BUDAPEST
El segundo día de aquella Semana Santa en Budapest amanecía soleado y con un bonito cielo azul. La primera visita programada de la jornada iba a ser el Parlamento. Aunque el día anterior lo habíamos fotografiado desde todas las esquinas (lo merece), el interior de este delicado edificio merecía una visita. Mármol, granito y oro decoran las instancias de la sede de la Asamblea Nacional. En la Sala de la Cúpula, las figuras de los grandes reyes húngaros vigilan las joyas de la corona, que se custodian entre vitrinas. Bueno, esto es lo que podríamos haber visto… pero no vimos. ¿Por qué? Por “cobarde”… Cuando llegamos a la taquilla para sacar las entradas, ya se habían agotado para ese día (no lo habíamos previsto). Había una solución que nos iba a costar un poco más cara, pero de la que decidimos huir. Pensándolo ahora, pues resulta una solemne chorrada, pero yo soy excesivamente prudente (lo reconozco).
Parlamento |
Plaza de los Héroes |
Castillo de Vajdahunyad |
Balneario Szechenyi |
Y dentro del parque, también se encuentra el Balneario Szechenyi, donde os podréis dar un relajante baño después de una intensa jornada de turismo por la ciudad. Este centro de aguas termales de estilo neogótico merece una visita, aunque no sea para disfrutar de sus piscinas.
Casa del Terror |
Ópera de Budapest |
Catedral de San Esteban |
Mientras hay luz, hay cosas que ver… Sin descanso, nos dirigimos
hacia la Catedral de San Esteban, que como la mayoría de los edificios
importantes de la capital húngara, data de finales del siglo XIX y principios
del XX. En su grandioso interior se conserva la mano momificada del primer rey del
país, al que honra esta basílica cristiana.
Gulash |
HOUDINI
Hay personajes en la historia que dejan huella y marcan una
época. Personas a las que, muchos años después de su muerte, se les sigue
admirando e imitando por su maestría y talento. Podríamos estar refiriéndonos a
grandes escritores o pintores, pero el hombre que va a ocupar las próximas
páginas, ha sido, posiblemente, el más grande escapista de todos los tiempos…
Con apenas cuatro años de edad, el pequeño Erik Weisz, llegaba
a Appelton (Wisconsin) junto con su familia, procedentes de su Budapest natal, allá
por el año 1878. El padre, un rabino judío, había sido designado a una nueva
congregación en Estados Unidos, y cruzó el Atlántico acompañado de su mujer y sus
cinco hijos para empezar una nueva vida en América. Pero el nuevo comienzo no
iba a ser fácil… Erik empezó a trabajar con ocho años como repartidor de
periódicos y limpiabotas para colaborar en la maltrecha economía familiar.
Siendo niño, su padre le llevó a ver un espectáculo de
magia, del que se quedó prendado. Aquel día empezó su idilio con el mundo del ilusionismo
y el espectáculo. Antes de llegar a la adolescencia ya había recorrido buena
parte del país como integrante de varios circos ambulantes, donde deleitaba a
los espectadores con sus números de trapecista. Cuando regresó de nuevo con su
familia, a los 13 años, ésta ya se había instalado en Nueva York. Allí se vio
obligado a aceptar nuevas ocupaciones laborales alejadas del mundo de la magia,
con la que se reunía en su tiempo libre.
Pero Erich Weiss (su nombre “americanizado”), estaba
destinado a imprimir su leyenda en los libros de Historia desde el momento en
que cayó en sus manos una biografía del gran mago francés Robert Houdin. Le
fascinó tanto que decidió adoptar su apellido para convertirse en el mítico
Harry Houdini.
Empezando con sencillos trucos de cartas, el joven mago,
como cualquier persona en aquella época, mostró interés por el espiritismo, que
a finales del siglo XIX y principios del XX encandilaba a la mayor parte de la
sociedad. La posibilidad de que los muertos contactaran, desde el más allá, con
los vivos, entusiasmaba a los ciudadanos. Millones de personas estaban
convencidas de que los espíritus de los difuntos se materializaban en nuestro
mundo. Pero Houdini, avezado observador, no compartía esta realidad. Estaba
convencido de que los médiums eran unos farsantes que engañaban al público. Se
ataban para que la gente viera que ellos no provocaban el fenómeno, aunque
Harry seguía desconfiando de los ocultistas, a los que estudiaba
concienzudamente durante sus puestas en escena, con la intención de descubrir el método que
utilizaban para desprenderse de sus sujeciones. Aquel análisis le dio una idea
para sus actuaciones. Pensó que la propia evasión de las ataduras podría
suponer un espectáculo independiente en sí mismo. Así es como nació la leyenda
de Harry Houdini.
Encadenado, encerrado en cajas o ataúdes, y sumergido en
piscinas o ríos helados, Houdini siempre lograba deshacerse de sus cierres,
ante el clamor y júbilo de un entregado público. La figura de aquel valiente
escapista creció hasta convertirse en una celebridad. Su fama le abrió muchas
puertas (hizo películas) y amistades. Entre ellas la del célebre Arthur Conan
Doyle, el creador de Sherlock Holmes, con el que entabló una estrecha relación.
Los secretos de Houdini siempre se han mantenido bien
guardados. Su formidable forma física, su entrenamiento y constancia, y su
constitución privilegiada podrían explicar su éxito. Aunque muchos sospechan
que podría utilizar sofisticadas técnicas sólo al alcance de faquires, en las
que tragaba las llaves de los candados, para luego regurgitarlas y escaparse de
las cadenas.
Pero su amigo Conan Doyle tenía otra hipótesis para tan
increíbles proezas. Él creía firmemente que Houdini era capaz de desmaterializarse
realmente. Profundamente entregado al mundo esotérico (fue famosa su creencia
en las famosas fotos de las hadas del bosque que tanto desprestigio le
causaron), Arthur tenía a su amigo como a un hombre con poderes paranormales. A
pesar de que éste se había convertido, desde hace años, en un azote para los
médiums, desmontándoles personalmente sus vulgares trucos, Conan Doyle no
perdía la fe en el espiritismo. Y ésta fue la causa del distanciamiento entre ellos. Uno,
creyente convencido (y practicante como luego veremos) y otro, no sólo “ateo”,
sino el más motivado de los “cruzados” para vencer a esa pseudociencia que
estaba jugando con los sentimientos de las personas, en su opinión.
Para empeorar más las cosas, Conan Doyle ofreció a Houdini
una sesión de espiritismo en la que su mujer, médium, conectaría
con la madre fallecida del famoso ilusionista. Houdini adoraba a su madre. Para
él, era, sin duda, la persona más importante de su vida, así que, a pesar de su
aguerrido escepticismo, cedió. El amor por su progenitora le lanzó a abrazar
aquello contra lo que tantos años había luchado y tantas veces había criticado. Desesperado por
volver a hablar con su madre, accedió a la reunión con el más allá.
Hubo suerte, y Cecilia habló a través de la boca de la mujer
de Conan Doyle… Pero algo enfadó al gran escapista, que salió irritado de
aquella experiencia. Aquella médium le mandaba “mensajes literales” de su madre
en inglés, y ella sólo dominaba el alemán y el húngaro. Además, aparecían
cruces cristianas, cuando ellos eran judíos. Otra prueba más, para él, de que
el espiritismo era una farsa. Seguramente, el escritor no actuó de mala fe, y
sólo pretendía aliviar y dar esperanza a su amigo. Pero aquella práctica le
enemistó con él.
Mientras continuaba acumulando éxitos y fama como escapista,
siguió concentrándose, si cabe aún más, en su empeño en desenmascarar a los espiritistas,
que, tras la I Guerra Mundial, seguían ofreciendo a madres y esposas, la
posibilidad de ver de nuevo a sus queridos maridos e hijos caídos en la Gran
Guerra. Houdini se presentaba disfrazado a las sesiones para destapar a los
estafadores.
Y así pasó el tiempo hasta que, a los 52 años, Houdini
murió. Y su muerte, hoy día, sigue siendo un misterio, que poco a poco se va
aclarando. Muchos, erróneamente, por culpa de las películas de Hollywood, creen
que perdió la vida en uno de sus arriesgados números de escapismo. Nada más
lejos de la realidad. Hay otra teoría, muy polémica y muy instaurada en la
cultura popular, que dice que un joven estudiante de universidad le propinó un
puñetazo que le provocó la muerte. Según se cuenta esta historia, dicho
estudiante de Montreal, se acercó al mago para comprobar si realmente era tan
fuerte físicamente como demostraba en sus espectáculos. Houdini, que descansaba
tras su número, a petición del chico, aceptó recibir el golpe para resolver la duda del joven. Pero el estudiante debió golpearle en el abdomen antes de
que Houdini se tomara su tiempo para prepararse para el impacto. No pereció al
instante, pero aquel puñetazo pudo causarle una rotura del apéndice que ya
tenía inflamado, y causarle una peritonitis, que finalmente le causó la muerte.
Hay muchos médicos deportivos que sostienen que el apéndice
ya estaba perforado antes de ese puñetazo, y que ningún golpe podría causar tal
final si antes el apéndice no estaba más dañado. En su opinión, su órgano ya
estaba mortalmente afectado, debido, seguramente, a tantos años de castigo por
sus peligrosos espectáculos.
Otros, sin embargo, van más allá, y ven una posible
conspiración orquestada por el mundo del espiritismo, para acabar con su más
acérrimo enemigo. Aquel chico, no era un estudiante cualquiera, sino un boxeador
que tendría la fuerza y técnica necesarias para derribarle mortalmente.
Quizás nunca lo sabremos… Lo cierto es que Harry Houdini
siguió de gira después de aquel incidente. Viajó hasta Michigan para seguir con
su espectáculo, y a pesar de sentirse indispuesto, se negó a que le atendieran.
Con fuertes dolores y febril, siguió con sus números, hasta que su cuerpo
desfalleció. Tras dos desmayos fue hospitalizado en Detroit, donde murió el 31
de octubre de 1926, a causa de la infección provocada por la apendicitis.
Muchos admiradores, hoy en día, celebran sesiones de
espiritismo el día de Halloween (cuando murió) para contactar con el gran mago,
quien dejó una última batalla por librar contra el espiritismo después de su
muerte. Dejó a su esposa un mensaje secreto, con el cual retó a los médiums. Si
de verdad no era un fraude, les invitó a que, a través de su espíritu, llevaran
a su mujer esas palabras, para demostrarle a ella y a todo el mundo, que el
gran Houdini, y los fantasmas, podían regresar del más allá y contactar con los
vivos.
Hay quien dice que uno de estos enlaces con el otro lado le
trajo dicho mensaje, pero lo más probable es que se trate de una noticia falsa,
ya que Beatrice, su cónyuge, después de 10 años esperándole, apagó la vela que
aguardaba su venida, finalizando así su búsqueda.
Posiblemente Houdini no haya podido regresar del otro lado,
o no haya querido hacerlo. O simplemente, como él pensaba, no lo ha hecho
porque realmente no hay otra vida.
Yo, particularmente, sí creo que pueda haber almas que
regresen, aunque, como Houdini, recelo de los médiums. ¿Vosotros qué pensáis? Aquí os dejo la encuesta…