BIELORRUSIA
Abril 2019
|
Ayuntamiento de Minsk, en la parte alta de la ciudad |
Hace tiempo que dejé de fijarme en la “fachada” de los
lugares que visito y a buscar más esa alma que el turismo parece haber arrebatado
a muchos de estos enclaves. Cada día, confirmo mi teoría de que la explotación
turística de cualquier rincón del mundo destroza ese sitio en concreto y a sus gentes Sí, ya
lo he dicho alguna vez, yo formo parte de esos millones de personas que se
mueven a la vez y al mismo punto para conocer los atractivos de otros países,
pero por eso precisamente intento huir de las masas. Disfruté de Pamukkale y
Estambul en Turquía, pero lo que me quedó grabado de aquella aventura fue
recorrer en coche las solitarias carreteras de la Anatolia Oriental, buscando
vestigios como el impresionante Nemrut Dagi. La Ópera de Sidney es bellísima,
aunque para mí, Australia es el desierto, el desierto vacío con increíbles formaciones rocosas, donde pocos se
mueven, excepto los animales salvajes (y muchos) que se refugian en su arena,
lejos del hombre. Los moais de Pascua son irrepetibles e inolvidables, pero aún
siendo uno de los recintos arqueológicos más inaccesibles del mundo (por su
ubicación remota), y a pesar de que apenas se siente esa presión del turismo, la sensación de estar, precisamente, fuera de este planeta,
la sentimos en el maravilloso desierto de Atacama, recorriendo magníficos
paisajes y descubriendo remotas aldeas indígenas. Bielorrusia no es tan presumida, pero su alma incorrupta por el turismo hará que os fijéis en ella.
Todavía quedan lugares
vírgenes, sin contaminar por el turismo, auténticos, que son capaces de hacerte
sentir que no eres un turista, sino un viajero.