domingo, 18 de junio de 2017

SUDÁFRICA (I) - Tribus - Guerras anglo-bóeres, los primeros campos de concentración.


SUDÁFRICA (I)

Bandera de Sudáfrica
El viajero que acude a África, suele hacerlo, fundamentalmente, en busca de fauna, paisajes naturales, tribus, playas, ciudades históricas, arqueología y, sobre todo, aventura. Los santuarios de vida salvaje de Kenia, Tanzania, Uganda, Madagascar o Botsuana, entre otros, atraen a amantes de la naturaleza de todo el mundo para ver los Big Five (cinco grandes) (león, leopardo, búfalo, rinoceronte y elefante), los impresionantes gorilas o la increíble fauna endémica de la gran isla del continente. En Etiopía podemos convivir con las tribus más auténticas del continente negro. En Marruecos o Malí nos damos cita con el pasado. En Egipto, los faraones nos dan la bienvenida a su mundo en unos impresionantes templos y pirámides. Namibia, Argelia o Níger nos deleitan con sus hipnóticos e inhóspitos desiertos, en contraste con el bello paisaje acuático que suena con fuerza entre la frontera de Zambia y Zimbabwe, cuando las cataratas Victoria deciden dar el salto. Y el que busque relax, tiene playas estupendas en Mozambique o Mauricio.

Todos estos países nos aportan lo mejor de África en sus respectivos atractivos. Pero… yo echo en falta a un protagonista. Tal vez no sea el favorito en nada (bueno sí, en el vino) pero sí el mejor en su conjunto, ya que reúne todas las ofertas anteriores, y porque no decirlo, en un grado muy cercano o a la par en algunos aspectos, de los líderes del ranking. Hablamos de Sudáfrica…
Jacarandas en Pretoria

Antes de entrar en materia, me gustaría hacer una advertencia muy importante… Sudáfrica NO ES PELIGROSO. Repito… NO ES PELIGROSO. Si alguno de vosotros tiene este destino en mente para sus próximos viajes, que no os frene lo que oís sobre la seguridad del país. Obviamente hay casos de violencia (como en todos los lados), pero si evitáis Johannesburgo (que por otra parte no tiene mucho que ver), no os sentiréis amenazados en ningún momento. Me da pena escuchar cómo muchos turistas o viajeros, rechazan ir a Sudáfrica por el tema de la delincuencia. Que la hay, seguro, pero no hace falta tomar ninguna medida de seguridad especial ni diferente a la de cualquier país europeo. De hecho, he estado en lugares “más seguros”, y me he sentido infinitivamente más intimidado que en Sudáfrica. De verdad, ¡fuera miedos! ¡Y animaos! Os encontrareis un país amable.

Aunque teníamos  este destino en las primeras posiciones de nuestra lista de deseados, lo cierto es que llegamos a él de rebote. Nuestros billetes de avión marcaban otro destino: Tailandia. Pero un inoportuno golpe militar en el país asiático nos obligó a cambiar de rumbo. Y como reza el dicho… No hay mal que por bien no venga. Teníamos serias dudas sobre si merecía la pena aventurarnos en un territorio tan grande con apenas 15 días de vacaciones. Pero sí, ¡vaya si la mereció!

Cartel recordando la matanza de Soweto
Con Iberia aterrizamos en Johannesburgo, que directamente lo dejamos de lado. Hay gente que aprovecha la visita a esta gran urbe para ver Soweto, el populoso barrio de mayoría negra, tristemente famoso por la matanza de 1976 en la que 566 estudiantes fueron asesinados por protestar contra el cambio lingüístico que implantó el gobierno, que impuso el afrikáans en detrimento del inglés. Nosotros teníamos poco tiempo como ya dije, así que nos dirigimos directamente a la capital, Pretoria. Y la primera impresión de Sudáfrica no pudo ser más cálida. Avenidas y parques llenos de jacarandas moradas nos daban la bienvenida. Es una ciudad realmente agradable. La visita puede incluir la Church Square, el ayuntamiento, la sede del gobierno, le Voortreker Monument (donde se cuenta la historia afrikáner) y una larga lista de museos. Hay muchos edificios históricos de gran interés.


Poblado Ndebele









Con la excelente impresión que nos dejó Pretoria, abandonamos la ciudad para ir en busca de los Ndebele, en Botshabelo. Resultó curioso que, al preguntar a blancos, nadie sabía dónde situarlos, pero enseguida dos chicos de raza negra nos indicaron el camino que lleva hasta el poblado, en el que vemos los primeros monos y las primeras gacelas salvajes. El entorno es muy relajante. Allí podréis encontrar a esta etnia, que pinta la fachada de sus chozos con unos colores muy alegres.

Tras cuatro horas de carretera (ah sí, se me olvidaba, alquilamos coche. Indispensable para moverte a tu aire), llegamos a Dundee. El asfalto está algo bacheado y ruedan muchos camiones, pero tranquilos, con un coche normal llegaréis a todas partes. Son carreteras muy buenas en general. Para dormir nuestra primera noche habíamos reservado en el B&B Penryn, regentado por una amable anciana que nos acomoda en nuestro alojamiento. Dormitorio, salita y cocina, todo para nosotros.

Tocaba madrugar para ir a Bloodriver a ver los campos de batalla de la Guerra Anglo-Boer, en la que los británicos, después de derrotar a los zulús, se enfrentaron a los colonos neerlandeses, que se sublevaron a finales del siglo XIX, ante la anexión de Sudáfrica por parte del Reino Unido. El museo es excelente, y merece tomarse su tiempo para recorrerlo. Curiosamente, cuando llegamos, una verja nos cierra el paso. Tocamos un timbre, pero nadie nos responde. Después de varios intentos, unas mujeres con la cara pintada de blanco nos dicen que tenemos que tocar el claxon del coche para que nos abran. El método funciona, y nos dejan entrar. Tenemos todo el recinto en exclusiva para nosotros.

Didima
Tras un paseo por Dundee, donde visitamos su iglesia y vemos las omnipresentes jacarandas, llegamos a Ladysmith, que posee un precioso ayuntamiento con una torre con reloj. Allí hacemos unas compras en un animado centro comercial, antes de seguir la ruta hacia las impresionantes montañas Drakensberg. Cerca de Giants Castle paramos en un complejo de tiendas con forma de chozo, en el que, entre otras cosas, se pueden comprar las famosas pulseras hechas con pelo de la cola del elefante. En uno de los comercios entablamos conversación con una inglesa que lleva allí 24 años, quien nos presenta a otra amiga, dueña de una joyería, que nos indica cómo llegar hasta las pinturas bosquimanas de Cathedral Peak. Antes de llegar a nuestro alojamiento, tenemos la oportunidad de sacar fotos a termiteros gigantes de más de dos metros de altura. Didima (50 euros) es un precioso chozo moderno, integrado perfectamente en el entorno, para no estropear el maravilloso paisaje que forma la cordillera más alta de Sudáfrica. Llegando hasta Lesotho, las vistas de esta maravilla geológica, declarada Patrimonio de la Humanidad, no os dejarán indiferentes.


Al atardecer, vamos hasta el Hotel Cathedral Peak, desde donde parte un camino (“Rivers Walk”) que nos permite adentrarnos en el corazón verde de las Drakensberg, donde recibimos el primer flechazo. No, no era el ataque de una tribu salvaje. Fue un vuelco al corazón provocado por la belleza del lugar. En nuestro hotel nos apuntamos a la excursión del día siguiente (09.00h) para ver las pinturas bosquimanas de Koishan. El lugar está alejado y es de acceso restringido, por lo que es obligatorio ir acompañado de un guía. Hasta que llegue ese mágico momento, cenamos una refrescante ensalada en el porche de nuestra cabañita, relajándonos en compañía del silencio.


Pinturas bosquimanas

Puede que resulte agotador, pero la emoción nos hizo madrugar (05.00h) para hacer un duro y accidentado trekking (un par de arañazos y resbalones) de tres horas, en el que se nos cruzan varias manadas de babuinos. Vuelta, cafecito, y nos unimos al grupo de suizos para ascender hasta el abrigo donde se preservan unas magníficas pinturas prehistóricas. A la bajada pasamos por las Dorgen Falls, donde se puede beber agua directamente del estanque.

En el Parque Royal Natal nos esperaban más paisajes increíbles y la oportunidad de hacer otra caminata (“Cascades”) para sentir la naturaleza. Allí compramos bonitas máscaras africanas y tambores. Antes de llegar al Golden Gate Park Clarens, repostamos en Bethelem, donde nos espera una bonita iglesia que imita al estilo románico. La noche se nos echa encima, y llegamos tarde al parque. En el Reenen Rest Camp la recepción está cerrada y nos atiende el guarda. Nos da el chozo número 23 (unos 40 euros) y nos sorprendemos al ver una enorme fuente de fruta y una amplia variedad de panecillos en el centro de la mesa. Ni que supieran que llegábamos. Por si acaso no tocamos la comida porque aquello nos olía a equivocación del vigilante al asignar la habitación. Nos duchamos, cenamos, y preparando el café, notamos que alguien hurga en la cerradura, intentando entrar. Era el gerente, que se queda tan sorprendido como nosotros al encontrarnos allí despatarrados en la casita de los recién casados. El hombre, muy simpático, nos dice que sólo le interesa el centro de mesa (menos mal que no lo tocamos). Se lo lleva, y nos deja que sigamos ocupando el chocito.

Royal Natal













El día siguiente teníamos planeado visitar un poblado de los Basotho. La visita hay que hacerla con guía también (50 rands). Originarios de Lesotho, esta tribu del grupo étnico de los Bantu no parece vivir como sus ancestros. La visita es interesante, pero no os penséis encontrar una tribu “auténtica”. A pesar de que desplegaron todo su repertorio ante nuestra visita (tomamos un brebaje con el jefe, nos adentramos en sus chozas donde nos esperaban sus tres mujeres amasando cereal, un grupo tocó el tambor y el acordeón, y hasta nos representan un espectáculo de marionetas), nos dio la sensación de que el guía, cuando se adelantó para comprobar que los “actores” se encontraban en el poblado, les ordenó ponerse sus ropas tribales encima de sus pantalones vaqueros (de hecho se les asomaban las deportivas por debajo de las capas) para dar el pego ante el ingenuo turista occidental. Bueno, haceros un poco los suecos, y ponerle un poco de imaginación.



Tribu Basotho


Tras soltar la pertinente propinilla y comprarles unas pulseras cogemos la ruta Maloti por Fouriesburg-Ficksburg hacia Bloemfontein. El trayecto es largo (500 kilómetros), así que, si estáis cansados de tanto viaje, echaos una cabezadita, que os aviso cuando lleguemos…

Y si no tenéis sueño, aquí os paso algo para leer sobre las guerras anglo-bóeres...


GUERRA ANGLO-BÓER




Zulúes
Tras derrotar a los zulúes en 1879, parecía que los británicos querían seguir la inercia de la victoria, y decidieron tomar todo el territorio de la actual República Sudafricana en nombre de la corona británica al año siguiente. Pero la rebelión de los bóeres, les impidió conseguir sus objetivos en un primer momento. Los granjeros holandeses (también alemanes y franceses) se habían asentado en el Cabo de Buena Esperanza para proveer de víveres a los barcos de la Compañía Neerlandesa e las Indas Orientales, que pasaban por ese punto en su ruta a la India y China. El trayecto era muy largo y se hacía necesario establecer una base para asegurar las mercancías y las vidas de los marineros. Pero con el tiempo, los afrikáners se fueron extendiendo hacía el interior, expandiendo su dominio.

Campo de batalla de Bloodriver















En la Primera Guerra Anglo-Bóer, obligaron a los ingleses a firmar un acuerdo respetando sus territorios, pero en 1899, el descubrimiento de oro empujó de nuevo a los colonos británicos a tierras Boers. Paul Kruger, el presidente de Transvaal ya vaticinó el conflicto “En lugar de alegraros haríais mejor en llorar, pues este oro causará un baño de sangre en nuestro país”. Y efectivamente, las profecías de Kruger no tardaron en cumplirse. Los sudafricanos descendientes de los primeros colonos holandeses eran más diestros con las armas y conocían mejor el terreno, pero el ejército británico estaba mejor abastecido, y reponía las bajas muy fácilmente. Arrinconados en los montes, los bóeres emprendieron una guerra de guerrillas, que finalizó en 1902 con el Tratado de Veerening, que anexionaba Transvaal y el Estado Libre de Orange al imperio británico.

A pesar de que el concepto de campo de concentración nos retrae a la época nazi, en las guerras anglo-bóeres ya se puso en práctica este sistema de internamiento. Si bien es verdad que, en absoluto se cometían barbaridades como las del Tercer Reich, un gran número de internos morían de hambre y de enfermedades, de las que apenas eran atendidos por los médicos. Hay fotos impactantes de reclusos que parecen esqueletos vivientes, que, si nadie te sitúa la imagen, automáticamente la relacionarías con Auswitch o cualquier otro campo de exterminio de las SS. Se calcula que alrededor de 28.000 bóeres (de los cuales más de 22.000 eran niños de menos de 16 años) perecieron en una larga agonía a manos de los británicos, junto con otros 20.000 negros, que igualmente fueron apresados. La mayoría eran mujeres, niños y ancianos.

Y para no dejaros con mal sabor de boca, os contaré una interesante historia que tal vez la mayoría de vosotros no conozcáis…

Winston Churchill
El famoso Primer Ministro inglés en la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, protagonizó una evasión de película durante la Segunda Guerra Anglo-Bóer. El futuro líder británico, era por aquellas fechas un corresponsal de guerra del periódico The Morning Post. Con 25 años ya era todo un veterano en ese tipo de trabajo (cubrió la guerra de Cuba de 1895, la rebelión pastún de 1897 en la India, y revueltas en Sudán en 1898). En noviembre de 1899, al comienzo de la guerra, el tren en el que viajaba se vio sorprendido por el ataque de un grupo de bóeres, que, a pesar de la valentía y determinación de Churchill, que sin ser soldado lideró a las tropas en la defensa del asalto, fue capturado por las tropas enemigas y recluido en un campo de prisioneros.

Pero una vez encerrado, no tardó mucho en escaparse. Aprovechando un despiste de un guardia, logró escalar la valla y huir a través de una ciudad (Pretoria), en la que nadie parecía fijarse en un prófugo. Logró alcanzar un tren en marcha, y adentrarse en el bosque para esconderse. Como en una novela de aventuras, durante seis días (en los que se ocultaba) y seis noches (en las que se movía) recorrió 500 kilómetros, en los que superó ríos, barrancos y la amenaza de enormes buitres para alcanzar la libertad, con el chocolate duro como único alimento.

Se cuenta que escapó de la vigilancia de los bóeres disfrazado de mujer. Sea como fuere, aquel capítulo le deparó gran notoriedad, que aumentó durante los años siguientes, sobre todo en la Primera Guerra Mundial.

Espero que os haya gustado la historia.

¡Hasta otra!