domingo, 4 de junio de 2017

SUROESTE DE ESTADOS UNIDOS - (2) - Indios Anasazi, desaparición misteriosa.


SUR DE UTAH Y COLORADO
Septiembre 2004


Tipis para alojarse
Cuando narramos un viaje por el Suroeste de Estados Unidos, es como contar la clásica “road movie” por esos polvorientos desiertos americanos. Y por eso, al hablar de él, no podemos dejar de ensalzar el papel de uno de sus principales protagonistas: Utah. El estado mormón ofrece muchos de los paisajes más espectaculares del recorrido. La sucesión de una serie de Parques Nacionales que se disponen a lo largo de su frontera sur, sin duda, os harán reconciliaros con la naturaleza. Hay tantos, y tan bellos, que es imposible verlos todos en un viaje, a no ser que te concentres sólo en ellos y obvies todas las demás joyas que hay en esta zona del mundo. Nosotros dejamos alguno, pero por fortuna, pudimos rescatarlo para nuestra memoria pocos años después, cuando aterrizamos en Salt Lake City para deleitarnos con las Rocosas.



Veníamos de Nevada, y al atardecer llegamos al Parque Nacional de Zion, en medio de otra tormenta eléctrica. Nos alojamos en un cómodo motel por 30 euros, donde deberíamos coger energía para la gran ruta de los parques. Un apunte…

Si vais a visitar varios Parques Nacionales, que lo haréis, os conviene sacar la Golden Eagle Pass, (ahora igual ha cambiado de nombre). A partir de 3 parques, ya os sale rentable. Creo recordar que era por vehículo, y que puede usarse durante todo un año sin límite. Incluso podéis prestársela a algún amigo cuando volváis. La verdad es que, por unos 70 euros, merece la pena. Además, este pase no sólo cubre parques nacionales, sino también monumentos históricos, refugios de vida salvaje, parques estatales, etc… La podéis adquirir en la entrada del primer parque que visitéis.
Zion

Bighorns
El primero en presentarse fue Zion, con unos paisajes áridos, pero con abundante vegetación. Los parques están perfectamente organizados, facilitándote mucho la visita con el sistema shuttle Bus. Te subes y te bajas en el punto que quieras. Nosotros elegimos dos rutas de trekking. La “Emerald pools”, que te lleva hasta unas cascadas, y el “River Walk”, muy bonito también. Allí conocemos a los graciosos ringtails, una especie de mezcla entre ratoncillo y ardilla, que ya se han acostumbrado al ser humano, y al que no dudan en acercarse para ver si les cae algo de comida. Cogemos la hermosa Zion- Mount Carmel Highway, que cruza unos espectaculares túneles. Y al final de éstos, una aparición maravillosa: unos ejemplares magníficos de Bighorns escalando por las empinadas montañas. Estos animales son lo que en España se llaman muflones. Los cuernos eran enormes. Según nos dijo un señor que también había parado a observarlos, no se mostraban fácilmente, así que tuvimos mucha suerte de verlos en acción.


Después de pasar por Red Canyon, llegamos al segundo de los parques nacionales: Bryce Canyon. A nosotros, particularmente, fue el que más nos impactó por las increíbles formas que dibujan unas agujas llamadas Hoodos. Rodeadas de los pinos más viejos (unos 4000 años), el paisaje es totalmente diferente a Zion. Como se suele decir, una imagen vale más que mil palabras, así que, en vez de gastar líneas en describiros la belleza del lugar, mirad la foto que os dejo (la utilizo de fondo de pantalla en mi ordenador). Vamos bien de tiempo, así que hacemos merchandaising (compras de recuerdos) y reservamos un tipi indio en el Ruby´s Inn. Es enorme.
Bryce Canyon

Toca madrugar (06.00h) para recorrernos el parque. Teníamos pensado hacer una excursión en caballo, pero hace bastante frío, y preferimos recorrerlo a pie. Tened en cuenta que Bryce Canyon está a bastante altitud, y puede refrescar bastante. Caminamos mucho para sacar fotos, y con el bus del parque, nos paramos en todos los “Points of view” (vistas panorámicas).  Cada vez que abríamos la boca de asombro por los bellos paisajes, aprovechábamos a meternos los maíces que nos habíamos comprado. Y el ritmo era bueno, porque os aseguro que os impresionaréis muy a menudo. Los puntos de parada eran Sunset, Sunrise and Inspiration point, y Bryce point.

Lago Powell


Dejando atrás esa maravilla de la naturaleza, nos dirigimos a Kanab, pasando por el lago Powell. Atrapado por la presa Glenn Canyon, el contraste azul del agua, y el naranja del desierto, hace que parezca otro planeta. El entorno natural es fantástico. Hay un puente de hierro, que parece haber sido empalmado con pegamento a las paredes del cañón. Bajamos una rampa kilométrica para llegar al nivel del agua, y al volver, un chico muy amable nos sube en un carrito de golf. La verdad es que es de la mejor gente que hemos conocido. Siempre están dispuestos a ayudar.

Antelope Canyon
Son las 16.00h, y no hemos comido, pero la proximidad del Antelope Canyon nos quita el hambre, o más bien nos la sustituye, porque aún no nos hemos saciado de una naturaleza tan bella. ¡¡Queremos más!! En territorio indio, el Antelope está administrado por los Navajo. Allí no vale el pase, y tal vez todo lo que esté en tierras indias sea un poco más caro, pero es de las pocas cosas que les dan para vivir, así que a mi particularmente, que estoy enamorado de la cultura de los nativos americanos, no me importo soltar 20 “pavos” por la entrada. La verdad es que, si vais por las reservas, os daréis cuenta de la pobreza en la que viven la mayoría de ellos. En chabolas y viejas caravanas que se caen a cachos. El juego y el turismo son prácticamente los únicos medios de subsistencia de unos pueblos especialmente castigados por el alcoholismo y la marginación.



Allí no puedes meter tu coche, y son ellos los que te llevan en un 4x4 hasta la entrada del angosto y fantasmagórico cañón. Son formas alucinantes. Lo recorremos, y volvemos para comer (serían las 18.00h). Tuvimos suerte porque la tormenta llegó justo cuando salíamos, obligando a los indios a cerrar. Notaréis ausencias destacables como el Parque Nacional de Arches y Canyonlands, pero como os dije, era cuestión de tiempo. De todas formas, los visitamos al cabo de pocos años, y los incluiré en otro artículo.
Monument Valley

La siguiente parada era Monument Valley. Seguro que habéis visto en infinidad de películas de John Wayne, a los vaqueros cabalgar entre esas tres enormes rocas en medio de un árido desierto. Es todo un icono del cine del Oeste, y uno de los lugares a los que hay que acudir sin duda alguna. Desprende un ambiente místico, de paz y tranquilidad, del que te resulta muy difícil despegarte. Está en medio de la nada, y hay muy muy pocos alojamientos en los alrededores. El pueblo más cercano es Mexican Hat, y allí es donde nos metimos en un motel bastante cutre. No olía a lavanda precisamente, pero era lo único que había. No diré el nombre para no herir sensibilidades.

Vimos Monument Valley con la primera hora del día. Hay senderos que bajan hasta la base de las “Left Mitten”, “Right Mitten”, y “Merrick Butte”, como llaman a las tres rocas. Como al Gran Cañón, basta con observarlas durante un rato en silencio para percibir toda la magia del lugar. Y si llegáis hasta aquí, tenéis que pasaros por las “Four Corners”. Se llama así al punto geográfico exacto donde se juntan cuatro estados: Arizona, Utah, Colorado y Nuevo México. Si estiráis los brazos y piernas en forma de cruz, podéis estar en los cuatro estados a la vez. Alrededor del monumento hay varios puestos donde los indios venden artesanía muy bonita. Nosotros compramos pulseras y un cuadro hecho con arena, que todavía ocupa un lugar privilegiado en nuestro salón. Ya en Colorado, paramos en Cortez para tomar un café, antes de visitar Mesa Verde.
Mesa Verde

Mesa Verde son, sin duda alguna, los restos arqueológicos más importantes que los anasazi nos han legado. Como hablaré de ellos más abajo, sólo decir que es un conjunto de un gran valor histórico, y que podéis visitar una media docena de poblados, compuestos por viviendas y kivas (habitaciones excavadas en el suelo que servían para hacer rituales sagrados). El más grande y mejor conservado quizás sea el Cliff Palace. Hay un mirador desde el que se puede ver perfectamente una panorámica espectacular del sitio, dispuesto al abrigo de una pared de un cañón, bajo un acantilado.

Compramos beans enlatadas (sólo hay eso, ni garbanzos ni lentejas) en un supermercado, y hacemos una comida “vaquera”.

Nada más llegar a Durango, sacamos billetes para el día siguiente en el famoso tren antiguo que va a Silverton. Nos alojamos en el Dollar Inn, regentado por dos chicos muy amables, que nos dan dos bolsas de regalitos de bienvenida. Por 30 euros, con desayuno, y encima con un detallito. La habitación está genial, con camas de 2 metros. Apunte…

Allí hay gente muy obesa, por eso en casi todos los alojamientos las camas, aunque sean dos, son enormes. Mucho más que una de matrimonio standard.

Tren de Durango a Silverton
Durante el paseo por el pueblo, vemos la primera barra de pan tipo baguette de todo el viaje (ellos comen de molde), así que no nos importa pagar el “lujo” para quitarnos las ganas. Nos encanta el pan, y lo comemos a “palo”, sin nada. Al día siguiente, durante el desayuno, hacemos una degustación de donuts. ¡¡Que variedad!! A continuación, nos dirigimos a la estación para acomodarnos en el vagón número 9, desde el que disfrutaríamos de unas vistas increíbles. Son paisajes preciosos, y vertiginosos, porque el tren discurre a través de bordes de precipicios. Son tres horas que se te hacen muy cortas gracias a las vistas. Al llegar a Silverton, te encuentras el típico pueblo minero del far west, con bonitas casas de colores muy bien cuidadas. Merece mucho la pena el viaje hasta allí. Tienes unas horitas para darte una vuelta (es pequeño) y comer tranquilamente en uno de los restaurantes de la calle principal antes de volver. Nosotros elegimos un mexicano, del que salimos muy contentos.

Y de allí, a Nuevo México…


INDIOS ANASAZI


La cultura anasazi es tan misteriosa, que hasta su propio nombre nos es desconocido. No tenían escritura (los relatos pasaban de generación en generación de forma oral), por lo que ni siquiera sabemos si ellos mismos se denominaban así. El término les fue concedido por los indios navajo, que parece ser tampoco coincidieron con ellos, sino con sus posibles descendientes, los hopi. Enfrentados en continuas disputas, les llamaron “antiguos enemigos”, y es la designación que adoptó para el resto del mundo este fascinante pueblo.
Poco se sabe de ellos, a pesar del rico legado que nos han dejado en la zona del suroeste de Estados Unidos. Las magníficas construcciones, en perfecto estado de conservación, donde todavía se pueden coger mazorcas de maíz de 800 años de antigüedad, lejos de aportarnos conocimiento, no hacen sino generarnos más enigmas. ¿Por qué desaparecieron de la noche a la mañana? ¿Qué les empujó a construir sus comunidades al abrigo de barrancos casi inaccesibles? Aquí trataremos de encontrar respuestas…
Cañón del Chaco, Nuevo México
Esta tribu prehistórica surgió en Nuevo México alrededor del siglo VIII, expandiéndose en los alrededores de la zona llamada “Cuatro esquinas”, donde se juntan las fronteras de Utah, Colorado, Arizona y el propio Nuevo México. El desierto, árido, no era la zona más apta para el cultivo. El Cañón de Chaco, en Nuevo México, parece ser el asentamiento más importante de los que se han descubierto hasta ahora, estimando que albergaba unas dos mil personas. Sedentarios, desarrollaron técnicas de irrigación que les permitían canalizar el agua de los ríos cercanos hacia sus maizales. Pero el clima no les era favorable. Y ahí es dónde podemos encontrar la clave del misterio de los anasazi. Hallazgos arqueológicos modernos parece ser que han constatado signos de canibalismo entre miembros de esta tribu. Aunque sus autoproclamados descendientes (hopi y zuni) se niegan a creerlo, restos óseos hallados en kivas muestran indicios claros de esta práctica entre los anasazi. ¿Qué había empujado a una sociedad tan pacífica a adentrarse en tan macabras costumbres? Efectivamente, el clima. Se sabe, a través de troncos de árboles, que la zona sufrió numerosas sequías, las cuales superaron. Pero a mediados del siglo XII, la falta de agua quebrantó la fe divina de los anasazi. Hasta entonces, los sumos sacerdotes se las habían apañado para atraer al tan preciado líquido, pero una vez fueron derrotados por el sol, los fieles dejaron de acudir a los rituales, y los sacerdotes perdieron poder. Comenzó un declive que obligaría al pueblo a emigrar hacia el norte para encontrar tierras más ricas. En Colorado, la vegetación les dio una nueva vida, pero los indios, ya desconfiados, se dividieron en pequeños grupos, fundando miles de asentamientos.
Mesa Verde, Colorado
Petroglifos
Estos enclaves estaban lejos de los cauces de los ríos y de los bosques que les proporcionaban los recursos naturales, pero cerca de vertiginosos acantilados que les daban protección frente a sus vecinos. La falta de alimento había ocasionado luchas dentro de la tribu, y una anarquía que nadie podía frenar. Los que niegan que los anasazi tuvieran que practicar el canibalismo, proponen que éste pudo venir con los toltecas y aztecas que llegaron de México. La teoría de la sequía y la superpoblación es la más aceptada por los expertos, pero no se puede descartar que huyeran de un enemigo exterior. Los navajo llegaron 100 años más tarde, y otras pequeñas tribus que cohabitaban con ellos como los mogollón, tenían excelentes relaciones, así que la opción de los pueblos mesoamericanos es la más plausible, aunque no haya prueba alguna de ello. Se sabe que ellos sí practicaban sacrificios y canibalismo.


Atrapasueños
Como ya ocurrió con los mayas o en isla de Pascua, el enemigo estaba dentro. La cultura anasazi, sin rueda, sin animales de carga, ni herramientas de metal, fue capaz de edificar grandes edificios de varias plantas hace ya más de mil años, en zonas de difícil acceso.
Como decíamos, la teoría de la escasez de alimentos, alimentó la paranoia de los anasazi, que se aferraron a las paredes de los acantilados para defenderse de sus propios compañeros. Pero hay una teoría mucho más fantástica que hará las delicias de los amantes del misterio…
Castillo de Montezuma, Arizona
¿Y si no huían de un enemigo humano? Hay quien se atreve a proponer que esas construcciones hechas bajo la protección de la roca del precipicio, se levantaron para esconderse de un adversario proveniente… del cielo. Tenían unos conocimientos muy avanzados de astronomía, y muchos petroglifos muestran extrañas figuras antropomorfas en las que muchos ven seres de otro mundo. Ellos creían en el kachina, una especie de espíritu que se encuentra en cualquier elemento. En la tribu hopi hay una profecía muy antigua que dice que cuando el Kachina de la estrella azul baje del cielo, emergerá un nuevo mundo. ¿Se referían a una visita extraterrestre? Ellos hablan con total normalidad sobre estos avistamientos, y si queremos creer en esta idea, la ubicación de las ciudades anasazi son invisibles a la vista aérea.
Quedaros con la que más os guste…