domingo, 1 de octubre de 2017

HAWAI (3)- KAUAI - Kalalau Trail - La Guerra de la Lepra.



KAUAI - Kalalau Trail

Costa de Na Pali

“Una imagen vale más que mil palabras” reza un viejo dicho. Y a mí, que me gusta hablar poco, se me había ocurrido la idea de hacer un post “sin voz”. Sí, ahorrarme todas estas palabras que no hacen más que molestar cuando estás obnubilado observando un hermoso paisaje. Iba a colgar algunas fotos del Kalalau Trail y dejaros a solas con estos increíbles entornos a los que, ningún sonido, más que el de las aves, debería perturbar. No me explayaré en explicaros lo bonita y espectacular que es la costa de Na Pali (las fotos silencian cualquier descripción). Intentaré hablar lo menos posible para daros un par de consejos prácticos y a través de las imágenes os llevaré volando hasta uno de esos lugares que sólo os pueden esperar en el paraíso…




Hay tres formas de llegar a Kalalau Beach: en barco, en helicóptero y a pie. Pero sólo ésta última te proporcionará la emoción y la sensación de vivir una auténtica aventura…

A las 07.45h aparcábamos nuestro coche en Kee Beach, el comienzo de la ruta. Nos atábamos bien nuestras botas, ajustábamos los cinturones de nuestras mochilas y nos dábamos la palmadita de ánimo para afrontar el reto. Mi compañera, acribillada por los mosquitos, presentaba fiebre y dolor de cabeza y articulaciones. Yo, aunque sano, no las tenía todas conmigo de poder aguantar el exigente camino, cargado con una pesada bolsa a mi maltrecha espalda. Pero la ilusión hace milagros…




A través de escarpados y embarrados caminos al borde de precipicios, la epopeya de siete horas de marcha estaba a punto de comenzar…


Ya os dije en la entrada anterior que el recorrido no es broma. No es sólo cuestión de resistencia física (que lo es), es un tema de peligrosidad. En cualquier descuido te puedes caer al mar. De hecho, nosotros tuvimos un susto… Mi compañera es pequeña, y el viento que se levantó podría zarandearla… Iba todo el camino detrás de mí, y cuando le pedí que se colocara delante para controlarla, al de dos pasos se resbaló… Instintivamente me tiré, clavé mi rodilla en una roca y alargué el brazo (creo que incluso antes de que empezara a caer) y pude sujetarla. No sé si fue un sexto sentido, premonición, suerte, o cualquier otra cosa que nos guie en la vida, pero el caso es que, en un camino de siete horas, en un momento exacto, le invito a colocarse delante para cubrir un posible desequilibrio, y éste llega al de 5 segundos… Así que, precaución. Hay tramos en la segunda parte del recorrido que son de mucho riesgo.





Pero antes de poner el pie en el sendero Kalalau, deberéis sacar el permiso por internet, ya que, para conservar este privilegiado entorno, las visitas están restringidas. A nosotros no nos salió ningún guarda a pedírnoslo, pero es mejor hacerlo bien.



Si antes comentaba la dureza del trazado, ésta no sólo se debe a lo resbaladizo, estrecho y a veces pronunciado camino, sino que, además, debemos añadir el lastre de la mochila que deberemos llevar. Si queréis llegar hasta el final, la tienda de campaña se deberá acoplar a nuestra espalda, aparte de la comida y agua para dos días, ya que no podréis abasteceros en todo el recorrido.

Si no disponéis de dos días para hacer el trayecto completo, se puede hacer el primer tramo hasta Hanakapiai Valley, al que llegaréis después de 10 kilómetros de auténtico “rompepiernas”, en el que las subidas y bajadas constantes por un camino embarrado y húmedo os servirán de calentamiento para el resto de la excursión. Si decidís bañaros en la playa de Hanakapiai, doblegad las precauciones, ya que esta zona posee un índice de ahogamientos extremadamente alto. En este punto, podéis penetrar hacia el interior del valle para ver la fabulosa cascada. Una hora de marcha os llevará hasta ella a través de una abandonada plantación de café. Nosotros decidimos seguir por la costa para llegar hasta el final. Si sois deportistas y el cuerpo os responde, podéis hacer esta “extensión” (dos horas más), pero como yo hacía años que había dejado de serlo (deportista), reservé energía para acabar la exigente ruta.



En este primer tramo pasaréis por el pico Makana, al que ascendían los antiguos hawaianos para lanzar ramas encendidas al cielo nocturno, mientras el pueblo observaba estos “fuegos artificiales” desde los botes en el mar.



En Ke Ahu A Laka estuvo, en su época, la escuela más importante de Hula, donde los estudiantes pasaban años aprendiendo la danza tradicional hawaiana.

Con su estado físico mermado a causa de la fiebre, y dolorida por todas partes, mi compañera aguanta del tirón la marcha. Sólo hacemos una breve parada para tomar la medicación y unos bagels acompañados de chocolate. Quedaba el segundo tramo, el más peligroso, pero el más bello sin duda. Atrás dejábamos la exuberante vegetación, y nos abríamos paso a través de estrechos senderos que bordeaban la costa. El angosto camino, que debía estar asentado por piso firme, se convertía en un auténtico polvo deslizante, debido a que las cabras se han comido la vegetación que debía agarrar la tierra. Aquí tendréis vistas inolvidables de la inigualable costa de Na Pali. Tras sortear peligrosos acantilados, superar escurridizos senderos y vadear tres ríos (que épico), por fin aparecía la paradisiaca playa de Kalalau. A pesar de la dificultad de llegar hasta ella andando, no os esperéis encontrarla vacía, ya que muchos deciden ahorrarse el esfuerzo y llegar en barco con sus bebidas frescas en las neveras. Pero el lugar es maravilloso, y la sensación de haber completado el Kalalau Trail os llenará de orgullo y autoestima.
Era hora de buscarnos un huequecito para plantar nuestra tienda de campaña. Pero primero, nos descalzamos y nos mojamos los pies antes de comernos un buen bocata de chopped y un poco de queso. El esfuerzo lo merecía. Repuestos de energía, paseamos y correteamos por la playa para descubrir sus bellos rincones. La montaña, al fondo, iba cambiando de color a medida que caía el sol, tiñéndose de una gama de verdes realmente espectacular. Nos acercamos hasta la cascada que vierte sus prístinas aguas sobre el arenal, y nos sentamos en una cueva para deleitarnos con el mar. Para nuestra sorpresa, encontramos estas cavidades ocupadas por hippies (algunos veteranos del Vietnam), que, sin ropa alguna se muestran ante los visitantes de forma natural. Han hecho de la playa su hogar, y utilizan las cuevas como viviendas.
Playa Kalalau

Una vez acomodada la tienda en un sitio protegido para pasar la noche, preguntamos donde podemos abastecernos de agua. Pensábamos que allí habría agua potable, pero nos equivocamos. Un chico nos dice que se coge en la cascada. El problema es que no llevábamos pastillas potabilizadoras. Pero él nos ofrece una de las suyas al momento. Quisimos pagársela, pero no aceptó. Charlamos un rato, y nos presenta a su novia Christal, que va desnuda, y a su amiga Whisky. Al decirles que somos de Bilbao, él enseguida nos habla de Mundaka. La famosa ola de izquierdas de la localidad vizcaína es famosa en todo el mundo (se celebran campeonatos mundiales), y como buen surfer, él la había cabalgado años atrás. Compartimos un ratito muy agradable con ellos. Muy majos.

La noche discurrió tranquila y calurosa (dormimos con la tienda abierta para refrescar un poco). El camino de vuelta era igual de largo, así que a las 05.30h ya estábamos en pie. Igual fue el cansancio, o que ya habíamos cumplido el objetivo, pero se nos hizo más pesada que la ida. Puede que hubiera más tramos cuesta arriba. En Hanakoa, donde hay otra cascada, hicimos la parada para comer chocolate, plátanos y cacahuetes (buenas calorías). Afortunadamente, la fiebre remitía, y el ritmo, a pesar de todo, fue más rápido. En 6 horas y media ya estábamos en los baños del parking para cambiarnos de ropa. Y por supuesto, nada mejor que una deliciosa hamburguesa en el Bubba Burguer para celebrar nuestra hazaña. Antes de llegar a Lihue donde teníamos nuestro motel, pasamos por el súper para comprar nuestra cena.

Plantación Kiloana
Al día siguiente no madrugamos. Desayunamos nuestro cafecito con donuts, y fuimos hasta la oficina de Safari Helicopters para reservar un vuelo panorámico (189 dólares). Hasta la hora de la salida hacemos tiempo visitando la plantación Kiloana, del año 1935 y propiedad de Gaylor Wilcox, el rey del azúcar y descendiente de misioneros.

A través de la Hulemalu Road llegamos al estanque Alekoko, una de las maravillas de la acuicultura del antiguo Hawái, donde se crían mújoles, un pez muy apreciado por su carne y sus huevas. La leyenda cuenta que fueron los menehune (duendes) quienes construyeron este lago. Tras ver el arroyo Huleya, nos dirigimos al puerto Nawiliwili y a la playa Kalapaki. Unos preciosos árboles naranjas, que forman parte de una bonita propiedad, captan nuestra atención.



Después de comer, nos presentamos en la oficina de la compañía de helicópteros para pesarnos y embarcar junto a una pareja de suizos y otra mixta (ella brasileña y él de Estados Unidos). Los europeos éramos debutantes en esto del helicóptero. Los americanos ya habían volado más veces. Veteranos en el arte de volar, a la pareja se les escapó una pequeña carcajada de “condolencia” al imaginarse lo mal que lo íbamos a pasar los novatos en el vuelo. Pero los cuatro disfrutamos como críos, y el chico de Illinois (el doble de Neil Patrick Harris) gastó las bolsas de todo el pasaje. Debió comer algo demasiado fuerte para su estómago. 

Y como he hablado ya demasiado (y eso que no lo iba a hacer), ahora sí, me voy a ahorrar las palabras, y os dejo con unas cuantas imágenes aéreas de esta maravilla natural llamada Na Pali Coast. El vuelo fue increíble, y el piloto genial. Dos últimos consejos: no llevéis ropa blanca porque refleja en los cristales del helicóptero y las fotos no saldrán bien, y… si vais a Hawái, no paséis de largo sobre Kauai.








LA GUERRA DE LA LEPRA


El Padre Damián es un conocido religioso belga que luchó hasta su muerte para que los leprosos de Hawái llevaran una vida digna. Numerosas películas y libros cuentan su vida y su obra. A lo largo y ancho de nuestro planeta su trabajo ha sido reconocido y su esfuerzo valorado. En la isla de Molokai convivió con los enfermos y les ayudó a sobrevivir y a recuperar su dignidad, hasta que la fatal enfermedad le atacó. Después de haber metido sus pies en agua hirviendo al preparar su baño, se provocó unas heridas de las que no sufrió dolor. Aquel día se dio cuenta de que se había contagiado de la enfermedad contra la que tantos años había estado luchando. Cinco años más tarde, en 1889, moría en la colonia de leprosos de Molokai.




Si bien la historia del Padre Damián es ciertamente popular, no lo es tanto la de un hombre contagiado de lepra llamado Kaluaikoolau, que puso en jaque a las autoridades hawaianas durante dos largas semanas.


Hombre con Lepra
Hoy en día, esta enfermedad infecciosa sigue cobrándose víctimas en zonas pobres de nuestro planeta, y como a lo largo de la historia, sigue siendo un estigma para los enfermos que la sufren. Señalados como si fueran personas malditas, se les aparta de la sociedad y se les recluye en áreas apartadas como auténticos apestados. Y así fue como el gobierno del Reino de Hawái quiso mantener a sus enfermos de lepra en el siglo XIX.


Introducida, como otras muchas enfermedades, por los colonos europeos y trabajadores chinos, la lepra no tardó en extenderse por la tropical Hawái, haciendo estragos entre su población. El gobierno, temeroso de que esta plaga afectara a su economía, decidió recluir a todos los enfermos en una de las islas, Molokai. Todas las demás colonias de leprosos y enfermos debían confinarse en Kalaupapa, donde permanecerían aislados para el resto de sus vidas. Esta segregación no fue aceptada por todos, y muchos fueron perseguidos para encerrarlos contra su voluntad en Molokai. Allí, el gobierno les proveería de medicinas, alojamiento y comida, pero muchos se negaron (la organización fue tan mala que la gente se mataba por conseguir provisiones). Entre ellos Ko´olau, un vaquero de Waimea, que junto con su mujer y su hijo vivían en el Valle de Kalalau. Cuando el sheriff y sus ayudantes llegaron a Kauai para “cazar” leprosos, Ko´olau reunió a un grupo de doce leprosos, e hizo frente a las autoridades arma en mano. Pese a los disparos de intimidación de la pieza de artillería que habían traído los soldados, nadie decidió entregarse. Escondidos en el impenetrable Valle de Kalalau, los fugitivos contaban con el “factor campo” a su favor. Conocían mejor el terreno, y la geografía abrupta del valle era idónea para darles cobijo. Pese a todo, un emisario les prometió que se les dispensaría buen trato si se rendían. Todos, excepto Ko´olau y su mujer e hijo, se entregaron. Refugiados en una cueva de la parte oeste del valle, resistieron el acoso de los soldados, que finalmente acabaron por localizarlos. El asalto a la gruta se saldó con un soldado muerto.


El siguiente intento de desalojo fue aún más trágico si cabe. Esta vez, comandados por un veterano de la Unión que batalló en la Guerra de Secesión, el pequeño ejército volvió a la caverna, siendo repelidos de nuevo. Dos soldados perecieron, y de nuevo, derrotados volvieron al campamento, desde donde se bombardeó la posición de Ko´olau con el cañón. Pero la familia había huido la noche anterior.



A través de la hermana de Koólau intentaron dar con él, pero tampoco resultó. El leproso había escapado hacia otro valle, y los soldados eran incapaces de dar con su paradero entre la frondosa y densa vegetación. Aunque consiguieron detener a 27 leprosos, Ko´olau resistió, y jamás pudieron apresarle. Las colonias de leprosos de Kalalau se desmantelaron, pero alguno logró escapar y vivir aislado en la zona. Ko´olau, por su parte, murió en el mismo valle del que quisieron arrancarle, y conocemos su historia gracias a su mujer Piilani, que abandonó su retiro sólo cuando su hijo y su marido murieron, y escribió un libro contando sus memorias. La leyenda de Ko´olau inspiró a poetas como el norteamericano Merwin, ganador del premio Pullitzer, y novelistas como Jack London, del que sobran presentaciones, quien escribió un relato corto narrando la persecución de Ko´olau. Porque eso es lo que pareció ser. A pesar de que a este incidente se le denomina “La Guerra de la Lepra”, “La Rebelión de Koólau” o “La Batalla de Kalalau”, no dejó de ser una escaramuza, un hostigamiento de una patrulla de soldados a un hombre, que se limitó a defenderse para conservar su modo de vida y el de su familia.