Noviembre 2013
Bandera de Malasia
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Con esa inquietud de no poder percibir el auténtico sudeste
asiático, empezamos a buscar un rincón donde vivir una experiencia inolvidable.
Los requisitos que poníamos al candidato eran muchos y muy exigentes. Poco
turismo, fácil de hacer por libre (a poder ser en coche de alquiler) y por
supuesto, con todas las características que he mencionado al principio de este
artículo. A pesar de que Myanmar era el favorito, la infraestructura del país
nos hizo aparcarlo para otro año (lo seguimos teniendo pendiente). El elegido
fue Malasia. A medida que íbamos leyendo información sobre esta península, más
ganas nos entraban de conocerla sobre el terreno. Y cuando llegó el momento, a
pesar de las expectativas, puedo decir, que las superó ampliamente. Debo
puntualizar, que, por razones de tiempo, sólo recorrimos la parte continental.
Lo combinamos con una estancia en Singapur, así que no pudimos disfrutar del
borneo malayo.
Volemos hasta allí…
Con la Turkish Airlines aterrizamos, vía Estambul, en Kuala
Lumpur. Tras recoger nuestro Toyota con 180.000 kilómetros (el dato, como veréis
más adelante, será importante), enfilamos la carretera (bien asfaltadas y con
buena conducción por parte de los locales) hacia Bukit Tinggi donde habíamos reservado
nuestro hotel. Confiados en que podríamos cambiar dinero por el camino, no lo
hicimos en el aeropuerto, lo que nos causó el primer contratiempo del viaje. La
carretera se convertía en autopista de pago unos kilómetros más adelante, y
como no sabíamos si aceptaban tarjeta de crédito en el peaje (tampoco nos gusta
darla en estos sitios), salimos en la primera gasolinera para sacar en efectivo
en un ATM. No había problema… ¿o sí? El cajero (los cajeros) estaban fuera de
servicio, y nos tocó negociar con los dependientes. Les ofrecimos comprarles
media tienda si nos cambiaban un billete de 50 euros para salir del paso, pero
los chicos eran unos simples empleados, que no tenían permitido hacer ese tipo
de operaciones, y estaban temerosos de que les engañaran. Analizaban el billete
naranja como si fuera un alienígena. No habían visto uno en su vida.
Deambulando, ya de noche, por las postrimerías de la gasolinera, uno de ellos
se apiadó de nosotros, y nos vino a buscar para aceptar el trueque. El cambio
fue justo, y para agradecerles su ayuda, compramos unos refrescos y unas
galletas. Con ringgits ya en nuestros bolsillos, y aire en nuestros pulmones,
pasamos por Genting Highlands antes de llegar a nuestro hotel. La zona llama la
atención porque es un complejo gigante de casinos en una colina, que atrae a
miles de apostantes.
Colmar Tropicale |
Mutiara Taman Negara |
Tapir en Taman Negara |
Búfalo en un humedal |
Restaurante en Tuhala Tahan |
Después de poner la ropa a secar, cenamos, y nos
congratulamos del magnífico día del que habíamos disfrutado.
Poblado de los Orang Asli |
El último día nos despertamos con parte de nuestras galletas
mordisqueadas. Sí, nuestro inquilino debió de cenarlas la noche anterior
mientras dormíamos. Estaba instalado debajo de una cama, y parecía estar a
gusto en su escondite.
La vuelta duró media hora menos, gracias a la corriente.
Dejábamos atrás la magnífica experiencia de Taman Negara, pero ya pensábamos en
otra a la que teníamos muchas ganas, las Cameron Highlands. De camino, paramos
en el templo hindú de Kuala Lipis.
Ya en la zona de plantaciones de té, nos quedamos
maravillados de los paisajes que nos ofrece. Se pueden visitar unas cuantas
plantaciones. Nosotros elegimos la de Boh. Las cuestas son un poco empinadas, y
al bajar, mi compañera sale a hacer una foto rápida mientras yo espero en
marcha. Con una tranquilidad pasmosa (de mecánica ninguno de los dos entendemos
nada) me hace señas al capó y me dice que está saliendo humo del coche. ¡¡Me
cagüen…!! Salgo “escopetao”, y efectivamente, el motor se había recalentado. La
edad del coche, las cuestas y el calor habían formado una combinación letal
para el motor del vehículo. Le echamos un poco de agua y tiramos como podemos.
Con esa limitación, no podíamos subir a muchas más colinas, así que decidimos
visitar la plantación de Cameron Bharat, que nos ofrece unas pistas
espectaculares. Nos sacamos unos sándwiches, comemos en un merendero con un
cuadro de fondo increíble y compramos una bolsita de té. Si decidís adentraros
en alguna plantación, pensáoslo antes de hacerlo, porque son el refugio
preferido de las cobras.
Plantación de té en Cameron Highlands |
Llegamos a Tanah Rata, y nos gusta tanto el ambiente, que
decidimos quedarnos. El parking es gratis. Cambiamos 500 euros y reservamos
habitación en el hotel hindú Planters Hotel por 32 euros. Nos acercamos al
templo chino Sam Poh (Tokong), y volvemos a Tanah para comprar algún recuerdo y
para cenar en el restaurante Kumar. Para que os hagáis una idea de lo que cuesta
comer, os detallo nuestra factura de la cena para 2 personas:
-
2 chapati (pan indio) de verduras malayo
-
1 kebab de cordero
-
1 bol de noodles
-
1 bol sopero
-
2 coca-colas
-
2 cafés
Todo esto………… 8 euros
En el restaurante coincidimos con una turista indonesia que
habíamos conocido en Taman Negara. La saludamos, y nos vamos a dormir….
Castillo de Kellie |
Desayunamos en una cafetería, y tuvimos nuestro momento
Eurotrip. Es un término que adoptamos después de ver una película de estas
típicas universitarias, donde un grupo de estudiantes americanos llegan a
Europa de juerga, y con un dólar, se sacan cubatas, compran drogas, se alojan
en hoteles, entran en discotecas, comen y no sé cuántas cosas más, con un dólar
jeje Bueno, pues nosotros no apuramos tanto, pero por 1 euro, en la cafetería
del castillo (lugar turístico, poco, pero turístico) nos sacamos 2 cafés, 2
bollos, y un paquete de caramelos Vichy.
En Ipoh vemos la bonita estación de 1915 de estilo Raj, o
sarraceno, la torre del reloj Birch (el tal Birch no gozaba de mucha
popularidad, ya que le asesinaron en Pasir Salak y borraron a Mahoma de los
frisos en los que acompañaba a Darwin y Moisés entre otros), el ayuntamiento y
el Royal Ipoh Club.
Palacio de los recuerdos |
En Taiping (ciudad de la paz duradera) damos un paseo por un
maravilloso parque rodeado de humedales llamado Bukit Tasik. Y húmeda acabo
nuestra cámara y nuestra ropa. No porque nos cayéramos al agua, sino porque
hacía un calor infernal. La ciudad fue un importante centro minero, y durante el
año 1874 sufrió duros enfrentamientos entre las sociedades chinas.
Mezquita Ubudiah |
El calor y los semáforos de la ciudad (el aire no entra si estás parado) acabó por calentar de nuevo el coche. Otra vez agua, y a intentar coger velocidad para que se refrigere. Así llegamos a Bukit Merah. Ese punto era ineludible para nosotros. Había que llegar, aunque fuera, empujando el coche, porque allí nos esperaban los orangutanes, nuestros primates preferidos (sí, incluido el hombre) Antes de coger un hotel, fuimos hasta el muelle de donde salían los barquitos hasta la isla donde se encontraba el refugio de orangutanes. Queríamos asegurarnos de los horarios, entradas, etc… Allí, en un ambiente muy agradable, comimos en un puesto callejero la hamburguesa más rica que he probado en mi vida (enorme, por 1 euro), y noodles con pollo y arroz (2 euros). Ya anochecido, nos dedicamos a buscar hotel, pero la categoría de los mismos nos dispara un poco el precio. Íbamos a dormir unas horas y salir pronto, así que no compensaba pagar 80 euros. Vimos uno barato, pero estaba lleno. Saliendo del hall de éste en el que no había plazas, nos aborda un chino, que nos ofrece apartamentos justo al lado. Dudamos, y tal vez, nos pareció honrado (con otra pinta igual le hubiéramos rechazado, aunque muchos asesinos en serie no lo parecen), y le seguimos. A medida que subimos al edificio, con muchas plantas, p
Hotel de lujo en Bukit Merah |
Continuaré con la segunda parte donde nos esperan playas
paradisiacas, culturas poco conocidas, y por supuesto… los simpáticos y
adorables orangutanes, la mejor experiencia del viaje.
ORANG ASLI
ORANG ASLI
El término Orang Asli (aborigen) se refiere a las tribus
nativas de Malasia peninsular, que engloban alrededor de 150.000 individuos,
menos del 1% de la población. Estas tribus permanecieron aisladas hasta que, en
el primer milenio, empezaron a llegar los primeros comerciantes indios, con el
consiguiente aumento la población de la península. El primer contacto para
estas tribus no pudo ser más negativo. A ojos de los nuevos pobladores malayos,
esas gentes que habitaban los bosques húmedos, no eran seres humanos, y los
empezaron a cazar como animales, para venderlos como esclavos durante los
siglos XVIII y XIX. Perseguidos, se decidieron retirar hacia el interior de la
jungla, donde subsistían con los que les daba la naturaleza: madera, resina,
incienso, sal, frutos y animales de caza. Elaboraban prendas de tela y
herramientas de hierro. A lo largo de los años, numerosas naciones europeas y
asiáticas pusieron sus pies y su dominio en Malasia, desplazando y minimizando
a los orang asli, que ni siquiera se plantearon luchar. Buscados para ser
estudiados por antropólogos europeos y para ser evangelizados por misioneros
católicos, los aborígenes no parecían encontrar descanso.
Pero, paradójicamente, una guerra les trajo la paz. El país,
bajo dominio británico, estaba repartido en reinos o sultanatos locales para
administrarlo mejor. Pero la mezcla cultural entre musulmanes, chinos,
cristianos, e hindús era demasiado agitada. Una crisis económica desencadenó el
conflicto. Los chinos empezaron a ocupar puestos de trabajo de los malayos, y a
suponer una parte importante de la población (en algunas zonas hasta el 90%).
Mal remunerados, sin derecho a voto y sin opción de prosperar, los chinos
malayos, empujados por el comunismo de Zao (que obtendría el poder en China un
año más tarde), alentaron a sus compatriotas a luchar contra el colonialismo
británico en 1948. El Partido Comunista Malayo, junto con el Ejército de
Liberación Nacional Malayo, levantaron armas contra sus antiguos aliados en la
Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de hacerse con el control del país. A
pesar de que la “Emergencia Malaya”, como así se llamó a la contienda, duró
hasta 1960, el ejército de la Commonwealth, apoyado por los malayos, derrotaron
a los comunistas. Y uno de los grupos que auparon al imperio británico a la victoria fueron los orang asli, que en las zonas rurales desde
las que actuaban los insurgentes, proporcionaron una ayuda inestimable para los
ingleses. Éstos, en agradecimiento, fundaron el Departamento para los
aborígenes, promulgando ordenanzas que les atribuían ayudas. Desde 1961 se
trabajó para que los orang asli mejoraran su calidad de vida, y se hizo todo lo
posible para que se integraran en la sociedad malaya. La mayoría de ellos lo
están, pero algunos grupos, como los Batek, decidieron seguir con su vida
nómada en las selvas húmedas del país.
Y es en una de estas comunidades donde pudimos aprender la
forma de vida de esta tribu. Es curioso su parecido a los aborígenes australianos, con los que puede que estén emparentados. Viven en poblados nómadas, normalmente levantados a
orillas del río, compuestos por un grupo de chozas hechas con paja, madera,
bambú y uralita. Entre estas humildes viviendas conviven grupos de 10 a 15
familias, no muy lejos de la civilización, a la que acuden de vez en cuando
para disfrutar de los servicios que ésta ofrece. Por lo tanto, no es que estén
totalmente aislados, de hecho, el turismo es su principal fuente de ingresos.
Viven de lo que les ofrece la jungla, pero no desprecian el dinero. Siendo
sinceros, no parecen estar corrompidos por el avance, simplemente se permiten
algún “capricho” de vez en cuando. Para ellos, no existe el concepto de
propiedad privada. Se considera que el territorio circundante del poblado es
sobre el que tienen preferencia respecto a otros grupos, pero más allá de la
cerbatana de los hombres, y algún abalorio personal de las mujeres, todo se
considera comunitario. Ellos consideran que la comida (frutos y animales)
pertenecen al bosque, así que sería inmoral apropiárselos sin compartirlos con
las familias. Los batek viven en el Parque Nacional de Teman Negara, y son los
únicos que tienen permitida la caza dentro de sus fronteras. Utilizan veneno
sacado de un árbol para untarlo en los dardos que impactan contra los animales.
Los niños pequeños van desnudos, y los adultos se cubren con alguna prenda
ligera. Llevan una vida tranquila, y simplemente han elegido ese estilo,
despreciando la modernidad. Pero la llamada de la civilización está lanzando
cantos de sirena a los oídos de los jóvenes batek. En los poblados se observan
cada vez más adultos y niños, escaseando los adolescentes, que tal vez, se
dejan influir por las tentaciones de la ciudad, y buscan un futuro fuera de la
selva. Algunos se marchan a la capital y otros aprenden inglés y se quedan para
trabajar de guías para mostrar a su propio pueblo. Parece ser que el futuro de
los batek está lejos de esas junglas que desde hace miles de años les da cobijo
y protección.