jueves, 8 de junio de 2017

AUSTRALIA (I) - Outback - Aborígenes, ¿condenados a la desaparición?

OUTBACK

Octubre 2009

Cartel de bienvenida al Territorio del Norte
Cuando era un niño, el mero hecho de escuchar la palabra Australia me trasladaba a una tierra inhóspita y lejana donde desplegaba mi alma de explorador. Dejaba volar mi imaginación y acudía con ella a la llamada de la naturaleza, que hacía eco en mi mente, y volvía como un boomerang a la gigantesca isla oceánica, mostrándome el camino de la aventura. Y con esa perspectiva nos dispusimos a viajar hasta nuestras antípodas. Os voy a contar las maravillas que ofrece este vasto territorio (Uluru, Ópera House, arrecife de coral, …), pero también os diré que lo mejor del viaje no fueron estas increíbles construcciones (tanto artificiales como naturales), sino el camino que nos llevó hasta ellas. Por supuesto, es una opinión muy personal, pero para mí, muchas veces un viaje es más cómo lo ves, que lo que ves. Y Australia es precisamente eso, “el camino”. Si la recorréis en vuelos internos os perderéis toda su esencia. No cambiaría por nada del mundo la visión de un dingo salvaje apareciendo como un fantasma entre las altas hierbas secas del campo, por un ejemplar amaestrado que canta cuando tocan el piano. Es un momento muy simpático, pero yo admiro la naturaleza primigenia y salvaje. Como tampoco cambiaría la experiencia de ver y oír a un koala aullar como un lobo en plena noche, por la fotografía de este gracioso marsupial en un zoo. O la impagable sensación de dormir en una vieja furgoneta en medio del desierto, antes que en un lujoso hotel de 5 estrellas. Comencemos la aventura…



Llegar hasta este continente desde España cuesta mucho tiempo y dinero, así que como no andábamos sobrados de ninguna de las dos cosas, tuvimos que planear el viaje en base a esos dos factores. Para ahorrar, es esencial elegir bien la época, ya que en temporada alta allí (baja en el hemisferio norte), los precios se disparan, y la disponibilidad de alojamiento se reduce, lógicamente. Pero si viajáis en pleno verano europeo, aunque encontréis precios más asequibles, también echaréis en falta alguna hora de luz. Y si vais al desierto en su verano (invierno aquí), tened en cuenta las altas temperaturas. Valorando todo esto, decidimos que octubre podría estar en un término medio. El siguiente estudio iba a ser la autocaravana. Ya habíamos alquilado una en Nueva Zelanda, y el viaje fue increíble. Pero Australia, evidentemente, no es lo mismo. Allí las distancias son enormes, los riesgos mucho mayores, y los días de alquiler que requería el recorrido eran mucho más que en el país de los maoríes. Por tanto, las autocaravanas tradicionales, a pesar de no ser temporada alta, se nos escapaban de presupuesto. Analizando la ruta, un coche no era la mejor la opción. Había tramos de desierto en los que no había un hotel en cientos de kilómetros a la redonda, y no era cuestión de pegarse palizas a conducir y dormir todos los días encogido en el coche. Además, el precio de los hoteles en ciertas partes con poca oferta, se disparaba, y el alquiler del auto no era precisamente barato (había que dejarlo en la otra punta del país). Haciendo cálculos, nos salía el mismo precio que la autocaravana. El transporte público simplemente se autodescartaba por su inexistencia en ciertos puntos. ¿Qué nos quedaba? ¡¡Wicked!! Buscando por internet encontramos esta empresa que se dedica a alquilar viejas caravanas hippies. El precio estaba dentro de nuestro presupuesto, así que no dudamos en lanzarnos. Lo que en un principio prometía ser el peor viaje de nuestra vida en carretera, acabó convirtiéndose en una aventura inolvidable que nunca me cansaré de recordar. ¡¡Allá vamos…!!

Preparándonos para la aventura
Volamos con Lufthansa a Frankfurt, donde cogeríamos un avión de Qantas, que, vía Singapur, nos llevaría hasta Australia. Pero antes de subir a ese segundo vuelo, anuncian por megafonía que hay overbooking, y piden dos voluntarios para coger otro enlace a la mañana siguiente a cambio de 600 euros. Nosotros teníamos claro que no queríamos perder ni un minuto de nuestras vacaciones, pero a un par de chicas que estaban sentadas frente a nosotros no les debió parecer mala oferta, porque salieron disparadas con la intención de aceptar el cambio.

Después de casi dos días de viaje, aterrizamos en Alice Springs, la pequeña ciudad en medio del desierto, que supondría el comienzo de nuestra aventura. Un consejo…

Al llegar a Australia, el Departamento de Inmigración es muy estricto con lo que se mete en el país, así que evitad siquiera entrar con una simple manzana, porque el beagle (perro) os la olisqueará y tal vez tengáis problemas. Procurad no pasar alimentos, porque lo vigilan mucho.


Almorzando en nuestra furgoneta hippy
El aeropuerto de Alice Springs es pequeñito y agradable para el viajero. Nos montamos en un autobús que está a la espera de los pasajeros, para dejarlos en el punto exacto donde ellos le indiquen por 9 euros (hotel, alquiler de coches…). Y es así como llegamos a las oficinas de Wicked. Nos bajamos en la entrada y vemos un par de furgonetas destartaladas que hacen de reclamo de la empresa. Vehículos para el desguace, pero que, pintados alegremente, nos levantan una sonrisa. Dejamos nuestro equipaje en el suelo, y me dirijo al mostrador para recoger nuestra “furgo”. Relleno todo el papeleo, y el empleado nos dirige hacía nuestra camper. Cuando llegamos, la sonrisa se transforma en una mueca de sorpresa al ver que nos para en la furgoneta hecha polvo de la que nos habíamos reído al entrar. ¡¡No era de decoración!! Bueno, había que ser optimistas. Yo soy de los que piensa que lo antiguo va mejor que lo moderno. Seguro que la mala impresión de la fachada se esfumaría cuando encendiera el motor. Pero no, el motor y la mecánica parecían tener la misma mala pinta que la carrocería. Nos dieron un par de mantas del suelo que estaban amontonadas en un garaje, y a correr. El retrovisor interior estaba colgando, sujetado precariamente con celo, el motor sonaba fatal, y el kit de camping, directamente, no se podía usar (no había gas y las sartenes llenas de mierda). Bueno, era barata, pero aquel trasto no iba a aguantar un viaje a través del desierto. No íbamos de ciudad en ciudad. Si nos quedábamos tirados, íbamos a sufrir. El caso es que nos encomendamos a todos los santos, y tiramos hacia adelante. Nos la entregaron con el depósito de combustible vacío, de modo que lo primordial era llenarlo. Nos insistieron mucho en eso. Y no me extraña, porque lo de “vacío” era literal. Nos quedamos a dos metros (y no exagero) del surtidor más cercano, que se encontraba a dos kilómetros. Cuando se paró el motor, puse punto muerto y la inercia nos acercó hasta la gasolinera. Con combustible, los tirones del motor continuaban, y cada vez que parábamos en un semáforo, parecía que se iba a ahogar. No podíamos fiar todo el viaje a semejante trasto, así que decidimos volver a la oficina y cambiarla. La segunda no era mucho mejor, pero bueno, parecía que no había más. Ésta última era simplemente mágica… a 80 kms/hora (te aconsejaban no pasar de esa velocidad, según ellos por si se cruzaba algún canguro, pero realmente era porque si no, se descomponía ese trasto, y recomendaban echar aceite en cada repostaje) noto que algo se me cae al suelo. Cuando miro, me encuentro la llave del contacto en la alfombrilla, que estaba tan desgastada que se había escurrido. ¡¡Pero la furgoneta seguía en marcha!! Jaja Bueno, empecemos a ver cosas…

Paisaje desértico en el Territorio del Norte
Ya estábamos metidos en las entrañas del gigantesco y árido desierto de Simpson. La conducción, sin apenas tráfico, te sirve para relajarte con la belleza de estos paisajes, a veces amarillos, anaranjados al atardecer y rojizos cuando más pega el sol. Los kilómetros discurren tranquilos, pero siempre atentos con nuestra cámara, por si se nos cruza alguno de los increíbles animales que forman la fauna australiana. Una fauna única en el mundo, que asombra por la extrañeza de sus especies. Y no hay que estar alerta sólo para fotografiarles, también para evitar atropellarles. Os cruzaréis a más de un wallabie (pequeño canguro) en la carretera, sobre todo al atardecer. Os llamará la atención los enormes parachoques que instalan los australianos en los frontales de sus coches para evitar daños en los choques con los animales. Por desgracia, estos últimos resultan los peor parados, y observaréis cantidad de cadáveres de canguros o wombats (un marsupial) en las cunetas de las carreteras.


De izquierda a derecha y de arriba a abajo: koala, dingo, canguro, wombat, águila, dromedarios, wallabie, y emú. También veréis un sin fin de aves y reptiles.


Koala




                                    

La primera parada fue en una típica roadhouse, donde conocimos a Dinky Dingo, un viejo dingo amaestrado, que “canta” cuando tocan el piano. Apunte…

Típica Roadhouse
Una roadhouse es una especie de “posta” donde avituallarse para continuar camino. Como ya os dije, las distancias en el desierto australiano son enormes, y estas estaciones de servicio serán lo único que encontréis en varios cientos de kilómetros a la redonda. Por eso serán tan importantes en vuestro viaje. En ellas podréis llenar el depósito de gasolina, comer, comprar alimentos y bebidas, e incluso dormir. Serán vuestro cielo en el infierno del desierto.

Tras tomar un café, servido por una camarera muy amable, continuamos ruta hasta la Mount Ebenezer Roadhouse, donde hay aparcamiento gratis para autocaravanas. Cenamos y estrenamos la cama de la furgoneta.
Uluru (Ayers Rock)

El primer despertar en el mítico Outback australiano no pudo ser más placentero. Unos loritos rojos y naranjas nos anunciaban el amanecer. La noche en la furgoneta había sido muy cómoda, y tras asearnos y desayunar en la roadhouse, emprendimos marcha hacia Uluru (Ayers Rock), una de las principales motivaciones de aquel viaje. La entrada, para tres días, cuesta 25 dólares australianos (unos 13 euros en aquella época). Lo que, para muchos es, una simple roca en medio del desierto, para mí es todo un símbolo  del pueblo más antiguo del planeta. Y yo como tal, así lo percibí. En 1984 cedieron al gobierno los derechos de explotación durante 99 años, por eso se puede visitar. La belleza y la magia del lugar son indiscutibles si eres capaz de percibir lo que significa Uluru para los aborígenes australianos. La luz cambiante a lo largo del día va tiñiendo de color a la gran roca, pasando de tonalidades amarillentas, anaranjadas o rojizas, hasta moradas. Es un espectáculo grandioso en un entorno incomparable que no te debes perder. Nosotros dimos un paseo por la base de la gigantesca piedra (son casi 10 kilómetros de perímetro). Hay vegetación y asientos para protegerte del sol y del cansancio. Se puede subir a la roca fácilmente con la ayuda de una cuerda, pero a los aborígenes no les gusta nada que los turistas pisoteen su santuario, así que nosotros respetamos sus deseos. A elección de cada uno. Camino a Las Olgas- Kata Tjuta, vemos una manada de camellos salvajes. Introducidos por los ingleses en el siglo XIX, estos dromedarios importados de Arabia, India y Afganistán, sirvieron de transporte y ayuda para construir el ferrocarril en el desierto australiano. Después se liberaron, y ahora su superpoblación supone una grave amenaza para el ecosistema.


Kata-Tjuta. Las Olgas.
Las Olgas son otras formaciones rocosas de extrema belleza, entre las que puedes hacer caminatas espectaculares. Después de un bonito trekking por Kata Tjuta, fuimos al pueblo de Yulara a hacer unas compras y a comer, para volver de nuevo a Uluru y apreciar el atardecer. Sin palabras. Parecía que la roca sagrada te hablaba.

Obnubilados con Uluru, llegamos a Curtin Spring Range para echar gasolina y dormir en el parking gratuito. Allí, en el bar, descubrimos un local cuyas paredes están forradas con matrículas y billetes de países de todo el mundo. La sensación de garito de última frontera, con rudos hombres tomándose su cerveza, te hace sentir que, realmente, te encuentras en el fin del mundo. Nos encontramos personajes que creíamos que solo existían en las películas. Para los que seáis de mi generación, vimos a “Cocodrilo Dundee” tomando una cervecita, con su gorro vaquero y su camisa de tirantes. Ya había dejado su chaleco por el calor.

Road train
Al día siguiente nos esperaba un largo viaje hasta Coober Peedy, una ciudad minera. En el camino paramos en Erlunda a comprar aceite para la furgo, porque se enciende el pitorrito. De ahí a Kulguera para otra parada de descanso, antes de abandonar el Territorio del Norte. Nos cruzamos con varios “Road trains”. Son camiones larguísimos, que arrastran hasta 4 remolques (aseguraros de la distancia si tenéis que adelantar a alguno), y que después del primero, me obligaban a bajar la ventanilla para sujetar el retrovisor, antes de que me lo arrancaran a su paso por el efecto viento. Hicimos una parada en Marla, y otra en Cadney Homestad para comer, donde podemos ver de cerca y tocar estos impresionantes camiones, que están aparcados mientras sus conductores se toman un descanso en su larga ruta, como nosotros. A falta de 100 kilómetros para llegar a Coober Peedy, paramos en medio de la solitaria carretera y hacemos el chorra imitando a los canguros. Imaginaos los pocos vehículos que circulan, cuando pudimos estar más de un cuarto de hora utilizando todo el ancho del rojizo asfalto para hacer tonterías de un lado a otro.

Territorio aborigen
Ya en destino visitamos la mina de ópalo Tom´s Miner Mine. Esta es la piedra preciosa nacional de Australia, y según una leyenda aborigen, la gran variedad de colores del ópalo se originó al caer el arco iris a la tierra. La visita es muy original, y te enseñan las entrañas de la mina, de donde salen estos minerales. Llegamos a Coober Peedy, donde damos un paseo al atardecer visitando la iglesia subterránea. Sin querer, llegamos hasta la altura de un cartel que te advierte de que, a partir de ese punto, la tierra pertenece a los aborígenes, y está prohibido el paso sin permiso. Debido al calor, muchas casas y edificios civiles se construyeron en cavidades o bajo suelo, y aprovechamos esa singularidad para dormir en el “Underground Motel” (60 euros). Toda una experiencia.

Underground Motel
Minas de ópalo
Nos levantamos para desayunar los restos de lo que nos han dejado una familia de Victoria que se dirige a Alice Springs. Se ve que se preparaban para la “escasez” del desierto, porque no dejaron ni las cascaras. ¡Madre mía, que tragones!

Y de ahí, ya abandonábamos el desierto (increíblemente la furgoneta aguantó) que tantos momentos mágicos nos había proporcionado. Pasamos por Bonbon y Pimba en el largo trayecto hasta Port Augusta. Spuds Roadhouse fue nuestra última relación con estas áreas de descanso que tanto nos habían ayudado a lo largo de todo el camino. Las echaríamos de menos. Los lagos blancos de Harris y Garaner eran la antesala de la civilización. Paisajes de gran belleza, cultura aborigen, pueblos mineros y una variada fauna que saldrá a vuestro encuentro os esperan en el desierto australiano. Os tiene que gustar la soledad, y los escenarios desérticos. Y, sobre todo, recordad… Australia se disfruta en “el camino”.
Desierto florido



ABORIGENES AUSTRALIANOS




Sueño aborigen
I have a dream (Yo tengo un sueño) ¿Os acordáis del mítico discurso de Martin Luther King en Washington? Cuando el líder de los derechos civiles de los afroamericanos pronunció su famoso mensaje ante las miles de personas que se agolpaban en la explanada del Monumento a Lincoln en agosto de 1963, el elocuente pastor abogaba por un futuro donde los hombres de raza blanca y negra convivieran en paz y armonía. Cuatro años después, los aborígenes australianos conseguirían ser ciudadanos de pleno derecho. Pero para este pueblo ancestral, que basa su creación en El Tiempo del Sueño, esa coexistencia pacífica no figuraba en ninguno de sus anhelados sueños. Para ellos, la llegada del hombre blanco en el siglo XVIII acabó por sumirles en la más absoluta oscuridad, de la que todavía no han salido.

Aborigen en las calles de Melbourne
Pero la mención a Martin Luther King no se debe a su lucha, sino a ese sueño. Yo, como él, también tuve uno que me conectó directamente con el mundo aborigen. Y fue hace 15 años, cuando leí Las voces del desierto. Aquel libro me transportó hasta aquellas lejanas tierras y me acercó hasta el pueblo más antiguo de nuestro planeta. Cuando comencé a leerlo me pareció tan fascinante, que quería creer que era cierto lo que se contaba… deseaba que los auténticos tuvieran esa conexión tan poderosa con la naturaleza y con el mismísimo ser humano… quería soñar… Marlo Morgan, una médica de Texas, narraba su experiencia con un pequeño grupo de aborígenes australianos en una iniciática travesía por el desierto. Nos enseñó la comunicación telepática y curaciones milagrosas de fracturas a través de rituales increíbles. La historia es tan triste como romántica. Los últimos integrantes de esa tribu decidían no tener descendientes para que su raza desapareciera de este mundo contaminado por el ser humano. Decidieron que no querían seguir perteneciendo a él. Más tarde me enteré, que, aunque la autora quiso presentar la historia como algo real, sólo se trataba de una novela. Pero, aun así, el libro me ayudó a comprender mejor a los aborígenes, y a ver con sus ojos el mundo que nos rodea. Y conociendo un poco su situación, tengo la sensación de que los aborígenes actuales parecen tener la misma predisposición hacia la vida que aquellos auténticos. Alcoholizados, víctimas de las drogas, con un absentismo escolar altísimo, y acuciados por el paro, viven mendigando del hombre blanco y en la total marginalidad. Sin fe, sin esperanza y sin dignidad. Si en su día os hablé de la mala situación de los indios nativos americanos, hoy os tengo que decir que los aborígenes australianos viven mucho peor. Se les ve como si se dejaran llevar hasta el final de sus días, como unos zombis que deambulan por el mundo de los vivos sin saber hacia donde circulan. ¿Llevarán el mismo camino que los auténticos de Marlo Morgan?

Marginación de los aborígenes australianos
Tótem
Como os decía, la población aborigen ha sido exterminada espiritualmente. Siguen manteniendo tierras, pero ya no pueden vivir como sus antepasados. Ahora, el gobierno australiano les da una pequeña ayuda social para que puedan sobrevivir, pero casi siempre es insuficiente. De hecho, debido a que muchos son polígamos, les es imposible mantener una familia con varias mujeres e hijos. Los más creativos viven de la venta de los cuadros que pintan, bueno, más bien de los sueños que pintan. Algunas de estas obras se pueden vender en galerías de arte de Sídney o Nueva York por varios miles de dólares. Pero en general, es un pueblo deprimido. En otros lugares del mundo, casi todas las tribus explotan el turismo, pero los aborígenes no parecen querer dedicarse a eso. Da la sensación de que aguantan en este mundo que les arrebatamos, sólo porque su cuerpo se mueve.

Esclavitud
Castigados por las enfermedades y las guerras que trajo el hombre blanco, los aborígenes opusieron resistencia durante el siglo XIX, pero una vez vencidos, no tuvieron más remedio que integrarse en el nuevo mundo que se les había impuesto. Su forma de vida nómada fue desapareciendo, y tuvieron que colgar sus herramientas, como el boomerang, todo un símbolo para sus ancestros, que ahora utilizan como deporte. Hoy en día, sólo el profundo rugir del didgeridoo recuerda sus orígenes.

Mujer vendiendo arte en la calle
Entre 1869 y 1976 fueron secuestrados más de 100.000 niños menores de cinco años, en lo que se pasó a denominar La generación robada. En este episodio, ciertamente polémico, las autoridades australianas separaron a los pequeños de sus familias, aludiendo que éstas no les cuidaban bien. Creían que los aborígenes, como pueblo, estaban destinados a desaparecer, y los niños debían ser educados en un entorno occidental. Se les intentó cortar cualquier raíz que les uniera a su pueblo, y se les preparó para trabajar en el campo o en el servicio doméstico. Pero la tutela gubernamental no mejoró su situación. Cuando cumplían la mayoría de edad y salían al mundo real, su color de piel les delataba, y sufrían numerosos episodios de racismo y marginación. Los que decidían volver con los suyos, no encontraban su sitio después de tantos años.

Hombre mendigando en Sídney
Y como aquellos niños arrebatados a sus padres, el pueblo aborigen tampoco parece ubicarse. Llegados de Asia hace unos 50.000 años, en Australia hallaron su hogar. Hasta hace poco se creía que todos los seres humanos descendíamos del mismo grupo humano surgido de África. Pero un estudio reciente afirma que no comparten su genoma con los habitantes del resto del planeta. Se cree que, junto con sus vecinos de Papúa Nueva Guinea, descienden del Homínido de Denísova, la tercera especie humana, que pudo coexistir con el Neanderthal y el Homo Sapiens.
Bandera aborigen

Quizás el mundo moderno no aprecie lo suficiente la cultura aborigen, y quizás ellos mismos hayan olvidado sus orígenes. Esperemos que este pueblo recupere su conexión con la naturaleza, y nosotros les ayudemos a conseguirlo para nuestro propio beneficio, ya que estoy seguro que tienen mucho que enseñarnos.