SUDÁFRICA (I)
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Bandera de Sudáfrica |
Todos estos países nos aportan lo mejor de África en sus
respectivos atractivos. Pero… yo echo en falta a un protagonista. Tal vez no
sea el favorito en nada (bueno sí, en el vino) pero sí el mejor en su conjunto,
ya que reúne todas las ofertas anteriores, y porque no decirlo, en un grado muy
cercano o a la par en algunos aspectos, de los líderes del ranking. Hablamos de
Sudáfrica…
Jacarandas en Pretoria |
Antes de entrar en materia, me gustaría hacer una
advertencia muy importante… Sudáfrica NO ES PELIGROSO. Repito… NO ES PELIGROSO.
Si alguno de vosotros tiene este destino en mente para sus próximos viajes, que
no os frene lo que oís sobre la seguridad del país. Obviamente hay casos de
violencia (como en todos los lados), pero si evitáis Johannesburgo (que por
otra parte no tiene mucho que ver), no os sentiréis amenazados en ningún
momento. Me da pena escuchar cómo muchos turistas o viajeros, rechazan ir a
Sudáfrica por el tema de la delincuencia. Que la hay, seguro, pero no hace
falta tomar ninguna medida de seguridad especial ni diferente a la de cualquier
país europeo. De hecho, he estado en lugares “más seguros”, y me he sentido
infinitivamente más intimidado que en Sudáfrica. De verdad, ¡fuera miedos! ¡Y
animaos! Os encontrareis un país amable.
Aunque teníamos este destino en las primeras posiciones de
nuestra lista de deseados, lo cierto es que llegamos a él de rebote. Nuestros
billetes de avión marcaban otro destino: Tailandia. Pero un inoportuno golpe
militar en el país asiático nos obligó a cambiar de rumbo. Y como reza el dicho…
No hay mal que por bien no venga. Teníamos
serias dudas sobre si merecía la pena aventurarnos en un territorio tan grande con
apenas 15 días de vacaciones. Pero sí, ¡vaya si la mereció!
Cartel recordando la matanza de Soweto |
Con la excelente impresión que nos dejó Pretoria, abandonamos
la ciudad para ir en busca de los Ndebele, en Botshabelo. Resultó curioso que,
al preguntar a blancos, nadie sabía dónde situarlos, pero enseguida dos chicos
de raza negra nos indicaron el camino que lleva hasta el poblado, en el que
vemos los primeros monos y las primeras gacelas salvajes. El entorno es muy
relajante. Allí podréis encontrar a esta etnia, que pinta la fachada de sus
chozos con unos colores muy alegres.
Tras cuatro horas de carretera (ah sí, se me olvidaba,
alquilamos coche. Indispensable para moverte a tu aire), llegamos a Dundee. El
asfalto está algo bacheado y ruedan muchos camiones, pero tranquilos, con un
coche normal llegaréis a todas partes. Son carreteras muy buenas en general.
Para dormir nuestra primera noche habíamos reservado en el B&B Penryn,
regentado por una amable anciana que nos acomoda en nuestro alojamiento.
Dormitorio, salita y cocina, todo para nosotros.
Tocaba madrugar para ir a Bloodriver a ver los campos de
batalla de la Guerra Anglo-Boer, en la que los británicos, después de derrotar
a los zulús, se enfrentaron a los colonos neerlandeses, que se sublevaron a
finales del siglo XIX, ante la anexión de Sudáfrica por parte del Reino Unido.
El museo es excelente, y merece tomarse su tiempo para recorrerlo.
Curiosamente, cuando llegamos, una verja nos cierra el paso. Tocamos un timbre,
pero nadie nos responde. Después de varios intentos, unas mujeres con la cara
pintada de blanco nos dicen que tenemos que tocar el claxon del coche para que
nos abran. El método funciona, y nos dejan entrar. Tenemos todo el recinto en
exclusiva para nosotros.
Didima |
Al atardecer, vamos hasta el Hotel Cathedral Peak, desde donde parte un camino (“Rivers Walk”) que nos permite adentrarnos en el corazón verde de las Drakensberg, donde recibimos el primer flechazo. No, no era el ataque de una tribu salvaje. Fue un vuelco al corazón provocado por la belleza del lugar. En nuestro hotel nos apuntamos a la excursión del día siguiente (09.00h) para ver las pinturas bosquimanas de Koishan. El lugar está alejado y es de acceso restringido, por lo que es obligatorio ir acompañado de un guía. Hasta que llegue ese mágico momento, cenamos una refrescante ensalada en el porche de nuestra cabañita, relajándonos en compañía del silencio.
Pinturas bosquimanas |
Puede que resulte agotador, pero la emoción nos hizo
madrugar (05.00h) para hacer un duro y accidentado trekking (un par de arañazos
y resbalones) de tres horas, en el que se nos cruzan varias manadas de
babuinos. Vuelta, cafecito, y nos unimos al grupo de suizos para ascender hasta
el abrigo donde se preservan unas magníficas pinturas prehistóricas. A la
bajada pasamos por las Dorgen Falls, donde se puede beber agua directamente del
estanque.
En el Parque Royal Natal nos esperaban más paisajes
increíbles y la oportunidad de hacer otra caminata (“Cascades”) para sentir la
naturaleza. Allí compramos bonitas máscaras africanas y tambores. Antes de
llegar al Golden Gate Park Clarens, repostamos en Bethelem, donde nos espera una
bonita iglesia que imita al estilo románico. La noche se nos echa encima, y
llegamos tarde al parque. En el Reenen Rest Camp la recepción está cerrada y
nos atiende el guarda. Nos da el chozo número 23 (unos 40 euros) y nos
sorprendemos al ver una enorme fuente de fruta y una amplia variedad de
panecillos en el centro de la mesa. Ni que supieran que llegábamos. Por si
acaso no tocamos la comida porque aquello nos olía a equivocación del vigilante
al asignar la habitación. Nos duchamos, cenamos, y preparando el café, notamos
que alguien hurga en la cerradura, intentando entrar. Era el gerente, que se
queda tan sorprendido como nosotros al encontrarnos allí despatarrados en la
casita de los recién casados. El hombre, muy simpático, nos dice que sólo le
interesa el centro de mesa (menos mal que no lo tocamos). Se lo lleva, y nos
deja que sigamos ocupando el chocito.
El día siguiente teníamos planeado visitar un poblado de los
Basotho. La visita hay que hacerla con guía también (50 rands). Originarios de
Lesotho, esta tribu del grupo étnico de los Bantu no parece vivir como sus
ancestros. La visita es interesante, pero no os penséis encontrar una tribu “auténtica”.
A pesar de que desplegaron todo su repertorio ante nuestra visita (tomamos un
brebaje con el jefe, nos adentramos en sus chozas donde nos esperaban sus tres
mujeres amasando cereal, un grupo tocó el tambor y el acordeón, y hasta nos
representan un espectáculo de marionetas), nos dio la sensación de que el guía,
cuando se adelantó para comprobar que los “actores” se encontraban en el
poblado, les ordenó ponerse sus ropas tribales encima de sus pantalones
vaqueros (de hecho se les asomaban las deportivas por debajo de las capas) para
dar el pego ante el ingenuo turista occidental. Bueno, haceros un poco los
suecos, y ponerle un poco de imaginación.
Tribu Basotho |
Tras soltar la pertinente propinilla y comprarles unas
pulseras cogemos la ruta Maloti por Fouriesburg-Ficksburg hacia Bloemfontein.
El trayecto es largo (500 kilómetros), así que, si estáis cansados de tanto
viaje, echaos una cabezadita, que os aviso cuando lleguemos…
Y si no tenéis sueño, aquí os paso algo para leer sobre las guerras anglo-bóeres...
GUERRA ANGLO-BÓER
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Zulúes |
En la Primera Guerra Anglo-Bóer, obligaron a los ingleses a
firmar un acuerdo respetando sus territorios, pero en 1899, el descubrimiento
de oro empujó de nuevo a los colonos británicos a tierras Boers. Paul Kruger,
el presidente de Transvaal ya vaticinó el conflicto “En lugar de alegraros haríais mejor en llorar, pues este oro causará un
baño de sangre en nuestro país”. Y efectivamente, las profecías de Kruger
no tardaron en cumplirse. Los sudafricanos descendientes de los primeros
colonos holandeses eran más diestros con las armas y conocían mejor el terreno,
pero el ejército británico estaba mejor abastecido, y reponía las bajas muy
fácilmente. Arrinconados en los montes, los bóeres emprendieron una guerra de guerrillas,
que finalizó en 1902 con el Tratado de
Veerening, que anexionaba Transvaal y el Estado Libre de Orange al imperio
británico.

Y para no dejaros con mal sabor de boca, os contaré una
interesante historia que tal vez la mayoría de vosotros no conozcáis…
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Winston Churchill |
Pero una vez encerrado, no tardó mucho en escaparse.
Aprovechando un despiste de un guardia, logró escalar la valla y huir a través
de una ciudad (Pretoria), en la que nadie parecía fijarse en un prófugo. Logró
alcanzar un tren en marcha, y adentrarse en el bosque para esconderse. Como en
una novela de aventuras, durante seis días (en los que se ocultaba) y seis
noches (en las que se movía) recorrió 500 kilómetros, en los que superó ríos,
barrancos y la amenaza de enormes buitres para alcanzar la libertad, con el
chocolate duro como único alimento.
Se cuenta que escapó de la vigilancia de los bóeres
disfrazado de mujer. Sea como fuere, aquel capítulo le deparó gran notoriedad,
que aumentó durante los años siguientes, sobre todo en la Primera Guerra
Mundial.
Espero que os haya gustado la historia.
¡Hasta otra!