CHILE (1) - Altiplano
Hay un lugar en el mundo donde el cielo es siempre azul y
las estrellas nunca se esconden. Ese lugar es el altiplano chileno, uno de los
desiertos más secos del mundo. Allí, a más de 3000 metros de altitud (incluso a
5000) las principales agencias de astronomía internacionales despliegan las
antenas de los telescopios más potentes de La Tierra para intentar desentrañar
los misterios del universo. Atacama, con sus cielos sin una partícula de
contaminación y siempre despejados, presenta las condiciones más idóneas para la observación de
universo. Y yo, como gran aficionado a la Astronomía, no podía dejar pasar esta
oportunidad irrepetible para acercarme a los secretos de nuestra galaxia…
Aterrizamos en Santiago de Chile con Lan, y recogimos
nuestra Chevrolet pick up para tomar la autopista hacia el norte. Pasamos por
Hijuelas (capital de las flores), y dejamos atrás un tramo lleno de puestos de
fruta, hasta llegar a Ovalle, donde pararíamos a comer, y donde descubriríamos
por primera vez la excelente calidad de los productos chilenos. Aun no
dedicándole mucho tiempo a la gastronomía en los viajes, he de reconocer que,
probablemente, Chile es el país donde mejor he comido. Los productos se ven que
son naturales, y te los sirven en gran cantidad. Un punto para este gran país
(veréis que habrá muchos más). Durante el almuerzo, la camarera nos recomienda
probar una bebida típica de la zona llamada Socos (agua mineral de manzana).
Muy refrescante.
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Quinoa Chorrillana |
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Saturno |
Al atardecer llegamos a La Serena, el lugar de descanso para
nuestra primera noche. Nos alojamos en Villa los Plátanos, donde nos hacen un
descuento del 20% por ser turistas. (Otro punto más para la gente de Chile, que
durante todo el viaje nos mostraron su ayuda y hospitalidad). Dejamos las maletas
y nos vamos a explorar la zona. Vemos el faro y pasamos por el embalse de
Pucaro. Pero lo mejor del día llegaría al anochecer. La noche en La Serena no
era casual. En las inmediaciones se hallaba el Observatorio de Mamalluca, el cual teníamos intención de visitar para hacer un tour por nuestro sistema solar.
Tras dar unas cuantas vueltas con la camioneta, las calles cortadas por las
obras parecían querer evitar nuestra cita con el universo. Preguntamos a dos
señores, y muy amablemente nos indicaron el camino montados en la parte
posterior de la pick up. Les acercamos hasta sus casas, que pillaban de camino,
y tras pasar por Cerro Caracol y el cementerio, llegamos al fin a la entrada
del observatorio. Allí nos recibe un vigilante muy mayor, que nos indica que
para entrar, necesitamos un permiso que se obtiene en Vicuña. Nos dice que
llamemos a un número de teléfono para intentar conseguir el pase. Lo hacemos, y
tras explicarles que no sabíamos nada y que veníamos de muy lejos, no nos ponen
pegas. Quedamos con el grupo a las 21.00h, y hasta entonces, entablamos una afable
conversación con el entrañable guardia y su perro medio ciego. Nos cuenta un
poco su vida y nos explica cómo son las instalaciones. Resultó muy
interesante escuchar sus aventuras. Con tiempo todavía, nos tumbamos en la
Chevrolet, y nos dedicamos a ver las estrellas. ¡¡Fue impresionante!! Se veía
la vía láctea a simple vista como si fuera a través del más potente de los
telescopios. Sin palabras. Permanecimos en silencio unos minutos deleitándonos
con aquel majestuoso espectáculo. Una vez dentro del observatorio, un guía muy
profesional nos cuenta en la penumbra un montón de historias de nuestra galaxia
y de las estrellas que la componen. Y llega el momento, nunca mejor dicho,
estelar… Acoplamos nuestro ojo a la lente, y ahí está… Saturno. Era tan
nítido y tan claro (se le diferenciaba perfectamente el anillo) que yo pensaba que
el guía nos estaba gastando una broma, poniendo una diapositiva del gigante
gaseoso. Pero no… era tan bonito y tan real como el cielo del norte de Chile.
Me costó apartar el ojo de tan bella visión. Hipnotizados por la increíble
experiencia que acabábamos de vivir, nos tomamos un café y unas galletas en la
cafetería del observatorio, comentando lo que habíamos aprendido.
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Vía Láctea |
Nunca había deseado
tanto que el sol tardara en salir. El cielo estrellado nos había regalado uno
de los mejores momentos de nuestras vidas, y queríamos estirarlo unas cuantas
horas más. Pero el norte de Chile ofrece regalos tanto de día como de noche. Al
amanecer, desayunamos y nos dimos una vuelta por La Serena, antes de partir
hacia el Observatorio de La Silla, al que sólo podríamos fotografiar por fuera.
El camino sorprende con un magnífico contraste entre el mar y el desierto. La
ruta a Copiapó pasa por Cacahiyuyo, un pueblo con 220 amigos. En Copiapó repostamos, y llenamos un tanque
extra de gasolina, ya que en el altiplano hay zonas muy inhóspitas en las que
no hay nada. Conviene llevar una garrafa extra por si acaso. También nos
hacemos con provisiones de alimentos por lo mismo que os he comentado antes.
Comemos muy bien y muy barato y nos alojamos en un hotel. Hacemos unas compras de
souvenirs y cenamos en el restaurante de una franquicia alemana llamada
Bavaria, a la que nos íbamos a hacer asiduos.
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Paisaje del altiplano |
Por esas fechas estábamos pendientes del volcán Chaitén,
cuya erupción estaba provocando un pequeño caos, afectando con sus cenizas a
Argentina. Después de fotografiar la iglesia de la ciudad, ponemos rumbo al
Parque Nacional Nevado Tres Cruces, pasando antes por las ruinas de Puquios, un
antiguo pueblo minero que llegó a tener más de 5000 habitantes en su época de
mayor apogeo, y del que ya no quedan más que los restos derruidos de sus
edificaciones.
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Nevado Tres Cruces |
Al llegar PN. Nevado de Tres Cruces nos llevamos el primer
gran susto del viaje (hubo más, sí). Comenzamos el ascenso hacia La Laguna de
Santa Rosa (a 4000 metros de altitud), y tras un buen trozo recorrido, se nos
enciende la luz roja de motor. ¡¡Buf!! Teníamos comida, pero allí arriba no se
veía un alma. Parecía que estábamos en otro planeta, y como os dije en alguna
otra entrada, no tenemos ni pajolera idea de mecánica. Bueno, la Chevrolet
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Guanacos |
parecía ir bien, así que confiábamos en que fuera un fallo del sensor que
hubiera encendido la luz. Preocupados, llegamos a la laguna, donde nos recibe
una familia de guanacos y donde vemos un refugio de la CONAF (Corporación
Nacional Forestal). Las vistas son impresionantes y las sensaciones impagables.
Naturaleza en estado puro, sin contaminación humana. Sin duda, el altiplano
chileno posee varios de los paisajes más bellos del mundo. Son una auténtica
maravilla. Hipnotizados por el entorno, por un momento se nos olvidó el
problema del motor. Afortunadamente, no nos había afectado el mal de altura,
pero si nos quedábamos tirados, allí no había nadie para ayudarnos, y las
temperaturas, de noche, podrían congelarnos.
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Típica carretera ripiada del altiplano |
Seguimos camino hacia el complejo fronterizo Maricunga,
donde sufrimos el segundo susto… Nos quedamos atascados en un pequeño banco de
arena. Afortunadamente, no habíamos penetrado mucho, y escarbando como un
perro, pude hacer un agujero en la tierra, debajo de las ruedas que llevaban la
tracción, y acelerando un poco marcha atrás, salimos. Al llegar al solitario
control, comentamos lo del motor y nos dicen que puede ser un fallo de sensor
(lo que pensábamos), pero más adelante comprobamos que, como las personas, a
los motores también les falta el aire al llegar a los 2500 metros de altitud. A
partir de ese punto, como a nosotros, les cuesta coger aire y pierden fuerza. Más
allá del puesto, el camino mejora (menos ripiado) y pasamos por el salar de
Pedernales. Vamos descendiendo, y el piloto de motor se apaga (no tenemos que
buscar un taller, es sólo el mal de altura del motor). Un par de consejos para el mal de altura...
Ascended poco a poco para que el cuerpo se vaya habituando a la altitud. Si tenéis mareos, dolor de cabeza y dificultad para moveros es normal. Masticar hoja de coca puede ayudar. Si los síntomas empeoran, en cuanto descendáis unos metros, el malestar remitirá.
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Nuestra pick up a 3500 metros de altitud |
En San Diego de Almagro podemos hacer la primera llamada a
casa desde una cabina. Hasta entonces habíamos estado sin cobertura. En Chañaral buscamos un
alojamiento básico, pero muy barato y limpio, y hablamos con un hombre para
contratar una excursión a la isla del Parque Nacional de Pan de Azúcar, pero
nos da la sensación de que nos quiere cobrar más de lo que se suele pagar. Al
día siguiente comprobamos que el señor decía la verdad, y que realmente nos
cobraba menos que los pescadores. Le juzgamos mal. Pero tuvimos suerte, porque
fuimos por nuestra cuenta y nos salió gratis. El paisaje es muy hermoso, con el
contraste de nuevo, entre el desierto y el mar. Es una zona muy agradable donde
podréis observar tanto fauna terrestre como marina, destacando el lobo marino y
el pingüino de Humboldt.
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La grandiosidad del desierto frente al ser humano |
Destino Calama. Atravesamos Antofagasta y sacamos foto a “la
mano del desierto”, una escultura de una gigantesca mano en medio del desierto.
A la altura de Prat atravesamos el Trópico de Capricornio antes de llegar a la
“tierra de sol y cobre”. Visitamos la iglesia de San Juan Bautista y paseamos
esta ciudad de gran ambiente, recorriendo la plaza 23 de Marzo. Compramos algún
recuerdo y cenamos en el Scoopdog nuestra primera chorrillana (carne + patatas
+ huevo + salchichas + …) Yo me declaro adicto a este plato. Es contundente,
pero, aunque estés a reventar, quieres seguir comiendo. Y como a un condenado
al que se le concede su última cena, la chorrillana pareció ser nuestro último
capricho culinario, porque aquella tarde-noche el mundo se nos vino encima…
Sí, efectivamente, los que conozcáis Chile, sabréis que está
en medio del cinturón de fuego del Pacífico, una de las fallas más activas del
planeta. Hay cientos de temblores de tierra todos los días, aunque la mayoría
apenas se sienten. Pero aquel día, ¡vaya si lo sentimos! Éramos conscientes de
que es una zona sísmica, pero cuando llegó el terremoto, nos costó reaccionar,
porque no te lo crees. Por fortuna, no fue tan intenso como para provocar
derrumbes ni grandes destrozos, pero os aseguro que impresiona. Aquel día,
después de una jornada intensa, yo me encontraba en la habitación del hotel,
sentado con las piernas cruzadas sobre la cama de la habitación, seleccionando
los billetes y monedas mejor conservados para mi colección. Mi compañera estaba
en el servicio. De repente, la cama se empezó a mover y a sacudirse como si
fuera un toro mecánico de esos de feria. Yo, confuso, seguía en mi posición,
esperando a que pasara el temblor. Me quedé paralizado, y le grité a mi
compañera que era un terremoto. Ella, notando las sacudidas y ondulaciones, me
dijo que sería el ascensor del hotel que se habría desplomado. Pero aquello
seguía temblando, y los perros de la calle comenzaron a ladrar como locos.
Corriendo, salimos del hotel asustados. El recepcionista no parecía muy
asombrado. Hablamos con varias personas, y para ellos había sido muy suave.
“Cuando te empiecen a caer muebles encima, entonces preocúpate” nos advertían.
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Chiu Chiu |
En Calama nos acercamos a la oficina de turismo para coger
entradas para la mina Chuquicamata, pero de momento, nos dicen, estaba cerrada
al público. Hablamos con algunos lugareños y nos cuentan que el año anterior, el
cercano pueblo de Tocopilla quedó prácticamente destrozado por un terremoto. La
siguiente parada era Chiu Chiu. Situado en una zona con mucha población
indígena, es un oasis de tranquilidad. La blanca iglesia de San Francisco es
sencilla pero hermosa. Construida de adobe y con los techos de madera de
cactus, está considerada como la más antigua de Chile (1611). En este pequeño
pueblo te puedes hacer con bonitas piezas artesanales. Nos gustó tanto la paz
que se respiraba que decidimos sentarnos en medio de la plaza a comernos unos
helados tranquilamente.
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Carretera en El Valle de la Muerte |
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Valle de la Luna |
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Volcán Licancabur |
Lasana nos mostró su fortaleza (Pukará) y los primeros
petroglifos del viaje. Y de allí nos dirigiríamos al centro neurálgico del
altiplano, San Pedro de Atacama. Pensábamos encontrarnos una bulliciosa ciudad
donde miles de turistas abarrotarían los restaurantes y las empresas de
aventura, pero nos sorprendió la calma que desprendía. Pero antes de llegar,
atravesamos el Valle de la Luna (2000 pesos), un espectacular paisaje que te
transporta a Marte. Yo soy amante de la belleza salvaje y solitaria de los
desiertos, y el Valle de la Luna, con el espectacular volcán Licancabur
alzándose permanentemente sobre el horizonte, es una visión que no nunca se te
olvidará. El recorrido es precioso, y lo mejor de todo es que no hay nadie.
Hicimos trekking por el cañón y correteamos por sus enormes dunas, antes de ir
a buscar la famosa panorámica que aparece en todas las guías. Lo cierto es que
no la encontramos, pero no nos preocupamos porque sólo había sido un primer
contacto. Nos acercamos a San Pedro para reservar en “Casa Mireya” (2 noches,
60000 pesos), un coqueto hotelito que nos proporciona una estancia muy
agradable. El ambiente de San Pedro de Atacama invita a pasear, y recorrimos
los puestos de artesanía, haciendo alguna compra, para volver de seguido al
Valle de la Luna, y disfrutar de uno de los atardeceres más mágicos de nuestras
vidas. Preguntando, localizamos el mirador, y os puedo asegurar que es
hipnótico. Allí se concentraban los turistas, aunque no muchos, pero nadie
hablaba por respeto al silencio con el que se debe disfrutar de ese inolvidable
paisaje. Nos acomodamos en la arena, y no nos fuimos hasta que todo se volvió
negro. IMPRESIONANTE. Con la belleza del Valle de la Luna visualizándose
todavía en nuestras mentes, cenamos en “La Casona”, un excelente restaurante,
que te permite degustar unas deliciosas brochetas gigantes al calor de una
fogata, bajo el cielo estrellado de Atacama.
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Valle de la Luna al atardecer |
La siguiente jornada empezaría con una visita a Toconao, con
su campanario-torre. Y después nos volveríamos a maravillar con la Laguna
Chaxa, dentro de la Reserva de los Flamencos, en el salar de Atacama. Otro
paisaje de otro planeta, en el que, a través de caminos de sal puedes descubrir
una gran cantidad de flamencos que habitan en sus lagos.
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Reserva de los Flamencos |
Soccaire, a 3500 metros de altitud, posee una bonita iglesia
antigua de adobe y techos recubiertos de paja. Y antes de regresar a San Pedro,
decidimos ir hasta la Laguna Miscanti y Miñique. Siento repetirme, pero éste es
otro de esos inolvidables escenarios que no os podéis perder. El camino es un
poco complicado por el ripio y las pendientes, pero nos encontramos a una
pareja de chilenos muy majos que van en un pequeño Toyota Yaris urbano, y
consiguieron llegar. De todas formas, sufrieron mucho. Un 4 x 2 es
indispensable para recorrer todo el altiplano. Ellos nos recomendaron Pucón y
Villarrica, al sur de Chile, y decidimos que, a la bajada, los visitaríamos. La
llegada a la laguna fue impactante. Según te vas acercando, no ves nada, y de
repente… ¡¡ZAS!! La imagen más increíble que puedas recoger. Para mí, una de
las fotos más bonitas de todos mis viajes. Te quedas con la boca abierta al ver
el azul intenso del agua, con las montañas marrones al fondo, y el árido suelo
del desierto sembrado de pequeños arbustos secos que parecen haber sido
pintados por el mejor de los artistas. Solitario, un pequeño zorro merodea
entre las plantas en busca de comida, varios ejemplares de vicuña pasean por
las inmediaciones de la laguna y una manada de simpáticas llamas de los más
diversos tamaños y colores nos miran como si fuéramos unos intrusos. Sin gente,
te sientes como si estuvieras filmando un documental de naturaleza salvaje en el
lugar más remoto del planeta (que lo es). Hoy en día es difícil sentirte
impresionado con tantas fotografías de calidad a nuestro alcance y tanto turismo, pero os
aseguro, que el altiplano chileno, como a mí, os enamorará con su virginidad.
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Laguna Miñique |
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Laguna Miscanti |
Volvemos a San Pedro para visitar el Museo Arqueológico,
pero se han llevado las momias. Aun así, el museo resulta muy interesante, ya
que te explica el contacto con los incas, la cultura Tiwanaku, la llegada de
los conquistadores españoles… La última noche disfrutamos del ambiente de San
Pedro, y nos sirvió de reflexión para decidirnos a viajar hacia el sur. Íbamos
bien de tiempo, y llegaríamos lo más lejos que el tiempo nos permitiera. Pero
todavía nos quedaba mucho que ver en el norte…
Tras despedirnos de Mireya, seguimos rumbo norte hasta
Quillagua, donde pasamos un control de aduanas (en esta zona hay varios).
Atravesamos la Reserva Nacional Pampa del Tamarugal, con la intención de ver
ejemplares de este árbol endémico que da nombre a la reserva, pero apenas vemos
cuatro, desperdigados. Llegamos a Matilla, un verdadero oasis en medio del
desierto, que posee una de las plazas más bonitas que hemos visto. Un quiosco
se alza en medio del parque, y en la iglesia de San Antonio se puede ver una
recreación de “La última cena” con figuras a tamaño real. En Pica, tierra de
jugos y alfajores, hay otra iglesia parecida (San Andrés), pero a nuestro
juicio, no tan hermosa. Las calles, eso sí, poseen casitas de colores muy
bonitas. La Tirana tiene una iglesia muy original en la que cada 16 de julio se
organiza una celebración en honor a la Virgen del Carmen a la que acude gente
incluso de Perú y Bolivia, llegándose a congregar más de 250.000 fieles en un
pueblo de apenas 800 habitantes, convirtiéndola así en la segunda más popular
del país.
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Panorámica de Humberstone |
La última etapa de esta entrada será Humberstone, la antigua
ciudad minera, convertida hoy en un pueblo fantasma, declarado Patrimonio de la
Humanidad por la Unesco. Como lo voy a desarrollar aquí abajo, sólo deciros que
este lugar con tanta historia, guarda muchos relatos tristes, y que hay un
punto donde nos emocionamos especialmente: el teatro.
Os dejo en Humberstone…
HUMBERSTONE
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Torre del reloj |
A mediodía, un fuerte sonido metálico de campana hace eco en
la plaza del pueblo. Con apenas 4000 habitantes, La Palma, aparentemente, no
tiene nada que envidiar a ninguna de las grandes urbes del resto del país.
Todos sus habitantes tienen trabajo, los niños están escolarizados, hay un
hospital, un mercado, tienda, biblioteca, hotel, y un teatro para amenizar los
días festivos. Incluso dispone de una piscina y unas canchas deportivas donde
jugar al tenis o al baloncesto. El bonito quiosco de la plaza principal es un
punto de encuentro para los esforzados empleados de esta oficina salitrera.
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Porche con vistas a la plaza |
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Vagoneta |
Nos situamos en la segunda mitad del siglo XIX, en pleno
desierto de Atacama, donde el sol se cita cada día con el altiplano chileno.
Aparentemente, estas condiciones de vida serían la envidia de cualquier
empleado de la época, pero la verdad sería mucho más cruel. Los mineros
trabajaban en interminables y agotadoras jornadas, extrayendo salitre para ganar…
unas miserables fichas. Sí, fichas que canjeaban por alimentos y ropa que sólo podían adquirir
en las instalaciones de la ciudad minera, propiedad del mismo dueño. Todo
quedaba en casa. Los avispados empresarios británicos que vieron el negocio en
esa cantera de sal inagotable, se las apañaron para explotar a unos trabajadores
que habían llegado con la ilusión de comenzar una nueva vida. Una vida de
abundancia, incluso bañada en sueños de riqueza, pero que, sin embargo, acabó
en pesadilla. Su “sueldo” no valía fuera de Humberstone (así designada más
tarde), de modo que aquel “paraíso” en el altiplano, no era más que una cárcel
sin muros, en la que la violencia y los robos estaban a la orden del día.
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Edificio en ruinas |
Y la campana que
sonaba aquella mañana, no invitaba a la oración, sino al pésame. Era la alarma
que indicaba que había ocurrido un accidente mortal en las minas. Habitualmente
las víctimas eran niños de apenas 8-9 años, que, debido a su tamaño, los
utilizaban para introducirlos por pequeñas grietas para que colocasen
explosivos. Muchas veces no los sacaban a tiempo y morían en la operación. Los
que llegaban a edad adulta tampoco tendrían una vida muy longeva. Las penosas
condiciones laborales menguaban la salud de los trabajadores, si antes no
morían en algún accidente. La edad media de defunción estaba entre los 35 y los
45 años. Esto hizo que los mineros se organizaran para protestar, lo que
desembocó en una matanza del ejército chileno que arrebató la vida a cientos
de manifestantes. Mientras los dueños ingleses se enriquecían vendiendo salitre
chileno a todo el mundo (hasta el 80 % de la producción mundial salía de allí),
los hombres que llenaban sus bolsillos morían en la más absoluta miseria.
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Casas abandonadas |
Fundada en territorio peruano, Humberstone pasó a manos
chilenas cuando estalló la Guerra del Pacífico. Después de la independencia de
España, las fronteras terrestres eran muy frágiles y confusas. En un tratado en
el que se acordaba respetarlas a cambio de no incrementar los impuestos a las
compañías salitreras chilenas, entre otros asuntos, el gobierno boliviano
decidió unilateralmente aumentar dicho gravamen en 1878, soliviantando a su
vecino. Las hostilidades no tardaron en comenzar, y Bolivia, junto con su
aliado Perú, no pudo evitar la victoria chilena, perdiendo su única salida al
mar, y la región de Antofagasta donde se encontraba Humberstone. Perú también
perdió una buena porción de tierra después de cuatro feroces años de lucha, en
una guerra, que todavía hoy, mantiene heridas abiertas.
Pero el “oro blanco” perdió valor a comienzos de los años
30. Demandado como fertilizante sobre todo en una Europa en pleno crecimiento
demográfico, y como ingrediente principal para fabricar pólvora, el estallido
de la Primera Guerra Mundial obligó a los británicos a cortarle el suministro a
Alemania. Los científicos germanos no tuvieron más opción que investigar, y
finalmente encontraron la fórmula para fabricar nitratos sintéticos. A partir
de ahí comenzó el declive de las salitreras chilenas, y Humberstone pasó de su máximo
apogeo, al derrumbe casi total en los años 30, alargando su agonía hasta 1960,
año en el que cerró sus puertas definitivamente.
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Teatro |
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Interior del teatro |
A pesar de permanecer cerrada muchos años, Humberstone fue
saqueada en numerosas ocasiones, hasta que en 2005 la Unesco la protege
designándola como Patrimonio Mundial. Todo el que se acerque hasta esta ciudad
fantasma en medio del árido y seco desierto de Atacama, se encontrará un
conjunto de edificios abandonados y oxidados, que son sólo una sombra de lo que
fueron. Es sin duda un lugar misterioso por el que puedes pasear casi en
solitario, escuchando el silbido del viento penetrando entre los recovecos de
las fachadas de los edificios y la uralita suelta de los tejados. Y si afináis
bien el oído, tal vez podáis captar el llanto perdido de alguna inocente
víctima, que perdió su alma por culpa de la codicia humana. La mayoría de los
edificios, aunque de forma precaria, se mantienen en pie, y son perfectamente
reconocibles. Para mí, La pulpería, la escuela, y sobre todo el teatro, son los
más evocadores. Los que, al entrar, te transportan inmediatamente 150 años
atrás, para revivir las vidas de aquellos desdichados. A mí, particularmente,
me emocionó el teatro. Se me puso la carne de gallina al entrar en el edificio.
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Pulpería |
Humberstone está considerada como una de las ciudades
fantasmas más interesantes del mundo. Numerosos turistas han reportado
apariciones de espectros (incluso recogidas por sus cámaras), y muchos de los
trabajadores del complejo (vigilantes, guías) aseguran que muchas noches oyen
pasos y voces entre las paredes de los viejos edificios. Lamentos que se confunden con el viento, y llamadas de auxilio que apenas encuentran eco. Como en su día los
mineros, los fantasmas de Humberstone parecen no poder abandonar la, otrora,
pujante oficina salitrera. Atrapados entre unos muros de aire también, vagan
sin rumbo por las ruinas de su antiguo hogar, buscando quizás ser escuchados,
antes de encontrar el descanso eterno.
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Calles vacías |
Si viajáis por esta maravillosa e inhóspita zona del norte
de Chile, no dudéis en visitar Humberstone, porque os llegará al corazón cuando
recorráis sus calles vacías, recordando las vidas de aquellos humildes
trabajadores, que llegaron buscando un sueño, y se fueron en medio de una
pesadilla.
¡¡Hasta la próxima!!