaña, al fondo, iba cambiando de color a medida que caía
el sol, tiñéndose de una gama de verdes realmente espectacular. Nos acercamos
hasta la cascada que vierte sus prístinas aguas sobre el arenal, y nos sentamos
en una cueva para deleitarnos con el mar. Para nuestra sorpresa, encontramos
estas cavidades ocupadas por hippies (algunos veteranos del Vietnam), que, sin
ropa alguna se muestran ante los visitantes de forma natural. Han hecho de la
playa su hogar, y utilizan las cuevas como viviendas. Playa Kalalau |
Una vez acomodada la tienda en un sitio protegido para pasar
la noche, preguntamos donde podemos abastecernos de agua. Pensábamos que allí
habría agua potable, pero nos equivocamos. Un chico nos dice que se coge en la
cascada. El problema es que no llevábamos pastillas potabilizadoras. Pero él nos
ofrece una de las suyas al momento. Quisimos pagársela, pero no aceptó.
Charlamos un rato, y nos presenta a su novia Christal, que va desnuda, y a su
amiga Whisky. Al decirles que somos de Bilbao, él enseguida nos habla de
Mundaka. La famosa ola de izquierdas de la localidad vizcaína es famosa en todo
el mundo (se celebran campeonatos mundiales), y como buen surfer, él la había
cabalgado años atrás. Compartimos un ratito muy agradable con ellos. Muy majos.
La noche discurrió tranquila y calurosa (dormimos con la
tienda abierta para refrescar un poco). El camino de vuelta era igual de largo,
así que a las 05.30h ya estábamos en pie. Igual fue el cansancio, o que ya
habíamos cumplido el objetivo, pero se nos hizo más pesada que la ida. Puede
que hubiera más tramos cuesta arriba. En Hanakoa, donde hay otra cascada,
hicimos la parada para comer chocolate, plátanos y cacahuetes (buenas
calorías). Afortunadamente, la fiebre remitía, y el ritmo, a pesar de todo, fue
más rápido. En 6 horas y media ya estábamos en los baños del parking para
cambiarnos de ropa. Y por supuesto, nada mejor que una deliciosa hamburguesa en
el Bubba Burguer para celebrar nuestra hazaña. Antes de llegar a Lihue donde
teníamos nuestro motel, pasamos por el súper para comprar nuestra cena.
Plantación Kiloana |
A través de la Hulemalu Road llegamos al estanque Alekoko,
una de las maravillas de la acuicultura del antiguo Hawái, donde se crían
mújoles, un pez muy apreciado por su carne y sus huevas. La leyenda cuenta que
fueron los menehune (duendes) quienes construyeron este lago. Tras ver el
arroyo Huleya, nos dirigimos al puerto Nawiliwili y a la playa Kalapaki. Unos
preciosos árboles naranjas, que forman parte de una bonita propiedad, captan
nuestra atención.
Después de comer, nos presentamos en la oficina de la
compañía de helicópteros para pesarnos y embarcar junto a una pareja de suizos
y otra mixta (ella brasileña y él de Estados Unidos). Los europeos éramos debutantes en esto del helicóptero. Los americanos ya habían volado más veces.
Veteranos en el arte de volar, a la pareja se les escapó una pequeña carcajada
de “condolencia” al imaginarse lo mal que lo íbamos a pasar los novatos en el
vuelo. Pero los cuatro disfrutamos como críos, y el chico de Illinois (el doble de Neil Patrick Harris) gastó las
bolsas de todo el pasaje. Debió comer algo demasiado fuerte para su estómago.
Y como he hablado ya demasiado (y eso que no lo iba a
hacer), ahora sí, me voy a ahorrar las palabras, y os dejo con unas cuantas
imágenes aéreas de esta maravilla natural llamada Na
Pali Coast. El vuelo fue increíble, y el piloto genial. Dos últimos consejos:
no llevéis ropa blanca porque refleja en los cristales del helicóptero y las
fotos no saldrán bien, y… si vais a Hawái, no paséis de largo sobre Kauai.
LA GUERRA DE LA LEPRA
El Padre Damián es un conocido religioso belga que luchó
hasta su muerte para que los leprosos de Hawái llevaran una vida digna.
Numerosas películas y libros cuentan su vida y su obra. A lo largo y ancho de
nuestro planeta su trabajo ha sido reconocido y su esfuerzo valorado. En la
isla de Molokai convivió con los enfermos y les ayudó a sobrevivir y a
recuperar su dignidad, hasta que la fatal enfermedad le atacó. Después de haber
metido sus pies en agua hirviendo al preparar su baño, se provocó unas heridas
de las que no sufrió dolor. Aquel día se dio cuenta de que se había contagiado
de la enfermedad contra la que tantos años había estado luchando. Cinco años
más tarde, en 1889, moría en la colonia de leprosos de Molokai.
Si bien la historia del Padre Damián es ciertamente popular,
no lo es tanto la de un hombre contagiado de lepra llamado Kaluaikoolau, que
puso en jaque a las autoridades hawaianas durante dos largas semanas.
Hombre con Lepra |
Introducida, como otras muchas enfermedades, por los colonos
europeos y trabajadores chinos, la lepra no tardó en extenderse por la tropical
Hawái, haciendo estragos entre su población. El gobierno, temeroso de que esta
plaga afectara a su economía, decidió recluir a todos los enfermos en una de las
islas, Molokai. Todas las demás colonias de leprosos y enfermos debían
confinarse en Kalaupapa, donde permanecerían aislados para el resto de sus
vidas. Esta segregación no fue aceptada por todos, y muchos fueron perseguidos
para encerrarlos contra su voluntad en Molokai. Allí, el gobierno les proveería
de medicinas, alojamiento y comida, pero muchos se negaron (la organización fue
tan mala que la gente se mataba por conseguir provisiones). Entre ellos
Ko´olau, un vaquero de Waimea, que junto con su mujer y su hijo vivían en el
Valle de Kalalau. Cuando el sheriff y sus ayudantes llegaron a Kauai para
“cazar” leprosos, Ko´olau reunió a un grupo de doce leprosos, e hizo frente a
las autoridades arma en mano. Pese a los disparos de intimidación de la pieza
de artillería que habían traído los soldados, nadie decidió entregarse.
Escondidos en el impenetrable Valle de Kalalau, los fugitivos contaban con el
“factor campo” a su favor. Conocían mejor el terreno, y la geografía abrupta del
valle era idónea para darles cobijo. Pese a todo, un emisario les prometió que
se les dispensaría buen trato si se rendían. Todos, excepto Ko´olau y su mujer
e hijo, se entregaron. Refugiados en una cueva de la parte oeste del valle,
resistieron el acoso de los soldados, que finalmente acabaron por localizarlos.
El asalto a la gruta se saldó con un soldado muerto.
El siguiente intento de desalojo fue aún más trágico si
cabe. Esta vez, comandados por un veterano de la Unión que batalló en la Guerra
de Secesión, el pequeño ejército volvió a la caverna, siendo repelidos de
nuevo. Dos soldados perecieron, y de nuevo, derrotados volvieron al campamento,
desde donde se bombardeó la posición de Ko´olau con el cañón. Pero la familia
había huido la noche anterior.