OUTBACK
Octubre 2009
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Cartel de bienvenida al Territorio del Norte |
Cuando era un niño, el mero hecho de escuchar la palabra
Australia me trasladaba a una tierra inhóspita y lejana donde desplegaba mi
alma de explorador. Dejaba volar mi imaginación y acudía con ella a la llamada
de la naturaleza, que hacía eco en mi mente, y volvía como un boomerang a la
gigantesca isla oceánica, mostrándome el camino de la aventura. Y con esa
perspectiva nos dispusimos a viajar hasta nuestras antípodas. Os voy a contar
las maravillas que ofrece este vasto territorio (Uluru, Ópera House, arrecife
de coral, …), pero también os diré que lo mejor del viaje no fueron estas
increíbles construcciones (tanto artificiales como naturales), sino el camino
que nos llevó hasta ellas. Por supuesto, es una opinión muy personal, pero para
mí, muchas veces un viaje es más cómo lo ves, que lo que ves. Y Australia es
precisamente eso, “el camino”. Si la recorréis en vuelos internos os perderéis
toda su esencia. No cambiaría por nada del mundo la visión de un dingo salvaje
apareciendo como un fantasma entre las altas hierbas secas del campo, por un
ejemplar amaestrado que canta cuando tocan el piano. Es un momento muy
simpático, pero yo admiro la naturaleza primigenia y salvaje. Como tampoco
cambiaría la experiencia de ver y oír a un koala aullar como un lobo en plena
noche, por la fotografía de este gracioso marsupial en un zoo. O la impagable
sensación de dormir en una vieja furgoneta en medio del desierto, antes que en
un lujoso hotel de 5 estrellas. Comencemos la aventura…

Llegar hasta este continente desde España cuesta mucho
tiempo y dinero, así que como no andábamos sobrados de ninguna de las dos
cosas, tuvimos que planear el viaje en base a esos dos factores. Para ahorrar,
es esencial elegir bien la época, ya que en temporada alta allí (baja en
el hemisferio norte), los precios se disparan, y la disponibilidad de alojamiento se reduce,
lógicamente. Pero si viajáis en pleno verano europeo, aunque encontréis precios
más asequibles, también echaréis en falta alguna hora de luz. Y si vais al
desierto en su verano (invierno aquí), tened en cuenta las altas temperaturas.
Valorando todo esto, decidimos que octubre podría estar en un término medio. El
siguiente estudio iba a ser la autocaravana. Ya habíamos alquilado una en
Nueva Zelanda, y el viaje fue increíble. Pero Australia, evidentemente, no es
lo mismo. Allí las distancias son enormes, los riesgos mucho mayores, y los
días de alquiler que requería el recorrido eran mucho más que en el país de los
maoríes. Por tanto, las autocaravanas tradicionales, a pesar de no ser
temporada alta, se nos escapaban de presupuesto. Analizando la ruta, un coche
no era la mejor la opción. Había tramos de desierto en los que no había un
hotel en cientos de kilómetros a la redonda, y no era cuestión de pegarse
palizas a conducir y dormir todos los días encogido en el coche. Además, el
precio de los hoteles en ciertas partes con poca oferta, se disparaba, y el
alquiler del auto no era precisamente barato (había que dejarlo en la otra
punta del país). Haciendo cálculos, nos salía el mismo precio que la
autocaravana. El transporte público simplemente se autodescartaba por su
inexistencia en ciertos puntos. ¿Qué nos quedaba? ¡¡Wicked!! Buscando por
internet encontramos esta empresa que se dedica a alquilar viejas caravanas
hippies. El precio estaba dentro de nuestro presupuesto, así que no dudamos en
lanzarnos. Lo que en un principio prometía ser el peor viaje de nuestra vida en
carretera, acabó convirtiéndose en una aventura inolvidable que nunca me
cansaré de recordar. ¡¡Allá vamos…!!
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Preparándonos para la aventura |
Volamos con Lufthansa a Frankfurt, donde cogeríamos un avión
de Qantas, que, vía Singapur, nos llevaría hasta Australia. Pero antes de subir
a ese segundo vuelo, anuncian por megafonía que hay overbooking, y piden dos
voluntarios para coger otro enlace a la mañana siguiente a cambio de 600 euros.
Nosotros teníamos claro que no queríamos perder ni un minuto de nuestras
vacaciones, pero a un par de chicas que estaban sentadas frente a nosotros no
les debió parecer mala oferta, porque salieron disparadas con la intención de
aceptar el cambio.
Después de casi dos días de viaje, aterrizamos en Alice
Springs, la pequeña ciudad en medio del desierto, que supondría el comienzo de
nuestra aventura. Un consejo…
Al llegar a Australia, el
Departamento de Inmigración es muy estricto con lo que se mete en el país, así
que evitad siquiera entrar con una simple manzana, porque el beagle (perro) os
la olisqueará y tal vez tengáis problemas. Procurad no pasar alimentos, porque
lo vigilan mucho.
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Almorzando en nuestra furgoneta hippy |
El aeropuerto de Alice Springs es pequeñito y agradable para
el viajero. Nos montamos en un autobús que está a la espera de los pasajeros,
para dejarlos en el punto exacto donde ellos le indiquen por 9 euros (hotel,
alquiler de coches…). Y es así como llegamos a las oficinas de Wicked. Nos
bajamos en la entrada y vemos un par de furgonetas destartaladas que hacen de
reclamo de la empresa. Vehículos para el desguace, pero que, pintados
alegremente, nos levantan una sonrisa. Dejamos nuestro equipaje en el suelo, y
me dirijo al mostrador para recoger nuestra “furgo”. Relleno todo el papeleo, y
el empleado nos dirige hacía nuestra camper. Cuando llegamos, la sonrisa se
transforma en una mueca de sorpresa al ver que nos para en la furgoneta hecha
polvo de la que nos habíamos reído al entrar. ¡¡No era de decoración!! Bueno,
había que ser optimistas. Yo soy de los que piensa que lo antiguo va mejor que
lo moderno. Seguro que la mala impresión de la fachada se esfumaría cuando
encendiera el motor. Pero no, el motor y la mecánica parecían tener la misma
mala pinta que la carrocería. Nos dieron un par de mantas del suelo que estaban
amontonadas en un garaje, y a correr. El retrovisor interior estaba colgando,
sujetado precariamente con celo, el motor sonaba fatal, y el kit de camping,
directamente, no se podía usar (no había gas y las sartenes llenas de mierda).
Bueno, era barata, pero aquel trasto no iba a aguantar un viaje a través del
desierto. No íbamos de ciudad en ciudad. Si nos quedábamos tirados, íbamos a
sufrir. El caso es que nos encomendamos a todos los santos, y tiramos hacia
adelante. Nos la entregaron con el depósito de combustible vacío, de modo que lo primordial
era llenarlo. Nos insistieron mucho en eso. Y no me extraña, porque lo de
“vacío” era literal. Nos quedamos a dos metros (y no exagero) del surtidor más
cercano, que se encontraba a dos kilómetros. Cuando se paró el motor, puse
punto muerto y la inercia nos acercó hasta la gasolinera. Con combustible, los
tirones del motor continuaban, y cada vez que parábamos en un semáforo, parecía
que se iba a ahogar. No podíamos fiar todo el viaje a semejante trasto, así que
decidimos volver a la oficina y cambiarla. La segunda no era mucho mejor, pero
bueno, parecía que no había más. Ésta última era simplemente mágica… a 80
kms/hora (te aconsejaban no pasar de esa velocidad, según ellos por si se
cruzaba algún canguro, pero realmente era porque si no, se descomponía ese
trasto, y recomendaban echar aceite en cada repostaje) noto que algo se me cae al suelo.
Cuando miro, me encuentro la llave del contacto en la alfombrilla, que estaba
tan desgastada que se había escurrido. ¡¡Pero la furgoneta seguía en marcha!!
Jaja Bueno, empecemos a ver cosas…
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Paisaje desértico en el Territorio del Norte |
Ya estábamos metidos en las entrañas del gigantesco y árido
desierto de Simpson. La conducción, sin apenas tráfico, te sirve para relajarte
con la belleza de estos paisajes, a veces amarillos, anaranjados al atardecer y rojizos cuando más pega el sol. Los kilómetros discurren tranquilos, pero siempre
atentos con nuestra cámara, por si se nos cruza alguno de los increíbles
animales que forman la fauna australiana. Una fauna única en el mundo, que
asombra por la extrañeza de sus especies. Y no hay que estar alerta sólo para
fotografiarles, también para evitar atropellarles. Os cruzaréis a más de un
wallabie (pequeño canguro) en la carretera, sobre todo al atardecer. Os llamará
la atención los enormes parachoques que instalan los australianos en los
frontales de sus coches para evitar daños en los choques con los animales. Por
desgracia, estos últimos resultan los peor parados, y observaréis cantidad de
cadáveres de canguros o wombats (un marsupial) en las cunetas de las
carreteras.
De izquierda a derecha y de arriba a abajo: koala, dingo, canguro, wombat, águila, dromedarios, wallabie, y emú. También veréis un sin fin de aves y reptiles.

La primera parada fue en una típica roadhouse, donde
conocimos a Dinky Dingo, un viejo dingo amaestrado, que “canta” cuando tocan el
piano. Apunte…
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Típica Roadhouse |
Una roadhouse es una especie de
“posta” donde avituallarse para continuar camino. Como ya os dije, las
distancias en el desierto australiano son enormes, y estas estaciones de
servicio serán lo único que encontréis en varios cientos de kilómetros a la
redonda. Por eso serán tan importantes en vuestro viaje. En ellas podréis
llenar el depósito de gasolina, comer, comprar alimentos y bebidas, e incluso
dormir. Serán vuestro cielo en el infierno del desierto.
Tras tomar un café, servido por una camarera muy amable,
continuamos ruta hasta la Mount Ebenezer Roadhouse, donde hay aparcamiento
gratis para autocaravanas. Cenamos y estrenamos la cama de la furgoneta.
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Uluru (Ayers Rock) |
El primer despertar en el mítico Outback australiano no pudo ser
más placentero. Unos loritos rojos y naranjas nos anunciaban el amanecer. La noche
en la furgoneta había sido muy cómoda, y tras asearnos y desayunar en la
roadhouse, emprendimos marcha hacia Uluru (Ayers Rock), una de las principales
motivaciones de aquel viaje. La entrada, para tres días, cuesta 25 dólares
australianos (unos 13 euros en aquella época). Lo que, para muchos es, una
simple roca en medio del desierto, para mí es todo un símbolo del
pueblo más antiguo del planeta. Y yo como tal, así lo percibí. En 1984 cedieron al gobierno los derechos de explotación durante 99 años, por eso se puede visitar. La belleza y la magia
del lugar son indiscutibles si eres capaz de percibir lo que significa Uluru
para los aborígenes australianos. La luz cambiante a lo largo del día va
tiñiendo de color a la gran roca, pasando de tonalidades amarillentas,
anaranjadas o rojizas, hasta moradas. Es un espectáculo grandioso en un entorno
incomparable que no te debes perder. Nosotros dimos un paseo por la base de la
gigantesca piedra (son casi 10 kilómetros de perímetro). Hay vegetación y asientos para protegerte del sol y del
cansancio. Se puede subir a la roca fácilmente con la ayuda de una cuerda, pero
a los aborígenes no les gusta nada que los turistas pisoteen su santuario, así
que nosotros respetamos sus deseos. A elección de cada uno. Camino a Las Olgas-
Kata Tjuta, vemos una manada de camellos salvajes. Introducidos por los
ingleses en el siglo XIX, estos dromedarios importados de Arabia, India y
Afganistán, sirvieron de transporte y ayuda para construir el ferrocarril en el
desierto australiano. Después se liberaron, y ahora su superpoblación supone
una grave amenaza para el ecosistema.
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Kata-Tjuta. Las Olgas. |
Las Olgas son otras formaciones rocosas de extrema belleza,
entre las que puedes hacer caminatas espectaculares. Después de un bonito
trekking por Kata Tjuta, fuimos al pueblo de Yulara a hacer unas compras y a
comer, para volver de nuevo a Uluru y apreciar el atardecer. Sin palabras.
Parecía que la roca sagrada te hablaba.
Obnubilados con Uluru, llegamos a Curtin Spring Range para
echar gasolina y dormir en el parking gratuito. Allí, en el bar, descubrimos un
local cuyas paredes están forradas con matrículas y billetes de países de todo
el mundo. La sensación de garito de última frontera, con rudos hombres
tomándose su cerveza, te hace sentir que, realmente, te encuentras en el fin
del mundo. Nos encontramos personajes que creíamos que solo existían en las
películas. Para los que seáis de mi generación, vimos a “Cocodrilo Dundee”
tomando una cervecita, con su gorro vaquero y su camisa de tirantes. Ya había
dejado su chaleco por el calor.
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Road train |
Al día siguiente nos esperaba un largo viaje hasta Coober
Peedy, una ciudad minera. En el camino paramos en Erlunda a comprar aceite para
la furgo, porque se enciende el pitorrito. De ahí a Kulguera para otra parada
de descanso, antes de abandonar el Territorio del Norte. Nos cruzamos con
varios “Road trains”. Son camiones larguísimos, que arrastran hasta 4
remolques (aseguraros de la distancia si tenéis que adelantar a alguno), y que
después del primero, me obligaban a bajar la ventanilla para sujetar el
retrovisor, antes de que me lo arrancaran a su paso por el efecto viento. Hicimos una
parada en Marla, y otra en Cadney Homestad para comer, donde podemos ver de
cerca y tocar estos impresionantes camiones, que están aparcados mientras sus
conductores se toman un descanso en su larga ruta, como nosotros. A falta de
100 kilómetros para llegar a Coober Peedy, paramos en medio de la solitaria
carretera y hacemos el chorra imitando a los canguros. Imaginaos los pocos
vehículos que circulan, cuando pudimos estar más de un cuarto de hora
utilizando todo el ancho del rojizo asfalto para hacer tonterías de un lado a
otro.
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Territorio aborigen |
Ya en destino visitamos la mina de ópalo Tom´s Miner Mine.
Esta es la piedra preciosa nacional de Australia, y según una leyenda aborigen,
la gran variedad de colores del ópalo se originó al caer el arco iris a la
tierra. La visita es muy original, y te enseñan las entrañas de la mina, de
donde salen estos minerales. Llegamos a Coober Peedy, donde damos un paseo al
atardecer visitando la iglesia subterránea. Sin querer, llegamos hasta la
altura de un cartel que te advierte de que, a partir de ese punto, la tierra
pertenece a los aborígenes, y está prohibido el paso sin permiso. Debido al
calor, muchas casas y edificios civiles se construyeron en cavidades o bajo
suelo, y aprovechamos esa singularidad para dormir en el “Underground Motel”
(60 euros). Toda una experiencia.
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Underground Motel |
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Minas de ópalo |
Nos levantamos para desayunar los restos de lo que nos han
dejado una familia de Victoria que se dirige a Alice Springs. Se ve que se
preparaban para la “escasez” del desierto, porque no dejaron ni las cascaras.
¡Madre mía, que tragones!
Y de ahí, ya abandonábamos el desierto (increíblemente la
furgoneta aguantó) que tantos momentos mágicos nos había proporcionado. Pasamos
por Bonbon y Pimba en el largo trayecto hasta Port Augusta. Spuds Roadhouse fue
nuestra última relación con estas áreas de descanso que tanto nos habían
ayudado a lo largo de todo el camino. Las echaríamos de menos. Los lagos
blancos de Harris y Garaner eran la antesala de la civilización. Paisajes de
gran belleza, cultura aborigen, pueblos mineros y una variada fauna que saldrá
a vuestro encuentro os esperan en el desierto australiano. Os tiene que gustar
la soledad, y los escenarios desérticos. Y, sobre todo, recordad… Australia se
disfruta en “el camino”.
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Desierto florido |
ABORIGENES AUSTRALIANOS
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Sueño aborigen |
I have a dream (Yo
tengo un sueño) ¿Os acordáis del mítico discurso de Martin Luther King en
Washington? Cuando el líder de los derechos civiles de los afroamericanos
pronunció su famoso mensaje ante las miles de personas que se agolpaban en la
explanada del Monumento a Lincoln en agosto de 1963, el elocuente pastor
abogaba por un futuro donde los hombres de raza blanca y negra convivieran en
paz y armonía. Cuatro años después, los aborígenes australianos conseguirían
ser ciudadanos de pleno derecho. Pero para este pueblo ancestral, que basa su
creación en El Tiempo del Sueño, esa
coexistencia pacífica no figuraba en ninguno de sus anhelados sueños. Para
ellos, la llegada del hombre blanco en el siglo XVIII acabó por sumirles en la
más absoluta oscuridad, de la que todavía no han salido.
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Aborigen en las calles de Melbourne |
Pero la mención a Martin Luther King no se debe a su lucha,
sino a ese sueño. Yo, como él, también tuve uno que me conectó directamente con
el mundo aborigen. Y fue hace 15 años, cuando leí Las voces del desierto. Aquel libro me transportó hasta aquellas
lejanas tierras y me acercó hasta el pueblo más antiguo de nuestro planeta.
Cuando comencé a leerlo me pareció tan fascinante, que quería creer que era
cierto lo que se contaba… deseaba que los
auténticos tuvieran esa conexión tan poderosa con la naturaleza y con el
mismísimo ser humano… quería soñar… Marlo Morgan, una médica de Texas, narraba
su experiencia con un pequeño grupo de aborígenes australianos en una
iniciática travesía por el desierto. Nos enseñó la comunicación telepática y
curaciones milagrosas de fracturas a través de rituales increíbles. La historia
es tan triste como romántica. Los últimos integrantes de esa tribu decidían no
tener descendientes para que su raza desapareciera de este mundo contaminado
por el ser humano. Decidieron que no querían seguir perteneciendo a él. Más
tarde me enteré, que, aunque la autora quiso presentar la historia como algo
real, sólo se trataba de una novela. Pero, aun así, el libro me ayudó a
comprender mejor a los aborígenes, y a ver con sus ojos el mundo que nos rodea.
Y conociendo un poco su situación, tengo la sensación de que los aborígenes
actuales parecen tener la misma predisposición hacia la vida que aquellos auténticos. Alcoholizados, víctimas de
las drogas, con un absentismo escolar altísimo, y acuciados por el paro, viven
mendigando del hombre blanco y en la total marginalidad. Sin fe, sin esperanza
y sin dignidad. Si en su día os hablé de la mala situación de los indios nativos
americanos, hoy os tengo que decir que los aborígenes australianos viven mucho
peor. Se les ve como si se dejaran llevar hasta el final de sus días, como unos
zombis que deambulan por el mundo de los vivos sin saber hacia donde circulan.
¿Llevarán el mismo camino que los
auténticos de Marlo Morgan?
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Marginación de los aborígenes australianos |
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Tótem |
Como os decía, la población aborigen ha sido exterminada
espiritualmente. Siguen manteniendo tierras, pero ya no pueden vivir como sus
antepasados. Ahora, el gobierno australiano les da una pequeña ayuda social
para que puedan sobrevivir, pero casi siempre es insuficiente. De hecho, debido
a que muchos son polígamos, les es imposible mantener una familia con varias
mujeres e hijos. Los más creativos viven de la venta de los cuadros que pintan,
bueno, más bien de los sueños que pintan. Algunas de estas obras se pueden vender
en galerías de arte de Sídney o Nueva York por varios miles de dólares. Pero en
general, es un pueblo deprimido. En otros lugares del mundo, casi todas las
tribus explotan el turismo, pero los aborígenes no parecen querer dedicarse a
eso. Da la sensación de que aguantan en este mundo que les arrebatamos, sólo
porque su cuerpo se mueve.
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Esclavitud |
Castigados por las enfermedades y las guerras que trajo el
hombre blanco, los aborígenes opusieron resistencia durante el siglo XIX, pero
una vez vencidos, no tuvieron más remedio que integrarse en el nuevo mundo que
se les había impuesto. Su forma de vida nómada fue desapareciendo, y tuvieron
que colgar sus herramientas, como el boomerang, todo un símbolo para sus
ancestros, que ahora utilizan como deporte. Hoy en día, sólo el profundo rugir
del didgeridoo recuerda sus orígenes.
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Mujer vendiendo arte en la calle |
Entre 1869 y 1976 fueron secuestrados más de 100.000 niños
menores de cinco años, en lo que se pasó a denominar La generación robada. En este
episodio, ciertamente polémico, las autoridades australianas separaron a los
pequeños de sus familias, aludiendo que éstas no les cuidaban bien. Creían que
los aborígenes, como pueblo, estaban destinados a desaparecer, y los niños
debían ser educados en un entorno occidental. Se les intentó cortar cualquier
raíz que les uniera a su pueblo, y se les preparó para trabajar en el campo o
en el servicio doméstico. Pero la tutela gubernamental no mejoró su situación.
Cuando cumplían la mayoría de edad y salían al mundo real, su color de piel les
delataba, y sufrían numerosos episodios de racismo y marginación. Los que
decidían volver con los suyos, no encontraban su sitio después de tantos años.
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Hombre mendigando en Sídney |
Y como aquellos niños arrebatados a sus padres, el pueblo
aborigen tampoco parece ubicarse. Llegados de Asia hace unos 50.000 años, en
Australia hallaron su hogar. Hasta hace poco se creía que todos los seres
humanos descendíamos del mismo grupo humano surgido de África. Pero un estudio
reciente afirma que no comparten su genoma con los habitantes del resto del
planeta. Se cree que, junto con sus vecinos de Papúa Nueva Guinea, descienden
del Homínido de Denísova, la tercera especie humana, que pudo coexistir con el
Neanderthal y el Homo Sapiens.
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Bandera aborigen |
Quizás el mundo moderno no aprecie lo suficiente la cultura
aborigen, y quizás ellos mismos hayan olvidado sus orígenes. Esperemos que este
pueblo recupere su conexión con la naturaleza, y nosotros les ayudemos a
conseguirlo para nuestro propio beneficio, ya que estoy seguro que tienen mucho
que enseñarnos.