lunes, 12 de junio de 2017

CHILE (1) - Altiplano - Humberstone, fantasmas del salitre.


CHILE (1) - Altiplano


Mayo 2008



Hay un lugar en el mundo donde el cielo es siempre azul y las estrellas nunca se esconden. Ese lugar es el altiplano chileno, uno de los desiertos más secos del mundo. Allí, a más de 3000 metros de altitud (incluso a 5000) las principales agencias de astronomía internacionales despliegan las antenas de los telescopios más potentes de La Tierra para intentar desentrañar los misterios del universo. Atacama, con sus cielos sin una partícula de contaminación y siempre despejados, presenta las condiciones más idóneas para la observación de universo. Y yo, como gran aficionado a la Astronomía, no podía dejar pasar esta oportunidad irrepetible para acercarme a los secretos de nuestra galaxia…



Aterrizamos en Santiago de Chile con Lan, y recogimos nuestra Chevrolet pick up para tomar la autopista hacia el norte. Pasamos por Hijuelas (capital de las flores), y dejamos atrás un tramo lleno de puestos de fruta, hasta llegar a Ovalle, donde pararíamos a comer, y donde descubriríamos por primera vez la excelente calidad de los productos chilenos. Aun no dedicándole mucho tiempo a la gastronomía en los viajes, he de reconocer que, probablemente, Chile es el país donde mejor he comido. Los productos se ven que son naturales, y te los sirven en gran cantidad. Un punto para este gran país (veréis que habrá muchos más). Durante el almuerzo, la camarera nos recomienda probar una bebida típica de la zona llamada Socos (agua mineral de manzana). Muy refrescante.




Quinoa                                                   Chorrillana
Saturno




Al atardecer llegamos a La Serena, el lugar de descanso para nuestra primera noche. Nos alojamos en Villa los Plátanos, donde nos hacen un descuento del 20% por ser turistas. (Otro punto más para la gente de Chile, que durante todo el viaje nos mostraron su ayuda y hospitalidad). Dejamos las maletas y nos vamos a explorar la zona. Vemos el faro y pasamos por el embalse de Pucaro. Pero lo mejor del día llegaría al anochecer. La noche en La Serena no era casual. En las inmediaciones se hallaba el Observatorio de Mamalluca, el cual teníamos intención de visitar para hacer un tour por nuestro sistema solar. Tras dar unas cuantas vueltas con la camioneta, las calles cortadas por las obras parecían querer evitar nuestra cita con el universo. Preguntamos a dos señores, y muy amablemente nos indicaron el camino montados en la parte posterior de la pick up. Les acercamos hasta sus casas, que pillaban de camino, y tras pasar por Cerro Caracol y el cementerio, llegamos al fin a la entrada del observatorio. Allí nos recibe un vigilante muy mayor, que nos indica que para entrar, necesitamos un permiso que se obtiene en Vicuña. Nos dice que llamemos a un número de teléfono para intentar conseguir el pase. Lo hacemos, y tras explicarles que no sabíamos nada y que veníamos de muy lejos, no nos ponen pegas. Quedamos con el grupo a las 21.00h, y hasta entonces, entablamos una afable conversación con el entrañable guardia y su perro medio ciego. Nos cuenta un poco su vida y nos explica cómo son las instalaciones. Resultó muy interesante escuchar sus aventuras. Con tiempo todavía, nos tumbamos en la Chevrolet, y nos dedicamos a ver las estrellas. ¡¡Fue impresionante!! Se veía la vía láctea a simple vista como si fuera a través del más potente de los telescopios. Sin palabras. Permanecimos en silencio unos minutos deleitándonos con aquel majestuoso espectáculo. Una vez dentro del observatorio, un guía muy profesional nos cuenta en la penumbra un montón de historias de nuestra galaxia y de las estrellas que la componen. Y llega el momento, nunca mejor dicho, estelar… Acoplamos nuestro ojo a la lente, y ahí está… Saturno. Era tan nítido y tan claro (se le diferenciaba perfectamente el anillo) que yo pensaba que el guía nos estaba gastando una broma, poniendo una diapositiva del gigante gaseoso. Pero no… era tan bonito y tan real como el cielo del norte de Chile. Me costó apartar el ojo de tan bella visión. Hipnotizados por la increíble experiencia que acabábamos de vivir, nos tomamos un café y unas galletas en la cafetería del observatorio, comentando lo que habíamos aprendido.
Vía Láctea

 Nunca había deseado tanto que el sol tardara en salir. El cielo estrellado nos había regalado uno de los mejores momentos de nuestras vidas, y queríamos estirarlo unas cuantas horas más. Pero el norte de Chile ofrece regalos tanto de día como de noche. Al amanecer, desayunamos y nos dimos una vuelta por La Serena, antes de partir hacia el Observatorio de La Silla, al que sólo podríamos fotografiar por fuera. El camino sorprende con un magnífico contraste entre el mar y el desierto. La ruta a Copiapó pasa por Cacahiyuyo, un pueblo con 220 amigos.  En Copiapó repostamos, y llenamos un tanque extra de gasolina, ya que en el altiplano hay zonas muy inhóspitas en las que no hay nada. Conviene llevar una garrafa extra por si acaso. También nos hacemos con provisiones de alimentos por lo mismo que os he comentado antes. Comemos muy bien y muy barato y nos alojamos en un hotel. Hacemos unas compras de souvenirs y cenamos en el restaurante de una franquicia alemana llamada Bavaria, a la que nos íbamos a hacer asiduos.
Paisaje del altiplano

Por esas fechas estábamos pendientes del volcán Chaitén, cuya erupción estaba provocando un pequeño caos, afectando con sus cenizas a Argentina. Después de fotografiar la iglesia de la ciudad, ponemos rumbo al Parque Nacional Nevado Tres Cruces, pasando antes por las ruinas de Puquios, un antiguo pueblo minero que llegó a tener más de 5000 habitantes en su época de mayor apogeo, y del que ya no quedan más que los restos derruidos de sus edificaciones.
Nevado Tres Cruces

Al llegar PN. Nevado de Tres Cruces nos llevamos el primer gran susto del viaje (hubo más, sí). Comenzamos el ascenso hacia La Laguna de Santa Rosa (a 4000 metros de altitud), y tras un buen trozo recorrido, se nos enciende la luz roja de motor. ¡¡Buf!! Teníamos comida, pero allí arriba no se veía un alma. Parecía que estábamos en otro planeta, y como os dije en alguna otra entrada, no tenemos ni pajolera idea de mecánica. Bueno, la Chevrolet
Guanacos
parecía ir bien, así que confiábamos en que fuera un fallo del sensor que hubiera encendido la luz. Preocupados, llegamos a la laguna, donde nos recibe una familia de guanacos y donde vemos un refugio de la CONAF (Corporación Nacional Forestal). Las vistas son impresionantes y las sensaciones impagables. Naturaleza en estado puro, sin contaminación humana. Sin duda, el altiplano chileno posee varios de los paisajes más bellos del mundo. Son una auténtica maravilla. Hipnotizados por el entorno, por un momento se nos olvidó el problema del motor. Afortunadamente, no nos había afectado el mal de altura, pero si nos quedábamos tirados, allí no había nadie para ayudarnos, y las temperaturas, de noche, podrían congelarnos.
Típica carretera ripiada del altiplano

Seguimos camino hacia el complejo fronterizo Maricunga, donde sufrimos el segundo susto… Nos quedamos atascados en un pequeño banco de arena. Afortunadamente, no habíamos penetrado mucho, y escarbando como un perro, pude hacer un agujero en la tierra, debajo de las ruedas que llevaban la tracción, y acelerando un poco marcha atrás, salimos. Al llegar al solitario control, comentamos lo del motor y nos dicen que puede ser un fallo de sensor (lo que pensábamos), pero más adelante comprobamos que, como las personas, a los motores también les falta el aire al llegar a los 2500 metros de altitud. A partir de ese punto, como a nosotros, les cuesta coger aire y pierden fuerza. Más allá del puesto, el camino mejora (menos ripiado) y pasamos por el salar de Pedernales. Vamos descendiendo, y el piloto de motor se apaga (no tenemos que buscar un taller, es sólo el mal de altura del motor). Un par de consejos para el mal de altura...
           
                       Ascended poco a poco para que el cuerpo se vaya habituando a la altitud. Si tenéis mareos, dolor de cabeza y dificultad para moveros es normal. Masticar hoja de coca puede ayudar. Si los síntomas empeoran, en cuanto descendáis unos metros, el malestar remitirá.
Nuestra pick up a 3500 metros de altitud

En San Diego de Almagro podemos hacer la primera llamada a casa desde una cabina. Hasta entonces habíamos estado sin cobertura. En Chañaral buscamos un alojamiento básico, pero muy barato y limpio, y hablamos con un hombre para contratar una excursión a la isla del Parque Nacional de Pan de Azúcar, pero nos da la sensación de que nos quiere cobrar más de lo que se suele pagar. Al día siguiente comprobamos que el señor decía la verdad, y que realmente nos cobraba menos que los pescadores. Le juzgamos mal. Pero tuvimos suerte, porque fuimos por nuestra cuenta y nos salió gratis. El paisaje es muy hermoso, con el contraste de nuevo, entre el desierto y el mar. Es una zona muy agradable donde podréis observar tanto fauna terrestre como marina, destacando el lobo marino y el pingüino de Humboldt.
La grandiosidad del desierto frente  al ser humano

Destino Calama. Atravesamos Antofagasta y sacamos foto a “la mano del desierto”, una escultura de una gigantesca mano en medio del desierto. A la altura de Prat atravesamos el Trópico de Capricornio antes de llegar a la “tierra de sol y cobre”. Visitamos la iglesia de San Juan Bautista y paseamos esta ciudad de gran ambiente, recorriendo la plaza 23 de Marzo. Compramos algún recuerdo y cenamos en el Scoopdog nuestra primera chorrillana (carne + patatas + huevo + salchichas + …) Yo me declaro adicto a este plato. Es contundente, pero, aunque estés a reventar, quieres seguir comiendo. Y como a un condenado al que se le concede su última cena, la chorrillana pareció ser nuestro último capricho culinario, porque aquella tarde-noche el mundo se nos vino encima…

Sí, efectivamente, los que conozcáis Chile, sabréis que está en medio del cinturón de fuego del Pacífico, una de las fallas más activas del planeta. Hay cientos de temblores de tierra todos los días, aunque la mayoría apenas se sienten. Pero aquel día, ¡vaya si lo sentimos! Éramos conscientes de que es una zona sísmica, pero cuando llegó el terremoto, nos costó reaccionar, porque no te lo crees. Por fortuna, no fue tan intenso como para provocar derrumbes ni grandes destrozos, pero os aseguro que impresiona. Aquel día, después de una jornada intensa, yo me encontraba en la habitación del hotel, sentado con las piernas cruzadas sobre la cama de la habitación, seleccionando los billetes y monedas mejor conservados para mi colección. Mi compañera estaba en el servicio. De repente, la cama se empezó a mover y a sacudirse como si fuera un toro mecánico de esos de feria. Yo, confuso, seguía en mi posición, esperando a que pasara el temblor. Me quedé paralizado, y le grité a mi compañera que era un terremoto. Ella, notando las sacudidas y ondulaciones, me dijo que sería el ascensor del hotel que se habría desplomado. Pero aquello seguía temblando, y los perros de la calle comenzaron a ladrar como locos. Corriendo, salimos del hotel asustados. El recepcionista no parecía muy asombrado. Hablamos con varias personas, y para ellos había sido muy suave. “Cuando te empiecen a caer muebles encima, entonces preocúpate” nos advertían.
Chiu Chiu

En Calama nos acercamos a la oficina de turismo para coger entradas para la mina Chuquicamata, pero de momento, nos dicen, estaba cerrada al público. Hablamos con algunos lugareños y nos cuentan que el año anterior, el cercano pueblo de Tocopilla quedó prácticamente destrozado por un terremoto. La siguiente parada era Chiu Chiu. Situado en una zona con mucha población indígena, es un oasis de tranquilidad. La blanca iglesia de San Francisco es sencilla pero hermosa. Construida de adobe y con los techos de madera de cactus, está considerada como la más antigua de Chile (1611). En este pequeño pueblo te puedes hacer con bonitas piezas artesanales. Nos gustó tanto la paz que se respiraba que decidimos sentarnos en medio de la plaza a comernos unos helados tranquilamente.
Carretera en El Valle de la Muerte

Valle de la Luna
Volcán Licancabur

Lasana nos mostró su fortaleza (Pukará) y los primeros petroglifos del viaje. Y de allí nos dirigiríamos al centro neurálgico del altiplano, San Pedro de Atacama. Pensábamos encontrarnos una bulliciosa ciudad donde miles de turistas abarrotarían los restaurantes y las empresas de aventura, pero nos sorprendió la calma que desprendía. Pero antes de llegar, atravesamos el Valle de la Luna (2000 pesos), un espectacular paisaje que te transporta a Marte. Yo soy amante de la belleza salvaje y solitaria de los desiertos, y el Valle de la Luna, con el espectacular volcán Licancabur alzándose permanentemente sobre el horizonte, es una visión que no nunca se te olvidará. El recorrido es precioso, y lo mejor de todo es que no hay nadie. Hicimos trekking por el cañón y correteamos por sus enormes dunas, antes de ir a buscar la famosa panorámica que aparece en todas las guías. Lo cierto es que no la encontramos, pero no nos preocupamos porque sólo había sido un primer contacto. Nos acercamos a San Pedro para reservar en “Casa Mireya” (2 noches, 60000 pesos), un coqueto hotelito que nos proporciona una estancia muy agradable. El ambiente de San Pedro de Atacama invita a pasear, y recorrimos los puestos de artesanía, haciendo alguna compra, para volver de seguido al Valle de la Luna, y disfrutar de uno de los atardeceres más mágicos de nuestras vidas. Preguntando, localizamos el mirador, y os puedo asegurar que es hipnótico. Allí se concentraban los turistas, aunque no muchos, pero nadie hablaba por respeto al silencio con el que se debe disfrutar de ese inolvidable paisaje. Nos acomodamos en la arena, y no nos fuimos hasta que todo se volvió negro. IMPRESIONANTE. Con la belleza del Valle de la Luna visualizándose todavía en nuestras mentes, cenamos en “La Casona”, un excelente restaurante, que te permite degustar unas deliciosas brochetas gigantes al calor de una fogata, bajo el cielo estrellado de Atacama.
Valle de la Luna al atardecer

La siguiente jornada empezaría con una visita a Toconao, con su campanario-torre. Y después nos volveríamos a maravillar con la Laguna Chaxa, dentro de la Reserva de los Flamencos, en el salar de Atacama. Otro paisaje de otro planeta, en el que, a través de caminos de sal puedes descubrir una gran cantidad de flamencos que habitan en sus lagos.
Reserva de los Flamencos


Soccaire, a 3500 metros de altitud, posee una bonita iglesia antigua de adobe y techos recubiertos de paja. Y antes de regresar a San Pedro, decidimos ir hasta la Laguna Miscanti y Miñique. Siento repetirme, pero éste es otro de esos inolvidables escenarios que no os podéis perder. El camino es un poco complicado por el ripio y las pendientes, pero nos encontramos a una pareja de chilenos muy majos que van en un pequeño Toyota Yaris urbano, y consiguieron llegar. De todas formas, sufrieron mucho. Un 4 x 2 es indispensable para recorrer todo el altiplano. Ellos nos recomendaron Pucón y Villarrica, al sur de Chile, y decidimos que, a la bajada, los visitaríamos. La llegada a la laguna fue impactante. Según te vas acercando, no ves nada, y de repente… ¡¡ZAS!! La imagen más increíble que puedas recoger. Para mí, una de las fotos más bonitas de todos mis viajes. Te quedas con la boca abierta al ver el azul intenso del agua, con las montañas marrones al fondo, y el árido suelo del desierto sembrado de pequeños arbustos secos que parecen haber sido pintados por el mejor de los artistas. Solitario, un pequeño zorro merodea entre las plantas en busca de comida, varios ejemplares de vicuña pasean por las inmediaciones de la laguna y una manada de simpáticas llamas de los más diversos tamaños y colores nos miran como si fuéramos unos intrusos. Sin gente, te sientes como si estuvieras filmando un documental de naturaleza salvaje en el lugar más remoto del planeta (que lo es). Hoy en día es difícil sentirte impresionado con tantas fotografías de calidad a nuestro alcance y tanto turismo, pero os aseguro, que el altiplano chileno, como a mí, os enamorará con su virginidad.

Laguna Miñique
Laguna Miscanti
Volvemos a San Pedro para visitar el Museo Arqueológico, pero se han llevado las momias. Aun así, el museo resulta muy interesante, ya que te explica el contacto con los incas, la cultura Tiwanaku, la llegada de los conquistadores españoles… La última noche disfrutamos del ambiente de San Pedro, y nos sirvió de reflexión para decidirnos a viajar hacia el sur. Íbamos bien de tiempo, y llegaríamos lo más lejos que el tiempo nos permitiera. Pero todavía nos quedaba mucho que ver en el norte…

Tras despedirnos de Mireya, seguimos rumbo norte hasta Quillagua, donde pasamos un control de aduanas (en esta zona hay varios). Atravesamos la Reserva Nacional Pampa del Tamarugal, con la intención de ver ejemplares de este árbol endémico que da nombre a la reserva, pero apenas vemos cuatro, desperdigados. Llegamos a Matilla, un verdadero oasis en medio del desierto, que posee una de las plazas más bonitas que hemos visto. Un quiosco se alza en medio del parque, y en la iglesia de San Antonio se puede ver una recreación de “La última cena” con figuras a tamaño real. En Pica, tierra de jugos y alfajores, hay otra iglesia parecida (San Andrés), pero a nuestro juicio, no tan hermosa. Las calles, eso sí, poseen casitas de colores muy bonitas. La Tirana tiene una iglesia muy original en la que cada 16 de julio se organiza una celebración en honor a la Virgen del Carmen a la que acude gente incluso de Perú y Bolivia, llegándose a congregar más de 250.000 fieles en un pueblo de apenas 800 habitantes, convirtiéndola así en la segunda más popular del país.
Panorámica de Humberstone

La última etapa de esta entrada será Humberstone, la antigua ciudad minera, convertida hoy en un pueblo fantasma, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Como lo voy a desarrollar aquí abajo, sólo deciros que este lugar con tanta historia, guarda muchos relatos tristes, y que hay un punto donde nos emocionamos especialmente: el teatro.

Os dejo en Humberstone…

HUMBERSTONE

Torre del reloj
A mediodía, un fuerte sonido metálico de campana hace eco en la plaza del pueblo. Con apenas 4000 habitantes, La Palma, aparentemente, no tiene nada que envidiar a ninguna de las grandes urbes del resto del país. Todos sus habitantes tienen trabajo, los niños están escolarizados, hay un hospital, un mercado, tienda, biblioteca, hotel, y un teatro para amenizar los días festivos. Incluso dispone de una piscina y unas canchas deportivas donde jugar al tenis o al baloncesto. El bonito quiosco de la plaza principal es un punto de encuentro para los esforzados empleados de esta oficina salitrera.
Porche con vistas a la plaza


Vagoneta
Nos situamos en la segunda mitad del siglo XIX, en pleno desierto de Atacama, donde el sol se cita cada día con el altiplano chileno. Aparentemente, estas condiciones de vida serían la envidia de cualquier empleado de la época, pero la verdad sería mucho más cruel. Los mineros trabajaban en interminables y agotadoras jornadas, extrayendo salitre para ganar… unas miserables fichas. Sí, fichas que canjeaban por alimentos y ropa que sólo podían adquirir en las instalaciones de la ciudad minera, propiedad del mismo dueño. Todo quedaba en casa. Los avispados empresarios británicos que vieron el negocio en esa cantera de sal inagotable, se las apañaron para explotar a unos trabajadores que habían llegado con la ilusión de comenzar una nueva vida. Una vida de abundancia, incluso bañada en sueños de riqueza, pero que, sin embargo, acabó en pesadilla. Su “sueldo” no valía fuera de Humberstone (así designada más tarde), de modo que aquel “paraíso” en el altiplano, no era más que una cárcel sin muros, en la que la violencia y los robos estaban a la orden del día.
Edificio en ruinas


 Y la campana que sonaba aquella mañana, no invitaba a la oración, sino al pésame. Era la alarma que indicaba que había ocurrido un accidente mortal en las minas. Habitualmente las víctimas eran niños de apenas 8-9 años, que, debido a su tamaño, los utilizaban para introducirlos por pequeñas grietas para que colocasen explosivos. Muchas veces no los sacaban a tiempo y morían en la operación. Los que llegaban a edad adulta tampoco tendrían una vida muy longeva. Las penosas condiciones laborales menguaban la salud de los trabajadores, si antes no morían en algún accidente. La edad media de defunción estaba entre los 35 y los 45 años. Esto hizo que los mineros se organizaran para protestar, lo que desembocó en una matanza del ejército chileno que arrebató la vida a cientos de manifestantes. Mientras los dueños ingleses se enriquecían vendiendo salitre chileno a todo el mundo (hasta el 80 % de la producción mundial salía de allí), los hombres que llenaban sus bolsillos morían en la más absoluta miseria.


Casas abandonadas
Fundada en territorio peruano, Humberstone pasó a manos chilenas cuando estalló la Guerra del Pacífico. Después de la independencia de España, las fronteras terrestres eran muy frágiles y confusas. En un tratado en el que se acordaba respetarlas a cambio de no incrementar los impuestos a las compañías salitreras chilenas, entre otros asuntos, el gobierno boliviano decidió unilateralmente aumentar dicho gravamen en 1878, soliviantando a su vecino. Las hostilidades no tardaron en comenzar, y Bolivia, junto con su aliado Perú, no pudo evitar la victoria chilena, perdiendo su única salida al mar, y la región de Antofagasta donde se encontraba Humberstone. Perú también perdió una buena porción de tierra después de cuatro feroces años de lucha, en una guerra, que todavía hoy, mantiene heridas abiertas.


Pero el “oro blanco” perdió valor a comienzos de los años 30. Demandado como fertilizante sobre todo en una Europa en pleno crecimiento demográfico, y como ingrediente principal para fabricar pólvora, el estallido de la Primera Guerra Mundial obligó a los británicos a cortarle el suministro a Alemania. Los científicos germanos no tuvieron más opción que investigar, y finalmente encontraron la fórmula para fabricar nitratos sintéticos. A partir de ahí comenzó el declive de las salitreras chilenas, y Humberstone pasó de su máximo apogeo, al derrumbe casi total en los años 30, alargando su agonía hasta 1960, año en el que cerró sus puertas definitivamente.
Teatro


Interior del teatro
A pesar de permanecer cerrada muchos años, Humberstone fue saqueada en numerosas ocasiones, hasta que en 2005 la Unesco la protege designándola como Patrimonio Mundial. Todo el que se acerque hasta esta ciudad fantasma en medio del árido y seco desierto de Atacama, se encontrará un conjunto de edificios abandonados y oxidados, que son sólo una sombra de lo que fueron. Es sin duda un lugar misterioso por el que puedes pasear casi en solitario, escuchando el silbido del viento penetrando entre los recovecos de las fachadas de los edificios y la uralita suelta de los tejados. Y si afináis bien el oído, tal vez podáis captar el llanto perdido de alguna inocente víctima, que perdió su alma por culpa de la codicia humana. La mayoría de los edificios, aunque de forma precaria, se mantienen en pie, y son perfectamente reconocibles. Para mí, La pulpería, la escuela, y sobre todo el teatro, son los más evocadores. Los que, al entrar, te transportan inmediatamente 150 años atrás, para revivir las vidas de aquellos desdichados. A mí, particularmente, me emocionó el teatro. Se me puso la carne de gallina al entrar en el edificio.


Pulpería
Humberstone está considerada como una de las ciudades fantasmas más interesantes del mundo. Numerosos turistas han reportado apariciones de espectros (incluso recogidas por sus cámaras), y muchos de los trabajadores del complejo (vigilantes, guías) aseguran que muchas noches oyen pasos y voces entre las paredes de los viejos edificios. Lamentos que se confunden con el viento, y llamadas de auxilio que apenas encuentran eco. Como en su día los mineros, los fantasmas de Humberstone parecen no poder abandonar la, otrora, pujante oficina salitrera. Atrapados entre unos muros de aire también, vagan sin rumbo por las ruinas de su antiguo hogar, buscando quizás ser escuchados, antes de encontrar el descanso eterno.


Calles vacías
Si viajáis por esta maravillosa e inhóspita zona del norte de Chile, no dudéis en visitar Humberstone, porque os llegará al corazón cuando recorráis sus calles vacías, recordando las vidas de aquellos humildes trabajadores, que llegaron buscando un sueño, y se fueron en medio de una pesadilla.


¡¡Hasta la próxima!!